![]() ![]() Y DE NUEVO CONSTANTINOPLA... ✏️ Diarios de Viajes de Turquia
LUNES 14 DE AGOSTO… … 14º DIA… … SELÇUK-ESTAMBUL. … Y DE NUEVO, CONSTANTINOPLA. Pasear por Turquía, es como recuperar un antiguo álbum de fotos. Con la peculiaridad de que no recoge la historia de una familia, sino de nuestra propia civilización...LUNES 14 DE AGOSTO… … 14º DIA… … SELÇUK-ESTAMBUL … Y DE NUEVO, CONSTANTINOPLA. Pasear por Turquía, es como recuperar un antiguo álbum de fotos. Con la peculiaridad de que no recoge la historia de una familia, sino de nuestra propia civilización. Y si era por fotos, yo tenía mis tarjetas de memoria a rebosar. Lo que dan de si, las cámaras digitales. Había que regresar a Estambul. Había que madrugar. Aunqué hubo quien madrugó más que nosotros. El grupo de Madrid, tenía su avión más temprano que el grupo de Barcelona. Helena se fué con el primer grupo y a nosotros nos acompañó Ugur. El sueño de una larga noche, se reflejaba en el rostro de algunos, y algunas. Hoy desayunamos en “petit comité”, mientras esperamos que Zafer, regresara de Izmir, donde estaba el aeropuerto. Y vino más puntual de lo que pensamos. A las 8.30 en punto, ya estábamos viajando. En el aeropuerto nos despedimos de Ugur y de Zafer definitivamente. Facturamos, y nos dispusimos a buscar una cafetería por el aeropuerto para tomar un café. Encontramos una Irlandesa, con unos precios más caros que en el aeropuerto de Barcelona… un robo. Y nos sentamos enfrente, en un bar algo más sencillo, con una máquina de refrescos y donde la televisión anunciaba la liga de fútbol de España. El vuelo sin problemas, y al llegar a Estambul, la sonrisa de Helena ya nos estaba esperando. Y de nuevo de vuelta al mismo hotel que antes: el Sude Konak. Y de nuevo nuestra habitación era un zulo. Pequeña cama que más de matrimonio parecía una individual algo más grande, y con una diminuta ventana que daba a un oscuro patio interior. Quisimos cambiarla pero el hotel nos dijo que estaba lleno, que hoy no sería posible, si acaso mañana. Helena nos cambió la suya, que estaba un poco mejor. Tenía dos camas en vez de una de matrimonio, pero era un poco más grande, aunqué sin luz exterior tampoco. La suerte es casual y parte del grupo tuvo habitación amplia, con sol e incluso con balcón. Encarna tenía dolor de cabeza, por lo que quiso dormir. Yo quería comprar agua y cambiar dinero, por lo cual, la dejé durmiendo y me fui solito por las calles de Estambul. Y lo que es la casualidad. Sentada en un banco me encontré a Mertxe. Menudo susto le dí. Se había sentado para esperar a Ruben y Virginia que estaban viendo la Cisterna de la Basílica. Nos sentamos en el Sultán Pub, tomando una cerveza y esperando a la pareja, mientras hablábamos del viaje y de las anécdotas. Llegaron Virginia y Ruben, y se quedaron un rato con nosotros. Les recomendé un sitio para comer y yo regresé al hotel. El precio de las cervezas en este pub, carísimo. Claro que su ubicación se lo valía. Cuando Encarna se despertó, decidimos ir a dar una vuelta por el Bósforo, coger un ferry, bajarnos en cualquier lugar que nos apeteciera y explorar otros barrios de Estambul. Después de preguntar bastante, y de rechazar alguna proposición de crucero privado, nos embarcamos en la aventura de los ferrys. Hay varias compañías de barcos. Cada una con su lugar previsto de embarque. En la mayoría de casetas donde se cobran los billetes, hay también cuadernos con los horarios y las paradas que realizan. El billete valía 1.30 liras. Baratísimo. Optamos por buscar uno que nos llevara primero hacía el barrio de Besiktas y después ya veríamos. Si algo me sonaba este barrio, era por su club de fútbol; además su estadio era bien visible desde el ferry. El barrio de Besiktas era diferente. Paseamos por sus calles en un ambiente poco turístico. Parecía como si la Estambul autóctona se hubiese citado en sus calles. Multitud de banderas turcas colgaban por algunas de sus bulliciosas calles, con unos comercios sin rastro de artículos turísticos, y llenos de moda turca. Me parecía estar paseando por otra ciudad, y tan solo los letreros en turco, me recordaban que no estaba paseando por una calle comercial de cualquier ciudad europea. Seguimos andando y llegamos a las puertas del palacio Dolmabahçe. Era lunes, y estaba cerrado. Nos acercamos a su entrada, donde pudimos ver a través de su puerta entreabierta, los ensayos de lo que parecía la actuación de un grupo en un concierto privado. Camareros, personal de seguridad y técnicos de luces y sonido iban entrando y saliendo por la puerta principal. Un guardia de seguridad, “amablemente” nos invitó a que no estuviésemos por ahí. Encarna ya conocía el palacio, por otra visita que hizo a Estambul. Yo me quedé con las ganas de verlo. O quizás sea un motivo para regresar a la antigua Bizancio. Volvimos hacía el embarcadero, para coger un ferry que nos llevara a la ribera asiática de la ciudad; a Üsküdar. Üsküdar es otra historia. Aún siendo Estambul, al pasear por sus calles te das cuenta de que el ambiente es distinto. De turistas pocos y de mujeres con el pañuelo en la cabeza, casi todas. Hay un contraste brutal entre los dos lados del Bósforo, y sentarse en un banco del paseo marítimo, viendo la vida pasar, es impagable. Ahora sí que tenía la total certeza de que estaba en otro país, en otra cultura, en otro mundo. Dejamos el muelle y nos alejamos unos metros, calle arriba, para encontrarnos con unas mesas de simpatizantes del pueblo Palestino, y que recogían firmas a favor de la causa. Enfrente de ellos, aprovechando unas obras, tenían toda la pared llena de fotos de los daños causados contra la población Palestina, por parte del ejercito Israelita. Varias personas vestidas con la “Kefia”, gritaban a todos los que pasabamos por ahí para que nos acercásemos a sus mesas. Detrás de ellos, estaba la mezquita Iskele Cami, o la mezquita de la hila de Soliman el Magnifico. Entramos en ella, en el mismo instante en que terminaban la oración. Mucho más pequeña que las que habiamos visto, y aún así, me seguían sorprendiendo por su sencillez. Al lado de esta mezquita, por una especie de pasillo, se comunica con un centro de salud, que creyendo nosotros que era un museo, entramos para encontrarnos con personas sentadas en una sala de espera gigante. Nuestra intención en Üsküdar, era además de ver el barrio, encontrar la Atik Valide Cami: una de las mezquitas más grandes de las más de 3000 que tiene Estambul. La mezquita estaba en lo alto de la colina más alta del barrio. Y llegar a ella fué aparte de complicado, muy