Estamos a 31 de diciembre, y no sé si será por eso de aprovechar bien las últimas cosas y, en este caso, el último día del año, que me despierto a las 06:30h. No quiero levantarme porque es pronto aún, pero decido ducharme y todas esas cosas. Juanjo se despierta también, así que desayunamos pronto, preparamos la comida para hoy y, una vez arreglados, cogemos los bártulos.
A las 09:01h, y con 3ºC, arrancamos el coche. Nuestro próximo destino será Calatañazor, a pocos km de Soria capital. Todos habréis escuchado alguna vez eso de en Calatañazor perdió Almanzor su tambor, o algo por el estilo. Nada más salir de la capital, y recorridos unos pocos km, vemos que el termómetro del coche pasa a marcar -4ºC... El cielo está totalmente raso y, por suerte, el sol nos calienta las caras. El paisaje, pasados unos kilómetros, cambia totalmente, con un pinar impresionante. Giramos a la derecha, haciendo caso al GPS, y llegamos a nuestro destino. -6ºC, son las 09:39h. El cielo azul castellano es deslumbrante, así como el pequeño pueblo de Calatañazor. Es una delicia medieval que se ha quedado congelada en el tiempo y mantiene la arquitectura típica de aquellos años. Algunos huesos del esqueleto del castillo siguen en pie, vigilando todo el valle, en esos momentos helado. Recorremos primero que nada lo que queda de la fortaleza y nos deleitamos con las vistas que desde allí tenemos.
El pueblo tiene tan solo un par de calles, pero mucho que disfrutar. Como a gustos colores, a nosotros nos encanta caminar por lugares tan pequeños y maravillosos como éste.
Apenas un par de personas se cruzan en nuestro camino, y vemos algunas chimeneas, esas chimeneas cónicas típicas del lugar, humeantes.
El sol nos calienta un poco, pero ni con un par de guantes los dedos entran en calor. Si nos metemos por callejones y la sombra nos cubre, el frío es todavía más acusado. A las 10:31h, y con 0ºC, decidimos ir hasta Burgo de Osma, nuestro próximo destino. Miramos por última vez el esqueleto de la torre del castillo y emprendemos nuestra marcha, diciendo adiós al lugar en el que Almanzor fue derrotado, y si no hubiera sido porque los apuntes históricos dicen que fue en verano, me hubiera creído que fue el general invierno quien hizo posible la victoria de los cristianos.
Hasta Burgo de Osma tenemos unos 30 km. Bajamos de los 1000 metros y llegamos a la localidad 30 minutos después. tenemos -2ºC de temperatura, pero sentimos más el frío que antes. El Osma es una localidad típicamente castellana, muy castellana. Las murallas siguen en pie, y la torre de la catedral asoma por encima de todas las demás construcciones. Nos dirigimos hasta la catedral y encontramos una puertecita abierta. Entramos. Damos una vuelta por allí, admiramos su arquitectura. No visitamos el claustro, hay un señor que nos mira con mala cara, y decidimos salir - igual es porque no hemos pagado...
Empezamos a callejear, y nos dirigimos hasta el río, para rodear así las murallas. Desde allí hay unas vistas preciosas del castillo, y se contemplan perfectamente esas murallas de altura mínima abrazando la ciudad. La imagen es verdaderamente bucólica. El hielo - rosada en mi pueblo - lo pinta todo de un blanco polar que te hace disfrutar aún más de todo lo que estás viviendo.
Andamos acompañados por el riachuelo, y encontramos una de las puertas de la ciudad abierta. Nos metemos dentro otra vez y nos refugiamos en los porches, allí se está un poco más calentito. Las señoras mayores, como en todos los lugares, van vestidas con su falda y sus medias bien finitas. No entiendo como pueden soportarlo, yo dejé de llevar eso en invierno a los 18 años.
