Recorrimos los 57 kilómetros que hay desde Cardona a la Abadía de Montserrat por la carretera C-55, desde la cual pudimos apreciar distintas panorámicas de las sorprendentes agujas de la montaña donde se ubica. La perspectiva me resultó más impactante cuanto más lejana, porque al ir acercándonos, aunque seguía siendo espectacular, ya no le noté aquella especie de halo sobrenatural que le proporciona la distancia.
Se trata de un monasterio benedictino situado en la montaña de Montserrat, comarca del Bagés, en la provincia de Barcelona, a 720 metros sobre el nivel del mar. Dista 60 kilómetros de la capital catalana y es sencillo realizar desde allí una excursión en el día, de hecho son miles de personas las que lo hacen así, incluidas las que arriban en cruceros.
Acceso al Monasterio:
Si se quiere llegar en coche particular, hay dos posibilidades:
1) Dejar el vehículo en los aparcamientos que hay en Monistrol de Montserrat (el pueblo que está en la base de la montaña, junto a la carretera general) y seguir en el cremallera o el teleférico.
2) Subir hasta la propia Abadía (9,2 kilómetros desde Monistrol) y dejar el vehículo en el aparcamiento del Patronato de la Montaña de Montserrat, que es de pago. Para los coches la tarifa asciende a 6,5 euros por día completo, con la primera media hora gratis; para estancias de hasta 3 días, cuesta 10,5 euros, y hasta 7 días, 11,5 euros. Hay que tener en cuenta que es un lugar muy concurrido, y los fines de semana y festivos puede ser bastante complicado encontrar un hueco en el aparcamiento, sobre todo por la mañana.
Acceso por carretera desde Barcelona según Google Maps.
Detalle de subida desde Monistrol de Montserrat hasta la Abadía.
Detalle de subida desde Monistrol de Montserrat hasta la Abadía.
Además del coche particular, se puede acceder utilizando los trenes de la Generalitat que salen cada hora de la Estación de Plaça de España en Barcelona, así como los de la línea R-5 de Renfe (Barcelona-Manresa), que enlazan en la estación de Monistrol con el cremallera y el teleférico que suben hasta la Abadía.
Los horarios y los precios del tren cremallera y el teleférico es mejor consultarlos en las respectivas páginas web porque difieren según la época del año y también existen billetes de ida y vuelta y bonos combinados con tren e incluso metro que salen más económicos.
Ya en el Monasterio, hay funiculares que llevan a la Santa Cova y a Sant Joan, con sus tarifas y horarios correspondientes, y también con posibilidad de economizar haciendo viajes combinados. Dependiendo del tiempo de que se disponga y lo que se quiera hacer, conviene planificar la visita por anticipado o, al menos, una vez allí, viene bien ir a la Oficina de Turismo, donde aconsejan y dan folletos informativos, incluyendo descripciones de interesantes rutas a pie. Nosotros teníamos pensado de antemano lo que queríamos hacer y aun así hicimos algún cambio sobre la marcha.
Al fondo, estación y funicular que sube a Sant Joan.
En torno a las doce y media del mediodía, subimos la empinada carretera BP-1121 que conduce a la Abadía disfrutando de vistas espectaculares. Llegamos a la caseta de control, donde cogimos el correspondiente ticket. La carretera seguía ascendiendo con zonas de aparcamiento a los lados: cuanto más abajo se deje el coche, más se tendrá que caminar cuesta arriba hasta el Monasterio. Claro que ese planteamiento de perogrullo resultaba inútil entonces porque aunque era día laborable, en el mes de agosto eso significa poco, y el parking estaba hasta los topes, con un montón de gente y vehículos pululando de arriba abajo, en un reguero continuo.
Como teníamos reservado alojamiento para esa noche en el Hotel Abad Cisneros, que está junto al Monasterio, seguimos hasta una barrera que hay al final de la carretera, donde comienza la pasarela peatonal que conduce a los edificios monacales. Tras enseñar la reserva al vigilante, nos autorizó el paso exclusivamente para llegar al hotel, registrarnos y bajar las maletas. Después, debíamos regresar para dejar el coche en el aparcamiento como todo hijo de vecino: ser cliente del hotel no otorgaba más privilegios.
