11 de diciembre de 2015
Mapa de la etapa 5
Tras un primer amago de despertarse a las cinco es finalmente a las siete cuando no podemos volver a conciliar el sueño. El plan de hoy no requiere de grandes madrugones así que hubiéramos preferido aprovechar las circunstancias para dormir un poco más de lo habitual pero ha sido imposible cumplirlo. Para estar dando vueltas en la cama pensando en lo que vamos a hacer, mejor empezar a hacerlo cuanto antes.
Durante el desayuno del hotel esta vez no pedimos café, ya que para ingerir cafeína nos está aguardando un Starbucks justo frente a nuestra primera parada del día. Alrededor de las nueve de la mañana y tras hacer un alto en una tienda de souvenirs recién abierta en la que comprar un dedal y un llavero, disfrutamos de nuestros cafés en el desierto comedor inferior del local esperando a que el British Museum abra sus puertas en una hora.
Obviamente dedicar como mínimo una mañana a las galerías y exposiciones del museo por excelencia de Londres era un fijo en nuestra agenda desde el día que decidimos visitar la ciudad. Teniéndolo a escasos diez minutos a pie desde nuestro hotel, solo quedaba decidir qué día empezar con su visita aprovechando que la meteorología nos obligase a refugiarnos en interiores. Y por eso estamos hoy aquí, un día con los cielos más nublados que en jornadas anteriores, cuando exactamente a las 10:00 y tras contemplar su fachada principal nos adentramos en el vestíbulo acompañados de varios grupos de turistas, algunas excursiones escolares y, faltaría más, la cuota obligatoria de asiáticos armados con sus cámaras. Como en la mayoría de museos de la ciudad, la entrada es libre y solo las urnas habilitadas a lo largo de las galerías instan a hacer una donación.
Las puertas del British
Lo primero que destaca tras superar los controles de seguridad y acceder al vestíbulo principal es la amplitud. Nos encontramos en un enorme espacio circular y muy luminoso gracias a los materiales blancos empleados en suelo y paredes. A lo largo y ancho de la estancia apenas unos mostradores de información por aquí y allá ocupan una superficie por lo demás completamente despejada, evitando así tener sensación de agobio incluso cuando más gente esté visitando el museo.
Espacio de sobra en el vestíbulo principal
Un rápido vistazo al mapa nos ayuda a saber qué dirección tomar para alcanzar la obligatoria visita de las colecciones dedicadas a la historia egipcia y griega. Cruzamos la entrada de la sala número cuatro y nos damos de bruces con la vitrina que aloja la, probablemente, mayor joya de todo el edificio: la piedra de Rosetta.
No fingiré ser ningún erudito y me limitaré a explicar muy brevemente en qué consiste esta roca similar al granito y que conserva parcialmente una serie de grabados. Esos grabados, claramente divididos en tres bloques, se corresponden a básicamente el mismo contenido codificado con tres tipos de escritura de diferente época: los jeroglíficos egipcios, la escritura demótica y el griego antiguo. Al tratarse del mismo texto en los tres lenguajes, sienta las bases para poder traducir documentos de uno al otro siendo así la clave para entender muchos de los jeroglíficos descubiertos en las ruinas egipcias. Sabiendo esto se comprende su importancia vital para conocer datos sobre la historia de la humanidad.
Y aquí tenemos la Rosetta Stone
Pasamos varios minutos contemplando la piedra, admirando su perfecto estado de conservación tras la vitrina y luchando contra el resto de madrugadores visitantes que quieren conseguir la mejor foto pese al reflejo de la luz en los cristales que la protegen. Cuando hemos tenido suficiente comenzamos el recorrido por las múltiples salas que recopilan todo tipo de grabados, esfinges y otras construcciones tanto egipcias como asirias. Confirmamos el dicho popular de que hay más restos de Egipto en este rincón de Londres que en el propio país de origen.
Recorriendo Egipto, I
Recorriendo Egipto, II
Recorriendo Egipto, III
Hasta aquí se ha colado Pato
Recorriendo Egipto, IV
Pared con pared a las salas egipcias damos paso a las galerías dedicadas a la Grecia clásica y, en gran medida, a los restos del Partenón de Atenas. Los tonos marrones del recorrido anterior dan paso ahora a los blancos y grises del mármol cuidadosamente esculpido para dar forma a las distintas figuras y motivos decorativos que protagonizan las columnas y fachada del templo que, al igual que ocurre con el caso egipcio, parece conservar más restos aquí que en lo alto de la Acrópolis en la que se levantaba hace ya casi 2.500 años. Además de la obvia fascinación por estar a escasos centímetros de obras de tanta antigüedad, llama la atención la dificultad que tendría transportar todo ese material durante la construcción del templo.