Nos metemos en una tienda de la Calle Mayor, Angelines creo que se llama, para comprar vino y queso, que se lo he prometido a mis padres. Hay un montón de lugareños aprovisionándose de vino para esa noche, recordemos que estamos a 31 de diciembre - ¿fum. fum, fum?. Continuamos andando, hasta la Plaza Mayor, muy bonita, muy castellana - qué si no iba a ser... Nos detenemos unos minutos, porque allí el sol se asoma y te calienta un poco los mofletes, que debemos parecer de Morella o Catí, galtarojencs.
Decidimos que ya va siendo hora de despedirnos de Burgo de Osma, así que volvemos hasta el coche, y nos encontramos en una pared un mosaico que nos informa de que allí nació Zorrilla. Decimos adiós al Burgo, y retomamos nuestra ruta; vamos a Gormaz.
Pasados unos km, muy rectos todos ellos, comienzan a aparecer, a lo lejos, dibujadas unas almenas y unas torres. A medida que nos aproximamos la silueta va definiéndose mucho más. Un kilómetro antes de llegar la carretera se va estrechando. Con el sol en el otro lado, la Fortaleza Califal de Gormaz aparece mucho más imponente. Empezamos la subida con el coche por una carretera muy estrecha y con bastantes curvas, que no sabemos si nos llevará a buen puerto - rememoro en esos momentos la subida a Peyrepertuse -, pero finalmente nos encontramos a los pies de las murallas. Hay un par de coches allí, algunos se marchan ya. Aparcamos y nos vamos corriendo a las puertas del castillo ¡Qué barbaridad! Aquello es enorme; colosal.
Nos dirigimos a la derecha, donde queda en pie la torre del homenaje. Nos encontramos con una familia, que van con un par de niños pequeños. La conversación que escuchamos no tiene desperdicio:
- ¡Mamá!¡Yo quiero volver!
- Sí, tranquilo. En primavera volvemos.
- ¡NO! - rotundo. ¡Yo quiero volver mañana!
No puedo más que sonreír, ese niño sabe lo que se dice. Y como niños empezamos a explorar lo que queda de la construcción, que en su época - y haciendo caso las palabras de los estudiosos - debió ser imponente, mucho más de lo que es hoy.
Por allí pasaron Almanzor, o el Cid - que fue alcalde. Y terminadas las guerras, Isabel y Fernando - tanto monta, monta tanto - lo usaron de prisión.
Las vistas desde allí son imponentes. Dicen quienes saben que puedes divisar Atienza. Nosotros no sabemos encontrarla, pero seguro que allí está.
Me vuelvo loca haciendo fotos a las puertas de la fortaleza, y para que os hagáis una idea del tamaño que tiene, me pongo como referencia debajo de una de ellas - que pequeñita no soy...
Después de haber rodeado los 1200 metros de perímetro de la fortaleza, y habiendo fantaseado con lo que sería aquello en sus años gloriosos, decidimos ir a comer. Nuestro restaurante será privilegiado: sacaremos la tauleta, la montaremos a los pies de la muralla, y aprovechando el sol que allí hace - y aprovechando que no hace nada de viento - comeremos a los pies de Gormaz, como bravos caballeros.
Bien comidos y bien bebidos, nos vamos ahora hasta Berlanga de Duero, que tuvo como primer alcalde a el Cid - ese mercenario tan famoso. Dicen que la de Berlanga es una de las plazas más bonitas de Castilla, y que Ortega - ese señor del que yo hago la tesis doctoral - se quedó prendado de ella cuando llegó. Nosotros, acercándonos por la carretera, nos quedamos prendados, otra vez, de la silueta del castillo. Llegados a la localidad, la única puerta que queda de las murallas nos recibe, majestuosa. Cruzada ésta, nos encontramos con una calle que tiene el mismo carácter que todas las calles de todos los lugares que llevamos visitados, pero no por ello es menos curiosa ni interesante.
Llegamos a la tan nombrada plaza, pequeña, pero preciosa. El castillo se asoma tímidamente al final de una de las calles. Antes de aventurarnos hasta sus murallas, que será lo único que podremos hacer porque está cerrado - eso ya lo sabíamos de antemano -, nos metemos en un bar a tomarnos un café calentito.
