Dejamos el pueblo de Feldkirch para dirigirnos unos cuarenta kilómetros al norte, en busca del gran Bodensee o Lago Constanza.
Situado entre Austria, Suiza y Alemania, este lago es uno de los más grandes de Europa, con unos 530 km². En sus orillas encontramos interesantes ciudades como Lindau, Konstanz o Meersburg. Nosotras decidimos no visitar ninguna de ellas para pasar la mañana disfrutando del lago en si, paseando por la orilla y admirando los cisnes y veleros que conviven en el lago.



Como lo más parecido al mar que hay por aquella zona, los habitantes y visitantes disfrutan del lago sobre todo para deportes acuáticos y como playa, aunque, supusimos que por ser domingo, tanto el lago como los pueblos que fuimos atravesando estaban muy tranquilos, vimos muy poca gente por la calle y por supuesto tiendas, bares y demás todo cerrado.



Siguiendo el curso del Rin, poco a poco fuimos dejando atrás el lago hasta llegar a Schaffhausen, una pequeña ciudad rodeada de viñedos y con un bonito casco antiguo de estilo renacentista. Las fachadas están decoradas con magníficos frescos y multitud de balcones-mirador, con los que sus propietarios intentaban mostrar su riqueza y estatus social.






Paseamos por la ciudad tranquilamente, como digo no había casi nadie por las calles y menos con la lluvia que había empezado a caer, y subimos a ver el Munot, una fortaleza del siglo XVI que situada sobre una colina domina toda la ciudad.



Rodeamos el edificio de forma circular y subimos por una escalera de caracol hasta una terraza en la que organizan espectáculos. No podía visitarse ninguna estancia ni nada más, pero aun así las vistas desde allí merecen la pena. Se observa buena parte de esta pintoresca ciudad cruzada por el Rin, sus tejados y torres.



A pocos kilómetros de Shaffhausen encontramos las famosas Cataratas del Rin. Estas surgieron hace unos 15.000 años debido a un cambio en el curso del río y con sus 150 metros de ancho, 23 de alto y unos 700 metros cúbicos de agua por minuto de media, forman el salto de agua más grande de Europa central.
Se puede llegar en autobús desde la ciudad, en la línea 1, aunque hay bastante aparcamiento en la zona, por lo que no tuvimos ningún problema para dejar el coche.
Nos dirigimos hacia el mirador frente a las cascadas, desde donde tenemos la vista más panorámica, aunque hay más miradores en ambas orillas además de la posibilidad de acercarse a la caída de agua en barco, cosa que descartamos por la lluvia tan intensa que caía en ese momento.


Continuamos nuestro camino hacia el norte durante unos 100 kilómetros para llegar a Schiltach, un precioso pueblo situado en la parte este de la selva negra y rodeado por toda la belleza de esta.


Dejamos el coche en las afueras, cerca de la estación de tren, y siguiendo una antigua vía abandonada cruzamos el río y nos adentramos en el pueblo.

Al llegar nos encontramos el pueblo bastante animado con los puestos del mercado todavía abiertos, en los que encontramos cerveza, panes, comida… todo casero. El señor que vendía pan nos regaló uno que nos comeríamos al día siguiente y que estaba buenísimo.



El casco antiguo es bastante pequeño, hay pocas calles que recorrer pero todas son encantadoras. Sus casas de entramados se construyeron entre los siglos XVI y XIX y se encuentran perfectamente conservadas, destacando sobre todo los edificios de la plaza del mercado y el ayuntamiento, en cuya fachada podemos seguir la historia del pueblo a través de sus pinturas.



Llegamos parar a este pequeño pueblo sin saber muy bien cómo, ya que no aparecía en casi ninguna ruta de viaje, por lo que no nos esperábamos que fuera tan bonito. Sin duda una de las sorpresas más gratas y uno de los lugares que más me han enamorado.


Cenamos en un restaurante frente al ayuntamiento, comida típica y riquísima cerveza negra, para luego seguir un poco más con el coche hasta Schönwald im Schwarzwald, donde teníamos reservado nuestro alojamiento para esa noche.