Bali. Última frontera.
Al llegar a Bali nos estaba esperando el conductor que había apalabrado con el hotel, que nos llevó del aeropuerto de Denpasar directos a Ubud. Como siempre la zona del aeropuerto estaba a tope de tráfico. Pero nuestro maravilloso hotel nos estaba esperando. Nos alojamos en el Alam Shanti, muy aconsejado en el foro de los viajeros. Y la verdad es que el lugar nos encantó. Es todo paz y tranquilidad. Son pequeñas casas de dos plantas con una habitación por planta (al menos nuestra habitación, que en teoría era de las más sencillas era así) y rodeadas de un precioso jardín tropical con su templo y su piscina. Cada una tiene fuera una terraza particular rodeada de vegetación donde sirven el desayuno. Los trabajadores del hotel van vestidos con los trajes típicos y todos las mañanas hacen sus ofrendas en la terraza particular de cada una de las habitaciones para que sus afortunados visitantes tengamos suerte. Una pasada de sitio, del que me he enamorado y al que al que espero volver algún día. Y encima, el precio estaba genial, unos setenta euros la noche más o menos.
En la terracita:
Jardines por los que se accede a las habitaciones:
Portadoras de las ofrendas de la mañana y del desayuno:
En Bali teníamos contratados dos días no consecutivos para hacer un par de tours por la isla con el guía Riasa, también muy recomendado en el foro. Otros tres días los habíamos reservado para estar tranquilos en Ubud y hacer alguna compra. La verdad es que tuvimos una tremenda mala suerte con el tiempo y eso que era Julio y en teoría no tocaban lluvias. Pero cayó a mares. La primera excursión que hicimos fuimos con Wayan, otro guía que nos mandó Riasa. Casi toda la excursión la hicimos bajo una lluvia monzónica. Solo paró un ratito, lo que nos permitió ver un teatro balinés de Barong, personaje típico de su cultura. En principio, el teatro me parecía prescindible, demasiado turístico, pero como iba incluido en la ruta elegida, pues aceptamos verlo, en lugar de hacer otra cosa. Y, aunque es un espectáculo enfocado a turistas, nos gustó mucho. Había música tradicional en directo y los bailes balineses son muy peculiares, con gestos complicados y muy marcados. Estuvo muy entretenido y hasta Hugo siguió la historia con mucha atención y le encantó. Luego estaba empeñado en comprarse una máscara de Barong para su habitación. Como si no lo conociera... Acabaría sin poder dormir por miedo a la máscara. Y la verdad es que es para dar miedo, porque es un rato feo.
Los sitios a los que fuimos después eran absolutamente espectaculares. Estuvimos en las piscinas sagradas de Tirta Empul, viendo cómo la gente se bañaba en el agua para purificarse.
Después, estuvimos en el templo madre, Pura Besakih, que es simplemente espectacular. Realmente la arquitectura balinesa para mí no puede compararse con nada. Había muchos balineses vestidos con sus trajes ceremoniales que portaban bandejas con ofrendas. Lástima que con la que caía, todos íbamos con chubasqueros, los balineses se tuvieron que poner plásticos de colores sobre sus preciosos trajes y las ofrendas estaban todas pasadas por agua, lo que deslucía mucho el espectáculo. Fue una lástima de visita, ya que me encantó a pesar de las circunstancias. Así que tengo que volver a verlo en otra ocasión con un buen día.
Templo pasado por agua:
[img]Fuimos también a ver los cultivos y el lugar en donde hacen el café Luwak, el más caro del mundo. Lo probamos, pero no debemos tener el paladar tan fino, porque tampoco nos pareció gran cosa. Los tes, en cambio, estaban muy ricos. Otra visita de la ruta consistía en pasar por la zona alta desde donde se ve el volcán Agung, pero con el día que hacía no vimos nada de nada, tan sólo una densa niebla blanca que cubría más allá de dos metros. Ya volviendo al hotel pasamos por delante del pueblo Penglipuran, que visto desde la entrada parecía precioso y al lado del bosque de bambú, también muy chulo, pero para desasosiego de nuestro pobre guía, ya no quisimos ni bajarnos del coche, porque no paraba de caer, pero de qué manera, y ya teníamos pocas ganas de seguir mojándonos, ya que llovía tanto que los paraguas apenas servían de nada y de rodillas para abajo llevábamos la ropa empapada.[/img]
El segundo día de visitas fuimos con Riasa y vimos el famoso templo del lago Uluwatu y el Tanah Lot, sobre el mar. Son muy bonitos, más que por los propios templos, por las ubicaciones en las que se encuentran, pero me gustaron más las visitas del primer día. Quizás tanta gente buscando la mejor ubicación para hacerse fotos con los templos, que son pequeños y a los que no se puede entrar, resta encanto a estos lugares. Fuimos también a ver los arrozales de Jatiluwih y aquí nos cubrimos de gloria. Riasa nos dijo que podíamos dar un paseo por los arrozales, que siguiéramos el camino sin más, que era circular y no tenía perdida, que él nos esperaba en el otro extremo del camino que también daba a la carretera. El paseo era como de unos 15 o 20 minutos. El caso es que tiramos a andar. Cuando llevábamos al menos media hora caminando y no se veía el final por ninguna parte, empezamos a extrañarnos, y entonces una familia francesa que venía detrás nuestra nos preguntó que si para la ruta verde iban bien. Oh, sorpresa! Había varias rutas con colores! Efectivamente, otros veinte minutos más adelante nos fijamos en que en el camino había un mapa con tres tipos de rutas pintadas de tres colores distintos y según el lugar en el que el mapa marcaba que estábamos, íbamos por la ruta más larga!, de unas tres horas. En el lugar en el que estábamos ya no podíamos volver atrás, ya que nos llevaría el mismo tiempo, así que seguimos la ruta, eso sí, a paso más ligero. Nos hicimos la ruta de tres horas en dos y cuando llegamos, el pobre Riasa nos esperaba en el punto en el que habíamos quedado, ya preocupado pensando en mandar una moto a ver si nos había pasado algo. El paseo por el arrozal estuvo genial. Como nos salimos, sin quererlo, de la ruta corta, que es la que hacen todos los turistas, pudimos disfrutar en soledad de muchos paisajes preciosos e hicimos un montón de fotos fantásticas.
