La visita a Ávila se puede comenzar por cualquier parte, y nosotros lo hicimos por una de sus iglesias más importantes, la Basílica de San Vicente. Se trata de una iglesia iniciada en el siglo XI y terminada en el XIV, ejemplo ideal de templo de transición entre el románico y el gótico.
La iglesia está dedicada a los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta, martirizados en el siglo IV por orden de Diocleciano. Su cenotafio, que no acoge sus restos, es una de las obras escultóricas románicas más importantes del país. Además aquí también se encuentra una imagen románica de la Virgen de la Soterraña. Merece la pena la visita (2 euros).
Bordeando las murallas (por cierto, rodeadas de un acogedor parquecillo que se llena de gente al anochecer), podemos llegar hasta la plaza del Mercado Grande, un gran espacio con un monumento a Santa Teresa (toda la ciudad es un monumento a ella), unos animados soportales, y la iglesia de San Pedro, también románica, con un espléndido rosetón. Esta iglesia solo se abre en horario de misas, y precisamente en horario de misas no son muy bienvenidos los turistas (o esa es la impresión que me llevé…).
Junto a San Pedro se levanta Santa María de la Antigua. Después de ver la plaza y de comprar unas típicas alubias de El Barco de Ávila, cruzamos la Puerta del Alcázar, la más monumental de las murallas, y llegamos hasta la Plaza de la Catedral.
La Catedral del Salvador de Ávila, iniciada en el siglo XI, es la primera iglesia gótica construida en España. Lamentablemente encontramos su fachada de obras… El interior (4 euros) es muy bello, sobretodo el trascoro y la cabecera, pues la piedra presenta una serie de vetas rojizas. Por cierto, no se pueden hacer fotos (en teoría)… Con la entrada también tenemos acceso al museo catedralicio y al claustro (con una feísima malla metálica).
Esta catedral es un ejemplo perfecto de iglesia fortaleza, lo que se ve en el famoso Cimorro, la cabecera fortificada de la catedral que forma parte de la muralla. Se ve desde la calle San Segundo (en la que por cierto hay algunos restaurantes con terrazas).
En la misma plaza de la catedral ya se pueden ver algunos ejemplos de los muchos palacios góticos y renacentistas de la ciudad, como el Palacio de los Velada y el Palacio de Rey Niño, a ambos lados de la calle Tostado. Enfrente, el Palacio de Valderrábanos.
Por la animada calle Reyes Católicos, llegamos a la Plaza del Mercado Chico, donde se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad. Aquí hay varios bares con agradables terrazas en los que sentarse a tomar unas cervecitas (nosotros lo hicimos, jeje).
Paseamos por la calle Caballeros (que discurre por detrás de la iglesia de San Juan), y llegamos al Palacio de los Dávila, de los siglo XIII y XIV, junto a la Puerta del Rastro, y de allí, por la calle Céspedes, a la plaza Corral de las Campanas, donde se encuentra el pintoresco Torreón de los Guzmanes, del siglo XV, y que acoge a la Diputación de Ávila. Muy cerca se encuentra el Convento de Santa Teresa, del siglo XVII, en cuyas criptas acoge el museo de la santa, en el que no entramos. La iglesia además estaba cerrada… Después nos dirigimos a la calle Vallespín, y nos encontramos con el Palacio de Polentinos, de principios del siglo XVI. Hoy acoge un archivo militar y el Museo de Intendencia. Se puede entrar en su patio, con unas arquerías dobles decoradas con escudos. Muy interesante, y gratis.
Con los estómagos rugiendo, buscamos donde comer, y nos encontramos un montón de restaurantes con menú diario por la calle Vallespín y por la calle Comuneros de Castilla (muy animada).
En todos ponían el típico chuletón, la Patatas revolcones y las judías de El Barco, amén de otros platos menos típicos. Eso sí, el chuletón bastante caro (no entraba en los menuses…) Después de comer dimos un paseo por el Ávila extramuros, le plaza del Mercado Grande y la Plaza de Italia, donde se encuentra la Iglesia de Santo Tomé el Viejo, que junto con la Casa de los Deanes alberga el Museo Provincial de Ávila.
Desde allí, nos dirigimos por fin a realizar el recorrido por el monumento más importante de la ciudad, las Murallas. Fueron construidas por orden de Alfonso V en el siglo XI, y sus obras duraron 9 años, aunque fueron modificadas con el tiempo.
Muchos edificios hoy forman parte de ella, como la Catedral o el Palacio de los Dávila, pero hasta 1982 la muralla no estuvo libre de casas adosadas. Hoy se conserva casi íntegra, 2500 metros de longitud, 88 torres y 9 puertas. La visita permite recorrer dos tramos, uno de 300 metros junto a la puerta del Alcázar y otro de 1500 al que se accede por la Casa de las Carnicerías (que también es oficina de turismo). El Paseo por la muralla nos permite ver Ávila desde otra altura (que tampoco es muy alta), y resulta curioso, aunque hay que saber que el paseo nos deja al otro lado de la parte vieja… desde donde se ven los Cuatro Postes, a donde nosotros no nos acercamos… Por cierto, la muralla es el monumento iluminado más grande del mundo.
Después del arduo paseo, cansados, nos sentamos en una terraza de la Plaza del Mercado Grande a tomarnos un helado, y esperar la hora de la cena. Con la caída de la noche, yo aproveche para dar un paseo para hacer fotos a la muralla, al cimorro y a San Vicente iluminados.
La cena la hicimos en un restaurante con terraza en la Plaza del Mercado Chico, en la que ponían caña y tapa por 1,50. El precio inmejorable, pero las tapas no eran gran cosa. La más elaborada era bacon con queso (que por cierto, estaba buena y era abundante). De ahí, a dormir, que al día siguiente nos íbamos a Segovia.

