Hoy el despertador suena con un tono más lastimero que en días anteriores. Yo creo que él tampoco quiere irse de New York pero no nos queda otro remedio .
Bajamos a recepción y hacemos ya el check out. Nos llevamos una pequeña sorpresa al pagar la cuenta, unos 200 dólares más cara de lo estipulado. Pero no es cuestión del hotel sino un fallo nuestro y poca claridad en la web y en el resguardo de reserva de Booking, donde aparece en grande el precio de la reserva sin el tax (impuesto) y en la letra pequeña expresan que no está incluido dicho recargo en la tarifa . Conviene que lo tengais en cuenta.
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Superado el pequeño disgusto dejamos las 2 maletas y el troley en una taquilla del hotel por la que nos cobran 2 dólares y salimos a la calle sin una idea clara sobre qué hacer en estas últimas horas.
Optamos por ir hacia el Distrito Financiero ya que sólo lo hemos visitado de pasada en este viaje. Compramos 2 billetes de metro porque las travelcards han vencido su vigencia. El metro nos deja en las inmediaciones del City Hall, el Ayuntamiento.
Ayuntamiento NY
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Seguimos camino y pasamos junto al Federal Plaza, un edificio de oficinas. Recuerdo entonces que en nuestro viaje anterior casi se nos avalanzaron unos vigilantes por estar filmando con una videocamara por esa zona. Investigo ahora y, al parecer, aquí se encuentran unas oficinas del F.B.I., de ahí el celo de los guardianes (el celo siendo fino y la mala leche hablando en plata).
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Caminamos un poquito sin rumbo y vemos una tienda de Harley Davidson en la calle Broadway y no podemos resistir la tentación de pasar a verla. La tienda es enorme y alberga unas motos espectaculares. También cazadoras, cascos, camisetas…. Pero ya hemos hecho el cupo de compras y las prendas no son baratas precisamente.
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Decidimos caminar hacia Tribeca, zona que aún no hemos pisado en este viaje. Sus calles están tranquilas y no hay nada especial que nos llame la atención. Pasamos bastante cerca de la entrada del Holland Tunnel que lleva hasta New Jersey y que es otra de las incontables referencias cinematográficas de este viaje, aunque en esta ocasión, la peli que se filmó en este tunel no es precisamente de las que marcan a uno (“Pánico en el tunel”, con Stallone).
Azoteas de Tribeca
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Seguimos vagando sin rumbo desgranando los últimos minutos por New York y nuestros pasos casi erráticos nos llevan hasta Greenwich Village y una de sus calles más conocidas: Gay Street, que contrariamente a lo que se piensa no se bautizó por la singularidad de la zona sino en homenaje al terrateniente R. Gay. Aunque hoy en día nadie se acuerda del terrateniente y, por el contrario, a las claras se ve que es una zona con muchos comercios regidos por homosexuales (las banderas arcoiris son señal inequívoca).
Gay Street
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Desde allí fuimos en busca de la Jefferson Market Library, en la Avenida de las Américas. Se trata de una biblioteca pública ubicada en un edificio espectacular por fuera pero poco digno de verse por dentro, data de 1877 y antes de ser biblioteca función como palacio de justicia. Entramos a curiosear pero salimos rapidamente, no había mucho que ver allí.
Jefferson Market Library
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Empezábamos a tener hambre y, entonces, mirando el plano se me ocurrió el que posiblemente iba a ser nuestro último guiño cinematográfico o televisivo del viaje. A pocos metros de allí tenía que quedar la Magnolia´s Bakery original, la primera tienda de la hoy archiconocida cadena y a la que, según cuentan los aficionados a la serie, acudía la protagonista a comer pasteles.
Inmediaciones de la Jefferson Market Library
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Nosotros no somos seguidores de la serie en cuestión pero en el tiempo que llevábamos en NY ya nos habíamos hecho seguidores irredentos de los pasteles de la cadena , así que nada mejor que comer nuestros últimos pasteles en la primera pastelería, situada en el 401 de Bleecker Street. Compramos un par de pasteles que comimos (devoramos) en la misma tienda y también un cuchillo para cortar pasteles o bizcochos.
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Con fuerzas renovadas nos encaminamos hacia el Chelsea Market, en la 9 Av con 15th Street, un célebre mercado de alimentos ubicado en una antigua fábrica (la leyenda dice que las galletas Oreo nacieron en dicha fábrica).
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El mercado resulta espectacular, tanto por el género expuesto como por el diseño interior. Los muros de ladrillo de la antigua fábrica albergan puestos de todo tipo: vinoteca, tienda de especies, otra de pescados y mariscos, una taquería, pastelería….. En la mayoría de las tiendas es posible degustar allí mismo lo comprado ya que tienen espacios con mesas y silla para ello, y era mucha la gente que vimos comiendo en el mercado.
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En algunos puestos me llamó la atención la cantidad de personal que atiende al público, como en el de sushi. A mi mujer, por el contrario, le llamó la atención una tienda de menaje de cocina. Y entonces se le ocurre comprarse unos armatrostes “preciosos” según ella. Yo no veo si son preciosos o no, tan sólo veo sus dimensiones y le advierto que no pienso cargar con ese bulto en mi última mañana en New York (la verdad es que pesar del tamaño no pesaban). Me contestó que ya se encargaba ella. Y se encargó…. de encalomarme a mí el mazacote apenas anduvimos 50 metros desde el mercado .