Parece ser que los guardianes del castillo no han hecho bien su trabajo, y en un tramo de las murallas encontramos un agujero que nos permite, previa escalada de la ladera, colarnos un poco en la fortaleza por lo que podremos acariciar la falda del fuerte.
Las vistas de Berlanga desde allí son fantásticas; los lugares, vistos desde arriba, son mucho más bonitos. Además, allí puedes ver los restos de un palacio renacentista, y también imaginar lo que fue su jardín. Tienes además una visión perfecta del acueducto que abastecía de agua al sitio.
Damos un último paseo por las calles de Berlanga, para después subir al coche y dirigirnos hasta San Baudelio.
San Baudelio queda de camino a Rello, de modo que nos viene perfecta su visita. Cuando llegas al cruce hay un cartel con los horarios y los días de apertura. No dice nada de que el 31 esté cerrado - así tampoco en los horarios que tenemos, pero de los que no nos fiamos - y vamos hasta allí. Son las 15:45h, y todavía está cerrado. Esperamos hasta las 16:00h, que se supone que es cuando abren. Damos un paseo por allí, explorando el cementerio que hay fuera. A las 16:05h, y viendo que nadie da señales de vida, decidimos marcharnos. Tendremos que ir hasta Nueva York para visitar el ermitorio.
El camino a Rello sigue siendo tan impresionante como el que estamos teniendo durante todo el viaje. El paisaje cambiante es enriquecedor. Ahora las montañas parecen modeladas a propósito, con formas sinuosas acariciadas suavemente por la carretera. Cortes en la montaña, y el río. Atalayas se divisan por todas partes. Siendo ya más de las 4 de la tarde, y con el sol en lo alto, el agua sigue congelada en las cunetas.
Llegamos finalmente a Rello, un pueblo coqueto, que goza de castillo y atalaya. Las murallas, las casas de piedra, la soledad, el paisaje... el tiempo se detiene allí mismo.
En la plaza del pueblo nos encontramos con la picota, como en gran parte de Castilla, pero diferente. Como reza la leyenda a pie de sillar, "el rollo de Rello es de hierro", una bombarda del s. XVI.
Seguimos caminando y disfrutando. Nos encontramos con algunos visitantes, y seguro que somos más quienes estamos de paso que quienes habitan allí. Sentada en un banco extramuros encontramos a una señora mayor, vestida de negro, detenida en el tiempo, como el lugar. Con su bastón de madera tiene los ojos a medio cerrar, absorbiendo el sol que hoy hace. Unas cuantas gallinas y algún gallo pasean por la muralla. Serán los únicos ¿rellenses? con los que nos topamos.
Abandonamos Rello para dirigirnos hasta Almazán. Nos dicen que es bonito, pero al llegar allí no encontramos nada a destacar. Después de haber paseado por todas las localidades aquí mencionadas, Almazán nos nos deja helados. Llegamos a su plaza que es bonita, pero nada más... Eso sí, podemos disfrutar de un bonito atardecer:
Regresamos a Soria, aparcamos y vamos a dar una vuelta por el centro. Aún no es demasiado tarde, y no es hora todavía de hacer la cena. Hay muchísima gente en la calle, Soria se ha puesto más bonita hoy.
La calle Collado está a reventar, y jóvenes y mayores forman un río de gente que se dirigen hasta allí con bolsas de supermecado y botellas de champán. No entendemos bien lo que pasa, por lo que preguntamos. Unas chiquillas, amablemente, nos dicen que a las 8 de la tarde se celebra la champañada. Ah... vale. Nos metemos en el mismo bar que el día anterior, a tomarnos un vino y una cerveza. Cada vez hay más y más gente, y nos salimos a la calle porque no cabemos dentro. A las 8 la gente empieza a descorchar las botellas y a beber. Una charanga toca villancicos. Pues qué bien; nos encantan las fiestas tempranas. Terminado el vino y la cerveza, vamos al apartamento. Se acaba el año, tenemos que hacer la cena, y la comida para mañana. No serán las 23:00h cuando yo esté ya durmiendo. Me despierta JJ para tomar las uvas, que creo que las tomo durmiendo. Mañana será otro día... y otro año.