Llegamos al hotel después de sortear una ingente cantidad de personas que iban y venían por todas partes: un maremágnum, la verdad. Claro que no había de qué extrañarse, estábamos en uno de esos lugares emblemáticos y, por tanto, masificados, que visita todo el mundo, ya sean peregrinos o simples turistas; y por si fuera poco, en pleno mes de agosto. Íbamos mentalizados, pero como era nuestra única fecha disponible, tocaba apechugar y punto. Para enmendarlo un poco, habíamos decidido alojarnos una noche allí mismo, lo cual nos permitiría movernos con un poco de tranquilidad al final de la jornada.
Pasarela peatonal de acceso a la zona de la Abadía.
Nos tocó dar un par de vueltas hasta encontrar un hueco para el coche, bastante abajo, por cierto. Por lo tanto un consejo: mejor madrugar si se quiere llevar vehículo propio. Por la tarde vimos menos gente, pero dependiendo de la época del año también hay menos tiempo para moverse por la zona y hacer las visitas. Tuvimos que subir la cuesta andando, lo cual nos dio la oportunidad de ir contemplando las vistas panorámicas que ofrece la montaña y que son ciertamente espléndidas.
Los miradores son de vértigo, y las vistas se pierden en el horizonte.
Como era la una y media, para adelantarnos al gentío decidimos ir directos a comer al restaurante-autoservicio-bar, todo en uno, que hay junto a la Plaza de los Apóstoles, un chiringuito gigantesco montado para ofrecer bebida y comida rápida a un mogollón de gente. El feo edificio, con terrazas acristaladas que se asoman al vacío, se ciñe a la pared rocosa para pasar lo más inadvertido posible, lo que apenas logra, naturalmente. Pero, en fin, la gente tiene (tenemos) que comer en alguna parte… El menú del bufet libre cuesta 16 euros, incluyendo bebida y comida a discreción. Calidad: es un bufet bien surtido, pero un bufet al fin y al cabo, y aunque el comedor es muy grande, a partir de las dos estaba lleno. También hay restaurante fino y servicio de bar, con bocadillos, ensaladas, hamburguesas, sándwiches y demás. Tampoco es mala opción llevar bocata propio.
Restaurante-Mirador.
Plaza de los Apóstoles.
Después de alimentarnos, dimos una vuelta por los alrededores, visitando los diferentes miradores que suben y bajan, ofreciendo vistas espectaculares a diferentes niveles. El panorama era espléndido y nos pareció distinguir edificios altos de la mismísima Barcelona allá, al fondo. Luego comprobamos que estábamos en lo cierto.
Abajo, en el centro, se distingue la mancha amarilla del teleférico, como una mota.
Todo seguía estando bastante atascado y subimos a la habitación para descansar un poco. El Hotel Abad Cisneros Montserrat tiene tres estrellas y está situado al lado del Monasterio. Nuestra habitación, amplia y cómoda, tenía unas vistas estupendas a la misma plaza donde se encuentra la entrada a la basílica. Considerando su alto precio, la principal ventaja del hotel es ésa. Por lo demás, que nadie espere lujos ni muebles modernos. Por cierto que en el ascensor vimos un cartelito que anunciaba la paralización del servicio en el tren cremallera y los funiculares por huelga. Afortunadamente se refería a los días siguientes y no nos afectaba para aquella tarde, pues estábamos pensando utilizar el funicular para subir hasta Sant Joan. Madre mía, la que iba a formarse el día siguiente con tanta gente y sin trenes cremallera…
La vista que había desde nuestra habitación.
El edificio del hotel a la derecha, visto desde el atrio del Monasterio.
El edificio del hotel a la derecha, visto desde el atrio del Monasterio.
Un rato después, salimos a conocer el Monasterio y sus alrededores. Antes habíamos leído algunas referencias sobre su historia que voy a resumir.
Este monasterio benedictino está situado en la montaña de Montserrat, comarca del Bagés, en la provincia de Barcelona, a 720 metros sobre el nivel del mar. Su origen hay que buscarlo en la ermita de Santa María, donada por el conde Wilfredo el Velloso al Monasterio de Ripoll en el año 888, fecha en que la leyenda sitúa el hallazgo de la imagen de la Virgen por unos niños en una cueva. El obispo quiso llevarla a Manresa, pero no pudo hacerlo por su gran peso, lo que consideró una señal de la Virgen para que se mantuviera en el lugar de su aparición; así que auspició la construcción de una ermita, en la cual comenzó el culto.
