Hoy he dedicado el día a la Ruta del Cares. Me acosté con muchas nubes y por la noche las nubes no defraudaron. A mitad de la noche empezó a tronar. Me desperté pensando que pudiera ser algún efecto del cocido lebaniego del día anterior, pero no, era una tormenta que se había desatado en los mismísimos Picos de Europa. Me gustan las tormentas pero entre tanta montaña y piedra impone un rato. Había puesto el despertador a las 8 de la mañana para no pillar mucho calor. Y el móvil muy obediente sonó a las 8 en punto. Subí la persiana y no veía el pico que tenía enfrente del hostal y lo de descubrir la Ruta del Cares empezaba a sonar a misión imposible pero sin Tom Cruise. Así que bajé la persiana me volví a arropar y a dormir otro rato. Pero algo o alguien me dio una colleja, me quitó las sábanas y me puso la mochila. Y a las 9:57 estaba desayunando, mirando al cielo y preguntando al camarero si creía que iba a llover. Mirando al cielo muy circunspecto me dijo: “Hoy daban agua”. Pues como daban agua le pedí dos botellas y arranqué. Nublado. No asomaba el sol por ningún lado. 12 kilómetros ida. 12 kilómetros vuelta. Aproximadamente 4 horas ida. 4 horas vuelta. Y nublado. Los dos primeros kilómetros me animan a pensar que va a llover seguro. Yo no veía el final. Pero al poco rato encuentro un cartel de señalización: “Tiempo para llegar arriba: No hay”.
Lo que me imaginé, aquello era una trampa y lo peor de todo…no había vuelta atrás. Empieza el desfile de senderistas, bien porque me adelantaban, bien porque hacían el trayecto inverso o bien porque los adelantaba, estos últimos los que más ya que las velocidades que podía alcanzar eran de escalofrío, y más cuando tropezaba y caía rodando por las cuestas. Y cuando digo el desfile, lo digo porque aquello era una pasarela. A los 20 metros de poner un pie en la ruta me encuentra a una pareja que le dice a su perro miniatura: “¿Estás cansado?” El perro lógicamente no habla pero le mira como diciendo: “No te he entendido”. La dueña le coge y le mete en el bolso con la cabeza por fuera. Y yo me decía: “A ver si hubieras tenido narices de hacerle la misma pregunta si el perro es un dogo alemán”. Ya me habían advertido que los dos primeros kilómetros eran los más duros pero que luego era todo llano. Y los 48 foros que había leído anteriormente ninguno se había equivocado, excepto uno que ponía que era el primer kilómetro y medio y que fue el que me animó a hacer la ruta. Siguiente actor de reparto en la ruta, mejor dicho, actores. Padre e hijo. Padre de unos 50 años y niño de unos 10-12 años. De los pocos que me adelantaron. Ambos sin camiseta y con pantalón corto rojo. Miro si sus zapatillas llevan ruedines, motor o algo por el estilo. También observo que no llevan bombonas de oxígeno adheridas al cuerpo. Padre e hijo hablando entre ellos como si tal cosa, comentando el peso del perro de la primera chica: “Ese perro quizá pese más que tú, hijo. Ja, ja, ja” Todo esto dicho con una vez parecida a la de Constantino Romero y a una velocidad que levantaba polvo a su paso. Y como padre responsable que era iba delante y el niño detrás por si acaso el niño cayera el padre pudiera verlo con el ojo del culo y socorrerle. Estos últimos iban andando, pero ¡ay amigos!, llega el momento que a lo lejos veo a algo parecido a una persona que viene corriendo. Y sí, no es algo parecido, es una persona. Una persona adulta. Una persona adulta que sabe que si da una mala pisada o tropieza corriendo seguramente se va a hartar de comer piedras, hierbas, cabras, cacas de cabras, encinas, pequeña fauna que no se vea desde arriba y por último, si tiene la suerte de caer con la boca abierta, echar un trago de agua en el río Cares.