cansado. Como no teníamos mapa, preguntábamos cada vez que llegábamos a un cruce. Y después de muchas indicaciones, no todas acertadas, tras más de 30 minutos de subida, llegamos a la mezquita. La entrada daba a una especie de patio o jardín que estaba en obras. Pero la mezquita estaba cerrada. Después de todo el esfuerzo, y cerrada. Dentro del recinto de la mezquita, había un bar, donde tan sólo hombres, estaban sentados hablando o bebiendo. Maldecimos la situación, paseamos por los jardines, e incluso intentamos ir a los baños, cosa que descartamos por su “limpieza”. Cuando ya nos íbamos, ocurrió el milagro. Se nos acercó un señor, de los muchos que estaba sentado en el bar y nos invitó a enseñarnos la mezquita para nosotros solos. Visita guiada privada. Increíble Nos contó la historia de la mezquita, de sus adornos, de las particularidades de la oración y todo ello en un buen inglés que Encarna me iba traduciendo. Pasear por una mezquita, sólo, en silencio, fue una de las cosas más estupendas que nos han ocurrido en este viaje. Y realmente, no sé si es una de las más grandes de la ciudad, aunqué lo parece, pero si que fué la que más y mejor aprecié y disfruté. Nos fuimos de allí con un muy buen sabor de boca, y pensando que a pesar de todo, habíamos tenido una suerte bárbara. La bajada de la colina, fué mucho más rápida que la subida, lógicamente, aunqué nos dió tiempo de apreciar las tiendas, las gentes y las costumbres del lugar. Nos fuimos hacía el embarcadero, pero tuvimos que esperar a que viniera el ferry de Eminonu. Al llegar, una increíble cantidad de personas bajaron de él. No sé cuantos cientos de personas bajaron del ferry; la cola no se terminaba nunca, y Encarna y yo deducimos que debían de ser personas que trabajan en el centro, y regresan al barrio a dormir. La llegada a Eminonu, con las luces del sol ocultándose por detrás de las mezquitas, era una imagen preciosa. Y decidimos que mañana buscaríamos un barco para poder hacer una travesía por el Bósforo, y a poder ser por la tarde, buscando la puesta de sol. Después de desembarcar, empezábamos a tener hambre, y decidimos ir a cenar a los restaurantes que hay bajo el puente Gálata. Error…no debe hacerse. A no ser que quieras que te atraquen a mano armada. Después de que uno de los captadores nos asaltara, y nos ofreciera una mesa casi al lado del agua, optamos por hacer una turistada y sentarnos a cenar en uno de los muchos restaurantes que hay en la zona. Mientras estábamos esperando la cena, pasó Mertxe por allí y al vernos se sentó con nosotros tomándose un té. Con Mertxe nunca te aburrías, podía hablar y hablar de cualquier cosa sin parar. Nos contó su día con Ruben y Virginia, lo que había cenado, etc. etc. Al traernos la cuenta, vi que nos cobraban por todo; por el pan, por el servicio y más caro de lo que nos dijeron al principio. Una turistada. Pero bueno, siempre hay que hacer alguna cosa de estas. Los tres nos fuimos hacía el hotel. Mertxe seguía enfadada porque no le habían cambiado la habitación, e iba a protestar otra vez. También le había tocado un agujero de habitación. Mañana lo queríamos dedicar a compras y crucero. Pero eso sería mañana. MARTES 15 DE AGOSTO… … 15º DIA… … ESTAMBUL RUTA POR LOS LABERINTOS DEL GRAN BAZAR. Como no había horario ni ruta preparada, nos levantamos sin demasiada prisa, dispuestos a disfrutar a nuestro aire, de las últimas 48 horas en Estambul. Durante el desayuno nos fuimos encontrando al resto del grupo. Cada uno había aprovechado el día de ayer de diferente manera, y quién más y quien menos, ya tenía sus planes para hoy. Aunqué no nos hubiese importado juntarnos con cualquiera, lo que más nos apetecía a Encarna y a mi, era perdernos por el laberinto del Gran Bazar, regatear, comprar y todo ello sin estar pendiente de nadie. Helena quedó con parte del grupo para ir a un Hamam cercano, que era famoso por su decoración. Hora de contacto a las 18 horas. Nosotros casi dimos por sentado, de que no acudiríamos. Paz y Susana, nos recomendaron que visitáramos un pequeño museo, una antigua iglesia llena de pinturas y mosaicos, algo alejada de la ciudad, pero que si venía recomendado por Paz, sabíamos que sería interesante. Después de desayunar nos fuimos a pie hacia el Gran Bazar. A comprar. Para pasear por el Bazar, había que tener aparte de dinero, varias cosas imprescindibles: paciencia, buen humor, tiempo y ausencia de cansancio. Más de 4000 tiendas ubicadas en unas 80 calles, en kilómetros de carriles, quince mil personas trabajando en el mayor mercado de Estambul. Mezquitas, casas de cambio, bares, restaurantes…el Gran Bazar es como un mundo aparte, dentro de otro mundo. Hay varias entradas, concretamente 18 puertas y el Bazar está dividido en sectores de actividad: hay el sector de la joyería, de bolsos y maletas, de ropa nueva, de ropa usada, de cuero, de alfombras…eso a priori, pues en cada sector se puede encontrar casi de todo, sobre todo alfombras; el artículo más expuesto en todas las calles. Pipas de agua, trabajos de orfebrería y cobre, rosarios, disfraces, camisetas, trajes de bailarina de danza del vientre, cajas de madera, de nácar, de marfil, joyas, y sobre todo bisutería… y ojos de Saladino en cientos de formas… Empezamos a preguntar precios, a curiosear, a dejarnos tentar por las ofertas de los comerciantes. Si te veían interesado en alguna cosa, rápidamente un comerciante te venía a atender. Tras el primer precio inicial, y la consiguiente negativa nuestra, la táctica siguiente era preguntarnos cuanto estábamos dispuestos a pagar y en que moneda. Lo del regateo, es increíble. Nos encariñamos de un juego de café hecho a mano, de color turquesa precioso. Y tras el regateo y la advertencia del dueño de que no lo vendía al precio que nosotros le decíamos, nos dijo que en todo el bazar no encontraríamos nada tan barato, que nos fuéramos a dar una vuelta. Más tarde volvimos, y lo terminamos comprando por el precio que nosotros queríamos…. Pero lo que más me sorprendió, nos ocurrió en una pequeña joyería. Una pulsera de plata, diseño turco según el dueño, con incrustaciones de piedras de colores… nos pedía de entrada 120 euros…después de regateos, de ir y venir, de buscarnos por el bazar, y de hacernos 4 veces la última oferta, la terminamos pagando por 29 euros…y seguro que no perdió dinero. Quizás la afluencia masiva de turistas, ha hecho perder un poco de encanto al bazar, pero aún así, recorrer sus calles, o simplemente tomarse un té mientras el tendero intenta vendernos un objeto en un sinfín de “último precio” es