En 1025, Oliba, obispo de Vic, fundó un monasterio en la ermita de Santa María. Muy pronto empezaron a afluir gran número de peregrinos que dieron a conocer por todas partes los milagros obrados por la Virgen. Así, el monasterio se convirtió en santuario, lo que supuso un notable incremento de visitantes, donaciones y limosnas, que trajeron consigo la ampliación del recinto religioso y una mayor influencia a todos los niveles. Entre los siglos XII y XIII se construyó la iglesia románica y de esa fecha es también la imagen de la Virgen que se venera actualmente. En posición sedente, está tallada en madera de álamo, mide 80 centímetros de altura y tiene al Niño sentado en su regazo. Es dorada, a excepción de las caras y las manos, que son negras, por lo cual se la conoce como “la Moreneta”.
En 1025, Oliba, obispo de Vic, fundó un monasterio en la ermita de Santa María. Muy pronto empezaron a afluir gran número de peregrinos que dieron a conocer por todas partes los milagros obrados por la Virgen. Así, el monasterio se convirtió en santuario, lo que supuso un notable incremento de visitantes, donaciones y limosnas, que trajeron consigo la ampliación del recinto religioso y una mayor influencia a todos los niveles. Entre los siglos XII y XIII se construyó la iglesia románica y de esa fecha es también la imagen de la Virgen que se venera actualmente. En posición sedente, está tallada en madera de álamo, mide 80 centímetros de altura y tiene al Niño sentado en su regazo. Es dorada, a excepción de las caras y las manos, que son negras, por lo cual se la conoce como “la Moreneta”.
Esta foto no es mía, está sacada de internet, concretamente de Wikipedia.
A finales del siglo XII se convirtió en Abadía por albergar ya más de 12 monjes y en 1409 consiguió independizarse de la de Ripoll. Entre 1493 y 1835 formó parte de la Congregación de Valladolid, y durante los siglos XVII y XVIII fue un importante centro eclesiástico y cultural.
El primer tercio del siglo XIX trajo la ruina al Monasterio, que fue quemado y saqueado dos veces (1811 y 1812) por los ejércitos franceses durante la guerra de la Independencia, y en 1835 sufrió la exclaustración con la desamortización de Mendizábal. En 1844 se reanudó la vida monástica y se reconstruyó el Monasterio, que pasó a ser una Abadía independiente. El 11 de septiembre de 1881 (fiesta catalana), el papa León XIII proclamó a la Virgen de Montserrat patrona de Cataluña. Durante el siglo XX sufrió las convulsiones derivadas de la II República y la Guerra Civil, pero después se recuperó y desde los años cincuenta no ha dejado de crecer. Actualmente cuenta con 80 monjes, recibe miles de visitantes (tanto peregrinos como turistas) y se ha convertido en un referente para los catalanes y epicentro de su religiosidad.
La zona exterior del Monasterio está dispuesta en diversas plazas para ordenar el espacio en torno a la montaña que le sirven de fondo, dándole al conjunto un aspecto llamativo y espectacular se mire desde donde se mire. Ni que decir tiene que es un lugar propicio para lucirse a la hora de hacer fotos.
Esta foto no está muy nítida ya que esta sacada desde el funicular, con el cristal sucio y rallado, pero la pongo porque se ve bastante bien la disposición del Monasterio:
Vista general de la Plaza de Santa María.
La plaza principal es la de Santa María, que da acceso al Monasterio, obra de Puig i Cadafalch. A la derecha, pudimos ver unas arcadas, que también hacen las veces de mirador, con estatuas de los santos fundadores, y a la izquierda, los restos del antiguo claustro gótico. De frente nos encontramos con el acceso a la basílica a través de la segunda fachada de la misma, construida cuando finalizó la Guerra Civil con piedra de la montaña de Montserrat. Está decorada con relieves escultóricos de Joan Rebull, que representan a San Benito y la proclamación del dogma de la Asunción de María, y a San Jorge, con una procesión de monjes que murieron durante la contienda.
Cuando pasamos esta fachada exterior, entramos en un atrio, donde se encuentran dos sepulcros del siglo XV y varias esculturas y pinturas.
A continuación, está la Plaza del Abad Angerich, que antecede a la Iglesia. Está decorada con esculturas y esgrafiados que relatan la historia de Montserrat y de otras basílicas del mundo. En uno de los laterales vimos una fila de personas bastante considerable, estaban esperando para acceder al Camarín de la Virgen, donde se encuentra la talla de la Moreneta. Calculamos que tendríamos para más de media hora y decidimos dejarlo para otro momento, que al final por diversas circunstancias no llegó y es que ya se sabe: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Creo que nos perdimos una de las Capillas más bonitas de la iglesia que se ve al salir del camarín.
