Luang Prabang (segundo día) ✏️ Diarios de Viajes de Laos

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Nuestro segundo día nos levantamos excesivamente pronto, al menos para mi gusto, ya que queríamos ver la procesión de la limosna de los monjes budistas.

En esta zona del mundo amanece muy pronto, como a las 6 de la mañana, y a las 6 de la tarde ya se está poniendo el sol. Todas las mañanas los monjes salen por las calles de Luang Prabang (y otras ciudades laosianas) recogiendo ofrendas que les da la gente. Estas ofrendas son comida: arroz pegajoso (90%) y algún que otro dulce. Dado que nuestro guest house estaba delante de un monasterio, no nos costó mucho enterarnos cuándo salían los monjes, ya que tocan un gong.

Al salir a la calle nos encontramos la procesión, y al dueño de nuestro guest house dando arroz a los monjes que pasaban. Durante esta procesión reina el silencio, mujeres y hombres se arrodillan en el suelo con sus cazuelas y van dando arroz a los monjes, que se paran delante de ellos. Desgraciadamente, al ser Luang Prabang un sitio bastante turístico, hay mucha gente que resulta molesta o que se pone a hablar en alto. Muchos se ponen delante de los monjes a hacerles fotos (cosa que está muy mal vista tanto por los monjes como por los propios laosianos) y, aprovechando el turisteo, algunos hacen negocio vendiendo arroz o dulces a los turistas para que estos se arrodillen y donen a los monjes. Mi recomendación es no hacer esta turistada, ya que los que venden estas cosas para turistas son niños explotados. Lo que nosotros vimos fueron turistas que compraban a estos niños, y una vez acabada la procesión de los monjes estos niños se acercaban a una persona que estaba vigilando en una esquina a la que le daban todo el dinero.

La procesión no dura mucho, una media hora. Al acabar la misma volvimos a la cama a seguir durmiendo un par de horas. Nos pegamos una ducha y nos fuímos a desayunar. El plan de hoy era mitigar el calor reinante en las cataratas Tad Kuang Si. Tras la experiencia de las baguettes en el mercado el día anterior, fuímos a desayunar allí. La plaza está llena de tuk-tukeros que ofrecen excursiones por los alrededores, así que ya regateríamos allí con ellos. Desayunamos una baguette de aguacate, otra de nocilla y sendos cafés helados por un total de 40000 Kip (4 €) en el mismo puesto donde habíamos comido el día anterior.

Mientras esperábamos fuímos regateando con los tuk-tukeros que por allí pululaban para ir a las cataratas. Al principio nos pedían 500 mil Kip, pero regateando conseguimos bajarlo hasta 300 mil Kip y el hombre aceptó. Nada más terminar el desayuno nos subimos al tuk-tuk con otras dos parejas: una de Canadá, que estaban haciendo una vuelta al mundo, y una de Australia. El tuk-tuk tardó unos 45 minutos en llegar a las cataratas. Poco antes de llegar a las cataratas hay un control policial. Entretanto, a lo largo del camino se van viendo los arrozales y los campesinos que en ellos trabajan.

La entrada a las cataratas cuesta 20000 Kip (2 €) por persona. Acordamos con el tuk-tukero estar 3 horas y que luego nos recogiera. Hubo que negociar un poco, ya que el hombre quería esperar una hora menos. Dentro del recinto de las cataratas hay un centro de recuperación de osos y más adelante las cataratas, con un agua color turquesa flipante y el agua fresquita, muy fresquita. Estuvimos bañándonos en la primera laguna durante más de una hora, anduvimos hacia arriba viendo varias cataratas hasta que llegamos a la última y también nos dimos un baño allí. Se puede subir hasta el manantial de donde mana el agua, la pareja australiana de nuestro tuk-tuk subió allá y contaron que en la subida hay que andarse con mucho cuidado si vas con chanclas.

Al llegar de vuelta al centro teníamos más hambre que el perro de un ciego, así que nos fuímos a comer a uno de los muchos restaurantes que pueblan la orilla del Mekong. No recuerdo el nombre del sitio donde comimos, solo que el camarero era lentísimo y no se enteraba de lo que pedíamos a pesar de que se lo señalábamos en la carta. Nos comimos noodles con tofu, un curry y dos cervecejas por 75 mil Kip.

Eran cerca de las 17:30 y a las 19:00 nos recogía un tuk-tuk para ir a la estación de buses. Vientiane, la capital de Laos, era nuestro próximo destino. Así que nos fuímos al guest house a hacer nuestras maletas y tirarnos a la bartola mientras esperábamos al tuk-tuk.

A las 19:30 aparece nuestro tuk-tuk, que nos lleva a la estación de buses, la cual está bastante apartada de la ciudad. La estación de buses no tenía nada que ver con las que he visto en Europa o en Argentina. Los destinos y horarios se escribían en una pizarra con tiza y, básicamente, era una explanada con dos casetas donde vendían los tickets. Nosotros, al tener ya nuestra reserva, presentamos el resguardo de la misma y nos dieron los billetes del sleeping bus. A las 20:30 el bus arrancaba en lo que iba a ser un viaje que no olvidaré jamás.

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