Lunes 2 de abril de 2018: Free Tour Sandemans + Puente de Carlos + Isla Kampa
La despedida de Viena empezó con un buen madrugón: a las 6:00 am hicimos el check-out y fuimos a la Estación Central a esperar el tren Railjet 70 con el que iríamos a Praga, cuya salida estaba prevista para las 7:10 am.
Como teníamos tiempo, compramos un croissant con nougat, un pain au chocolat y dos cafés (8,50 EUR) en uno de los pocos locales que estaban abiertos a esa hora y nos sentamos un rato a desayunar.
Habíamos comprado los billetes por Internet y los llevábamos impresos en hoja A4 (y sin doblar, por las dudas), según indicaciones de la empresa austríaca OBB que habíamos recibido por correo electrónico. Para quedarnos tranquilos de que no habría ningún problema, fuimos a la oficina de venta de billetes para mostrar lo que habíamos impreso y nos dijeron que estaba todo bien.
Ya habíamos viajado en este tren cuando fuimos de Budapest a Viena, así que sabíamos que había espacio suficiente en el portaequipajes para dejar nuestras grandes valijas/maletas. Eso sí: subimos con tiempo para asegurarnos un sitio donde acomodarlas.

Y como era el mismo tren, reservamos los mismos asientos. Por este motivo, arriba de los lugares que íbamos a ocupar había una pantalla que marcaba el tramo reservado (“Wien Hbf - Praha hl.n.”). En otras pantallas no decía nada, seguramente serían asientos sin reserva.

Hago un paréntesis para contar una situación en particular, sin intención de alarmar a nadie, sino simplemente para que estemos atentos: en el vagón donde viajábamos mi novio y yo, había dos jóvenes turistas sentados del otro lado del pasillo, en una fila de asientos siguiente a la nuestra, con su equipaje (mochilas) en el estante que había arriba de los asientos. Nosotros también teníamos mochilas, pero las llevábamos debajo del asiento, entre nuestras piernas. El tren todavía no había salido de la estación de Viena y en ese vagón había lugar de sobra. Al rato, subió una persona, se sentó justo detrás de estos dos jóvenes (a la misma altura de nuestros asientos) y apoyó su abrigo en el estante. A mí particularmente me llamó mucho la atención porque, con todo el lugar que había en el vagón, justo se había ido a sentar cerca de donde había gente, y en un asiento sin reserva. Después, por supuesto, no reparé más en el tema y seguí en mis cosas. Al poco tiempo de arrancar el tren, uno de los jóvenes se acercó para preguntarme si yo había visto su mochila porque no la encontraba por ningún lado. Le dije que no, atiné a mirar para el costado y la persona que estaba sentada ahí ya no estaba más; al parecer se había bajado antes de que el tren saliera de la estación, porque no hubo ninguna parada posterior. Reconozco que veo demasiadas películas, pero mi conjetura fue que esta persona subió al tren (no controlaron los billetes hasta pasado un buen tiempo desde que este estuviera en marcha), se sentó donde había gente, aun estando el vagón prácticamente vacío, usó su abrigo para disimular y llevarse la mochila de este turista y luego se bajó. Los jóvenes le contaron la situación al revisor de billetes, y el señor muy tranquilamente les dijo que si no encontraban su mochila era posible que se las hubieran robado, lo que daba a entender que era común que pasaran esas cosas en el tren. Evidentemente el joven que perdió su mochila tenía documentación o cosas importantes, porque él y su compañero tuvieron que bajarse en la siguiente parada.
Después de casi cuatro horas de viaje, el tren llegó a la Estación Central de Praga, Praha hlavní nádraží, a las 11:07 am. Nos llamó la atención que tanto en ese momento como cuando volvimos para tomar el tren a Berlín vimos gente que se acercaba a los viajeros con el fin de agarrar su equipaje y ofrecerse a llevarlo a cambio de dinero. Salimos de la estación y, cuando logramos ubicarnos, caminamos hasta nuestro hotel, el Residence Bene.