Yo a medida que se va acercando yo me pongo nervioso buscando un sitio donde resguardarme y que no me vea. Porque si ese señor tropieza justo en el momento que se cruza conmigo, en las centésimas de segundo que se eleva del suelo camino del precipicio, intentará buscar algo a lo que agarrarse, y mi mochila Puma es de un color naranja fuerte y la llevo asida a mi espalda por mis hombros. Y si ese señor agarra con la uña de su dedo meñique mi mochila, sin querer o queriendo, eso es lo de menos, Víctor iría a un banquete al cual no ha querido ser invitado de piedras, hierbas, etc. Conseguí mimetizarme con un árbol y el hombre pasó corriendo y yo por si acaso, salvé mi vida. Como podéis suponer el camino es muy estrecho, en torno a los dos metros o menos en algunas partes. Llego a una pequeña zona de piedras donde se encuentran las habituales del camino: las cabras. Allí se encuentran sabiendo de sobra que la gente que pase les va a dar de comer se van hacer selfies con ellas y les van a azuzar a los perros. Las cabras si ven que abres una bolsa, mochila o algo parecido van a embestirte. A veces aciertan pero a veces, como es mi caso, en el que saqué un agua no. Lo siento cabra, pero solo tengo una tableta de chocolate (aparte de la de mi abdomen) por si me flaquean las fuerzas y no te la puedo dar. Pero es que en el caso de que fuera un superhéroe y no me flaquearan las fuerzas en 20 días, no te voy a dar una tableta de chocolate y que me chuperretees la mano. No soy tan imbécil como el resto de senderistas, que dan su comida, se hacen la foto y ya. ¿Qué tiene eso de gracioso? Así pasa luego que hay obesidad caprina por culpa de estos insensatos, y las cabras no pueden con su culo, se despeñan por el peso y se matan. No estamos cargando las cabras del Cares. No digo más. Después de esta reflexión sobre las cabras, vamos a lo que realmente importa que es el paisaje. Podréis ver mil fotos y mil videos pero jamás os podréis hacer una idea de cómo es el desfiladero. A cada paso que demos miremos a donde miremos vemos un paisaje más sorprendente al anterior. Verde, montaña, el río…es un espectáculo. Capítulo aparte merecen los valientes que se hacen la ruta en chanclas, un aplauso para ellos. Y aunque menor pero también merecen un aplauso los que lo hacen en vaqueros. Hoy no ha hecho mucho calor la verdad y el sol ha aparecido poco. Pero no me quiero imaginar yo esos vaqueros con 30 grados y 8 horas de trayecto…Cuando se los quiten tienen que andar solos y bailar el Coyote Dax, la Macarena y el reggaetón. Otra cosa curiosa que no es la primera vez que me pasa es el tema del saludo. ¿Por qué nos saludamos con la gente con la que nos cruzamos? “Hola” “hola”. Hace tiempo mi hermano me comentó algo al respecto después de venir de la Sierra de Gredos y haber subido a la laguna. “¿Por qué tengo que saludar a alguien que no conozco y seguramente no le voy a volver a ver en mi vida y si le veo no me voy a acordar de él?” Y es cierto. Además de que hay gente que los saludas y no te responden. Así que yo decidí saludar a 4 sí y 2 no. Y si te cruzas con una familia…¿a quién saludas? ¿al primero de la familia? ¿a todos? Si llevan perro ¿le tienes que hacer una caricia al perro? Ahí lo dejo. Una vez que estamos llegando al final el camino pasa por unos túneles excavados en la tierra y en los cuales he tenido que ir agachado gran parte porque los habitantes del lugar antiguamente eran de estatura media y no de una raza como la mía, rubios, altos y musculosos…bueno, que no eran muy altos vamos. Y claro para los niños era una atracción, como el pasaje del terror: “Uuuuhhh, que miedo” “Aaaah, mamá que oscuro” …… Y retumbaba en las paredes y producía eco, y era bastante molesto, no solo para mí. La Ruta del Cares