Desde que organizábamos el viaje sabía yo que, tarde o temprano, tenía que llegar este momento. Así que mejor no luchar contra lo inevitable y mejor tratar de asumirlo de la mejor manera posible

Las mansiones del Upper East Side
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Eran en torno a las 10:00 y al ser sábado, algunas tiendas aún estaban cerradas. Fuimos caminando y visitando tiendas hasta llegar a la altura del MET (el Metropolitan Museum of Art), un enorme museo que en sus ingentes fondos alberga obras de arte egipcio, griego, romano, medieval, una sección dedicada a las armas, obras de Goya, Rembrandt, Monet, Cezanne, y un larguísimo etcétera de artistas.
Aunque había bastante movimiento de gente en las escaleras y alrededores del museo, diría yo que aunque entramos en cola no tuvimos que esperar practicamente nada, la cola avanzaba continuamente. Entramos y nos dirigimos a comprar la entrada.
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Un cartelón indicaba que el pago “recomendado” era de 25 dólares por persona. Puse lo mejor que pude cara de lástima y entregué al taquillero 10 dólares por los dos (la entrada es un donativo voluntario). El hombre, levantó una ceja, torció la boca y me miró con cierto desdén pero no dijo nada y nos entregó las entradas y unas pegatinas para ponernos en lugar visible.
Nuestro primer destino dentro del museo fue la terraza. El museo se levanta dentro de terreno de Central Park y la vista sobre la azotea es digna de contemplarse. Pareces estar sobre una frondosa selva en torno a la cual se alzan orgullosos los edificios de la zona. La terraza en sí es muy chula, hay bancos para descansar y también un bar.
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Tras pasar un ratito contemplando las vistas, bajamos a la primera planta. Deambulamos por la zona del arte griego y romano. Después en otra sala nos llamó la atención una enorma estructura que colgaba del techo y que erroneamante pensamos que sería un barco pero que resultó ser el techo de una casa ceremonial de Papua, Nueva Guinea.
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Y nos seguimos perdiendo por las distintas salas. De repente en una de ellas había un vistoso enrejado, nos acercamos y observamos pasmados

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Salimos muy satisfechos de la visita y retomamos la Av Madison y sus malditas tiendas donde la habíamos dejado. Yo practicamente no entré en ninguna tienda y mientras “ella” estaba dentro, yo me dedicaba a sacar fotos, consultar el mapa o simplemente, ver pasar gente.
Por cierto. He recopilado varias sugerencias que hacer al alcalde de New York y la próxima vez que cene con él tengo que comentárselas

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Una de las ideas es pedirle al alcalde que ponga más bancos por la calle. Y es que exceptuando los parques o las terrazas con mesas que hay en muchas explanadas, resulta misión imposible encontrar un banco público donde sentarse en las calles de NY. Así que mientras ella disfrutaba en las tiendas yo buscaba posiciones imposibles para sentarme incomodamente en bocas de riego, aparcamientos de bicicletas o estrechos muretes.
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Ya iré desgranando más adelante otras sugerencias para el primer edil newyorkino.
En las únicas tiendas que entré fue en las de Ralph Lauren, y ciertamente, mereció la pena. Dos edificios de unos 4 pisos cada uno, uno frente al otro a ambos lados de la Av Madison (uno de moda masculina y otro de moda femenina y ropa de hogar).
Tiendas de Madison Av.
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Entramos en la tienda de hombre primero y el local resulta de una elegancia impresionante. Al llegar a uno de los pisos en ascensor nos recibío un trajeado dependiente dándonos la bienvenida y ofreciéndonos algo para beber

