Salir de Munich, una aventura que parecía no tener fin. La señalización en las ciudades alemanas siempre me ha parecido bastante mala, no voy a negar mi tendencia a perderme, pero entre eso y la cantidad de obras y calles cortadas que nos encontramos por poco y no seguimos allí buscando una salida.
Esto nos retrasó bastante en el viaje a Hohenschwangau, el pueblecillo donde visitaríamos los castillos de Luis II de Baviera, también conocido como el Rey Loco, por lo que nos perdimos uno de los tres castillos que queríamos visitar, el palacio de Linderhof, ya que está en una zona más apartada. Durante la temporada de invierno cierra a las cuatro de la tarde y además tiene algunos pabellones cerrados a las vistas.
Luis II, loco o no, era excéntrico y romántico, amaba la poesía, la naturaleza y la música de Wagner. Frustrado por la política, se alejó de la corte en Munich y se refugió en sus castillos, tan extravagantes como debió ser él mismo.
Al acercarnos a Hohenschwangau fue apareciendo la silueta y las torres de Neuschwanstein sobre una colina, con los Alpes al fondo, un escenario perfecto para un castillo de cuento de hadas.


Ya en el pueblo nos encontramos con los coches aparcados a ambos lados de la carretera y, pensando que era lo normal, allí dejamos el nuestro. Luego a la vuelta descubrimos que esos coches estaban allí para recoger a los niños del colegio, lo normal es dejar el coche en uno de los varios aparcamientos que hay por la zona y cuestan 5€.



Las taquillas de los palacios están justo antes de la subida a ambos castillos, allí se pueden comprar las entradas para uno solo o conjunta para visitar todos los castillos de Luis II en un periodo de seis meses. Nosotras íbamos a entrar solo en el Neuschwanstein, por lo que la entrada nos costó 12€, algo cara para lo que incluye la vista.
La cola era bastante larga y, aunque iba rápido, tardamos una media hora en comprar las entradas. Esto se puede evitar reservándolas antes a través de internet.
www.neuschwanstein.de
Las visitas se realizan de forma guiada en alemán, inglés o con audioguía para los demás idiomas. Cuando por fin llegó nuestro turno en la taquilla no nos daba tiempo a coger la siguiente visita en inglés, así que tuvimos que coger audioguía para no perder más tiempo del poco que teníamos.
Como nos dieron la entrada para un buen rato después subimos primero al castillo de Hohenschwangau. Este fue construido por Maximiliano II de Baviera, padre de Luis II, en el año 1837. De estilo neogótico, fue la residencia de verano de la familia y se convirtió en uno de los lugares preferidos de Luis II.



Paseamos por los jardines, ya que no entramos en el interior, y bajamos por el camino del bosque, parando junto al Alpsee a comer unos bocadillos mientras disfrutábamos de las vistas del lago.


Para subir al castillo de Neuschwanstein se puede hacer en coche de caballos, autobús o andando, que es como lo hicimos, disfrutando del paseo por el bosque.
Una vez arriba hay una zona con bancos para descansar de la subida, allí una pantalla indica el grupo que debe prepararse para la visita. Hay que estar pendiente, pues la entrada está aún un poco más arriba. Finalmente en la puerta de entrada hay taquillas donde dejar mochilas y cámaras de fotos, que desafortunadamente no se pueden utilizar dentro del castillo.