La última parada del día fue una catarata muy chula, bastante desconocida, ya que para llegar al lugar hay que bajar una cantidad de escalones bestial, que luego hay que subir, y no todo el mundo está preparado para ir a esta catarata, así que estuvimos solos disfrutando de ella bastante tiempo. Este segundo día de visitas nos llovió en algún momento, pero no como el primer día. Mientras caminábamos por el arrozal, rezábamos para que no nos cayera la del pulpo sabiendo que nos quedaba un buen rato de caminata, y los dioses balineses nos escucharon, porque nos dejaron acabar secos. Empezó a chispear según nos subíamos al coche.
Los demás días recorrimos Ubud de arriba a abajo y nos gustó mucho. Estuvimos en el templo de los monos, que es una pasada de bonito; comimos genial en un warung; Hugo y yo nos dimos un estupendo masaje; paseamos por la zona alta de los arrozales de Ubud y también comimos por allí en Sari Organic, con una vista fantástica a los arrozales de Ubud, viendo montones de cometas ondeando en el aire; paseamos por el mercado, en el compré algunas baratijas; y compramos un par de cometas hechas a mano en el taller de un artesano.
Tienda de cometas:
Calle de Ubud:
Bosque de los monos:
El último día quería hacerme con uno de esos bonitos cuadros que venden en toda la ciudad. Pero no me decidí. Había tres tipos de pinturas distintas que me gustaban: la tradicional balinesa, el naif que se ha convertido en otra seña de identidad de Ubud y luego, los cuadros de arrozales. Vimos un montón. Ibamos parando en todos los talleres de los pintores. Ya tenía a la familia aburrida de tanto cuadro, pero me gustaban todos y no terminé de decidir qué estilo es el que más pegaba en casa, así que, por tonta, no aproveché la oportunidad y me fui con las manos vacías. Ahora ya sé que cogería uno de pintura tradicional balinesa. Tarde…. Bueno, otro motivo para volver.
Bali fue para mí una gran sorpresa. No estaba nada segura de que fuera a gustarme, por aquello de que era muy turístico, pero supongo que el hecho de no pisar la playa y centrarnos en la zona del interior, hizo que no viera su parte más anodina e impersonal. El interior me pareció que conserva toda su autenticidad a pesar de la multitud de turistas que tiene. Creo que los balineses tienen una cultura muy rica que preservan por ellos mismos y para ellos mismos, porque quieren, porque les gusta su cultura o se han criado en ella y tampoco conocen otra cosa, y están orgullosos de ella, y los viajeros, aunque seamos muchos, disfrutamos de algo que es real y auténtico. Contra todo pronóstico, me encantó Bali y volvería mañana si pudiera.
Vuelta a Singapur y final del viaje.
Después de 21 días de viaje volvimos a Singapur con la nueva sensación de volver a lo conocido. Volvíamos, además, al mismo hotel. Así que era un poco como volver a casa. Cuando llegamos, era tarde y queríamos volver a la zona de la bahía para ver el espectáculo de luces que hay en los árboles gigantes en el Gardens by the bay, pero estábamos muy cansados ya para ir con prisas y al espectáculo de luces no llegamos. Sí que llegamos hasta los árboles y los vimos iluminados. Pasamos un rato allí tumbados disfrutando de ellos en la noche y nos retiramos a dormir. Al día siguiente nos esperaba el día prometido a Hugo, el del Universal Studios.
Compramos la entrada al parque en la propia recepción del hotel y llegamos allí en metro, como a todos lados. Luego caminamos un poquito por la pasarela mecánica y en un periquete estábamos en la puerta. En mi móvil daban lluvias todo el día, pero eso ya nos pasó otro día en el que teníamos pensado ir al parque de atracciones y en el que finalmente hicimos caso al pronóstico del tiempo y no fuimos y no cayó una gota. Pues esta vez, por fastidiar, el pronóstico acertó de pleno. Se pasó lloviendo el día entero y escampaba ratitos pequeños. Una pena, porque las atracciones al aire libre las tenían que cerrar. Pero supongo, que por otra parte, el hecho de que hiciera un día tan malo, también hizo que hubiera mucha menos gente que otros días, así que pudimos disfrutar de muchas atracciones y cuando dejaba de llover y abrían las montañas rusas, apenas teníamos que hacer cola para subir. Hugo y yo nos montamos en todas las montañas rusas y los tres nos subimos a la atracción de Transformers, que es un simulador que es una pasada, la mejor atracción en la que me he subido hasta ahora. Tampoco es que tenga mucha experiencia en esto, todo hay que decirlo. Pero esta atracción es impresionante. La nave en la que vas montado va recorriendo estancias y van ocurriendo miles de cosas, te chocas, vuelas a toda velocidad, frenas, vuelcas, te cae un coche encima. Y todo atravesando pasillos y habitaciones. Resulta tan real, que es como si estuvieras dentro de una película. Es bestial. En fin, que a pesar del día de perros, disfrutamos, sobre todo Hugo y yo, ya que a Oscar no le van mucho estas cosas.
Y este fue el fin de fiesta. Fin de la aventura. Game Over. Y me ha gustado mucho recordarlo. Y ahora a seguir soñando con el próximo viaje.