
Hoy toca dejar la habitación, así que hacemos las maletas, y después del desayuno, se las dejamos a Albdelhak para que nos las guarde hasta la tarde. En la calle, antes de la excursión nos acercamos a tomar un cortado a Heller’s Kitchen, una acogedora cafetería en la calle Salinsbury Place/Grange Road, frente a la oficina de correos, donde ya habíamos charlado con el chaval español que la lleva, y que es un estupendo sitio para tomar un buen café expreso o una copa de vino.

Al otro lado de Newington, por una calle de edificios victorianos, nos metemos en el tranquilo barrio residencial que yace bajo el acordeón de los Salisbury Crags, -los acantilados de Edimburgo-, para coger la Purple Route que sube a la cima de Arturo’s Seat por la cara suroeste de Holyrood Park.

De las que se pueden coger para subir a la cumbre, la ruta púrpura es la más corta pero también, aunque nunca superando un nivel medio-bajo, la de más dificultad. Tiene forma de herradura, y su inicio, también es punto de partida de otras dos rutas, la roja y la azul, mucho más largas pero más fáciles y llanas, y del sendero que recorre la cornisa de los acantilados.

La última ruta que tiene el parque es la verde en el lado este con la pendiente más suave, y que se inicia en el Lago Dunsapie, al que se puede llegar en coche por Queens Drive, la carretera de cirvunvalación de Holyrood Park. El paseo por ella, discurre por el prado de hierba que arranca frente al lago, al otro lado de la carretera.

La ruta púrpura tiene escalones y es la más empinada, pero es espectacular porque se va ascendiendo sin perder de vista los acantilados, y con las extensas panorámicas del oeste y sur de Edimburgo durante todo el recorrido. La subida hasta la cima de 251 metros por esta ruta se hace en una media hora más o menos, y se va ascendiendo en curva por la falda sur, hasta llegar a un llano en el que a pocos metros, se recorta perfecto contra las nubes el pico de la cima.

En la cumbre, un punto trigonométrico marca altitud y posicionamiento, y una Rosa de los vientos - Tabla de orientación o Toposcope, acompaña a las vistas, indicando la distancia y la dirección a unos cuantos puntos destacados de la geografía escocesa: los puentes del Forth al oeste; las Highlands detrás al noroeste; la ciudad con Calton Hill y el castillo al norte, con el puerto de Leith y el fiordo del Forth detrás; el condado costero de East Lothian al este, con las playas de Portobello y el peñón de Law de North Berwick; las colinas de Pentland al suroeste; el lago Duddington en las faldas al sur, etcétera.

En la cima, los puntos estratégicos están okupados, y cuesta no hacer otra foto que no sea alguien haciéndose una autofoto, pero el aire se agradece, hay vistas para todos, y a posteriori, una oreja espontánea siempre se pueden borrar con el photoshop.

La bajada a la ciudad la hago por la cara opuesta a la de la subida, tomando la ruta roja, un recorrido más largo de entre 60 y 90 minutos dependiendo de si sube o se baja, pero suave y poco empinado, y enormemente vistoso en primavera porque se camina entre un oceano de flores amarillas y se roza el lago de Santa Margarita.

Desemboco en Queens Dirve, frente al Palacio de Holyrood y el Parlamento, y entro por Holyrood Gate a buscar la Royal Mile en el tramo de Canongate, para comprar bufandas y gorros de lana escocesa y unas tazas celtas en una de las muchas tiendas de la milla real.

Más adelante, en la esquina de la Royal Mile con Southbridge, entro en el mercado de artesanía ubicado en una antiquísima iglesia con vidrieras. La iglesia de Tron construida en 1641 y desacralizada en 1954, permaneció abandonada durante 50 años, hasta que a principios de siglo pasó a ser primero un punto de información turística, y luego el pequeño mercado de artesanía que se puede ver hoy en día.

Un magnífico tiempo soleado reina durante este martes de vuelta y me siento a esperar a mi amigo en las escaleras de la entrada, arrimado a una de las columnas del pórtico de la iglesia-mercado. Después de estar sentado durante un buen rato, Sito asoma de detrás de la misma columna a la que estoy pegado, diciéndome que lleva un buen rato esperándome apoyado en el otro lado.

Husmeamos en busca de comida, y el rastro nos lleva a sentarnos en la terraza del Civerinos en Hunter Square, a la vuelta de la esquina de la iglesia. Las mesas de la terraza son endebles e inestables, pero se está bien al aire libre y la pizzería tiene buena pinta. De la carta, pedimos unas pizzas, una ensalada Cesar para compartir y dos cervezas. Mientras esperamos la comanda, unos chavales se sientan en la mesa de al lado, pero las patas ridículas del banco no aguantan, y partiéndose en dos, los culos casi se desploman hasta el suelo.

Devoramos unas pizzas y una ensalada, en mi opinión ricas; hago unas fotos a la cabeza cortada del chiringuito del tour de los fantasmas; y pagamos una cuenta de 20 £ por la comida y las cervezas Peroni y Moretti.
Retomando Southbridge de camino al hotel, llegamos a la fachada azul de Blackwell's, la librería más antigua de Edimburgo en la esquina de Infirmary Street, que tenía en mente por la parafernalia de Harry Potter que había visto en los escaparates, y tras dar una vuelta, salgo de allí con un recuerdo para regalar.

Nos acercamos al final del viaje, así que antes de hacerlo de Abdelhak y su señora del Bellevoir Guest House, nos vamos a despedir del Drouthy Neboors de West Preston Street. Son las 5 de la tarde, y el ambiente no cuadra con ninguna de nuestras antreriores visitas. En el pub, hay una camarera que no conocíamos, y los clientes son un grupo de 6 o 7 tipos más representativos del destroyer pub Victoria de al lado, que mientras pinchan canciones en la jukebox, se dedican un rato a divertirse a nuestra costa, aunque sin pasarse de la raya.

A lo nuestro, nos tomamos la pinta de McEwans de despedida, y para ir aterrizando, nos ponemos un poco al día con algunas de las últimas noticias: otro siniestro atentado en Manchester; Valverde nuevo entrenador del Barça; Zuzana Díaz pierde contra Pedro Sánchez, ...
Una hora más tarde, nos montamos en un autobús a York Place, y allí, tras un buen rato gastado consiguiendo monedas para el billete, nos subimos al tranvía al aeropuerto, y nos despedimos de Edimburgo.