algo que no debe dejar de hacerse en Estambul. Compramos varias cosas, tomamos un café en uno de los bares del bazar e incluso entramos en una casa de cambio con aspecto mafioso, donde los empleados sacaban y escondían fajos de dólares con una habilidad increíble. La mejor manera de visitar el bazar, es perderse en él, pasar por calles que a veces se tiene la impresión de que es la misma que antes, ir sin rumbo fijo, aguantar las bromas y los comentarios de los vendedores y sobre todo mirar y remirar, preguntar y volverse a perder por otra calle. El tiempo en el Gran Bazar pasa demasiado rápido, tan rápido como se evaporan las liras en los bolsillos…Hay que esquivar mercancías, turistas y mozalbetes que van y vienen con sus bandejas de vasitos de té; intentar desoír los cánticos de sirena de los tenderos que hablan cualquier idioma, por lo que no se puede alegar que no se les entiende y salir tropezándose con la bisutería más tosca conviviendo con la joya más exquisita. Saliendo del bazar, nos encontramos con una calle llena de tiendas, donde abundaban las armas blancas, las pistolas y los rifles en los escaparates. Bordeamos la universidad de Estambul, subimos alguna calle empinada y llegamos a la mezquita Suleymaniye. La mezquita imperial de Soliman el magnífico. Dicen que es la más bella de Estambul, la más grande, la más venerada de la ciudad… En lo alto de una de las siete colinas de Estambul, dominando el Cuerno de Oro, y sobre todo disfrutando desde sus jardines de una vista magnifica de toda la ciudad, la mezquita fué encargada por el más grande, rico y poderoso de los sultanes otomanos: Soliman el Magnífico. Cargados de bolsas, entramos primero en la tumba de Soliman y de su mujer Roxelana. La entrada es gratuita, aunqué se solicita donativo. En el interior la decoración es preciosa, llena de azulejos y relieves en dorado. Los cuatro minaretes se elevan en cada esquina del patio Llegamos al patio central donde está la fuente para las abluciones, y tuvimos que esperar para entrar, pues estaban terminando de realizar el rezo del mediodia. La espera duró poco, aunqué tuvimos que ir por otra entrada, pues la de los turistas era diferente de la de los creyentes. La mezquita me impresionó. Grande, grandiosa, pero sencilla a la vez. Unas preciosas vidrieras por las que entraba una luz multicolor, iluminaban una estancia, donde los olores de las personas que habían estado antes, seguían estando en el ambiente. Tanto el mihrab (nicho para la oración), como el mimbar (el púlpito) son de mármol blanco, muy bien tallado. Las lámparas en forma de araña, con multitud de bombillas encendidas, alumbraban el suelo rojizo de la gigantesca alfombra. Pude pasearme completamente solo, por todos los lugares de la mezquita, apreciando sus formas, sus colores, su estructura, y sobre todo, respirando paz, buenas vibraciones, aunqué viniesen acompañados de olores algo desagradables. El recinto se complementa con una madraza, (escuela coránica), escuela de medicina, comedor de beneficencia y un hospicio para los pobres. Al salir de la mezquita, nos quisimos hacer una foto los dos juntos, con la cúpula y los minaretes de fondo. Un señor que pasaba por allí, se ofreció a hacernos la foto, para después interrogarnos amablemente sobre su país. Nos preguntó que nos parecía Turquía, si teníamos alguna impresión previa de ella, si nos estaba gustando lo que veíamos, etc. etc. Creo que tenía la impresión de que la mayoría tenemos una opinión desfavorable de su país, y el nos dió a entender, que Turquía, hay que verla para opinar después. Turquía quiere entrar en la comunidad europea, y aquel turco, estaba haciendo publicidad positiva de su país. Con algo de hambre y de cansancio, volvimos a entrar en el Gran Bazar, para cruzarlo entero y volver a salir por donde habíamos entrado esta mañana. Aunqué no lo conseguimos del todo, si que pudimos salir cerca del tranvía, y desde allí tomar uno al hotel, pues las bolsas que llevábamos no eran lo más apropiado para seguir caminando. No teníamos hambre, y si ganas de seguir explorando Estambul, por lo cual cogimos un taxi, para ir al Kariye Muzesi, la iglesia museo que nos había recomendado Susana. Y acertamos al coger el taxi, pues estaba bastante lejos, y la primera opción que barajamos de ir en ferry y después a pie, nos dimos cuenta después de que habría sido un suicidio. El taxista nos iba comentando que el tráfico en Estambul es caótico, cosa que ya nos habíamos dado cuenta. Nos explicó que en la ciudad hay más de 2 millones de taxis, uno en cada “continente”. Todos ellos para los más de 12 millones de habitantes, según un censo no oficial, que tiene la ciudad. Demasiados coches. El taxi nos dejó cerca del museo, y fuimos caminando por unas calles llenas de encanto, con casas de madera restauradas de diferentes colores, recordando su pasado otómano, tiendas de recuerdos sin masificar y sobre todo tranquilidad en el barrio. El museo Kariye, o Iglesia de San Salvador de Chora, es el monumento bizantino más importante de Estambul, después de Santa Sofía. Los preciosos mosaicos y pinturas del siglo XV, representan varios pasajes de la vida de Cristo y de la Virgen Maria. La conservación de los mosaicos es increíble. Sobre todo en la cúpula central, donde se representa la genealogía de Cristo. La iglesia/museo es pequeña. Cuatro salas que se pueden visitar rápidamente, aunque recrearse en todas las escenas delicadamente representadas y dejar pasar el tiempo, es un pequeño regalo para la vista. A veces los flashes de alguna cámara de fotos de un japonés despistado, te despertaba del suave letargo del tiempo. Precioso. Recomendable. Salimos del museo y nos sentamos en una terraza de uno de los dos bares que había en una pequeña plaza con vistas a la fachada de la iglesia. Tiempo para tomar un mini bocadillo de jamón y queso, de refrescarse con una coca cola y descansar las piernas un rato. Ahora tocaba volver al centro de Estambul… ¿pero como?... En las cercanías del museo, había un taxi que se nos ofreció, pero nosotros preferimos caminar un poco, hasta alcanzar una avenida principal y una vez allí, atrevernos con los autobuses. Y bingo. Tras una empinada cuesta, alcanzamos una gran calle con inmenso tráfico de coches y autobuses. Unos lugareños nos ayudaron a escoger el autobús que nos llevaría al centro, y bien sentados en los asientos, fuimos descubriendo otras zonas de Estambul que no conocíamos… y las que nos quedaban por ver. Llegamos a la zona de Eminonu, y nuestra próxima actividad, seria realizar un crucero