A las 09:01h, y con 3ºC, arrancamos el coche. Nuestro próximo destino será Calatañazor, a pocos km de Soria capital. Todos habréis escuchado alguna vez eso de en Calatañazor perdió Almanzor su tambor, o algo por el estilo. Nada más salir de la capital, y recorridos unos pocos km, vemos que el termómetro del coche pasa a marcar -4ºC... El cielo está totalmente raso y, por suerte, el sol nos calienta las caras. El paisaje, pasados unos kilómetros, cambia totalmente, con un pinar impresionante. Giramos a la derecha, haciendo caso al GPS, y llegamos a nuestro destino. -6ºC, son las 09:39h. El cielo azul castellano es deslumbrante, así como el pequeño pueblo de Calatañazor. Es una delicia medieval que se ha quedado congelada en el tiempo y mantiene la arquitectura típica de aquellos años. Algunos huesos del esqueleto del castillo siguen en pie, vigilando todo el valle, en esos momentos helado. Recorremos primero que nada lo que queda de la fortaleza y nos deleitamos con las vistas que desde allí tenemos.
El pueblo tiene tan solo un par de calles, pero mucho que disfrutar. Como a gustos colores, a nosotros nos encanta caminar por lugares tan pequeños y maravillosos como éste.
Apenas un par de personas se cruzan en nuestro camino, y vemos algunas chimeneas, esas chimeneas cónicas típicas del lugar, humeantes.
El sol nos calienta un poco, pero ni con un par de guantes los dedos entran en calor. Si nos metemos por callejones y la sombra nos cubre, el frío es todavía más acusado. A las 10:31h, y con 0ºC, decidimos ir hasta Burgo de Osma, nuestro próximo destino. Miramos por última vez el esqueleto de la torre del castillo y emprendemos nuestra marcha, diciendo adiós al lugar en el que Almanzor fue derrotado, y si no hubiera sido porque los apuntes históricos dicen que fue en verano, me hubiera creído que fue el general invierno quien hizo posible la victoria de los cristianos.
Hasta Burgo de Osma tenemos unos 30 km. Bajamos de los 1000 metros y llegamos a la localidad 30 minutos después. tenemos -2ºC de temperatura, pero sentimos más el frío que antes. El Osma es una localidad típicamente castellana, muy castellana. Las murallas siguen en pie, y la torre de la catedral asoma por encima de todas las demás construcciones. Nos dirigimos hasta la catedral y encontramos una puertecita abierta. Entramos. Damos una vuelta por allí, admiramos su arquitectura. No visitamos el claustro, hay un señor que nos mira con mala cara, y decidimos salir - igual es porque no hemos pagado...
Empezamos a callejear, y nos dirigimos hasta el río, para rodear así las murallas. Desde allí hay unas vistas preciosas del castillo, y se contemplan perfectamente esas murallas de altura mínima abrazando la ciudad. La imagen es verdaderamente bucólica. El hielo - rosada en mi pueblo - lo pinta todo de un blanco polar que te hace disfrutar aún más de todo lo que estás viviendo.
Andamos acompañados por el riachuelo, y encontramos una de las puertas de la ciudad abierta. Nos metemos dentro otra vez y nos refugiamos en los porches, allí se está un poco más calentito. Las señoras mayores, como en todos los lugares, van vestidas con su falda y sus medias bien finitas. No entiendo como pueden soportarlo, yo dejé de llevar eso en invierno a los 18 años.
Nos metemos en una tienda de la Calle Mayor, Angelines creo que se llama, para comprar vino y queso, que se lo he prometido a mis padres. Hay un montón de lugareños aprovisionándose de vino para esa noche, recordemos que estamos a 31 de diciembre - ¿fum. fum, fum?. Continuamos andando, hasta la Plaza Mayor, muy bonita, muy castellana - qué si no iba a ser... Nos detenemos unos minutos, porque allí el sol se asoma y te calienta un poco los mofletes, que debemos parecer de Morella o Catí, galtarojencs.
