UN DIA EN LA CIUDAD DE LAS MEZQUITAS ✏️ Diarios de Viajes de TurquiaRECORRIDO POR ALGUNAS MEZQUITAS. REFLEXIONES SOBRE EL CULTO, LA ARQUITECTURA Y LOS HÁBITOS EN UNA CIUDAD MÁGICADiario: ESTAMBUL :RECORRIDO EN ALFOMBRA MAGICA. Primera Jornada: DESDE TAKSIM A GALATA⭐ Puntos: 4 (2 Votos) Etapas: 3 Localización: TurquiaEN ALFOMBRA MAGICA Con Sofia, Lo que hacia otro destino sería un tradicional vuelo en aeronave comercial , camino a Estambul lo es en alfombra. Así se llega a la deslumbrante, inmanente, Constantinopla. Al centro del mundo. A la capital más poblada de Europa en todos los tiempos. A la dueña del tiempo. Estambul no es imperial. Es mágica. No es poderosa, es única. La distancia que nos separa es sólo de 15 horas de vuelo, pero es otra la que en realidad se recorre. Es un tema de dimensiones, no de usos horarios. Pinchando el cielo con sus minaretes logra el efecto buscado, ascender. Se despega de la tierra redondeada en colinas, sin demasiado verde, y toca el cielo. Es que, aunque extensa, todo el espacio fue ocupado. De ambos lados del Estrecho de Bósforo, no cabe ni un alfiler. La visibilidad desde la altura de la famosa muralla, los alminares y las torres protegió a la antigua Constantinopla de sus eternos enemigos, de quienes la apetecían como a una manzana en el Paraíso y la asediaron hasta obtenerla. Hoy se le suman los edificios de una modernidad que no afectó el dibujo de la ciudad en el horizonte. Reúne varios mundos superpuestos y es una apasionante tarea discriminarlos en la caminata que no para nunca. Estamos llamadas a una marcha permanente, ininterrumpida, de un rincón al otro - apenas separados por metros - a paso apurado, porque el invierno nos marca la agenda. Y porque es inevitable la ansiedad por ver, sentir, escuchar, oler. Llevárselo todo puesto. Cuando la alfombra aterriza evadiendo las puntas de los alminares, todo junto se viene encima. Y no alcanzan el tiempo ni los ojos. Una plaza arroja rieles y avenidas serpenteantes y ascendentes. Una avenida se hace calles, y cada calle pasaje, y el pasaje se estrangula en un pasadizo por el que se divisa el acceso a uno de los bazares, los cafés, los mercados o las zonas de ablución de los templos fácilmente detectables por la prolijidad del calzado que espera el fin de la oración. En este rincón del mundo la gente se viste con mucha sencillez y hasta homogeneidad que se comprende cuando de sacarse - hombres y mujeres- sus zapatos a velocidad para ingresar a la mezquita se trata. Segundos insume la ablución y descalzarse. Mientras nosotras debemos sentarnos para sacarnos las botas o los borceguíes, ellos sólo empujan los contrafuertes y, sin mirar hacia atrás, se desprenden de lo mundano e ingresan a lo sagrado. El tiempo del "salat" hace que el aire se llene del canto empalagoso como el almíbar de un vaclava, que explica que Alá es grande y único, Mahoma su Profeta y recuerda que orar es mejor que dormir. Una bruma de sonido, de canto sereno e ininteligible, pero sagrado, viene de lo alto de los minaretes. Y al primero le sigue los que, sucesivamente, le van contestando que es tiempo de detenerse. Y todo se detiene. Inicia una especie de silencio, de mutismo en reflexión aún para los que no dejan de andar, de circular por una avenida o en el metro. La ola humana que se desplaza por las calles extrañas, enredadas sobre sí mismas, como un caracol, no es bulliciosa. Es serena, y se torna introspectiva. Mayoritariamente masculina en las zonas menos turísticas - tal como Sofia advirtiera- se muestran distendidos, amables; desconocidos pero conocedores de lo que sucede más allá de la muralla de Constantinopla, la Segunda Roma. Al iniciar el llamado una se conmueve porque no es una orden ni una alarma de reloj, sino una invitación para que