La fachada principal es de 1901, de estilo neoplateresco, con relieves escultóricos de Venancio y Agapito Vallmitjana, y se refieren a la proclamación de la Virgen de Montserrat como Patrona de Cataluña por el papa León XIII en 1881.
Aunque data del siglo XVI, la basílica tuvo que ser completamente reconstruida en el siglo XIX después de que la incendiaran las tropas francesas; además, fue restaurada entre 1991 y 1995.Tiene una sola nave, su altura máxima es de 33 metros y está rodeada de capillas. Hay numerosas esculturas y pinturas, y el Altar Mayor está decorado con esmaltes que representan escenas bíblicas; justo encima se encuentra el camarín de la Virgen, por el que veíamos desfilar un incesante goteo de personas. La salida se realiza por el Camino del Ave María, cubierto de velas y cirios que ofrendan los peregrinos. A la zona de las velas se puede pasar sin guardar la fila con la sencilla operación de entrar por la salida.
Otras zonas destacadas son el Baptisterio, el Claustro, la Biblioteca y el Museo, que cuenta con importantes obras de pintura moderna, pintura antigua, arqueología, orfebrería religiosa, etc. El acceso a la basílica es libre y gratuito, aunque se puede comprar un libro explicativo con audio-guía por 11 euros. Supongo que también se organizan visitas guiadas, pero no estoy segura. La basílica está abierta de 07:30 a 20:00 horas.
Después de ver el Monasterio y la Basílica, nos tocaba la parte relativa a la naturaleza, en la que teníamos programada una caminata hasta el Pico de Sant Jeroni, el más alto de Monserrat con sus 1.236 metros.
La montaña de Montserrat tiene un origen geológico sedimentario y está formada por rocas duras y resistentes a la erosión que constituyen un conglomerado de cantos rodados unidos por cemento calcáreo. El viento y la lluvia las ha modelado otorgándole unas formas variadas y extrañas, con aspecto de afiladas agujas. La vegetación predominante son las encinas y los durillos mediterráneos, pero, debido a las acusadas variaciones climáticas de las diferentes zonas también hay tejos y pinares. En cuanto a la fauna, hay que destacar la paloma torcaz, el tordo, la ardilla, la cabra salvaje, el jabalí, la salamandra…
Preguntamos en las taquillas del funicular la posibilidad de ir a la Cueva de la Virgen (Santa Cova), pero nos dijeron que teníamos el tiempo muy justo para hacer ida y vuelta más la visita utilizando el funicular. Así que decidimos acercarnos hasta la Cruz de Sant Miquel, un mirador que nos había llamado la atención desde la Plaza de los Apóstoles porque parecía colgado del vacío: debía tener unas vistas ser espléndidas. Se llega caminando desde las inmediaciones de la estación del funicular de la Santa Cova. Es un camino fácil, cementado, aunque está en cuesta y con bastante desnivel en algunos tramos. Hasta el mirador se tarda unos veinte minutos, y ofrece unas vistas espectaculares del Monasterio, que se ve prácticamente incrustado en la montaña, así como de las tierras catalanas circundantes. Realmente merece la pena acercarse y no requiere demasiado esfuerzo porque, aunque el camino pica muy hacia arriba a veces, existen bancos, miradores y lugares de descanso para tomarlo con tranquilidad si no hay prisa.
Vistas desde el mirador de la Cruz de San Miguel. Lástima que el sol diese de frente.
El panorama alcanzaba hasta Barcelona, muy, muy al fondo.
De paso, vimos panorámicas que, salvando las distancias, nos recordaron mucho a Meteora (Grecia). Subimos un poco más hasta la ermita de San Miguel, y de haber continuado la ascensión, hubiésemos llegado a la de Sant Joan, desde donde sale el sendero hasta el pico de Sant Jeroni. Sin embargo, preferimos regresar y hacer ese tramo con el funicular, ya que nos apetecía utilizarlo y no tendríamos posibilidad al día siguiente debido a las huelgas.
Ermita, Cruz de San Miguel y vistas.
Estas rocas me recordaron a Meteora. Arriba, a la derecha se puede ver la Cruz de San Miguel.
Subida al Pico de Sant Jeroni (1.236 m.), el más alto de Montserrat. Ruta a pie.
