Pues salimos de Zaragoza a Madrid T4 en autobús tal que un 28 de septiembre por la noche, donde cogíamos el avión muy de mañana. El vuelo era de American Airlines, aunque el primer vuelo era gestionado por Iberia de Madrid a Londres Heathrow y el segundo de allí a San Francisco por British Airways. Entre uno y otro solo teníamos 1 hora de escala, la cual nos vino justa para pasar por los dos controles necesarios en el aeropuerto de Londres, pero bueno, llegamos. Suerte que no había que cambiar de terminal…
Yo iba bastante nervioso desde hacía días con este tema porque no sabía si nos daría tiempo, había leído de todo, pero al final salió bien, que es lo que importa.
La mala suerte es que nos tocó separados en el segundo viaje, 10 horas cada uno en una fila, aunque pasamos bastante rato levantados en la zona intermedia, que es donde estaban las azafatas, y que además tenían allí las bebidas y los tentempiés a disposición de todo el que pasara por allí (vamos, que nos pusimos las botas).
Y llegamos al aeropuerto de San Francisco, donde tuvimos que reclamar nuestra extraviada maleta facturada (que nos dijeron que ya sabían que se había quedado en Londres y venía en el vuelo siguiente) y rápidamente cogimos el trenecito a la zona de las compañías de alquiler de coches y tras una cola de unos 20 minutos en Alamo llegó nuestro turno y solicitamos el coche. Aquí venía mi segundo momento de pre-estrés, debido a que solo íbamos con tarjeta de débito, y en muchos lugares comentaban que solo te alquilaban el coche con la de crédito. Pues sin problema, pidió los billetes de vuelta y dijo que con ese justificante era suficiente, así que nos dio el GPS (un deleznable Garmin) y bajamos al garaje a por el coche. Nos asustamos con la cantidad de gente que había esperando, pero preguntamos a la encargada y nos dijo “¿Corolla? Allí lo tenéis”. Vamos, que lo de coger el coche más típico de alquiler por allí, una suerte, porque de estos había unos cuantos disponibles en el momento.
Y aquí comienza la aventura. Después de pedir a un empleado una breve explicación del funcionamiento del automático, nos lanzamos a la calle. Los primeros pasos, bien, hasta que me despisté e intenté a la salida de un semáforo cambiar de primera a segunda pisando el embrague… y evidentemente lo que pisé es el freno, creando un pequeño atasco en una intersección. Segundo problema, el Garmin (¿Ya lo he calificado como deleznable?) al que habíamos puesto la dirección de nuestro hotel en Fisherman Warf nos lió y nos metió en una zona donde había una empresa y a punto estuve de pasar por una entrada de estas con pinchos en el suelo donde se puede entrar, pero… ¿salir?. En fin, que menos mal que me di cuenta, frené, hice la pirula y volví a salir a la calle principal.
Después de esto y de atentar contra la seguridad vial en múltiples ocasiones (me salté dos semáforos en rojo, hice 2 o 3 pirulas más, un giro indebido, un aparcamiento en zona prohibida y una mini excursión por la acera) conseguí dejar el coche en el parking del hotel sano y salvo… y sin multas. En esos momentos estaba a punto de arrepentirme de haber decidido alquilar coche en vez de buscarnos un viaje organizado…
En definitiva, eran las 14:30 de la tarde, estábamos por fin en San Francisco, ya instalados en el hotel (Radisson Fisherman Warf)y bastante descansados dentro de lo que cabe, pues habíamos dormido bastante en el bus de Zaragoza a Madrid, casi completo el vuelo a Londres y un buen rato en el de San Francisco.
Así que esa tarde la ocupamos en recorrer “nuestro” barrio, Fisherman Warf. Nos acercamos al puerto, nos sorprendimos con la enormidad de las palomas que allí había (esas en la plaza del Pilar, tiran la basílica) y con la pasividad de las gaviotas, ya que podías estar a centímetro de ellas y que ni se inmutasen, y después recorrimos toda la zona del embarcadero y Jefferson St hasta el cruce con Hyde St. Muchas fotos y mucho entretenimiento para un sorprendente primer impacto de la ciudad. A la vuelta, el cansancio ya nos pesaba y decidimos ir a lo fácil y pasar por McDonald’s y subirnos la cena al hotel, que lo teníamos al lado, previo paso por un 7eleven para coger unos donuts para el desayuno del día siguiente. Y con las mismas, a las 10 de la noche durmiendo como marmotas.