Ese día queríamos dedicarlo a ver Buda. Pero antes pasamos por el Parlamento para comprar las entradas para el día siguiente. El paseo hasta el Parlamento es muy bonito, siguiendo la orilla del río, con las vistas de la colina de Buda. Vimos la famosa sala de conciertos Vigadó, y a uno de los habitantes más famosos de la ciudad: la princesita o duende de Budapest, sentada en la valla de espalda al río.
Junto al Parlamento está uno de los lugares más simbólicos de la ciudad: el monumento de los zapatos. Es un homenaje a los judíos que murieron asesinados durante la II Guerra Mundial, a orillas del Danubio, atados por parejas y disparando solo a uno para ahorrar munición…
Ver el edificio del Parlamento de cerca impresiona. Como el centro de visitantes estaba en el extremo opuesto, tuvimos que rodearlo por completo, y pudimos de hacer alguna foto de cerca.
Cuando llegamos a las taquillas nos dijeron que solo vendían entradas para el mismo día, así que no podíamos comprarla para el día siguiente. La siguiente visita en español todavía tardaba unas horas, así que decidimos comprar para la última visita de la tarde, a las 16:00 horas y pasar la mañana en Buda.
Cruzamos a Buda por el Puente de las Cadenas, y subimos a la colina del Castillo. Es posible hacerlo por un teleférico, pero el trayecto es bastante corto, por lo que decidimos hacerlo andando. Además, por el camino hay miradores que ofrecen un adelanto de las vistas que se tienen desde arriba.
Vimos el Palacio Real por fuera y los alrededores. Hay una terraza-mirador, con unas vistas fantásticas de Pest y del Monte Gellert.
El interior del palacio alberga el Museo de Historia de Budapest, la Galería Nacional y la Biblioteca Nacional. No teníamos intenciones de visitarlos, así que caminamos admirando los edificios, las plazas, la Fuente de Matías,…
El Palacio Sandor es la residencia del presidente de Hungría. Allí asistimos un pequeño desfile para el cambio de guardia. Nada del otro mundo, pero ya que estábamos, nos pareció curioso de ver.
Seguimos dando un rodeo para llegar hasta la Iglesia de Matías. Las casas en Buda son bajas, más antiguas que los elegantes edificios de Pest, y se encuentran rincones con mucho encanto.
La plaza de la Santísima Trinidad, delante de la Iglesia de Matías se encontraba en obras. Es lo que tiene viajar en verano por Europa, que es cuando se aprovecha para obras y reformas. Por suerte en este viaje no nos hemos encontrado muchos edificios con andamios.
La entrada a la Iglesia de Matías cuesta 1200 florines, y no se puede entrar con los hombros descubiertos. En la entrada estaban repartiendo velos para cubrirse. El colorido del interior impresiona, no queda ni un rincón sin decorar y las vidrieras son preciosas.
Justo al lado está el Bastión de los Pescadores, una parte de muralla ricamente decorada y que sirve de mirador privilegiado sobre Pest, el Danubio y el Parlamento. Para entrar en la parte central hay que pagar pero se puede acceder a la parte de la izquierda, donde las vistas son preciosas.
Bajamos hasta el Danubio, para ver la iglesia calvinista, que destaca desde la otra orilla por su colorido tejado. Pero claro, estaba cerrada, y por fuera, aparte del tejado, dice poco. Volvimos a cruzar el río, comimos en un sitio de comida rápida cerca del Parlamento y nos dirigimos a la visita. Si por fuera es espectacular, por dentro no desmerece. Es impresionante la decoración, no escatimaron en lujos. Durante la visita se enseña una de las dos alas del edificio, en la que se encontraba el Senado, y la sala de la corona, bajo la cúpula. En esta última no dejan hacer fotos.
Seguimos el paseo hasta la Ópera, pero ya estaba cerrada, y el edificio por fuera no es que diga demasiado, la verdad. A esas alturas, el cansancio iba haciendo mella, así que tomamos el camino hacia el hotel para un rato de descanso, encontrándonos con la Sinagoga Rumbach, la segunda más importante de la ciudad, y con algunos de los bares de ruina. Se trata de edificios en ruina que han acondicionado como bares y que en verano están muy de moda.
Por la noche cena en un Hummus Bar, en Oktober 6 Utca. La comida no está mal, aunque no es nada del otro mundo, y el precio es razonable. Antes de ir al hotel, nos sentamos un rato en Erzébet Tér, sitio de reunión de jóvenes y no tan jóvenes. Había montada una especie de botellón, donde la gente, se sentada tanto en bancos como en el suelo, se ponía a gusto bebiendo cerveza y vino a morro. No había yo caído que en Hungría se bebiera tanto vino, pero se veía mucha gente con botellas.