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Cargados con el bolsón aquel fuimos hacia B&H, la famosísima tienda de electrónica (ordenadores, cámaras, móviles, tablets, impresoras….) regentada por judios jasídicos. Según entramos un chico nos dio un folleto con una promoción de una tablet. Lo cierto es que días antes de emprender el viaje se me pasó la idea de comprar una tablet en NY pero los días previos a despegar fueron un poco embarullados en nuestra casa y no tuve tiempo de ojear modelos y características.
Chelsea
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La tablet del folleto tenía muy buena pinta pero no me animé a comprarla, aún sospechando que me iba a arrepentir por ello, y así fue. Gravísimo error. Era una Samsung Galaxy Note 10.1 de 32 GB y la vendían por 429,99 dólares. Resulta que al llegar a casa miré precios y por aquí ronda los 700 euros (ojo que el precio primero va en dólares!). Perdí una ocasión de oro de hacerme con una ganga e hice el tonto pero bien hecho.
Pasamos un ratito por la tienda (sin el agobio del bolsón con las compras ya que lo habíamos dejado en la consigna) y curioseamos entre los últimos modelos de las márcas más punteras en tecnología. Incluso pudimos ver por primera vez en nuestra vida varias impresoras de 3D funcionando.
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Recogimos la bolsa de la consigna y seguimos con nuestros últimos pasos por New York (últimos de este viaje, ojo!! volveremos!). Pasamos junto al mercado ambulante Broadway Bites y vimos que en uno de los puestos tenían un horno de leña en el que elaboraban pizzas con muy buena pinta. Decidido el menú (pizza) y el restaurante (el puesto ambulante) y la mesa que nos gustaba (nos sentamos en una de las mesas del jardín vecino). Para beber, uno de esos zumos gigantes y riquísimos que venden en los puestos ambulantes.
Buen sitio para la comida de despedida. En un tranquilo parquecito de Broadway, aislados del continuo hormigueo de la gente por las calles que bordean el verde pero contemplando el trajín.
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Nos apeteció en ese momento ir hasta Times Square, a despedirnos del corazón de la ciudad. Como siempre, Times Square hervía de gente, de visitantes, de muñecos que se ofrecen a posar contigo y de un tráfico infernal. No había manera de detener el avance del maldito reloj y el tiempo se nos acababa. Teníamos cita con un taxista para ir al aeropuerto, pero nuestro vuelo salía sobre las 23:30 y ello nos permitió sacar chispas al último día.
Times Square “petado” de gente para despedirnos
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Volvimos al hotel donde el taxista ya estaba puntual esperándonos. Tan sólo nos quedaban 60 dólares. Los 2 últimos días tiramos mucho de visa y reservamos esa cantidad porque era la tarifa de taxi establecida hasta el aeropuerto. Por seguridad, le pregunté al taxista cuanto nos iba a cobrar y resulta que su tarifa era distinta, cobraba más. No era un taxi amarillo de los típicos sino un elegante Lincoln negro y debía de tener otro tipo de categoría. Le ofrecimos pagar con tarjeta pero no tenía el aparato para hacerlo. Muy simpático, nos dijo que montásemos y que nos cobraba sólo los 60 dólares.
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Y el coche arrancó y New York fue quedándose atrás... El chofer dominicano nos contaba sus problemas con una vaca enferma que tenía allí en su pais, mientras nosotros nos despedíamos de la ciudad y del Empire que aparecía por todas partes en este último paseo. El tráfico en la autopista era muy denso, el taxista llamó al veterinario para consultar la dolencia del animal y pedir consejo. Toda la preocupación de aquel hombre en ese momento era su vaca y toda nuestra preocupación era tratar de ver por última vez el skyline newyorkino, viajando con la cabeza vuelta, intentando atisbar tristones la silueta familiar de algún edificio a través del cristal trasero y despidiéndonos del perfil de Manhattan hasta que este desapareció definitivamente tras una curva.
Chrysler Building
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New York deja una sensación muy curiosa, al menos nos la ha dejado a nosotros. Tanto impacto visual a la vez, tantas cosas que ver y mirar, tanta prisa, tanta bombardeo de información confunde y se hace costosa de asimilar. Tanto es así que tan sólo horas después de visitar la Estatua de la Libertad, ambos comentamos que nos daba la impresión de haberla visitado hace varios días, el recuerdo estaba difuminado ya. Y es que tanto estímulo visual no da tiempo a asimilar bien lo visitado, no da tiempo a que se asienten los recuerdos como es debido. A mi me queda un torbellino de imágenes, algo parecido a un sueño, que se va aposentando a medida que pasa el tiempo.
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Hay ciudades que sorprenden otras que defraudan…. New York es tal y como te lo esperas, es fiel a la imagen que tantas y tantas veces hemos visto en la tele y en el cine. Durante el viaje repetimos una y otra vez la misma tontería: “qué newyorkino es New York”. Y es que ante determinadas estampas, al llegar a alguna calle del Soho, con sus características escaleras de incendios o al Bryan Park rodeado de rascacielos y con gente trabajando con el ordenador en el parque, repetíamos la misma bobada y es que hay muchas escenas que son genuinamente newyorkinas.
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Volveremos. Hemos regresado con la sensación de haber visto todo lo que queríamos pero de no haber exprimido la ciudad. Yo quiero volver a NY a perder el tiempo. A echarme una siesta al sol en la hierba de Central Park, a pasear a orillas del Hudson, a sentarme sin prisa con un café en una de las mesas de Bryant Park…. Seguramente vuelva y seguramente no pueda hacer todo esto. Seguramente New York me arrastrará otra vez y me dejaré llevar por su loco ritmo. Y yo, complacido, me dejaré hacer.
Hasta la próxima, NY!!
El Empire a través del cristal del taxi
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