se hizo con el fin de transportar el agua a través de un canal hasta la central eléctrica Camarmeña que está al lado del hostal donde me alojo. Para ocuparse del mantenimiento del canal construyeron la Ruta. Hay gente que únicamente hace un trayecto de la Ruta y luego cogen un coche, taxi o bus para volver al lugar de origen. De hacerse de esta manera se tiene que dar un rodeo bastante considerable ya que estaríamos hablando de 100 kilómetros aproximadamente. Terminado el trayecto de ida llego a Caín, un pueblo a los pies del río y que es donde toda la gente toma su bocadillo, su tentempié o se fuman un porro, eso ya a gusto de cada uno. Yo me hice una tortilla de langosta y carabineros con reducción de Pedro Ximénez. Mientras comía metí los pies en el río. Al lado mío tenía dos osos polares con bufanda y un pingüino con una batamanta. Esa agua era hielo puro. Una vez terminé la comida los pies eran dos cubitos de hielo. Pero como dice el dicho: pies fríos, corazón caliente. Me los puse en el pecho y cogí el trayecto de vuelta. Al poco de ponerme en marcha entre los macizos y demás oigo un brrrruummmm. O estaban haciendo la Ruta una batukada o era un trueno. Así que me enfrenté al cielo y le dije: “no pienso correr”. Un segundo trueno no me hizo correr pero si andar como si estuviera meándome. Al tercer trueno ya acompañado con gotas, salí corriendo tirando a varias personas y cabras por los precipicios.
Cuando me faltaban los dos últimos kilómetros, cuesta abajo esta vez, me crucé con un señor que más bien parecía francés, alemán o danés, y me dijo: “ya queda poco, de verdad”. Yo le miré y le dije: “Será a ti porque yo hasta el día 1 de septiembre no curro”. Por la noche en la cama me di cuenta que se refería al camino. Y cuando ya parecía que nadie me iba a quitar la gloria, cuando empezaron a sonar las fanfarrias y la gente me aclamaba a los lados del camino…cuarto trueno y la lluvia aprieta un poquito.
Ya no podía andar como si me fuera meando porque directamente me lo hice cuando empezaron a caer más de 3 litros por segundo y a mojar la piedra por donde mis pies de bailarín iban pisando. Al final pisé carretera. La misma carretera que me llevaría al hostal, al hostal donde tengo mi habitación, a la habitación donde tengo la ducha…y así sucesivamente. Cuando me asomé por la ventana de mi habitación pude ver que el cielo se había esperado a que estuviera a buen recaudo para soltar el agua. Llovió, llovió y llovió hasta que curiosamente dejó de llover. Y le dije al camarero: “Era verdad. Hoy daban agua. A mí dame una coca-cola de momento.”
Lo que me imaginé, aquello era una trampa y lo peor de todo…no había vuelta atrás. Empieza el desfile de senderistas, bien porque me adelantaban, bien porque hacían el trayecto inverso o bien porque los adelantaba, estos últimos los que más ya que las velocidades que podía alcanzar eran de escalofrío, y más cuando tropezaba y caía rodando por las cuestas. Y cuando digo el desfile, lo digo porque aquello era una pasarela. A los 20 metros de poner un pie en la ruta me encuentra a una pareja que le dice a su perro miniatura: “¿Estás cansado?” El perro lógicamente no habla pero le mira como diciendo: “No te he entendido”. La dueña le coge y le mete en el bolso con la cabeza por fuera. Y yo me decía: “A ver si hubieras tenido narices de hacerle la misma pregunta si el perro es un dogo alemán”. Ya me habían advertido que los dos primeros kilómetros eran los más duros pero que luego era todo llano. Y los 48 foros que había leído anteriormente ninguno se había equivocado, excepto uno que ponía que era el primer kilómetro y medio y que fue el que me animó a hacer la ruta. Siguiente actor de reparto en la ruta, mejor dicho, actores. Padre e hijo. Padre de unos 