Recorriendo Atenas, I
Recorriendo Atenas, II
Recorriendo Atenas, III
Como anticipábamos recorrer esta versión masticada de Egipto y Grecia ha requerido más de un par de horas desde que accedimos al museo. De nuevo en el vestíbulo principal aprovechamos la conexión a Internet gratuita para descansar durante cinco minutos junto a los cada vez más numerosos visitantes que han decidido hacer un alto en el camino para merendar. Aprovechando el asiento, decidimos qué otros momentos de la historia nos apetece revivir aprovechando que los tenemos al alcance de nuestra mano.
La siguiente hora la protagonizan idas y venidas por varias de las plantas del museo en las que nos esperan, entre otros, exposiciones de la cultura maya, una gran biblioteca dedicada al renacimiento, un par de salas dedicadas a relojes construidos a lo largo de la historia o el ala protagonizada por los objetos recuperados de la zona de Mesopotamia. Es en esta última donde nos asombra presenciar un cadáver de hace 5.500 años conservado en magnífico estado.
Algo maya por aquí...
... todo el renacimiento en una sala por allá...
... un pato en Babilonia...
... y una momia asombrosamente antigua para terminar.
Nos ha dado la una del mediodía cuando creemos haber tenido suficiente Museo Británico. Es hora de comer y desde que descubriéramos ayer los puestos del mercado de Camden tenemos una misión al respecto. El autobús de la línea 134 nos deja allí en algo menos de 25 minutos, y antes de acercarnos hasta el mercado pasamos por un local de cambio de divisas en el que la tasa es algo más favorable que en las oficinas del centro. Conseguir 26 libras nos deja con 40 euros menos en el bolsillo, lo cual sigue siendo bastante doloroso.
Alcanzamos la zona con puestos de comida al aire libre que ayer nos hizo la boca agua. La diferencia es que esta vez venimos debidamente equipados con libras en efectivo para aprovechar el lugar. Tras recorrer un par de veces toda la oferta disponible, L se decide por una hamburguesa argentina con patatas y yo me dirijo a por un “Philly steak”, el sandwich de carne y queso fundido típico de Philadelphia. Tras hacer mi pedido, el dueño del puesto me pregunta si hablo español a lo que, tras confirmárselo, responde que él es originario de Nepal. Me he debido perder algo. La comida nos cuesta siete libras a cada uno, lo que deja margen para un cupcake de plátano por libra y media tras descartar varios kioscos de crepes por entre cuatro y cinco libras. Disfrutamos de nuestra comida sentados en unos escalones al otro lado del río frente a un local de la cadena de pubs JD Wetherspoon que según pasan los días parece menos probable que vayamos a encontrar hueco para probar.
Con la misión cumplida, volvemos a recurrir al transporte público para plantarnos en la céntrica estación de metro de Tottenham Court Road. Nos recibe esa lluvia intermitente y que no termina de agravarse, a la que acertadamente L bautiza como “calabobos”. Tras volver a pasear esta vez juntos por los pasillos de Primark, decidimos regresar al hotel para descansar unas horas y volver a las calles cuando ya sea noche cerrada. Invertimos esas horas en ver un par de capítulos de Parks & Recreation y ducharnos, esta vez en la ducha más alejada de nuestras habitaciones que resulta tener mejores controles de la temperatura que la más cercana utilizada en días anteriores. Antes de salir de nuevo estudiamos nuestra mejor opción para regresar a los pies del London Eye y disfrutar de la zona del Parlamento iluminada.
Hay más TARDIS ocultas a plena vista en Gower Street
Regresando al hotel
La iluminación de la gran noria patrocinada por Coca Cola resulta decepcionante. Donde esperábamos algo excesivo y cegador apenas encontramos unas tiras de luz para hacer visible la estructura de la atracción en el oscuro horizonte. El Big Ben sí se ajusta más a las expectativas, disfrutable de otro modo ahora con toda su anaranjada fachada iluminada para poder distinguir sus detalles incluso desde el otro lado del Támesis. Cubierto el objetivo de visitar las calles de Westminster por tercera y última vez iniciamos el regreso hacia el hotel utilizando una de las líneas de autobús más socorridas, la 24. Por el camino volvemos a ser testigos de cómo los londinenses se acumulan a las puertas de los pubs cerveza en mano, resistiéndose a que el poco espacio en el interior les prive de su preciado oro líquido. Disfrutamos una vez ás de Trafalgar Square y los carteles luminosos del West End, en esta ocasión desde las privilegiadas ventanas del piso superior del autobús.
Las luces del Big Ben
Ahora un poco más cerca
De nuevo en “nuestro barrio” recorremos las calles más cercanas al hotel en busca de la mejor opción de comida para llevar. Tras combinar alegría y tristeza al descubrir un local de comida italiana para llevar con una pinta estupenda pero al que apenas le queda género a estas horas, nos decidimos finalmente por un poco de comida fría comprada en Tesco, que ya ha pasado a ser nuestro supermercado habitual. Lo mejor de la cena es el vaso de Skyr, un yogur típico de Islandia que nos recuerda al maravilloso viaje vivido hace unos meses.
Cenados y tras un nuevo capítulo de Parks & Rec nos disponemos a dormir por primera vez en todo el viaje siendo necesario taparnos con las sábanas.