La iglesia está dedicada a los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta, martirizados en el siglo IV por orden de Diocleciano. Su cenotafio, que no acoge sus restos, es una de las obras escultóricas románicas más importantes del país. Además aquí también se encuentra una imagen románica de la Virgen de la Soterraña. Merece la pena la visita (2 euros).

Bordeando las murallas (por cierto, rodeadas de un acogedor parquecillo que se llena de gente al anochecer), podemos llegar hasta la plaza del Mercado Grande, un gran espacio con un monumento a Santa Teresa (toda la ciudad es un monumento a ella), unos animados soportales, y la iglesia de San Pedro, también románica, con un espléndido rosetón. Esta iglesia solo se abre en horario de misas, y precisamente en horario de misas no son muy bienvenidos los turistas (o esa es la impresión que me llevé…).

Junto a San Pedro se levanta Santa María de la Antigua. Después de ver la plaza y de comprar unas típicas alubias de El Barco de Ávila, cruzamos la Puerta del Alcázar, la más monumental de las murallas, y llegamos hasta la Plaza de la Catedral.

La Catedral del Salvador de Ávila, iniciada en el siglo XI, es la primera iglesia gótica construida en España. Lamentablemente encontramos su fachada de obras… El interior (4 euros) es muy bello, sobretodo el trascoro y la cabecera, pues la piedra presenta una serie de vetas rojizas. Por cierto, no se pueden hacer fotos (en teoría)… Con la entrada también tenemos acceso al museo catedralicio y al claustro (con una feísima malla metálica).

Esta catedral es un ejemplo perfecto de iglesia fortaleza, lo que se ve en el famoso Cimorro, la cabecera fortificada de la catedral que forma parte de la muralla. Se ve desde la calle San Segundo (en la que por cierto hay algunos restaurantes con terrazas).

En la misma plaza de la catedral ya se pueden ver algunos ejemplos de los muchos palacios góticos y renacentistas de la ciudad, como el Palacio de los Velada y el Palacio de Rey Niño, a ambos lados de la calle Tostado. Enfrente, el Palacio de Valderrábanos.

Por la animada calle Reyes Católicos, llegamos a la Plaza del Mercado Chico, donde se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad. Aquí hay varios bares con agradables terrazas en los que sentarse a tomar unas cervecitas (nosotros lo hicimos, jeje).

Paseamos por la calle Caballeros (que discurre por detrás de la iglesia de San Juan), y llegamos al Palacio de los Dávila, de los siglo XIII y XIV, junto a la Puerta del Rastro, y de allí, por la calle Céspedes, a la plaza Corral de las Campanas, donde se encuentra el pintoresco Torreón de los Guzmanes, del siglo XV, y que acoge a la Diputación de Ávila. Muy cerca se encuentra el Convento de Santa Teresa, del siglo XVII, en cuyas criptas acoge el museo de la santa, en el que no entramos. La iglesia además estaba cerrada… Después nos dirigimos a la calle Vallespín, y nos encontramos con el Palacio de Polentinos, de principios del siglo XVI. Hoy acoge un archivo militar y el Museo de Intendencia. Se puede entrar en su patio, con unas arquerías dobles decoradas con escudos. Muy interesante, y gratis.

Con los estómagos rugiendo, buscamos donde comer, y nos encontramos un montón de restaurantes con menú diario por la calle Vallespín y por la calle Comuneros de Castilla (muy animada).

En todos ponían el típico chuletón, la Patatas revolcones y las judías de El Barco, amén de otros platos menos típicos. Eso sí, el chuletón bastante caro (no entraba en los menuses…) Después de comer dimos un paseo por el Ávila extramuros, le plaza del Mercado Grande y la Plaza de Italia, donde se encuentra la Iglesia de Santo Tomé el Viejo, que junto con la Casa de los Deanes alberga el Museo Provincial de Ávila.

Desde allí, nos dirigimos por fin a realizar el recorrido por el monumento más importante de la ciudad, las Murallas. Fueron construidas por orden de Alfonso V en el siglo XI, y sus obras duraron 9 años, aunque fueron modificadas con el tiempo.

Muchos edificios hoy forman parte de ella, como la Catedral o el Palacio de los Dávila, pero hasta 1982 la muralla no estuvo libre de casas adosadas. Hoy se conserva casi íntegra, 2500 metros de longitud, 88 torres y 9 puertas. La visita permite recorrer dos tramos, uno de 300 metros junto a la puerta del Alcázar y otro de 1500 al que se accede por la Casa de las Carnicerías (que también es oficina de turismo). El Paseo por la muralla nos permite ver Ávila desde otra altura (que tampoco es muy alta), y resulta curioso, aunque hay que saber que el paseo nos deja al otro lado de la parte vieja… desde donde se ven los Cuatro Postes, a donde nosotros no nos acercamos… Por cierto, la muralla es el monumento iluminado más grande del mundo.

Después del arduo paseo, cansados, nos sentamos en una terraza de la Plaza del Mercado Grande a tomarnos un helado, y esperar la hora de la cena. Con la caída de la noche, yo aproveche para dar un paseo para hacer fotos a la muralla, al cimorro y a San Vicente iluminados.

La cena la hicimos en un restaurante con terraza en la Plaza del Mercado Chico, en la que ponían caña y tapa por 1,50. El precio inmejorable, pero las tapas no eran gran cosa. La más elaborada era bacon con queso (que por cierto, estaba buena y era abundante). De ahí, a dormir, que al día siguiente nos íbamos a Segovia.