50 años y niño de unos 10-12 años. De los pocos que me adelantaron. Ambos sin camiseta y con pantalón corto rojo. Miro si sus zapatillas llevan ruedines, motor o algo por el estilo. También observo que no llevan bombonas de oxígeno adheridas al cuerpo. Padre e hijo hablando entre ellos como si tal cosa, comentando el peso del perro de la primera chica: “Ese perro quizá pese más que tú, hijo. Ja, ja, ja” Todo esto dicho con una vez parecida a la de Constantino Romero y a una velocidad que levantaba polvo a su paso. Y como padre responsable que era iba delante y el niño detrás por si acaso el niño cayera el padre pudiera verlo con el ojo del culo y socorrerle. Estos últimos iban andando, pero ¡ay amigos!, llega el momento que a lo lejos veo a algo parecido a una persona que viene corriendo. Y sí, no es algo parecido, es una persona. Una persona adulta. Una persona adulta que sabe que si da una mala pisada o tropieza corriendo seguramente se va a hartar de comer piedras, hierbas, cabras, cacas de cabras, encinas, pequeña fauna que no se vea desde arriba y por último, si tiene la suerte de caer con la boca abierta, echar un trago de agua en el río Cares.
Yo a medida que se va acercando yo me pongo nervioso buscando un sitio donde resguardarme y que no me vea. Porque si ese señor tropieza justo en el momento que se cruza conmigo, en las centésimas de segundo que se eleva del suelo camino del precipicio, intentará buscar algo a lo que agarrarse, y mi mochila Puma es de un color naranja fuerte y la llevo asida a mi espalda por mis hombros. Y si ese señor agarra con la uña de su dedo meñique mi mochila, sin querer o queriendo, eso es lo de menos, Víctor iría a un banquete al cual no ha querido ser invitado de piedras, hierbas, etc. Conseguí mimetizarme con un árbol y el hombre pasó corriendo y yo por si acaso, salvé mi vida. Como podéis suponer el camino es muy estrecho, en torno a los dos metros o menos en algunas partes. Llego a una pequeña zona de piedras donde se encuentran las habituales del camino: las cabras. Allí se encuentran sabiendo de sobra que la gente que pase les va a dar de comer se van hacer selfies con ellas y les van a azuzar a los perros. Las cabras si ven que abres una bolsa, mochila o algo parecido van a embestirte. A veces aciertan pero a veces, como es mi caso, en el que saqué un agua no. Lo siento cabra, pero solo tengo una tableta de chocolate (aparte de la de mi abdomen) por si me flaquean las fuerzas y no te la puedo dar. Pero es que en el caso de que fuera un superhéroe y no me flaquearan las fuerzas en 20 días, no te voy a dar una tableta de chocolate y que me chuperretees la mano. No soy tan imbécil como el resto de senderistas, que dan su comida, se hacen la foto y ya. ¿Qué tiene eso de gracioso? Así pasa luego que hay obesidad caprina por culpa de estos insensatos, y las cabras no pueden con su culo, se despeñan por el peso y se matan. No estamos cargando las cabras del Cares. No digo más. Después de esta reflexión sobre las cabras, vamos a lo que realmente importa que es el paisaje. Podréis ver mil fotos y mil videos pero jamás os podréis hacer una idea de cómo es el desfiladero. A cada paso que demos miremos a donde miremos vemos un paisaje más sorprendente al anterior. Verde, montaña, el río…es un espectáculo. Capítulo aparte merecen los valientes que se hacen la ruta en chanclas, un aplauso para ellos. Y aunque menor pero también merecen un aplauso los que lo hacen en vaqueros. Hoy no ha hecho mucho calor la verdad y el sol ha aparecido poco. Pero no me quiero imaginar yo esos vaqueros con 30 grados y 8 horas de trayecto…Cuando se los quiten tienen que andar solos y bailar el Coyote Dax, la Macarena y el reggaetón. Otra cosa curiosa que no es la primera vez