Granada es una de las ciudades más bonitas de España y la Alhambra uno de los conjuntos monumentales más bellos del mundo, de ésos de los que siempre escuchamos que hay que ver al menos una vez en la vida; y en este caso con todo merecimiento. Eran tantos nuestros deseos, que mi marido y yo fuimos a visitarlo cuando éramos muy jóvenes, en uno de nuestros primeros viajes juntos, de paso hacia Almuñécar. Muchos años después, había llegado el momento de repetir la experiencia, incluyendo la propia ciudad de Granada, que solo conocíamos muy superficialmente, de camino a otros destinos.
Es cierto que la última semana de agosto no es la fecha más adecuada para ir a Granada (lo ideal sería en otoño o primavera), pero nos venía bien para combinarlo con otro destino de vacaciones, y como los días libres se tienen cuando se tienen, no queda otra que conformarse y disfrutar de lo que hay hasta que la jubilación nos haga más libres .
Reservé la visita a la Alhambra con bastante antelación, algo necesario para no encontrarnos a última hora compuestos y sin entradas. Las entradas también se pueden adquirir en las taquillas, en la misma puerta (la primera vez que fuimos lo hicimos así, tuvimos suerte y pillamos las últimas), pero las colas pueden ser enormes o sencillamente haberse acabado el cupo y con un viaje por medio no merece la pena arriesgarse.
Lo primero, consulté la web de reservas de la Alhambra, donde me enteré de que debía concretar también el horario para visitar los Palacios Nazarís, pues este recinto tiene turnos de acceso y solo se puede pasar en el que está impreso en el ticket. Me quedé con los ojos a cuadros al ver que casi a dos meses vista ya no había plazas libres.
Como me había ocurrido algo parecido antes en otros destinos muy solicitados, consulté las condiciones de la tarjeta turística “Granada Card”, que incluía (por aquel entonces, ahora no sé) entradas a la Alhambra y el Generalife, Catedral de Granada, Capilla Real, Monasterio de la Cartuja, Monasterio de San Jerónimo, Parque de las Ciencias y Museo Caja-Granada. Además, tenía 5 viajes gratis en la red de autobuses locales con trasbordo. No recuerdo lo que me costó entonces, pero su precio actual es de 33,50 euros, lo que no está nada mal porque solo la entrada a la Alhambra ya vale 14 euros. También nos interesaban los viajes en autobús, puesto que moverse en coche por Granada es una auténtica tortura y pensábamos dejarlo aparcado en el hotel todo el tiempo. Sin embargo, lo que al final me decidió a coger el bono turístico fue que… ¡milagro! con la tarjeta sí podríamos acceder a La Alhambra en la fecha y hora que nosotros queríamos: por la mañana, para evitar en lo posible el calor. Así que no había más que pensar.
Por si se modifican los sistemas de venta anticipada de entradas, es muy conveniente mirar con bastante antelación la página oficial cuyo enlace es el siguiente www.alhambradegranada.org/, para enterarse de todos los detalles y no llevarse un disgusto estando ya allí.
En cuanto al alojamiento, reservé dos noches en el hotel Maciá Real de la Alhambra, de 4 estrellas, con garaje, piscina y baños árabes, lo que luego agradecimos dado el tremendo calor que hizo. Su único inconveniente es que está a las afueras de la ciudad, pero en la misma puerta para un autobús municipal que pasa con mucha frecuencia y lleva al mismo centro en apenas un cuarto de hora. El precio fue bastante asequible, ya que nos costó 55 euros por noche, lo cual no estaba mal considerando su categoría y lo caros que suelen ser los hoteles en esta ciudad. En Granada hay alojamientos para todos los gustos, aunque la variedad es menor en cuestión de bolsillos, la verdad. Así que, aunque normalmente prefiero alojarme en el centro de las ciudades que voy a visitar, en esta ocasión el aire acondicionado y la piscina a ese precio pesaron lo suyo.
Naturalmente, éramos conscientes de que en Granada en verano es calurosa, pero no podíamos imaginar que a finales de agosto nos fuésemos a encontrar inmersos en una ola de calor en toda regla, con temperaturas máximas rondando los 38 grados y las mínimas en torno a los 25. Menos mal que estamos acostumbrados a turistear con calores (parece que nos los llevamos puestos en los viajes) y procuramos tomárnoslo lo mejor posible.