por todo el Bósforo, o al menos por parte de él. Había un ferry que ofrecía trayectos de hora y media por 5 liras. Y nos subimos a él. Como faltaba aún bastante para partir, y éramos de los primeros, pudimos escoger sitio. Sentados en el piso superior, en la parte delantera del barco, con una visibilidad perfecta y dispuestos a saborear de una turistada, pero de una turistada que nos apetecía a los dos hacer. Mientras esperábamos la salida, un matrimonio de ancianos de Egipto, se sentaron a nuestro lado. Él, tenía problemas con los objetivos de la cámara de fotos, y Encarna intentó ayudarles. Y al fin, con el barco lleno hasta los topes, partimos. Todo el canal delante de nosotros y sobre todo la silueta del puente del Bósforo, majestuoso, brillante, admirable. Bordeando primero la orilla izquierda, fuimos descubriendo pasado el barrio de Besiktas, otra ciudad. El Estambul de los hoteles de lujo con terrazas a la orilla del agua, de las residencias antiguas de los sultanes y hoy reconvertidas en hoteles para sibaritas, los complejos hoteleros en medio del canal, con sus piscinas privadas y aspecto de exclusividad, carreteras serpenteantes en medio de los arboles que parecen sujetar a las casas que esporádicas emergen entre la vegetación, mezquitas con cúpulas de oro escondidas entre los pilares de un inmenso puente, del puente, del puente del Bósforo. Cruzarlo por debajo es como atravesar la frontera entre lo conocido y lo desconocido, pues lo que los ojos pueden ver desde el puesto de partida, nunca va más allá del puente. Y de nuevo paisajes diferentes, casas otomanas de madera bien conservada, alternándose con más cafés y restaurantes elegantes junto a la orilla. Nuestros compañeros egipcios de viaje, nos pidieron que les hiciéramos algunas fotos a ellos dos, con el mar a sus espaldas, y el sol iluminándoles la cara de felicidad que mostraban, y ello a pesar de unos chiquillos maleducados que se empeñaban en quitarles el sitio y no dejarles disfrutar de su paseo… ni a nosotros. Al llegar a un saliente de la costa europea, esta el barrio de Yeniköy, lugar donde nuestra barca empezó a girar para emprender el camino de vuelta, mostrándonos ahora más detenidamente el lado asiático de Estambul. Quizás la parte asiática sea menos glamurosa que la europea, y los establecimientos turísticos de lujo, son sustituidos por mezquitas, barrios humildes y una antigua academia militar inmensa, utilizada como prisión, teatro y finalmente como cabina de peaje… A medida que íbamos acercándonos al muelle, el sol nos ofrecía la mejor puesta de sol imaginable. Las mezquitas, los puentes, el agua, todo adquiría un color semidorado mezclado con los últimos destellos del astro rey…una delicia de regreso…un romántico paseo final que hizo que dejásemos de mirar los edificios del lado asiático, y nos dedicásemos a mirar el sol, las luces del día, el comienzo de la noche y a ser capaces de ver magia en una simple barca. Delfines. Un alboroto general sacudió la barca, cuando vimos a unos delfines saltar por el lado derecho de la barca. Varios delfines grandes y grises saltaban por el agua, en el mismo lugar que las aguas del mar de Marmara se adentran en el canal. El pequeño islote de Kiz, a lado izquierdo, nos indica que el final del trayecto se acerca, casi en el mismo momento que el sol termina escondiéndose en nuestra espalda. Bajamos del barco, con la certeza de haber disfrutado de un paseo inolvidable, y después de navegar, ahora queríamos caminar un rato, y acercarnos hasta el puente Galata, para llegar a las tiendas de pescado que vimos el primer día. Cruzando el puente, un limpiador de zapatos perdió su cepillo. Al recogerlo yo y dárselo, el chico agradecido quiso limpiarme gratis mis zapatos. Me negué, mientras él me iba llamado Gentelman… Las tiendas de pescado iban ya cerrando y a continuación de ella, entrados ya en la orilla del cuerno de oro, los bares que vendían bocadillos de pescado esperaban a los últimos clientes rezagados como nosotros que se acercaran por allí. Un bocadillo de pescado, sin espinas, con un poco de lechuga y tomate, y una coca cola, 4 liras… menos de 2 euros. Una ganga. Y todo ello sentados en unos bancos de madera, con las aguas del cuerno de oro a nuestra lado, y las tenues luces de la noche alumbrando escasamente el lugar. Pocas personas comiendo un bocadillo de pescado, de caballa… un anciano con una barca nos llamaba para darnos un paseo hasta la otra orilla. El nombre de cuerno de oro, se debe a que los antiguos navegantes, al zarpar, lanzaban monedas de oro en ofrenda, para tener un viaje propicio; monedas que tapizaban el fondo del mar y que desprendían unos reflejos dorados que dieron nombre al lugar. Saboreando los últimos sorbos de un refresco, el dueño del lugar empezó a recoger las mesas, señal inequívoca que su jornada había terminado. Y la nuestra casi también. Lo que antes era una plaza punto de partida y regreso de los “cruceristas”, ahora era una inmensa parada de “manteros” con bolsos, pañuelos, carteras, monederos, gafas de sol y objetos varios a modo de bazar callejero improvisado. No obstante los bolsos y carteras propios debían de estar bien vigilados, pues era fácil adivinar a quienes no iban ni a comprar ni a vender. De regreso al hotel, nos encontramos con Marta cenando una pide en la terraza de un bar. Nos sentamos con ella, mientras el camarero nos invitó a un té. Y los tres emprendimos el camino hacía el hotel. Contarnos nuestras experiencias en el día, y los planes para mañana, fueron el tema de conversación en los pocos minutos que tardamos en llegar al hotel. Ahora tocaba empezar a guardar los objetos que habíamos comprado en el bazar, y organizar muy bien las últimas 24 horas que nos quedaban en la ciudad. Primera idea, visitar el palacio Topkapi… Un broche de oro para una ciudad que me llamaba para que volviera otra vez; una ciudad cosmopolita, llena de vida, llena de contrastes, fruto de incontables civilizaciones, lugar de encuentro entre oriente y occidente, del cristianismo y del islamismo, de una larga tradición religiosa, pero de una actualidad laicista. Estambul…con trazos griegos, bizantinos y musulmanes, como un cuaderno de fotos llenos de mezquitas, baños turcos, y miles de delicias turcas. Un privilegio pasear por sus calles, oliendo el aroma de las especias mezcladas con el sudor de sus viandantes. La pasión turca existe. Y mañana debería despedirme de una parte de la historia, entrando en uno de sus recintos más históricos. Pero eso sería mañana. MIERCOLES 16 DE AGOSTO… … 16º