Monasterio de Montserrat/funicular de Sant Joan/Sant Jeroni/Pla dels Ocells/Monasterio de Montserrat. Distancia: 7,62 kilómetros;. Desniveles: 302 metros positivo, 602 negativo,. Duración: algo menos de dos horas y media de caminata. Dificultad: en principio fácil y sin complicaciones, pero si el tramo final se hace por el Cami Vell (Camino Viejo), hay que tener en cuenta que se deben bajar unos 800 escalones, con las consiguientes molestias para las rodillas.
Vista del Monasterio desde la estación del funicular.
Entre la información recogida en el foro (muchas gracias ) y el folleto que me dieron en la Oficina de Turismo, no tuvimos ningún problema para realizar esta ruta que conduce al el pico más alto de Montserrat y ofrece vistas espectaculares.
La ruta tal cual es circular y admite dos variantes: subir andando desde el mismo Monasterio por el camino de las ermitas, o ahorrarse un buen tramo de ascenso (270 metros) tomando el funicular en el Monasterio hasta la estación superior de Sant Joan, en el Pla de les Tarantules, que está a 976 metros. Esto fue lo que hicimos nosotros. También se puede acortar aún más la ruta si también se hace el camino de bajada en el funicular, pero en este caso la ruta sería lineal y no circular, y se tiene que estar muy atento a los horarios. Otra posibilidad sería subir en el funicular hasta Sant Joan, seguir por el Camí Nou hasta coronar Sant Jeroni, retroceder de nuevo al funicular y bajar caminando por el sendero rojo, es decir, la ruta de las ermitas. De esta forma se evitarían las escaleras.
Si no me equivoco, el pico redondeado, dos a la izquierda del de la antena, es el Sant Jeroni.
Cogimos el penúltimo funicular, que salía a las 18:05, con lo cual no había posibilidad de hacer la bajada por esa vía, pero tampoco era nuestra intención. Las vistas según íbamos subiendo eran muy chulas, con el Monasterio que se iba quedando más y más al fondo, a nuestros pies.
Al llegar a la estación superior, tomamos un camino que sale a la derecha y conduce a Sant Jeroni. No hay pérdida, está perfectamente indicado. En este mapa que fotografiamos al comienzo del itinerario se aprecia perfectamente: el sendero morado indicado con el número 1 es el Camino Nuevo, que sube hasta Sant Jeroni; una vez arriba, hay que retroceder hasta tomar el sendero amarillo, marcado con el número 2, que es el Camino Viejo y que lleva al Monasterio, pasando por el Pla dels Ocells. Anteriormente, habíamos hecho una parte del sendero rojo (número 3) hasta la Creu y la Capella de Sant Miquel.
Los mapas del panel informativo se ven fatal porque reflejaba mucho el sol.
El sendero es fácil y muy asequible porque asciende suavemente casi todo el trayecto. Las vistas son realmente espectaculares, con las rocas en forma de aguja de Montserrat casi al alcance de la mano. Las fotos no muestran ni mucho menos la realidad del entorno, que además estaba muy tranquilo. Había muy poca gente haciendo la ruta, apenas nos cruzamos con media docena de personas, posiblemente por la mañana habría estado más concurrido. Llegar a ver el Monasterio abajo, prendido entre las rocas en una panorámica que se abría al horizonte fue una estupenda sorpresa.
Estábamos en el llamado Camí Nou de Sant Jeroni (Camino Nuevo), surcando un sendero tallado en la roca, que nos mostraba en primer plano enormes agujas como la Gorra Marinera, la Magdalena y el Gorro Frigio, muy frecuentadas por escaladores, aunque a esas horas de la tarde ya no parecía haber ninguno.
A la izquierda vimos un mirador y nos desviamos unos pasos para asomarnos hacia ese lado.
Ya veíamos más claro nuestro destino, al fondo, dos picos a la izquierda del de la antena.
Más adelante, el camino se bifurcaba y dejamos a nuestra derecha unas escaleras que se hundían en una zona boscosa y que deberíamos tomar a la vuelta. De momento, seguimos de frente, hicimos otro tramo de ascenso y llegamos hasta la Ermita de Sant Jeroni, que no nos dijo gran cosa.
Seguimos por el camino de la izquierda y nos encontramos con un tramo un poco extraño, con escalones de cemento que no se pueden utilizar porque estaban medio rotos. Nos enteramos después que hace unos años la riada provocada por unas lluvias torrenciales se llevó parte de este camino artificial que conduce hasta la cumbre.