UN CORTO PASEO POR GUADIX.
Como salíamos desde Santa Pola, nos cuadró bien parar a comer en la localidad de Guadix, donde nos habían recomendado un restaurante que luego resultó que estaba cerrado por vacaciones, con lo cual tuvimos que almorzar casi de compromiso en el primer sitio potable que encontramos. No fue nada del otro mundo, así que ni lo menciono (además, se me ha olvidado el sitio y lo que comimos). El calor hacía estragos y nos limitamos a dar un paseo cortito por la ciudad, que estaba prácticamente desierta y con todos los lugares para visitar cerrados. Eso sí, lo que vimos nos gustó. Será cuestión de acercarnos en otro momento para visitarlo tranquilamente e ir también a la zona de las cuevas, las viviendas trogloditas tradicionales que solamente contemplamos de paso por la carretera, pero que parecía un conjunto bastante curioso e interesante.
Catedral.
Ayuntamiento y Plaza de la Constitución.
Varias vistas.
GRANADA.
Nada más llegar nos dirigimos hacia la Plaza Nueva para recoger las tarjetas “Granada Card” en la Oficina de Turismo. No queríamos ir con el coche por la ciudad más que lo imprescindible pues sabíamos de otras veces lo complicado que resulta moverse por el centro. Y tal cual que fue. Sin darnos cuenta (sinceramente creo que la cámara está puesta a traición para pillar a los incautos visitantes porque no hemos sido, ni mucho menos, los únicos turistas en caer en la misma “trampa”), debimos meternos en un carril (no zona, porque no salimos de la calle principal) sólo para residentes o algo así porque al cabo de dos meses nos llegó una multa a través de la Agencia Tributaria: 60 euros del ala incluido el descuento por pronto pago. Y eso que solo anduvimos un cuarto de hora por allí... En fin, mucho cuidado al circular por el centro de Granada.
Granada es una ciudad bellísima con infinidad de cosas para visitar, por lo que resulta aconsejable llevar una idea clara de lo que se quiere ver sí o sí, y dedicar el resto del tiempo a pasear y disfrutar, callejeando por aquí y por allá, sin agobiarse por querer ver más sitios de la cuenta. En Granada casi todo merece la pena y siempre se querrá volver, así que es mejor no dejarse agobiar por las prisas. Y menos aún si aprieta el calor como nos pasó a nosotros.
Vista de Granada según Google Maps.
Antes de contar nuestro recorrido (que no abarcó todo lo que hubiésemos querido ni mucho menos), voy a relacionar las visitas que no hay que perderse en Granada, de acuerdo con las recomendaciones de los servicios de información turística:
- La Alhambra y el Generalife son totalmente imprescindibles, al igual que la Catedral , la Capilla Real y dar al menos un paseo por el barrio del Albaicín, explorando sus estrechas calles de casas blancas y ventanas floridas, sin olvidar pararse a contemplar las vistas sobre La Alhambra desde el Mirador de San Nicolás (mejor al atardecer o de noche) y desde otros balcones, unos con nombre y otros anónimos, que surgen en rincones insospechados poniendo fondo a las callejuelas que bajan hasta el río. Este conjunto de visitas, que ocupará fácilmente un día entero, ya compensa la visita a Granada.
La Alhambra de noche desde el Mirador de San Nicolás.
- Una ruta también imprescindible, que se puede combinar con el paseo por el barrio del Albaicín, empieza en la Plaza Nueva y recorre la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes, paralelo al río, pasando junto a casas señoriales, puentes de piedra y palacios (Real Chancillería, Iglesia de Santa Ana, el Bañuelo, que conviene ver también, el Puente del Cadí, la Casa de Zafra…), contemplando a la vez la ladera de la colina donde se asienta la Alhambra, cuyos edificios colgados del risco se asoman al río, sobre nuestras cabezas.
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- Visitas también muy recomendables son la antigua Madraza, el Monasterio de la Cartuja y el Monasterio de San Jerónimo.
- Además, un paseo por el Sacromonte, el barrio situado en lo más alto, con sus cuevas, y el sabor más típico andaluz e innegable aire flamenco. Aquí no teníamos intención de ir porque ya lo conocíamos de la vez anterior.