DIA… … ESTAMBUL …SUEÑOS DE ESTAMBUL… Está amaneciendo sobre el estrecho del Bósforo; desde los minaretes de las mezquitas se oyen los cánticos de los almuédanos reclamando la oración de los creyentes. La bulliciosa Estambul despierta de nuevo, igual que nosotros nos despertamos por penúltima vez miles de kilómetros de nuestros hogares. Durante el desayuno, de nuevo el contarnos lo que hicimos ayer, y lo que haremos hoy; las experiencias de algunos en el Hamam, las visitas al bazar de otros, las travesías del ferry….las anécdotas. Hoy seria nuestra última noche en la ciudad, y como tal había que hacer algo especial. A las 19.30 de la noche, todos en la recepción del hotel para ir a cenar todos juntos, por última vez. Encarna y yo queríamos ir al Topkapi, al palacio más antiguo y extenso de los que han sobrevivido hasta en nuestros días, y Virginia y Ruben quisieron apuntarse con nosotros. Pero luego tocó esperar a Mertxe y Amparo, y como la salida puntual se iba retrasando, Encarna y yo optamos por adelantarnos, pues sabíamos que las colas de entrada serían largas, sobre todo las del Harén. Y nos fuimos. Del hotel al Topkapi, tardamos pocos minutos. El parque Gülhane, tiene una entrada muy cerca de nuestro hotel…indudablemente lo mejor de nuestras habitaciones, era la situación en la que estaban, cerca de todo, a pocos minutos a pie… Atravesamos el parque rápido, sin fijarnos en ningún tipo de vegetación, tan solo empezando a seguir a todas las personas que como nosotros tenían el mismo objetivo. Y por supuesto que había cola; cola para comprar las entradas, una cola en la que vimos a Mila y Birginia que ya salían de ella con sus entradas, cola para entrar al recinto a través de la preciosa puerta imperial, y cola para coger las entradas del Harén. Manadas de pájaros revoloteaban encima de nosotros y manadas de turistas se hacinaban en los escasos metros de sombra frente a la taquilla del Harén. Selim, el Borracho, vivió y se ahogó en el baño tras beber demasiado champán… Ibrahim el Loco, perdió la razón tras permanecer encerrado cuatro años en una jaula… Roxelana, la bella y malévola consorte de Solimán, vivió en el palacio, protagonizando más historias apasionantes que todos los museos juntos. Y hoy, yo iba a contemplar sus paredes, sus puertas cerradas, e imaginarme la vida de un palacio, de hace más de 500 años. Residencia de sultanes hasta el siglo XIX, sus jardines, delimitando los patios de los que se compone el edificio, albergan un esplendor inusual. Quizás fué el sol, el calor, el gentío, o quizás como siempre mi imaginación desbordante, que durante unos minutos creí traspasar la frontera del tiempo y retroceder cientos de años…. “Me llamo Ahmet III, sultán de todas las tierras que la luz de mi Constantinopla pueda alumbrar. Vivo en este palacio, igual que vivieron muchos de mis antepasados, como El Gran Suleiman, y mi antecesor, Mustafa II. Hace ya más de 200 años que nuestro imperio no para de crecer, y eso que las constantes guerras han dejado nuestras arcas más vacías que llenas. Trabajo tendré en dejar a mis herederos la economía más saneada de toda la historia de nuestro imperio. Me apodan como el Sultán de los Tulipanes, pues lo primero que deseo cuando un visitante extranjero llega a mi palacio, es que lo reciba un inmenso campo de tulipanes. Este patio, está al alcance de todos los ojos, sean infieles o no. Acabo de regresar de arduas batallas contra Rusia, a las que siempre me he opuesto, pero que mis consejeros me dicen que son necesarias para equilibrar el poder en nuestro continente. Me gusta al llegar a mi palacio, entrar directamente a mis aposentos, a mi privado, a mi Harén. Otros han utilizado estas dependencias como lugares de placer y libertinaje, como mi predecesor Mural III, que llegó a procrear 112 hijos. Pero para mí, es mi recinto privado, mi lugar sagrado, donde tan solo elegidas personas pueden acceder. En mi ausencia, aunqué también en mi presencia, la que ostenta el poder en mis dominios privados es mi madre: ella se encarga de escoger a mis concubinas, y yo entre ellas, elegiré a la que será mi esposa. Puedo tener 4 esposas, y todas las concubinas que yo quiera, eso si, deben ser siempre extranjeras. El Islam no nos permite tener esclavas musulmanas… A veces los mismos padres nos venden a sus hijas, o son regalos de nobles a cambio de favores. Yo les daré cultura. Les enseñaré Islam, escritura, bordado, lectura, música, maquillaje, y sobre todo el arte de la seducción. Primero serán aprendizas, damas de compañía de mis concubinas y de mis hijos. Las que destaquen pasaran a servir a mi madre, y las mejores pasaran a servirme a mí, y a darme hijos. Algunos antepasados míos, llegaron a tener más de 300 concubinas, pero creo que para mí son demasiadas. Cuando una me de un hijo, la llamaré Haseki Sultán y si es una hija Hakesi Kadim. El que sea el mejor de ellos, será mi heredero, da igual que nazca el último. Yo elegiré a quién me sucederá. Tengo a mi servicio varios eunucos negros, que me sirven en todo momento y cuidan de que mis instalaciones estén perfectas. En mi Harén, tengo un hamam de mármol y oro, justo al lado de mi habitación principal. La entrada principal a mi Haren, se realiza por la puerta de los coches, por donde mis concubinas salen de excursión. La sala de mis eunucos negros está a la izquierda, pegada a una pequeña mezquita por la que rezan. El jefe de los eunucos es él único que puede mantener conversaciones con mi madre. Siguiendo por un ancho pasillo, tengo la escuela para mis hijos, con unos azulejos que ahora justamente están terminando de colocar. Siguiendo por el pasillo, están las habitaciones de mis odaliscas, mis esclavas blancas preferidas. Cuando quiero pasar la noche con alguna de ellas, las hago bailar para mí, y a la que más me guste, le daré un pañuelo de seda, para que se quede conmigo. Mi madre tiene 40 habitaciones para ella y sus esclavas. Aunque tan solo utiliza dos, su dormitorio está decorado con bastos azulejos, ribeteados en oro, cristales preciosos y pasajes del Coran. Su cama esta elevada del suelo, y cerca de ella un pequeño oratorio con un suporte de oro, donde se sustentan las escrituras sagradas de Mahoma. A veces tengo que recibir a ilustres visitantes, o amigos fieles e íntimos, y los recibo en la sala del trono. Las ventanas son de cristales de Venecia, y la mayoría de relojes que hay en la habitación son un regalo de la Reina de Inglaterra. Mi habitación principal está terminada de realizar. Los azulejos me los han traído de mis tierras de Iznik. Las