que me pasa es el tema del saludo. ¿Por qué nos saludamos con la gente con la que nos cruzamos? “Hola” “hola”. Hace tiempo mi hermano me comentó algo al respecto después de venir de la Sierra de Gredos y haber subido a la laguna. “¿Por qué tengo que saludar a alguien que no conozco y seguramente no le voy a volver a ver en mi vida y si le veo no me voy a acordar de él?” Y es cierto. Además de que hay gente que los saludas y no te responden. Así que yo decidí saludar a 4 sí y 2 no. Y si te cruzas con una familia…¿a quién saludas? ¿al primero de la familia? ¿a todos? Si llevan perro ¿le tienes que hacer una caricia al perro? Ahí lo dejo. Una vez que estamos llegando al final el camino pasa por unos túneles excavados en la tierra y en los cuales he tenido que ir agachado gran parte porque los habitantes del lugar antiguamente eran de estatura media y no de una raza como la mía, rubios, altos y musculosos…bueno, que no eran muy altos vamos. Y claro para los niños era una atracción, como el pasaje del terror: “Uuuuhhh, que miedo” “Aaaah, mamá que oscuro” …… Y retumbaba en las paredes y producía eco, y era bastante molesto, no solo para mí. La Ruta del Cares se hizo con el fin de transportar el agua a través de un canal hasta la central eléctrica Camarmeña que está al lado del hostal donde me alojo. Para ocuparse del mantenimiento del canal construyeron la Ruta. Hay gente que únicamente hace un trayecto de la Ruta y luego cogen un coche, taxi o bus para volver al lugar de origen. De hacerse de esta manera se tiene que dar un rodeo bastante considerable ya que estaríamos hablando de 100 kilómetros aproximadamente. Terminado el trayecto de ida llego a Caín, un pueblo a los pies del río y que es donde toda la gente toma su bocadillo, su tentempié o se fuman un porro, eso ya a gusto de cada uno. Yo me hice una tortilla de langosta y carabineros con reducción de Pedro Ximénez. Mientras comía metí los pies en el río. Al lado mío tenía dos osos polares con bufanda y un pingüino con una batamanta. Esa agua era hielo puro. Una vez terminé la comida los pies eran dos cubitos de hielo. Pero como dice el dicho: pies fríos, corazón caliente. Me los puse en el pecho y cogí el trayecto de vuelta. Al poco de ponerme en marcha entre los macizos y demás oigo un brrrruummmm. O estaban haciendo la Ruta una batukada o era un trueno. Así que me enfrenté al cielo y le dije: “no pienso correr”. Un segundo trueno no me hizo correr pero si andar como si estuviera meándome. Al tercer trueno ya acompañado con gotas, salí corriendo tirando a varias personas y cabras por los precipicios.
Cuando me faltaban los dos últimos kilómetros, cuesta abajo esta vez, me crucé con un señor que más bien parecía francés, alemán o danés, y me dijo: “ya queda poco, de verdad”. Yo le miré y le dije: “Será a ti porque yo hasta el día 1 de septiembre no curro”. Por la noche en la cama me di cuenta que se refería al camino. Y cuando ya parecía que nadie me iba a quitar la gloria, cuando empezaron a sonar las fanfarrias y la gente me aclamaba a los lados del camino…cuarto trueno y la lluvia aprieta un poquito.
Ya no podía andar como si me fuera meando porque directamente me lo hice cuando empezaron a caer más de 3 litros por segundo y a mojar la piedra por donde mis pies de bailarín iban pisando. Al final pisé carretera. La misma carretera que me llevaría al hostal, al hostal donde tengo mi habitación, a la habitación donde tengo la ducha…y así sucesivamente. Cuando me asomé por la ventana de mi habitación pude ver que el cielo se había esperado a que estuviera a buen recaudo para soltar el agua. Llovió, llovió y llovió hasta que curiosamente dejó de llover. Y le dije al camarero: “Era verdad. Hoy daban agua. A mí dame una coca-cola de momento.”