- Como perfecto colofón de toda visita a Granada, hay que perderse por el centro, entrar en una tetería, sentarse en una terraza a tomar algo y ponerse hasta las cejas con las enormes bandejas de raciones y tapas que preparan en cualquiera de sus tabernas y restaurantes. Puede que, dependiendo de la época del año en que se visite, esté todo abarrotado, pero ese gentío por las calles en las noches calurosas es otra experiencia típica granadina que no hay que dejar de probar.
Ya con las tarjetas turísticas en la mano fuimos a nuestro hotel, dejamos el coche en el garaje y nos dimos un bañito en la piscina, lo que agradecimos un montón porque hacía un calor tremendo. Sobre las siete de la tarde salimos a dar nuestro primera caminata por la ciudad, utilizando el bono incluido en la Granada Card para el bus municipal, que cogimos en la misma puerta del hotel. Nos bajamos en la Plaza Nueva y enfilamos directamente hacia la carrera del Darro, recorriendo con tranquilidad el Paseo de los Tristes pues queríamos llegar hasta el Mirador de San Nicolás al atardecer para tomar la típica foto a la Alhambra.
Vistas al atardecer por la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes.
La Alhambra desde el Mirador de San Nicolás: llegamos un poco tarde y ya casi se había hecho de noche.
Para terminar la jornada, cenamos en una terraza del centro en plan casi de turisteo (nos costó encontrar sitio libre) una monumental bandeja de tapas variadas (montaditos y raciones) con unas cervecitas bien frías que no llegó a 30 euros. Regresamos al hotel casi a media noche.
DIA 2.
La Alhambra y el Generalife.
Para no alargar demasiado esta etapa, recargándola con demasiadas fotos, el relato de nuestra visita a la Alhambra y el Generalife lo tenéis en la siguiente etapa de este diario, cuyo enlace pongo aquí: DOS DÍAS Y MEDIO EN GRANADA CAPITAL (2). LA ALHAMBRA Y EL GENERALIFE.
Después de salir de la Alhambra, como hacía mucho calor y no teníamos ganas de ir hasta el centro, tomamos un menú del día en un restaurante que vimos a la salida. Luego fuimos a descansar un rato al hotel y nos dimos un bañito en la piscina (aunque pequeña, agradecimos un montón tenerla a nuestra disposición).
Por la tarde, nos acercamos hasta el barrio del Albaicín para verlo con luz, ya que la tarde anterior estaba anocheciendo cuando llegamos. De nuevo cogimos el autobús, que nos dejó en la Plaza Nueva, desde donde enfilamos hacia la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes, fijándonos en lo que veíamos por el camino algo más que el día anterior.
Pegada a la Plaza Nueva se encuentra la Plaza de Santa Ana, donde sobresale la estampa de la Iglesia de San Gil y Santa Ana, construida en estilo mudéjar según el proyecto realizado en 1537 por el arquitecto “de moda” en la ciudad de aquella época, Diego de Siloé. Se levantó sobre un antiguo oratorio islámico, la mezquita Al-Jama Almanzora, de la que conserva su alminar, una llamativa y esbelta torre de ladrillo. También hay que destacar su portada principal, de estilo renacentista, concluida en 1547.
Continuamos por la Carrera del Darro, dejando sus puentes a nuestra derecha (entre ellos las ruinas del llamado Puente del Cadí, del siglo XI), pasamos junto al Convento de las dominicas de Santa Catalina de Zafra, fundado en 1520, con iglesia de estilo mudéjar y que aúna elementos decorativos cristianos y musulmanes.
Un poco más adelante, a la derecha nos encontramos con la Iglesia parroquial de San Pedro y San Pablo, que al igual que las anteriores, data de mediados del siglo XVI y supone una mezcla de estilos mudéjar y renacentista. En este lugar hubo antes una iglesia cristiana que se levantó sobre la Mezquita de los Baños. La portada es un buen ejemplo del estilo renacentista andaluz y la torre queda muy bien entroncada con el paisaje, coronado por las torres de la Alhambra.
Nada más pasar el Puente de las Chirimías (que eran flautas que se tocaban desde los balconcillos o miradores instalados para ese uso), llegamos al Paseo del Padre Manjón, aunque todo el mundo lo conoce como el Paseo de los Tristes porque era el lugar por donde pasaban los cortejos fúnebres camino del cementerio. Se construyó en 1609, aprovechando unos terrenos que cedió la familia de los Castril; entonces se llamaba Paseo de la Puerta de Guadix y pronto se convirtió en un sitio muy concurrido, donde se celebraban festejos populares. La fuente es de esa misma fecha y aún se conserva un pequeño edificio cuadrado, al fondo, con los escudos de Granada en la fachada. La estampa que ofrece tanto por la tarde como por la noche es preciosa.