mesas están recubiertas de nácar y algunos de mis muebles son de ébano. No suelo tener dormitorio fijo, aunqué este es el que más me gusta, pues tiene una fuente de agua en él, que me proporciona un ambiente fresco y agradable. Cuando quiero tomar el sol, sin salir de mi Haren, me voy al patio de las favoritas, donde mis concubinas están sentadas mientras estudian el Coran. Pocas veces me dirijo al resto del palacio; este es mi recinto privado y donde me siento más a gusto. Tan solo cuando las recepciones oficiales o los asuntos de estado lo requieren, atravieso la Puerta de la Salutación, en el segundo patio y me dirijo a las dependencias administrativas de mi estado. Lo que más me gusta, es escuchar las deliberaciones de mis consejeros escondido en una recámara del salón. A veces suelo montar a caballo en este patio, pero sólo yo, pues nadie más tiene ese privilegio. Cuando tengo que dar recepciones oficiales, mis eunucos sacan el trono imperial de mi Haren, lo colocan en el patio y allí atiendo a los enviados de los diferentes países. A veces más de 4000 personas han estado en respetuoso silencio en el patio, esperando su turno para ser atendidos. A la derecha del patio, están las cocinas del palacio, donde tengo trabajando a más de 800 personas. Poseo unas valiosas colecciones de cerámica china y japonesa, regalos de los mandatarios de estos países. Tengo tantos obsequios y botines que próximamente tendré que construir unas dependencias sólo para poder exponerlas. Creo que las haré en el tercer patio, en el lugar más privado después de mi Harén. Los vigilantes serán eunucos blancos y los mayordomos tendrán que ser sordomudos, pues nadie deberá saber todos los tesoros que poseo. Lo construiré inmediatamente después de cruzar la Puerta de la Felicidad, pues feliz me siento de poder disfrutar de tantas riquezas. Construiré una pequeña sala, llena de cojines bordados con perlas, donde los embajadores extranjeros me darán sus regalos. Al lado construiré mi biblioteca particular. Tengo infinidad de regalos, quizás nunca llegue a saber todos los que poseo, pero estoy seguro que llegará a ser la colección más rica del mundo: Dagas con incrustaciones de coral, servicios de té de oro, esmeraldas de variadas formas y tamaños, jarrones de jade, tronos de oro, jarras de agua con esmaltes de brillantes y oro, reliquias cristianas, pinturas, etc. etc. aunqué sé que mi mayor tesoro aún no ha llegado hasta mi: el puñal Topkapi. Se que el Sha de Persia, lo regalará a alguno de mis sucesores. Tendrá la esmeralda más grande del mundo. Y estará aquí. Mi Sultanato terminará pronto, cerca del año 1730 víctima de los celos y las intrigas palaciegas; intentaré que mi sobrino Mahmud I, acceda al trono, y yo, me retiraré a otro palacio, junto a mi madre y mis concubinas. Quizás algunas puedan volver y servir al nuevo Sultán, quizás… yo me conformaré con alguna vez al año, poder venir a contemplar mi campo de tulipanes mientras las luces del sol, iluminan lo que un día fué mi Haren”… Una música militar, me despertó de un pequeño sueño. Corrimos hacía el primer patio para ver a una “Mehter”, la banda musical de los Jenízaros, la guardia personal del Sultán. Con vistosos trajes rojos o verdes, y el sombrero turco típico, empezaron a tocar varias canciones militares, alineados en un círculo perfecto, y rodeados por los cientos de turistas que allí estábamos. A algunos el bigote postizo se les despegaba, y su imagen era más cómica que artística. Retrocedimos para visitar el último patio: el cuarto. En esta zona están los pabellones de recreo, decorados con pequeños y vistosos jardines en su alrededor. Los tulipanes siguen siendo las flores predominantes. Pequeños pabellones rivalizan en ornamentación y situación. Cada uno para una realidad concreta: salones de descanso, de oración, de circuncisión o de lectura. Un pabellón hecho completamente de madera, sobresale en el ambiente. El pabellón de Bagdad… Un pequeño estanque, con una fuente que lanza chorros de agua al aire, termina por decorar el lugar. Al lado del pabellón, sobresale el techo de oro del “Baldaquino Iftariye”, el lugar más concurrido para hacerse fotografías. Los sultanes solían tomar aquí su primer desayuno, a la puesta del sol, durante el Ramadán. Desde él, el Cuerno de Oro y la gran mayoría de la ciudad de Estambul, se muestran ante nuestros ojos. Precioso. Pero el rincón más encantador del Topkapi es la terracita “Mecidiye Kosku”, situada en el extremo noreste del palacio, frente a la confluencia del Bósforo con el mar de Mármara. Desde aquí, se obtiene la estampa de Estambul de siempre, una panorámica en donde no falta de nada, porque ahí delante, a lo lejos, están las líneas ondulantes que trazan las colinas sobre las que se extienden los barrios salpicados de mezquitas y el bullir de la ciudad en plena actividad. Hay que descansar las piernas y observar las tranquilas travesías de los barcos y chalupas que van o vienen por el Cuerno de Oro, el estrecho o el propio mar. Sí, es como una postal, donde no hace falta pegar un sello, para que nos llegue al corazón. El tiempo transcurría demasiado rápido, y decidimos dejar la magia de un palacio, para adentrarnos en la magia de la historia más auténtica. El Museo de Arqueología de Estambul. Situado a pocos metros del Topkapi, dentro del parque Gülhane, el Museo Arqueológico se divide en tres edificios. El primero que visitamos fué el museo del Antiguo Oriente, con un montón de piezas de los imperios hititas y otomanos. Seguimos por el museo Arqueológico donde una estatua del dios Bes, nos dió la bienvenida. Sarcófagos lycios, egipcios, estatuas de diferentes épocas y estilos y sobre todo una sensación de pasear por la historia a través de innumerables objetos… estaba disfrutando con lo que veía. Es curioso como puede llegar a hipnotizar una simple escultura. En el museo nos encontramos a Paz, descansado en un sofá. Estaba esperando a la incombustible Susana, que se había “perdido” por las salas superiores. El objeto que más me sedujo, fué el Sarcófago de Alejandro Magno. Bellísimo. Exquisito. Tallado en mármol, aún conserva restos de pintura roja en algunas de sus figuras. Protegido por una mampara de cristal y con una iluminación tenue pero suficiente, me sedujo desde el mismo instante en que lo ví. Mientras estábamos contemplando el sarcófago, también nos encontramos a Amparo. La opinión de todos era que el museo era precioso, pero que merecería una visita más en profundidad. Subimos a las plantas superiores, donde la muestra de objetos antiguos