Decidimos que ya va siendo hora de despedirnos de Burgo de Osma, así que volvemos hasta el coche, y nos encontramos en una pared un mosaico que nos informa de que allí nació Zorrilla. Decimos adiós al Burgo, y retomamos nuestra ruta; vamos a Gormaz.
Pasados unos km, muy rectos todos ellos, comienzan a aparecer, a lo lejos, dibujadas unas almenas y unas torres. A medida que nos aproximamos la silueta va definiéndose mucho más. Un kilómetro antes de llegar la carretera se va estrechando. Con el sol en el otro lado, la Fortaleza Califal de Gormaz aparece mucho más imponente. Empezamos la subida con el coche por una carretera muy estrecha y con bastantes curvas, que no sabemos si nos llevará a buen puerto - rememoro en esos momentos la subida a Peyrepertuse -, pero finalmente nos encontramos a los pies de las murallas. Hay un par de coches allí, algunos se marchan ya. Aparcamos y nos vamos corriendo a las puertas del castillo ¡Qué barbaridad! Aquello es enorme; colosal.
Nos dirigimos a la derecha, donde queda en pie la torre del homenaje. Nos encontramos con una familia, que van con un par de niños pequeños. La conversación que escuchamos no tiene desperdicio:
- ¡Mamá!¡Yo quiero volver!
- Sí, tranquilo. En primavera volvemos.
- ¡NO! - rotundo. ¡Yo quiero volver mañana!
No puedo más que sonreír, ese niño sabe lo que se dice. Y como niños empezamos a explorar lo que queda de la construcción, que en su época - y haciendo caso las palabras de los estudiosos - debió ser imponente, mucho más de lo que es hoy.
Por allí pasaron Almanzor, o el Cid - que fue alcalde. Y terminadas las guerras, Isabel y Fernando - tanto monta, monta tanto - lo usaron de prisión.
Las vistas desde allí son imponentes. Dicen quienes saben que puedes divisar Atienza. Nosotros no sabemos encontrarla, pero seguro que allí está.
Me vuelvo loca haciendo fotos a las puertas de la fortaleza, y para que os hagáis una idea del tamaño que tiene, me pongo como referencia debajo de una de ellas - que pequeñita no soy...
Después de haber rodeado los 1200 metros de perímetro de la fortaleza, y habiendo fantaseado con lo que sería aquello en sus años gloriosos, decidimos ir a comer. Nuestro restaurante será privilegiado: sacaremos la tauleta, la montaremos a los pies de la muralla, y aprovechando el sol que allí hace - y aprovechando que no hace nada de viento - comeremos a los pies de Gormaz, como bravos caballeros.
Bien comidos y bien bebidos, nos vamos ahora hasta Berlanga de Duero, que tuvo como primer alcalde a el Cid - ese mercenario tan famoso. Dicen que la de Berlanga es una de las plazas más bonitas de Castilla, y que Ortega - ese señor del que yo hago la tesis doctoral - se quedó prendado de ella cuando llegó. Nosotros, acercándonos por la carretera, nos quedamos prendados, otra vez, de la silueta del castillo. Llegados a la localidad, la única puerta que queda de las murallas nos recibe, majestuosa. Cruzada ésta, nos encontramos con una calle que tiene el mismo carácter que todas las calles de todos los lugares que llevamos visitados, pero no por ello es menos curiosa ni interesante.
Llegamos a la tan nombrada plaza, pequeña, pero preciosa. El castillo se asoma tímidamente al final de una de las calles. Antes de aventurarnos hasta sus murallas, que será lo único que podremos hacer porque está cerrado - eso ya lo sabíamos de antemano -, nos metemos en un bar a tomarnos un café calentito.
Parece ser que los guardianes del castillo no han hecho bien su trabajo, y en un tramo de las murallas encontramos un agujero que nos permite, previa escalada de la ladera, colarnos un poco en la fortaleza por lo que podremos acariciar la falda del fuerte.