lo mundano deje paso a lo celestial, a lo divino. Cinco son los horarios de llamado al "salat" - oración obligatoria aunque a nadie parece obligar- que antes hacían los almuédanos ahora proviene de parlantes o, raramente, de una grabación. Cinco oportunidades para los musulmanes sunnitas, la mayoría, mientras que los chiítas sólo lo hacen tres. Aquéllos son quienes, al morir Mahoma, decidieron que debía aplicarse la Sunna - enseñanzas del Profeta - para escoger a quien ocupara su sitio. A su vez, los chiítas - minoritarios - consideran que debía seguirlo su yerno, Alí. La aparente y sutil diferencia enfrenta de manera violenta a los musulmanes del Mundo actual y explica uno de los ejes de los conflictos en los que se va la vida de propios y ajenos. No hay posibilidad de ignorar los llamados de los que tomamos debida nota en tanto una hora antes de cada uno se desvanece la posibilidad de visitar sus mezquitas. Llegado el momento y si no se ingresa a una mezquita, se sabe dónde está la qibla, dirección hacia la Kaaba en La Meca. Hasta una app supera al astrolabio medieval y nos lo indica con su "qibla finder" y ofrece modernidad a la tradición de unidad de la comunidad a la hora del rezo desde cuando Alá se reveló a Mahoma indicándole ese rumbo y todos lo siguieron en el 623, orando hasta entonces en línea con Jesusalén. En los templos, el mihrab orienta la oración, al sitio sagrado, y a escasa distancia una escalera conduce al Imán al minrab, desde donde se lee el Corán. Y si se dice que Italia tiene más iglesias que católicos, pues Estambul no se le queda atrás, y cuadra a cuadra, acompañan la marcha. La tentación se alimenta conforme más templos de visiten. Uno no es la medida, y es que puede seguirse un recorrido conforme avancen los llamados. Cada llamado se percibe como una oportunidad de reencuentro con la identidad que va mucho más allá de lo religioso. Y para los que no somos parte de esa identidad, la conmoción es inevitable. Se demora el paso y se aprovecha para mirar una escenografía humana que ningún orden de palabras llega a explicar apropiadamente. Nada condiciona el acceso, con la sola excepción del estricto cumplimiento de las normas que el Islam respeta. Recuerdo que hasta cuando no tenía más de 10 años mamá y las tías usaban para las ceremonias religiosas unas hermosas manillas de encaje para cubrirse la cabeza. Las guardo. Blancas, grises o negras, según lo impusiera la ocasión. Pues en Estambul eso no ha cambiado, con la rígida condición de que el cabello femenino no debe siquiera asomarse. No se mira al cielo, es muestra de desconfianza a Alá. No se arreglan las prendas que se llevan puestas ni se descubren los brazos. Tampoco deben estirarse las piernas si se está sentado en las alfombras, es irrespetuoso. No es menos cierto que los visitantes tenemos asignado el mismo espacio que a las mujeres locales. La parte trasera. La ley islámica, exige que hombres y mujeres permanezcan separados en la sala de oraciones; en teoría, las mujeres deben ocupar las filas detrás de los hombres. Mahoma habría preferido según el hadiz, su palabra, que "Las mejores mezquitas para las mujeres son las habitaciones interiores de sus casas." El segundo califa Umar llegó a prohibir la asistencia de mujeres a las mezquitas y les exigió que rezaran en sus casas. A veces, se reservaba a las mujeres un lugar determinado de la mezquita; por ejemplo, el gobernador de La Meca en 870 aisló mediante cuerdas atadas entre las columnas un lugar separado Es prudente en cualquier caso pasar inadvertidas. Tampoco comparten la fuente de ablución en la que, con velocidad, lavan sus manos, nariz, boca, oídos y la cabeza. Sin aludir a las arquitecturas bien diferenciadas conforme la data del edificio, es Hagia Sophia la madre