Y la tienda de en frente tan espectacular o más si cabe que la de chicos.
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Seguimos con mi particular camino del Calvario (y sin embargo, la ruta de la seda para ella). Tienda tras tienda aparecían frente a nosotros los mejores diseñadores a nivel mundial: Tom Ford, Chloe, Prada, Cartier, Valentino, Gucci, Dolce&Gabanna, Donna Karan, E. Zegna….. Una penitencia para mí y Disneylandia para ella.
Al llegar a la altura de la calle 60, enfilamos por ella hacia su convergencia con la 2ª Avenida ya que de allí parte el teleférico que va hasta Rooselvet Island.
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Dicho teleférico entra dentro de la metrocard que teníamos así que decidimos darnos un paseito. No nos pareció que sea algo muy digno de hacerse (pese a haber leido recomendaciones sobre el tema), pero tampoco nos supuso ningún trastoque en el planning y además, tuvimos así ocasión de ver, aunque fuese de lejos, el edificio de las Naciones Unidas. Llegamos a Rooselvet Island nos apeamos y volvimos a montar en el teleférico por el otro lado para volver a nuestro punto de partida.
Sabíamos que por allí quedaba Serendipity, el famoso café que dio título a una peli protagonizada por John Cusack y Kate Beckinsale (ah…. New York y el cine…. ya hemos hablado de ello…. ¿verdad?).
Serendipity
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Nos planteamos la posibilidad de comer en el local pero estaba hasta los topes y mucha gente esperaba su turno en la calle. Optamos por seguir camino (y eso que ya era hora de comer).
A escasos metros vimos Bloomingdales, unos grandes almacenes que no nos entretuvieron mucho salvo por una cuestión: en su planta baja había un Magnolia´s Bakery. Se me está haciendo ya pesado el tema de las referencias televisivas o cinematográficas, pero resulta inevitable explicarlo a quien no lo conozca. Esta cadena de pastelerías ha surgido gracias al tremendo impulso que le supuso el hecho de que la protagonista de “Sexo en Nueva York” fuese muy aficionada a sus pasteles, concretamente a los del local original en el West Village. Bueno…. gracias a eso y a que los pasteles están de campeonato. Probamos un par de pasteles y la verdad es que hacen honor a su fama. Qué ricos!!
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Volvimos sobre nuestros pasos y frente a nosotros apareció mi oportunidad de revancha. Ella había entrado en incontables tiendas esa mañana pero ahora, frente a nosotros aparecía Niketown, en la 6ª con la 57. Una tienda de varios pisos dedicados en exclusiva a prendas de esa marca deportiva. ¡Venganza!

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Y tanta tienda da mucha hambre… bueno, tanta tienda y que ya eran más de las 17:00 y aún sin comer (tan sólo los pasteles de Magnolia´s Bakery). New York te arrastra, te olvidas de las horas y te tienes que amoldar al ritmo que te marca la ciudad. Estás en su territorio. No mandas tu, manda New York.
En fin, dispuestos a llenar la panza fuimos en busca del cercano Burger Joint, hablando en plata, una especie de antro donde sirven unas hamburguesas excepcionalmente buenas. Y lo curioso del caso es que el cuchitril en cuestión se encuentra dentro del lujoso hotel Le Parker Meridien (en el 119 west de la calle 56).
El lujo del Le Parker Meridien
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Bien, entramos en el hotel y pasamos entre varias mesas donde encorbatados ejecutivos hablaban de trabajo y elegantes huéspedes tomaban uvas con champagne. Poco antes de llegar a recepción, a mano derecha quedaban unos rancios cortinones rojos que ocultan el cubo donde se encierra la hamburguesería. Por uno de los lados del cubo aparece un estrecho pasillo donde había gente haciendo cola (no demasiada). Por fin, accedimos al local: una especie de antro con paredes de madera completamente pintarrajeadas a boli y rotulador por los innumerables visitantes que han pasado por allí. Por toda decoración la pared lucía unos posters sin enmarcar, pegados con celo de películas de Steven Segal, del grupo Ramones o de la exitosa, en su momento, película “Cómo flotas, tio!”.
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Trozos de cartón extraidos de cajas, pintados a rotulador exibían los precios de las hamburguesas o alguna otra oferta. Mesas apiñadas alrededor del mostrador y en un número muy justo para la afluencia de gente del local. Todo muy glamouroso, como veis

