
En el archipiélago de las Maldivas, un conjunto de aproximadamente 2200 islas flotando sobre el Índico, tan sólo unas 200 están habitadas por indígenas.
La mayoría constituyen resorts en manos de grandes cadenas internacionales que se rigen por sus propias normas con la máxima: una isla, un hotel.
Cuando suena la palabra Maldivas, nuestra mente dibuja palmeras, agua de color turquesa, arena coralina, peces de colores, villas overwater, vacaciones relajantes y de las que rompen la cartera. Una noche en temporada alta, coincidiendo con la época seca (de diciembre a marzo) es difícil que baje de 300 euros con el traslado y pensión completa incluida, actividades aparte.
En 2010, el gobierno maldivo, abrió la posibilidad de construir pequeños hoteles y casas de huéspedes en las islas habitadas, lo que permite que los propios habitantes del país participen directamente del negocio turístico, centrado casi en exclusiva en los resorts.
Maafushi, Gulhi, Guraidhoo y Fulidhoo en el atolón sur de Male, Huraa, Thulusdhoo o Dhiffushi en el atolón norte, son ejemplos de islas donde ha cobrado fuerza un tipo de turismo denominado en un principio como “mochilero” pero que está cambiando con el tiempo, y que atrae cada vez más a familias con niños, parejas y gente viajando sola.