Allí, de frente, algo escondido por el reflejo del sol, estaba el Sant Jeroni.
Los últimos 600 metros se hacen un poco pesados porque hay bastantes escaleras y un final engañoso, que parece Sant Jeroni, pero no lo es, ya que todavía quedaba otra barandilla con su bonito juego de escaleras que conquistar. Cuando llegamos a la cumbre, llevábamos 1 hora de caminata.
Arriba, las vistas eran increíbles, aunque el reflejo del sol nos robaba parte de la zona de visión hacia el oeste. Una mesa geodésica nos aclaró algunas dudas de orientación, con unas perspectivas espectaculares desde las que se divisaba un buen trozo de Cataluña, incluyendo Barcelona muy al fondo. Imposible captar las vistas en las fotos y menos con aquella luz. Al menos, yo no pude.
El regreso lo hicimos por el Camino Viejo de Sant Jeroni, tomando las escaleras que habíamos dejado a la derecha en la subida, por el Pla dels Ocells. Las escaleras nos metieron en el bosque y aunque de vez en cuando se hacían sendero, éste duraba poco y volvían a aparecer escalones de todo tipo y altura en una ristra inacabable que nos cansó más que todo el camino que llevábamos recorrido hasta entonces. No sé cuántos fueron, ochocientos he leído por algún lado, pero lo cierto es que las rodillas terminaron acusando tanto traqueteo. Un poco hartos acabamos de tantas escaleras.
Al fin, divisamos el Monasterio, iluminado ya, a nuestros pies, en una visión muy alentadora. ¡Aleluya, fin de las escaleras! El total de la excursión nos llevó 2 horas 10 minutos desde que comenzamos a andar en el Pla de les Tarantules, aunque el último tramo apretamos el paso porque se hacía de niche. Por cierto, que no aconsejo hacer el recorrido en sentido inverso salvo que alguien quiera fortalecer las piernas y el corazón subiendo casi mil escalones prácticamente de corrido. Pero, claro, eso va en gustos.
Ya de noche, el ambiente era muy diferente al que habíamos dejado al partir. Con el cierre de la basílica a las 20:00, la mayor parte de la gente se había marchado y solo quedábamos los pocos que nos alojábamos allí. El silencio era casi absoluto, no había nada abierto: ni las tiendas, ni el autoservicio, ni la cafetería, nada. El único sitio donde se podía cenar era el restaurante del hotel, y allá que fuimos. No recuerdo el precio exacto de los menús, pero el de la cena estaba en torno a los 20 euros (el de la comida era más caro, unos 27, creo recordar); la calidad de la cocina, tradicional catalana, y el servicio eran buenos, pero la carta se quedaba corta para mi gusto. El comedor está ubicado en las antiguas caballerizas del Monasterio, del siglo XVI, con paredes de roca viva y el techo abovedado de piedra; un lugar muy acogedor y con un encanto especial. Una lástima que me hubiera dejado la cámara en la habitación.
Después de cenar, salimos a dar una vuelta, pero el paseo se acabó pronto ya que casi todo el entorno estaba a oscuras, excepto la Plaza que da al Monasterio. Aunque la basílica estaba cerrada, sí se podía pasar al atrio y a la plaza que está frente a la fachada principal de la Iglesia. Parecía mentira que aquel lugar silencioso, solitario y medio en penumbra hubiera sido un hervidero de gente hacía apenas un par de horas.
Imágenes nocturnas.
Al día siguiente, desayunamos en el hotel (lo teníamos incluido) y dejamos Montserrat antes de lo previsto. Con la huelga del tren cremallera, el lío era tremendo, y nos pidieron el hueco incluso antes de llegar al coche. La tarifa que nos cobraron fue de 6,5 euros, un día completo.
Como resumen, pese a la masificación y a las edificaciones de servicios, construcciones funcionales de gusto un tanto dudoso aunque inevitables en estos sitios, y dejando de lado consideraciones religiosas o simbólicas en las que no voy a entrar, creo que vale mucho la pena visitar Montserrat. Y lo que más me gustó no fue tanto el Monasterio como el conjunto que forma incrustado en un entorno espectacular. Por eso, mejor que mejor si la excursión si se aprovecha para dar un paseo por la montaña, ya que será mucho más gratificante vivir ese espléndido paisaje desde dentro.
Nos despedimos de Montserrat desde la carretera con la satisfacción de haber estado allí, arriba del todo.