El hotel era céntrico, estaba ubicado a 15 minutos andando de la estación de trenes, a 5 minutos a pie de la Plaza de la Ciudad Vieja y muy cerca del centro comercial Palladium. Cuando llegamos, todavía no era la hora del check-in y nuestra habitación no estaba lista, así que dejamos nuestro equipaje en un pequeño cuarto. En la recepción cambiaban dinero, ofrecían servicios de traslado al aeropuerto/estación de trenes y se podían comprar snacks y bebidas. La botella de agua grande, por ejemplo, costaba 30 coronas; si bien no era tan barata como comprarla en un supermercado, comprobamos que estaba mejor de precio que en muchos otros lugares.
No nos hizo falta cambiar dinero porque traíamos coronas checas desde Argentina, que empezamos a usar al instante porque ya era el mediodía y queríamos comer algo. Justo en frente del hotel había una carnicería, Nase Maso, que tenía muy buenas críticas en Internet, así que nos cruzamos. Había bastante gente, el espacio era reducido y las pocas mesas que había adentro estaban ocupadas, pero se podía pedir para llevar. Hacían todo en el momento, ya sea hamburguesas o el corte de carne que uno eligiera en el mostrador. El plato estrella era el tartar, pero no lo probamos. A menos que se especificara el punto de cocción de la carne, la hacían “médium”. Queríamos hamburguesas con queso, pero no tenían en ese momento, así que pedimos dos hamburguesas simples (165 CZK cada una) y las comimos afuera, en una barra, de parados. Para tomar, teníamos una botella de agua que habíamos comprado el día anterior. La carne era rica y sabrosa, al igual que el pan, pero el precio nos pareció un poco elevado teniendo en cuenta que la hamburguesa era de tamaño normal tirando a pequeño (si son de buen comer, con una sola tal vez se queden con hambre) y no venían con papas u otro acompañamiento (porque en el lugar no vendían otra cosa que no fuera carne).


Caminamos hasta la Plaza de la Ciudad Vieja, donde había un Mercado de Pascua muy concurrido, lleno de puestos de artesanías y comida. Hoy era lunes de Pascua y se consideraba festivo, por lo que algunos sitios iban a estar cerrados. El Barrio Judío, por ejemplo, cerraba lunes y martes debido al Pesaj; menos mal que contábamos con el miércoles y el jueves para visitarlo.


Como teníamos que hacer tiempo porque el siguiente Free Tour en español de la empresa Sandemans empezaba a las 14:00 pm, nos dedicamos a pasear por la zona (si nos hubiésemos apurado y no almorzábamos, podríamos haber llegado al de las 12:00 pm, pero preferimos hacer todo con calma).
Nos metimos en uno de los pasillos que salían de la plaza, entre los restaurantes, con la intención de llegar a la entrada de la Iglesia de Nuestra Señora de Týn, pero nos equivocamos de camino. Más tarde, el guía de Sandemans nos revelaría el camino correcto.
Visitamos la Iglesia de San Nicolás, cuya entrada era gratuita. En su interior resaltaban la enorme araña de cristal que colgaba del centro de la cúpula, los frescos y los minuciosos detalles decorativos de sus paredes.


Justo en frente de la iglesia estaba el punto de encuentro del Free Tour (específicamente, delante de la tienda Cartier y la Oficina de Turismo). Cuando vimos a los guías con paraguas rojos, distintivo de Sandemans, nos acercamos para anotarnos en el tour. Nos entregaron un papel (que no nos servía de nada, más bien ellos lo usaban como referencia para saber cuánta gente iba a participar) y nos dijeron que volviéramos a unos minutos antes de las 14:00 pm.
Recorrimos los puestos del mercado con la idea de degustar un trdelník, un rollo de masa dulce que se publicitaba como dulce típico checo pero que en realidad es de origen eslovaco. Compramos uno con Nutella (70 CZK) y otro con helado (100 CZK) y nos sentamos a comer en uno de los tantos bancos de la plaza.