era grandiosa, casi absorbente. Tanta cantidad de objetos en las vitrinas, hacían que la visita fuese más rápida que lo recomendable. Saturación y cansancio empezaban a hacer mella en nosotros. Los restos encontrados en Troya despertaron algo de curiosidad, pero no la suficiente como para recrearnos lo suficiente en cada una de las vitrinas. Asomados a una ventana, vimos a Susana y Paz que se dirigían al tercer edificio del museo. Fotos entre nosotros y alguna risa. La tercera parte del museo, es el llamado quiosco de los azulejos. Construido en 1472 como pabellón exterior del Topkapi, en la actualidad alberga una muestra de cerámicas, jarrones y objetos de color turquesa. Lo vimos a la carrera. Creo que tan solo estuvimos en él, unos 5 minutos. Era el mediodia. Buen momento para comer algo. Caminando hacía Eminonu, entramos en un pequeño local que servían kebaps para llevar, pero que tenían también 4 mesas en su interior. Un kebap, acompañado de una coca-cola, en un lugar con ausencia total de turistas, y mezclados con la gente del lugar, fué nuestro momento de descanso y de aprovisionamiento alimenticio. Aunque hubiera preferido un bocadillo de caballa, de los que vendían cerca. Anteriormente los mismos pescadores provistos de hornillos de gas acudían al muelle de Eminonu para ofrecer sus capturas en forma de sabrosísimos bocadillos. Ahora la mayoría de ellos, han dejado este negocio en manos de quioscos de refrescos y comida rápida, donde los pescados son cocinados por turcos vestidos con su traje típico del país, de color rojo o azul. El mercadeo callejero de Estambul es impresionante. Chavales provistos de una modesta bascula de baño, con la que se puede conocer el peso a cambio de algunas monedas, vendedores de botellas de agua, de panes, de frutos secos, limpiadores de zapatos… multitud de buscadores de vida, de la vida cotidiana. Eso si… que ricos que están estos bocadillos!!!. Nuestro siguiente paso, fué ir al mercado de las especies, el mercado egipcio que habíamos visitado el primer día, pues queríamos comprar algunas cosas más que nos faltaban. En el bazar egipcio estuvimos poco rato. Tan sólo los instantes justos para comprar las cuatro pulseras, delicias turcas, y alguna tontería más. Queríamos ir al Haman, pero antes, optamos por regresar al hotel, para descansar un rato y cambiarnos de ropa para el baño. Caminamos por las calles cercanas al hotel, donde las calzadas se estrechan y los suelos se llena de adoquines; en los balcones y ventanas hay ropa tendida y los chavales juegan y corren esquivando a los coches. En un café del barrio, se juega al backgammon, mientras un captador casi nos secuestra para que nos tomemos un zumo natural de naranja. No hay tiempo de sentarse en la mesa, pero si en los taburetes para observar la rapidez y maestría con la que un adolescente exprime las naranjas. Estambul. Hotel, descanso y vuelta a salir. Tras unos errores en la dirección llegamos al Cagaloglu Hamam. Es quizás el más bello de la ciudad, pero también el más caro. De un entorno impresionante, este Hamam ha sido protagonista de películas y anuncios de televisión. Hay diferentes tipos de servicio. Encarna y yo optamos por el servicio completo, que incluía baño, masaje y exfoliación. Separados los hombres de las mujeres, a mi me asignaron un vestidor con una pequeña cama, donde debía dejar mi ropa, la luz encendida y la puerta cerrada con llave. Un empleado me acompañó hasta el interior y me indicó que me sentara donde quisiera. Y eso hice. En un rincón del baño de vapor, con una toalla de rayas parecida a un mantel de las abuelas, me dispuse a dejar que el sudor impregnara mi piel, mientras me fijaba en todo el ritual del baño. Al cabo de unos minutos, que para mi fueron pocos, un empleado regordete con bigote me llamó. Me tumbó en el caliente mármol del centro de la sala, mientras me daba un rápido y suave masaje. Después del masaje, me llevó a un rincón de la pared, donde con un guante negro empezó a exfoliarme. Me daba la impresión de que estaba siendo tratado con una rapidez, que no era la deseada. Después de esta mini exfoliacion, me puso una especie de esponja con forma de pulpo en la cabeza y el cuello, mientras con agua fría iba aclarándome. Al terminar este ritual, sin ningún reparo, me dijo que después, le diese propina porque se “había cansado mucho conmigo”… Me quedé un rato descansando, disfrutando del entorno que la luz natural aún me mostraba y me fijé que todos los empleados del Hamam hacían lo mismo que el que me lo había hecho a mí. E incluso con más delicadeza y tiempo. Pensé no obstante en darle alguna lira de propina. Pero eso fué al principio. Cada vez que mi masajista entraba en la sala, me buscaba con la mirada; no quería que me escapara. Cuando me cansé de sudar, me fui a cambiar a mi vestuario. Un empleado me preguntó que si quería un té, y de que lo quería. Mientras me estaba cambiando, comprobaba que me estaban vigilando, para que no me fuera sin dar propina. Y no me gustó. Me senté en una sala en la entrada, tomándome un té y esperando a Encarna. Por detrás mió, oía toser, como si alguien quisiera llamar mi atención. Pero como estaba casi en la puerta de entrada y por ahí no pasaban los empleados de los baños, me hice el sordo. Sabía perfectamente quien era, y que quería, pero esa insistencia, casi obligación, no me gustó y deje la propina para otra ocasión. Encarna tardó un poco más, y cuando vino, nos fuimos los dos sin volver la vista atrás. No fué una maravilla de baño, pues tenía la sensación de que a mayor afluencia de turistas, más rapidez en el servicio. Y eso que el baño completo valía 30 euros. Decidimos caminar por las calles que están detrás de Aya Sofía, zona que no conocíamos y que enlazaba con otra entrada del Topkapi. Nos introducimos por unas calles tranquilas, como si de un barrio aparte de la gran ciudad fueran, y entramos en una tienda de artesanía preciosa. La tienda estaba atendida por una chica joven, con unos ojos preciosos. Y por su jefe, un turco de unos 50 años. Queríamos comprar unas cajitas hechas con espuma de mar, algo que sólo se hace en Turquía. El señor se ofreció a prepararnos un té, y que nos sentáramos con tranquilidad. Que descansáramos, que disfrutáramos del té y de su hospitalidad. Compramos las cajitas de espuma de mar, y además un juego de collar y pendientes que la chica nos dijo que hacía ella misma. Una y otra vez miraba los ojos de la dependienta…sensuales, negros, grandes…podías estar eternamente mirándolos y cada vez descubrir un brillo nuevo. Con mi