indubitada de todas. Es su planta, su altura, sus cúpulas, semicúpulas, columnas, sus galerías y claristorios los que dibujaron a todas y a cada una de las que la siguieron. No por nada era el sitio más preciado como símbolo de la conquista. Y ninguna en Estambul supera al genio bizantino, ni la grandiosa Sultanahmet o Suleymaniye Camii, aunque - como en tanto - la comparación es odiosa, inútil e injusta. Tras la Yeni Camii Mezquita Nueva -, la Mezquita Azul y la de Beyazit - vecina a la magnífica Universidad de Estambul - se advierte no sólo que lo colosal es sinónimo de culto y tributo, sino que la mezquita representa un "módulo" de desarrollo urbano. Un concepto de armado de la ciudad para el que la religiosidad no se agota ni de lejos en el rezo. El "külliye" es el complejo en el que el tempo es un edificio central pero no solitario. Se une a un hospital, comedor, biblioteca - usualmente con forma de quiosco- , un hamman ( baño turco), una madrasa y otros servicios de caridad, con marca otomana registrada desde las dinastías Selyúcidas del siglo X hasta el final del Imperio con el nacimiento de la República en 1923. El külliye llegó a incluir universidad, escuela de derecho y de medicina, todo administrado como una fundación con sus propios recursos. El diseño que se advierte hoy es el que introdujo el gran Mimar Sinan en el siglo XVI. Contemporáneo del Palladio que desarrolló el estilo del gótico veneciano, de Miguel Angel con San Pedro, de Vignola o de Herrera y el inconfundible estilo que exhibe españa empezando con el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la Plaza Mayor, los edificios de Lerma o el Cuartel General del Ejército del Aire ahí donde Madrid recibe tras atravesar su Arco del Triunfo. Ese fue el tiempo de Sinan, cristiano capturado como esclavo y sometido a la formación de Jenízaro - guardia de corps feroces protectores del Sultán - que devino genio matemático e ingeniero del ejército. Diseñando obras civiles durante la expansión del Imperio contactó con diversas estéticas hasta que, cerca de los 50 años, Suleyman lo designa arquitecto de la corte. No basta con que las mezquitas colmen cada barrio con magnitudes insólitas, manojos de minaretes de variadas alturas y balcones - en una ciudad en la que todo tiene un sentido - o en el centro de manzanas impenetrables. Así, es que la joya llamada Rüstern Pasha fue levantada por Minan Sinan en una colina de ferreterías, un par de cuadras más lejos de la Yeni Camii y por encargo del Gran Visir y esposo de Mihtimah, una de las hijas de Suleyman. Nada con la novela, aunque este Gran Visir conspiró con la esposa del Sultan, la famosa y temida Roxelana, acusando de complotar al promogénito de Suleyman, el que termina siendo decapitado. El mantenimiento del templo provenía de los alquileres de los negocios sobre los que estaba edificada. Si recorrer el barrio de Tahtakale no es sencillo por la multitud, encontrar el acceso a Rüstern Pasha es imposible y muy bueno es contentarse con divisarla desde la costa. No. Una empieza a meterse en Estambul cuando detecta que la ciudad gira en torno de la espiritualidad, y - luego- el comercio de los mercados, la pesca del Bósforo, un eterno cosmopolitismo, el romance con la Europa a la que pertenecen y no pertenecen al mismo tiempo. Es que es otro mundo. Desde la alfombra seguimos flotando , sostenida en un aire con aroma a canela, a comino, azafrán, a granadas frescas y en grano, a café o castañas braseadas. Escribir sobre Estambul se convierte en una plegaria al retorno. Aunque no hay zonas erradas para alojarse, ninguna como Sultanahmet. Edificaciones apenas de dos pisos, ventanas de rejas con arabescos y rematadas todas por una terraza que mira al Estrecho del Bósforo. Allí se ofrece el desayuno, mirando