Pedimos unas hamburguesas (deliciosas), unas patatas y unos refrescos que nos zampamos en un santiamén y volvimos a la calle. Al pasar de nuevo por el hotel no dejó de sorprendernos el enorme contraste entre el brillo y el lujo de la recepción con el tugurio hamburguesero.
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Aunque acabábamos de comer eran en torno a las 18:00. Optamos por ir hasta el hotel a descargar compras y enfilamos por la 6ª Avenida….. ¡horror! Un mercadillo gigante ocupaba un tramo enorme de la avenida. Los puestos ofrecían camisetas, bisuterías, artesanía, cuadros, posters, etc… Por si no había yo tenido bastante con la tortura de la Av Madison, New York me había preparado esta “simpática” sorpresa. Mi mujer iba de puesto en puesto y de lado a lado de la avenida, creo que jamás un kilómetro se ha hecho tan despacio. Aprovecho para comunicaros que dada mi resignada actitud ese día me encuentro entre los 5 nominados del año al premio “Santo Job”. Todo un honor para mí

Niketown
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Me resulta curiosísimo que en una ciudad como New York sean capaces de cortar un inmenso tramo de una avenida principal para montar un mercadillo sin ningún interés especial, uno de tantos. Pero lo cierto es que estos mercados (ya llevábamos unos cuantos: Broadway Bites, Greenmarket de Union Square, Browling Green Market….) parece como que “humanizasen” la ciudad, aportan un toque especial a tanto asfalto. La misma sensación nos dieron las mesas y sillas que aparecen en parques y explanadas, donde la gente se sienta a comer o simplemente charlar. Aportan amabilidad a la enorme jungla de hormigón.
Finalmente llegamos a nuestro hotel, descargamos compras y aproveché para quitarme las sandalias con las que no me dejaron el día anterior acceder al 230 Fith y me calcé unas zapatillas.
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Rumbo al local, a tomar unas copas que yo, al menos, las tenía bien ganadas. Llegamos a la puerta donde se toma el ascensor para subir al piso 20 (donde está el pub) y resulta que a esa hora, eran en torno a las 20:30, no hay ningún portero controlando la indumentaria del personal (el día anterior era algo más tarde cuando no me dejaron subir con sandalias). El ascensor nos deja en las inmediaciones de un elegante bar que está practicamente vacío, todo el mundo está en la terraza. Pedimos mesa tan sólo para beber algo y nos indicaron una zona de mesas bajitas donde, a pesar del gentío que había en la terraza, había unas cuantas libres.
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El ambiente del local es bastante pijillo, el sitio es muy chulo, con una iluminación muy conseguida, enormes plantas dando “amabilidad” al ambiente de una gris terraza newyorkina y, sobre todo, las vistas son impresionantes. www.230-fifth.com/ Justo en frente queda el Empire State que parece que presida y controle la terraza. Se ve que entre la clientela se mueve gente de nivel. Digo esto porque junto a nosotros dos chicos y una chica pidieron un magnum de champagne (y resulta que el magnum más barato de la carta costaba 275 dólares, y de ahí, para arriba!).
En su día estuvimos tentados de ir al brunch dominical de este local (lo ofrecen por muy buen precio, pero nuestro planning por un lado y el calorazo de mediodía en la terraza por otro, nos quitaron la idea de la cabeza).
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Pedimos un par de Raspberry Mojitos (14 dólares cada uno). Vino entonces una práctica que no me gustó nada. La camarera me pidió una tarjeta de crédito (pensaba yo que nos iba a cobrar al momento) y se fue en busca de nuestros mojitos. Nos explicó después que se quedan con la tarjeta hasta que el cliente pide la cuenta. Y de hecho, cuando la pedimos, nos trajo la cuenta con la tarjeta ya pasada lejos de nuestra vista. No me parece correcto ni normal. Comprendo que lo hagan porque la terraza está a tope y resultaría muy fácil marcharse sin pagar, pero esto se puede evitar de una manera tan sencilla como cobrando al momento (sin “confiscar” la visa del cliente).
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Y por si esto fuera poco, el mojito estaba flojo de narices

Resumiendo: el local es espectacular, el ambiente muy agradable, las copas nos parecieron muy flojas y no nos gustó la manera de gestionar el cobro.
Tiramos hacia la zona de Times Square donde tomamos alguna cervectia más y buscamos después un deli donde cenar algo rápido.
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De vuelta al hotel pasamos por el Garment District o distrito de la moda. Contemplamos la escultura que representa a un sastre y el enorme botón atravesado por una aguja. También las losas metálicas circulares en el suelo con nombres de varios de los más famosos diseñadores.
Tomamos metro y caemos derrotados y agotados en la cama.