En lugar de seguir hasta el final del Paseo como la tarde anterior, entramos por una callejuela y nos perdimos por el Albaicín, surcando el laberinto de casas blancas con rejas negras y fachadas cubiertas de macetas con flores, subiendo y bajando por cuestas imposibles o a través de escaleras, amplias algunas, angostas la mayoría, que recalan en encantadoras plazas y placetas. Y, al volver la vista, al fondo de muchas callejas, nos sorprendía la incomparable estampa roja de las torres y los palacios de la Alhambra.
Después de dar un sin fin de vueltas y sin saber cómo (al contrario de la tarde anterior, que lo habíamos buscado adrede), aparecimos en el Mirador de San Nicolás, donde pese al calor se apretujaba la gente, unos buscando una buena vista para las fotos, otros tocando palmas o tomando un vinito o unas cervezas.
Seguimos paseando y nos encontramos con nuevos miradores, como el de los Carvajales y otros anónimos, que contemplan la Alhambra, tanto o más bonitos que el de San Nicolás y sin nadie pululando alrededor.
Los Palacios Nazaríes y el Palacio de Carlos V.
La Alcazaba.
La Alcazaba.
Pasamos por varias placetas encantadoras como la de la Cruz Verde (que no es la de la foto) y otras de las que no recuerdo el nombre (como la de la foto) hasta que llegamos a la Plaza de San José. Pero todo esto más que contarlo (no resulta fácil ni conviene seguir un recorrido marcado de antemano) hay que descubrirlo, sin ponerse metas ni itinerarios, y cada cual a su aire. Es la mejor manera de disfrutar de este barrio, en el que retornar ese lugar que te ha gustado tanto cinco minutos antes resulta una ardua tarea en aquel intrincado laberinto blanco.
De vuelta en la Plaza de San Gregorio, seguimos por Calderería Nueva hasta la zona de la Catedral, y caminando, caminando llegamos hasta la Plaza de la Trinidad, ya en una parte más nueva de Granada. Por la Plaza de las Pasiegas regresamos a la calle Reyes Católicos, desde donde entramos a la calle Mariana Pineda para ver el exterior del Corral del Carbón. Estábamos cansadísimos y estuvimos pensando cenar algo en plan más fino, pero el calor seguía acuciando y lo que apetecía eran unas cañitas frías y unas raciones, así que paramos en una de las múltiples tabernas que las ofertaban, casi siempre ricas y a precio razonable. En cuestión de restaurante de mesa con mantel los precios suben bastante y había que mirar más detenidamente para ajustar relación calidad/precio: lo dejaremos para otra visita en otra época del año. Al ponerse el sol, la gente se había echado a la calle y estaba todo a tope: seguía sin correr una brizna de aire.
Zona de Calderería Nueva.
DÍA 3.
Capilla Real (entrada incluida en la Granada Card).
Después de desayunar en una cafetería donde encontramos churros, fuimos a visitar la Catedral. Pero primero entramos en la Capilla Real, construida entre 1505 y 1517, donde se encuentran enterrados los Reyes Católicos, su nieto Miguel, su hija la reina Juana y el marido de ésta, Felipe el Hermoso. El exterior sigue el modelo del Monasterio de San Juan de los Reyes de Toledo, consta de una nave y capillas laterales; en el centro del crucero están los sepulcros de Isabel y Fernando (obra de Domenico Fancelli) y los de Juana y Felipe (obra de Bartolomé Ordóñez). Se puede acceder a la cripta, donde se encuentran sus ataúdes, reconocibles por la inicial de cada uno de sus nombres. En la Capilla Real no está permitido hacer fotos.
Catedral de Granada (entrada incluida en la Granada Card).
Considerada una de las obras cumbres del renacimiento español, se edificó sobre la que fue Gran Mezquita Nazarí. En el primer proyecto de 1503 estaba concebida en estilo gótico, tomando como modelo la Catedral de Toledo. Sin embargo, Diego de Siloé retomó las obras en 1529 y cambió la perspectiva de acuerdo con las nuevas tendencias, ideando un templo de líneas renacentistas sobre los cimientos góticos ya establecidos, con girola y cinco naves. Se concluyó en 1563.