a un lado Hagia Sophia y la Mezquita Azul y - del otro - Usküdar. Basta con levantar la vista para recordar que hemos llegado hasta donde la pasión por buscar la maravilla nos llevó. Y nos traeerá nuevamente. Y una sale a la calle tras desayunar ensalada griega y algún dulce venido del Paraíso y , girando en una esquina, toparse con un exhibidor de cerámicas de cientos de colores, de alfombras y kilim, de cueros de los tonos más extraños, cajas y vasos de tés de granada o de manzana. Y de todo lo que el mercado más grande del mundo antiguo todavía tenga para ofrecernos. Empieza el romance con los gigantes pañuelos de seda, y la elección de la talla de hamman infaltable en la valija de regreso; el color de la granada que me mira desde el estante de la cocina, y la colección de aromas de la caja de especias que tiene por destino la cacerola del otoño. Un par de almohadones que no puede sino tener tulipanes, y cuencos esmaltados para servir humus que atrapar en pita caliente y crocante. Comerciantes apasionados, no soportan la compra pasiva, sumisa. Hay que pujar, regatear, discutir, levantar un poco la voz y reírse; amagar con irse y regresar; gesticular como sólo los mediterráneos lo hacemos , y - entonces y sólo entonces- una se merece la mercadería. Hay que ganársela. Ellos no venden, ellos ofrecen. Y, sin advertirlo, las bolsas se van amontonando y la ciudad entrega sus bienes más preciados. No a cambio de dinero sino del trabajo de comprar entre carcajadas y miradas agudas. La alfombra voladora lleva a otro tiempo. No importa la vestimenta - que en gran parte de la población local es el hiyab - ni los medios de transporte que se entrelazan. El tiempo siempre es otro, el pasado. Muchos pasados. Algo hay en Estambul que trae y lleva a otro tiempo de la gloria de una ciudad que fue capital de cuatro imperios: el romano, el bizantino, el latino y el otomano. Será la nostalgia de la que tanto habla Orhan Pamuk y que, allá lejos al leerlo, no entendí. Ese sentimiento esencial al estambulí y que no cuesta nada advertir en el sonido, en los colores y los ritmos. Los colores. Nada es estridente con la sola excepción de sus telas y cerámicas exhibidas en vidrieras, mercados o colgadas contra las paredes en las callecitas que van o vienen. Lo demás es discreto, aunque jamás en tamaños aunque temen la envidia y nos ofrecen sus ojos o "nazar". Lo gigante es lo que predomina. Nada pasa inadvertido. Volúmenes imponentes recortados sobre el Bósforo. Ningún edificio se oculta. Todo se exhibe con soberbia y se admira con humildad. Un bloque encaja en el vecino y todos se ven en una sola vista panorámica en la que las colinas y el mar, cortado en gajos por los puentes, se graba en la memoria como un regreso seguro. En armonía se encastran los siglos, sin conflictos, como quien ha tenido que acomodarse y no le es incómodo. Así ha sido la dominación: caída o conquista, según como se la mire. Los tramos de muralla bizantina abrazan el distrito de Fatih, donde las mezquitas no tienen competencia en el protagonismo. Claro enfoque religioso de la vida cotidiana en el que el urbanismo se diseña con molde de "kuliye". Y, tras dias y días de caminata, se reconocen los monumentos funerarios como el de....II en Sultanahmet, las adoradas colunas y obeliscos, los pórtios de bazares que anuncian la sucesión de arcos de medio punto y bovedas de cañón pintadodo de amarillo huevo: el Grand Bazaar, el Egipcio o de las especias y el de los libros. Y los gatos. Ello sin contar trozos de la ciudad, como el que se encaja en la Yeni Camii - Mezquita Nueva - en el que los tenderos colman callejuelas angostas y atestadas de estambulíes en el famoso barrio de Eminonü. Allí se honra la ciudad con estatuas de bronce como la del vendedor de