El tour empezó a las 14:00 pm en punto y terminó antes de las 17:30 pm. Nos pareció recomendable para tener una primera toma de contacto con la ciudad. Nuestro guía fue Lope, un español muy macanudo que hacía dos o tres años estaba viviendo en Praga. Durante el recorrido a pie nos enseñó la Plaza de la Ciudad Vieja, el Reloj Astronómico (en obras de restauración por unos meses), la Iglesia de Nuestra Señora de Týn (cuyo acceso, nos contó, era a través del único pasillo que no tenía toldos), el Teatro Estatal (donde vimos la estatua del encapuchado llamada “Il Commendatore”, en honor a la ópera Don Giovanni, de Mozart), el Karolinum (la Universidad), la Plaza de Wenceslao, el mercado de Havelská (donde probamos un dulce típico que compró para el grupo), el Barrio Judío (donde escuchamos la historia del gólem de Praga) y el Rudolfinum, la última parada. No entramos a ningún sitio, sino que vimos todo por fuera. Tampoco tuvimos mucho tiempo para sacar fotos con detenimiento.


Reloj Astronómico y su torre en obras
En el medio hicimos una parada en un bar/café donde muchos aprovecharon para comer algo o ir al baño y donde el guía repartió a cada uno un mapa en el que figuraban los distintos tours que ofrecía la empresa (momento para contratarlos si a alguien le interesaba). También estuvo un rato con cada uno para responder consultas o hacer sugerencias sobre itinerarios y otras cuestiones.
Al finalizar el tour, todos hicimos nuestro aporte voluntario (en euros o en coronas checas). En nuestro caso, fue de 10 EUR por persona.
Algunos miembros del grupo se quedaron conversando con el guía, nosotros fuimos al hotel para hacer el check-in.
Nuestra habitación era amplia y cómoda, tenía calefacción, televisor, armario, frigobar, microondas, una mesa con una silla y un baño sencillo, sin ammenities, pero funcional. El único defecto fueron las almohadas: casi no las sentimos, era como tener la cabeza apoyada directamente en el colchón.



Sin demorarnos demasiado, salimos para retomar nuestro paseo por la ciudad. De camino al Puente de Carlos, las fotos de un puesto de trdelník en la calle Karlova captaron nuestra atención y se nos hizo muy difícil resistirnos. En Good Food (así se llamaba el lugar), vendían trdelník en distintas variantes: dulces, salados, con helado, con crema y diferentes toppings (frutas, brownies, miel, etc.). Costaban entre 120 y 170 CZK y los precios eran similares a los de otros locales. Probamos uno con crema (120 CZK) y uno con helado (160 CZK); el último era el más rico de los dos.


Terminado el momento dulce, compramos una botella de agua (70 CZK) en uno de los minimercados de la zona y cruzamos el Puente de Carlos, que para ese entonces estaba lleno de gente.
Ya en el barrio de Malá Strana, fuimos a ver el colorido Muro de John Lennon.


Nos adentramos en Kampa, una isla delimitada por el río Moldava y el canal artificial Čertovka, y nos acercamos a la zona del Museo Kampa para ver la obra del artista checo David Černý, unos bebés gigantes que gateaban y que en lugar de rostro tenían una especie de código de barras.

Desde aquí había unas lindas vistas del Moldava.


Cruzamos el llamado Puente del Amor, lleno de candados, una muestra en miniatura del Pont des Arts de París.

Desde este punto pudimos ver la rueda de 8 metros del Molino del Gran Prior, el mejor conservado de los tres molinos que quedan en la isla.

Pasamos por el Museo Franz Kafka y contemplamos la curiosa fuente que había a la entrada: dos hombres orinando el mapa de la República Checa, otra obra del mencionado artista checo.

Deambulamos por los pocos puestos que quedaban abiertos en el Mercado de Pascua de Kampa y subimos por la escalera que conectaba la isla con el Puente de Carlos.


Ya era hora de cenar, así que nos encaminamos al restaurante U Parlamentu. Llegamos a las 20:30 pm, sin reserva, y tuvimos que esperar un rato para conseguir mesa porque el lugar estaba lleno, así que recomendamos reservar. La atención fue cordial, la carta estaba en español, los precios eran buenos y la comida estaba bien, pero nada del otro mundo. De entrada pedimos una sopa de cebolla y un queso Camembert con salsa de arándanos, como platos principales comimos conejo asado al ajillo con espinacas y tortas de papa y cerdo a la parrilla con salsa de hongos y gnocchis, y para tomar dos bebidas (una de ellas, cerveza). En total, incluida la propina, pagamos 900 CZK (35 euros).


Volvimos caminando al hotel y nos fuimos a dormir. Así terminaba nuestro primer día en la capital de la República Checa.