En siglos posteriores se realizaron diversas reformas, como la de la fachada principal obra de Alonso Cano, en la que se introdujeron elementos barrocos. Sin embargo, no se realizó el proyecto de levantar dos torres de más de ochenta metros de altura y quedó con una única torre de 57 metros. La Catedral quedó terminada en 1704.
A la salida, volvimos a pasar por delante de la Madraza, que se encuentra en la calle de los Oficios, frente a la Capilla Real. Aquí estuvo la sede de la escuela musulmana de la ley coránica que fundó el rey nazarí Yusuf I en 1349. Con la conquista cristiana, se convirtió en ayuntamiento y lugar de reunión de los caballeros. Del primitivo edificio solo se conserva el arco de herradura que da acceso al mirah, decorado al estilo de la Alhambra. El resto es un palacio posterior de estilo barroco, en el que actualmente se ubican varios departamentos de la Universidad de Granada. Su interior se puede visitar y la entrada cuesta 2 euros.
Unos cuantos pasos más y estábamos en la zona de la Alcacería, que en sus tiempos era el típico zoco o mercado musulmán, con calles estrechas y casas apiñadas, en el que se comerciaba sobre todo con seda. Hoy en día es. uno de los puntos más turísticos de la ciudad, con gran cantidad de tiendas de artesanía típica granadina y también de estilo árabe, y souvenirs.
Desde allí fuimos a ver el Real Monasterio de San Jerónimo (entrada incluida en la Granda Card), un notable conjunto arquitectónico renacentista. Su fundación es incluso anterior a la toma de Granada y fue patrocinada por los Reyes Católicos. Iniciada en torno a 1513, en su mayor parte fue obra de Diego de Siloé, el arquitecto de la Catedral. Cuenta con dos claustros renacentistas, de los que solo se puede acceder al primero ya que el segundo forma parte del convento de clausura de las monjas jerónimas que todavía lo habitan. En este Monasterio residió Isabel de Portugal durante su viaje de bodas, tras casarse con el Emperador Carlos V.
La iglesia es de cruz latina y la capilla mayor tiene un retablo manierista realmente impresionante, con una gran cantidad de grupos escultóricos dispuestos como en templetes (no sé explicarlo mejor), que al parecer constituyó un homenaje a la heroicidad y grandeza de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que se encuentra enterrado en el crucero junto a su esposa. La verdad es que merece la pena ver el elaboradisimo retablo: nos llamó mucho la atención y estuvimos un buen rato contemplándolo.
El Monasterio sufrió muchos desperfectos durante la invasión de las tropas napoleónicas y el abandono que siguió a su exclaustración tras la expulsión de los jerónimos; afortunadamente fue restaurado entre 1916 y 1920. Además, en 1960 se repuso la portada perdida en el siglo XIX y en 1989 se reconstruyó la torre derribada por los franceses. Fue una visita realmente interesante, más de lo que nos habíamos imaginado antes de ir.
Volvimos sobre nuestros pasos hasta llegar a la Plaza de Bib-Rambla, cuyo origen se remonta al periodo nazari. Entonces, igual que ahora, tenía mucha importancia por su proximidad a zonas de mercado y comercio, como la Alcaicería y el Zacatín. Ya en época cristiana se desarrollaron aquí justas, torneos y festejos, pero fue en el siglo XX cuando se amplió su superficie cuando se abrió la calle del Príncipe para comunicar esta plaza con la calle de los Reyes Católicos y la Plaza del Carmen, donde está el Ayuntamiento. Actualmente, tiene forma rectangular con una gran fuente llamada de los Gigantes con motivos paganos. También merece la pena detenerse a contemplar las magníficas farolas fernandinas que se encuentran en los extremos. Aquí hay muchas terrazas y, sobre todo, puestos de flores.
Teníamos previsto visitar después el Monasterio de la Cartuja, pero un imprevisto nos obligó a marcharnos antes de tiempo de Granada. Así que dejamos esa visita y otras que nos quedaron pendientes para una nueva ocasión ya que entre otras cosas tengo muchas ganas de hacer el recorrido nocturno de la Alhambra; en fin, una excusa perfecta para volver.