Las vistas de Berlanga desde allí son fantásticas; los lugares, vistos desde arriba, son mucho más bonitos. Además, allí puedes ver los restos de un palacio renacentista, y también imaginar lo que fue su jardín. Tienes además una visión perfecta del acueducto que abastecía de agua al sitio.
Damos un último paseo por las calles de Berlanga, para después subir al coche y dirigirnos hasta San Baudelio.
San Baudelio queda de camino a Rello, de modo que nos viene perfecta su visita. Cuando llegas al cruce hay un cartel con los horarios y los días de apertura. No dice nada de que el 31 esté cerrado - así tampoco en los horarios que tenemos, pero de los que no nos fiamos - y vamos hasta allí. Son las 15:45h, y todavía está cerrado. Esperamos hasta las 16:00h, que se supone que es cuando abren. Damos un paseo por allí, explorando el cementerio que hay fuera. A las 16:05h, y viendo que nadie da señales de vida, decidimos marcharnos. Tendremos que ir hasta Nueva York para visitar el ermitorio.
El camino a Rello sigue siendo tan impresionante como el que estamos teniendo durante todo el viaje. El paisaje cambiante es enriquecedor. Ahora las montañas parecen modeladas a propósito, con formas sinuosas acariciadas suavemente por la carretera. Cortes en la montaña, y el río. Atalayas se divisan por todas partes. Siendo ya más de las 4 de la tarde, y con el sol en lo alto, el agua sigue congelada en las cunetas.
Llegamos finalmente a Rello, un pueblo coqueto, que goza de castillo y atalaya. Las murallas, las casas de piedra, la soledad, el paisaje... el tiempo se detiene allí mismo.
En la plaza del pueblo nos encontramos con la picota, como en gran parte de Castilla, pero diferente. Como reza la leyenda a pie de sillar, "el rollo de Rello es de hierro", una bombarda del s. XVI.
Seguimos caminando y disfrutando. Nos encontramos con algunos visitantes, y seguro que somos más quienes estamos de paso que quienes habitan allí. Sentada en un banco extramuros encontramos a una señora mayor, vestida de negro, detenida en el tiempo, como el lugar. Con su bastón de madera tiene los ojos a medio cerrar, absorbiendo el sol que hoy hace. Unas cuantas gallinas y algún gallo pasean por la muralla. Serán los únicos ¿rellenses? con los que nos topamos.
Abandonamos Rello para dirigirnos hasta Almazán. Nos dicen que es bonito, pero al llegar allí no encontramos nada a destacar. Después de haber paseado por todas las localidades aquí mencionadas, Almazán nos nos deja helados. Llegamos a su plaza que es bonita, pero nada más... Eso sí, podemos disfrutar de un bonito atardecer:
Regresamos a Soria, aparcamos y vamos a dar una vuelta por el centro. Aún no es demasiado tarde, y no es hora todavía de hacer la cena. Hay muchísima gente en la calle, Soria se ha puesto más bonita hoy.
La calle Collado está a reventar, y jóvenes y mayores forman un río de gente que se dirigen hasta allí con bolsas de supermecado y botellas de champán. No entendemos bien lo que pasa, por lo que preguntamos. Unas chiquillas, amablemente, nos dicen que a las 8 de la tarde se celebra la champañada. Ah... vale. Nos metemos en el mismo bar que el día anterior, a tomarnos un vino y una cerveza. Cada vez hay más y más gente, y nos salimos a la calle porque no cabemos dentro. A las 8 la gente empieza a descorchar las botellas y a beber. Una charanga toca villancicos. Pues qué bien; nos encantan las fiestas tempranas. Terminado el vino y la cerveza, vamos al apartamento. Se acaba el año, tenemos que hacer la cena, y la comida para mañana. No serán las 23:00h cuando yo esté ya durmiendo. Me despierta JJ para tomar las uvas, que creo que las tomo durmiendo. Mañana será otro día... y otro año.