Neuschwanstein se empezó a construir en el año 1869 y en 1886, cuando Luis II murió, todavía no se había terminado de construir, varias salas se construyeron después para una mejor explotación como destino turístico y otras jamás llegaron a construirse. Años más tarde quedaría destruido durante la guerra para ser reconstruido de nuevo, por lo que yo me imagino el edificio como un cascarón que por dentro está prácticamente vacío excepto la zona visitable.
El estilo es una mezcla de arte románico, gótico o bizantino, ya que la intención del rey era la de crear un ideal romántico de castillo medieval. Desgraciadamente él solo vivió en su castillo unos seis meses, ya que en 1886 el rey fue incapacitado para gobernar por el gobierno bávaro, obligado a abandonar el castillo y tan solo dos días después lo encontraron ahogado.
La visita se realiza por las estancias principales del castillo, donde él vivía y trabajaba. Quizás por las recomendaciones que me habían hecho de que el interior no merecía la pena y esperaba menos, a mí sí que me gustó bastante. La decoración, las pinturas, los trabajos en madera… La mezcla de estilos, desde el salón del trono en estilo bizantino, la decoración gótica de la cama del rey, la caverna con sus propias estalactitas o las preciosas vistas desde sus ventanales hacen del castillo un auténtico castillo de cuento, con un encanto especial. Hay mil castillos mejores y más interesantes, pero creo que éste se merece también una vista.



Siguiendo el camino que rodea al castillo llegamos al Marienbrücke, construido por Maximiliano II en honor a su mujer. No es muy apto para vertiginosos pero, aunque se mueva, hay que echarle valor, porque desde aquí las vistas del castillo son simplemente espectaculares. Con un poco más de tiempo merece la pena alejarse un poco por los caminos porque lo realmente impresionante aquí son las vistas panorámicas.



Recogimos nuestro coche la mar de contentas porque no nos habían multado por aparcar en el arcén de la carretera, donde nuestro coche se había quedado solo. Así que recorrimos los pocos kilómetros que nos separaban de Füssen para hacer una visita al pueblo.
Se trata de una ciudad pequeña, de unos 15.000 habitantes, de larga historia, ya que fue fundada por los romanos, y que también forma parte de la famosa ruta romántica, aunque el estilo de sus edificios sea ya muy distinto. Aquí las casas, todas de distintos colores, están decoradas con trampantojos, no es tan corriente ver el típico entramado de más al norte.


Füssen cuenta con varios monumentos importantes, como son el monasterio de San Mang y el Castillo Hohes, que fue residencia del arzobispado de Salzburgo y que se utiliza como museo, con obras del gótico tardío y renacentistas; pero a esa hora estaban ya cerrados, por lo que nos dedicamos a pasear por las calles del pueblo.



Como digo, lo más llamativo de los edificios son los trampantojos de las fachadas y para mí también lo era la actividad que había en las calles principales, mucha más que en el resto de pueblos que habíamos visitado. A pesar de que las tiendas estaban cerrando quedaba todavía mucha gente paseando y en los cafés, lo que hacía del pueblo un lugar tranquilo pero lleno de vida.



Nos tomamos un café en la calle principal, con un delicioso apfelstrudel, y antes de que anocheciera volvimos a coger el coche para dirigirnos a Unterammergau. Al cogerlo nos dimos cuenta de que nos habían puesto una multa, esta vez sí, aunque no vimos ninguna señal que indicara que no se podía aparcar y no entendíamos bien la multa, así que nos fuimos un poco mosqueadas.



Como no teníamos mapa y en poco tiempo se hizo de noche cerrada no sé muy bien cómo llegamos hasta Unterammergau, dejándonos guiar por las indicaciones y cruzando por pequeñas carreteruchas. Allí reservamos una habitación en una casa de huéspedes, con habitaciones muy grandes y cómodas. Cenamos tranquilamente y nuestra anfitriona, medio en alemán, medio en inglés, consiguió explicarnos el porqué de la multa: al parecer habíamos aparcado en el sentido incorrecto ¿? Nos dijo que podíamos reclamarla, pero que probablemente perderíamos todo el día y la policía no nos iba a hacer ni caso, por lo que lo mejor era pagarla. Además, como al día siguiente era sábado y el banco no estaría abierto, la señora se ofreció a pagarla ella el lunes siguiente. Fueron solo 15€, pero nos fastidió bastante tener que pagar una multa con la que no estábamos muy de acuerdo.
Alojamiento: www.airbnb.es/rooms/440706