rudimentario inglés le dije, que tenía unos ojos preciosos. Fueron los ojos de Turquía. El té en aquella tienda me supo a gloria. Me sentí tratado como un amigo, a pesar que nuestra amistad era breve e interesada. De regreso a nuestro cercano hotel, me compré una mazorca de maíz que un chico joven vendía en la calle. Arreglarse para la cena, y de nuevo a la calle. Nuestra última cena en Estambul. Helena nos llevó por otra zona de calles también detrás de Aya Sofía, pero que no conocíamos. Creo que hicimos más vueltas de la cuenta, y como todos íbamos hablando, alguna vez tuvimos que esperar a algún rezagado. El restaurante tenía buena pinta. Sentados en tres mesas, con una decoración preciosa, nos dispusimos a cenar todos juntos, por última vez. Habíamos acordado en darle una propina a Helena; ¿pero como prepararlo sin que ella se diera cuenta?... por sectores nos fuimos pasando el dinero, y cuando llegamos a la mesa donde estaba Helena, Birginia se las ingenió para que la acompañara al baño. Teníamos el dinero, ¿pero como se lo dábamos?. Acordamos una cantidad, pero hubo quien puso algo más. Le pedí al camarero que si tenía un sobre, pues queríamos hacerle un presente a nuestra guía. El chico no me entendió bien, y me pidió que le acompañara a una tienda. Pensaba que sería una papelería o algo así, pero no. El me llevó a una tienda de regalos y me enseñaba unas babuchas para que se las comprara a Helena. No nos entendimos. Al final, con algo de ayuda, le dije que tan solo queríamos un sobre, y él, con un folio improvisó un sobre, donde todos firmamos. “de los 15 magníficos, con todo nuestro cariño”. Supongo que Helena ya se lo esperaba, aún así, también supongo que lo agradeció. Y después, unas pipas de agua, para terminar la noche. Con risas, pero con atisbos de tristeza, terminamos la cena. Esta vez no hubo bailes, no hubo ligues, no hubo abundancia de risas… De regreso al hotel, fui la mayor parte del tiempo hablando con Mila. Es curioso que la mejor conversación con ella, la tuviera en esos últimos minutos conjuntos. En la recepción del hotel, tocaba despedida. Y que poco me gustan estas cosas. Al grupo de Madrid ya no les vería más, o como mínimo en mucho tiempo. Y aunque es ley de vida, o ley de los viajes, es cierto que los ojos se me humedecieron cuando me despedía de algunas personas. “amigos para siempre”, canturreé cuando subí al ascensor…. Ya en la habitación, preparar la maleta, colocar todas las cosas en perfecto orden para que resistan un viaje, y empezar a almacenar en mi memoria la sonrisa de Susana, o de Birginia, o de Mila… o de…… de todos. Mañana volvería a decir adiós a una ciudad que me estaba llamando para que volviera a visitarla de nuevo. Mañana regresaría a mi hogar, mis amigos y mis aromas. Pero eso sería mañana. JUEVES 17 DE AGOSTO… … 17º DIA… … ESTAMBUL-BARCELONA HOSÇAKAL ISTAMBUL… HOSÇAKAL YANEM Hubo que madrugar. Nuestro último amanecer en la ciudad de los dos continentes, fue una especia de prisas por partir y de nervios por llegar. El desayuno a medio preparar; aún no se habían incorporado del todo los camareros. Un aspecto de soledad y tranquilidad en el hotel, como presagiando la partida de 7 viajeros rumbo a Barcelona. Helena, como siempre nos recibía con una de sus mejores sonrisas. Y mientras la mayoría de personas entraban en Estambul, nosotros salíamos de ella directos hacia el aeropuerto Ataturk. Ataturk, el padre de los turcos, hizo una reforma que afectó a todos los ámbitos de la vida, desde la forma de vestir, pues prohibió el fez en los hombres,( una especia de tocado masculino) y estimuló el abandono del velo entre las mujeres, hasta la lengua, al sustituir el alfabeto árabe por el latino modificado. Cambió la capital del país a Ankara, proscribió la poligamia y los tribunales religiosos. Fué el gran guía de la reforma moderna del país. Su imagen se encuentra en todos los lugares inimaginables del país. Estambul amaneció de jueves; en el minibús que nos llevaba al aeropuerto, Josep y yo íbamos comentando las últimas imágenes de la ciudad, engalanada con publicidad del Gran Premio de Formula 1, que se celebraba dentro de 10 días. Llegamos al aeropuerto y enseguida facturamos las maletas. El hecho de ir como grupo, nos facilitó las cosas. Y luego tocó el despedirse de Helena. ¿Se le puede coger cariño a una persona en 15 días?...si, si es alguien tan encantador como nuestra galleguiña. Heleninha, se ganó un recuerdo perpetuo en mi memoria, y con la promesa de que algún día, en cualquier lugar, volveríamos a verla. Nuestro vuelo TK 1853, tenia su salida a las 10.30 horas, por lo cual teníamos bastante tiempo libre, para pasear por el aeropuerto, tomar un café o gastar las ultimas liras en las tiendas. Y siempre hay algún detalle, o algún capricho en lo que gastar las monedas que nos sobran. Embarcamos puntuales y sin problemas, y el vuelo transcurrió con normalidad. Comida, prensa en turco o mirar la televisión. En el horizonte, Barcelona. El día de regreso de cualquier viaje, siempre es un día especial. Deseas llegar cuanto antes, no por ganas de dejar el país visitado, sino por los nervios de que todo llegue en buen estado, y sobre todo por que las visitas y los lugares por ver, ya se han terminado. Las maletas tuvieron una regular salida. La primera llegó casi al mismo tiempo que nosotros, y el resto las tuvimos que esperar unos 20 minutos. Nuestra maleta llegó con el asa rota. Y recé para que nada de su interior se hubiese roto también. Pero no. Tan solo el asa no llegó con la maleta. Ahora tocaba una nueva despedida. Las frases típicas, de “un placer viajar contigo”, “me encantó conocerte”, resonaron en nuestros labios, aunque un atisbo de tristeza, también asomó en mis ojos. Nuestros familiares nos recogieron como estaba planeado, y en unos 30 minutos ya estábamos dejando las maletas en casa. El sol de Barcelona brillaba igual que el de Estambul; los recuerdos de 17 días de viaje, empezaban a amontonarse en mi recuerdo y las anécdotas y explicaciones del viaje, esperaban en mis labios para salir en rienda suelta. Me acordé de los ojos de una chica turca….pero me di cuenta, de que la mejor mirada, y el brillo más intenso, es el de Encarna cuando me mira. Ella no tendrá unos ojos grandes, quizá no llegué a perderme en sus ojos, pero el calor y el brillo de su mirada puede iluminar más que todas todos los destellos de Turquía. LLORENÇ ESTELLA…………OCTUBRE 2006 Índice del Diario: OJOS DE TURQUIA
01: RUTA POR LA CAPADOCIA
02: LA RUTA LYCIA
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