Tomamos un vuelo de poco más de una hora desde Colombo a Malé para una estancia en Maldivas de tres días. En realidad no era la primera vez en este viaje que estábamos allí, pues en nuestro accidentado de ida habíamos hecho escala aquí entre Dubai y Sri Lanka.
En el año 2.011, Maldivas era un destino realmente caro, así que buscamos un atolón cercano a Malé para evitar tener que llegar a él en hidroavión. Nos alojamos en Emboodhoo o Embudu, en el Atolón Sur de Malé. Un islote pequeño pero bastante tranquilo, nosotros no íbamos buscando el tipo de resort para lunas de miel (eso se nos quedaba ya a casi 20 años de distancia), música a toda marcha ni barra libre.
Cuando llegamos a Malé nos estaban esperando para montarnos en una lancha y en un trayecto de media hora estábamos en el atolón.

Aunque llegamos mucho antes de la hora del checking, nos permitieron coger la habitación y además con una agradable sorpresa añadida, pues al estar el resort en reparaciones, en vez de la habitación más económica en la playa que habíamos reservado, nos emplazaron en una villa sobre el mar, con su suelo de cristal para ver pasar los peces bajo él. Todo un lujo.

De lo que es Maldivas poco puedo añadir que no sea más que conocido por todos los amantes de viajar: playas de arena blanquísima, abundantes palmeras y agua turquesa que, al acercarse al borde del arrecife, se vuelve de un azul marino intenso. En medio, toda la gama de azules.

El relato de esta etapa del viaje se reduce a decir que dedicamos todo nuestro tiempo a hacer snorkel, nadar y descansar en la playa o en nuestra habitación, ya que el calor es aplastante. Estábamos en temporada baja, donde se supone que está más nublado y llueve todos los días, pero nosotros sólo vimos pasar algún nubarrón de vez en cuando y, de verás, eran muy bien recibidos pues tapaban por un rato el sol y se aliviaba algo la temperatura.
De todos los arrecifes en que he estado, para mí el de Maldivas es el mejor: por la transparencia del agua, con una visibilidad de hasta 30 metros de profundidad, por la diversidad de la fauna y por la buena conservación y el colorido del coral.
Desde el propio embarcadero de nuestra villa nos echábamos al agua y, alli mismo empezaba el arrecife de coral y aparecían miles de peces de todos los colores. En este viaje no llevábamos cámaras acuáticas, así que lo que pudimos fotografiar fue todo desde la superficie. Estas fotos quedan como una pequeñísima muestra.

Haciendo snorkel completamos varias vueltas completas al islote. Pudimos ver tiburones pequeños, que se acercaban hasta la misma orilla, mantas y también alguna tortuga.
El islote, que no llega a los 300 metros de longitud, es poco más que la superficie ocupada por el resort, pero da para tener varias playas que permiten poder estar a solas, accediendo a ellas a través de una selva frondosa que ha crecido sobre la arena coralina.

Y llegó el momento del retorno. Me parecía entonces y me lo sigue pareciendo hoy, que las Maldivas no es el tipo de destino para ir exclusivamente a él. Para mí, con tres días como los que estuvimos, después de nuestro tour por Sri Lanka era más que suficiente. Tiempo sobrado para hacer todo el snórkel que se quiera, teniendo en cuenta que no necesitas desplazamientos al arrecife y no hay limitación alguna de tiempo.
El tercer día, nos permitieron quedarnos en el resort, poder comer allí, tomar una ducha y, al atardecer nos devolvieron en lancha a Malé.

De allí volvimos al aeropuerto de Colombo para retornar a España vía Dubai.
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