telas, la del anciano y el niño jugando sobre una tabla, o el Jenízaro amenazante. El costumbrismo, la cultura cotidiana es también parte del culto. Como aceptar un té de granada servido en los pequeños vasos tallados con un trozo de algún dulce, o agradecer a quien pasa su tarjeta de transporte cuando advierte que la nuestra se ha agotado. Para cerrar semejante vértigo al descender de la alfombra, ya camino del hotel mientras el frío aumentaba, el anuncio de una madrassa invitando a la visita llamó nuestra atención y curiosidad. Ni dudamos. Una vez dentro del complejo de Sinan Pasha - discípulo de Mimar Sinan - , sentimos inquietud por no perturbar la atmósfera de silencio, creyendo que no seríamos bienvenidas , hasta que fuimos recibidas por un sonriente local. En inglés o en italiano nos explicó la función de difusión del Islam y de la escritura que desde allí se concretaba en la sala de los caligrafistas. Nuevamente sin zapatos, y siendo la cuarta vez en el día en el que luchábamos con nuestras botas, lo acompañamos a una de las habitaciones que rodeaba al patio central, en cuyo mismísimo eje se levantaba un quiosco. Sobre alfombras de las buenas admiramos la tarea del jóven caligrafista, tras lo que nos obsequiaron el primer párrafo del Corán escrito dando forma a la primera letra del alfabeto árabe, sinónimo de nuestra "a". Charla mediante, nos invitaron con un té que compartimos sentados en una mesa a la que se sumaron un anfitrión pakistaní y una visitante marroquí. Una caja de chocolates belgas pasó de mano en mano traída por un "hermano" que, al cabo de unos minutos, entendí era hermano en Alá, y no de sangre de ninguno de los presentes. Sólo hablaban entre éllos en árabe, no en turco, pues es el árabe la lengua del Islam. Pocas veces en la vida me sentí tan ignorante acerca de las reglas del anfitrión. Cuánto se habla? Cuánto se contesta? Cuándo es momento de decir adiós? Discreción y prudencia, aunque con gentileza. Cruzamos miradas con Sofi y anunciamos la partida. Entonces, nos ofrecieron un libro a cada una. Pregunté, en mi absoluta certeza de ignorancia, si les debía algo por la guía en la visita, el té con chocolate y el obsequio. La inmediata respuesta fue : "El único pago es que lean el libro". Nos dimos la mano - por mi exclusiva y occidental iniciativa - en signo de despedida y me pregunté inmediatamente si las mujeres islámicas tienen ese hábito. Como lo suponía, al indagar sobre el punto descubro que sólo los hombres estrechan la mano. Un "salam" o "güle-güle" hubiera estado perfecto. Salimos de esa atmósfera casi mística, sintiéndonos felices y admiradas , cómplices, por la belleza a la que el espíritu inquieto y curioso nos había llevado. Nos tentó, a pocos metros, la entrada angosta, escondida, a la mezquita Atik Alí Pasha, pero ya era demasiada aventura para una tarde. No sé qué habrán sentido los grandes exploradores, peró sé la emoción que nuestra intrépida decisión nos regaló. Atravesamos la porción de Divan Yolü que nos separaba desde la estación Camberlitas del tranvía hasta Sultanahmet Meydani, y luego caminando a nuestro hotel. Como cada noche, nos despidieron el Hipódromo extendiéndose entre la Quiosco Alemán y el Obelisco de Teodosio, Santa Sofía con su aro de luz sobre el que la cúpula se sostiene como suspendida en el aire - tal como Procopio de Cesárea la describe- y la Mezquita Azul , de fiesta. La luz se va e impone cerrar el día imaginando el que le sigue. Jamás se regresa de Estambul. Salam! “…Los arquitectos de cierta importancia en países cristianos se sienten muy superiores a los musulmanes, porque hasta la fecha éstos jamás han realizado nada comparable a la cúpula de Santa Sofía. Gracias a la ayuda del Todopoderoso y al favor del sultán he conseguido construir para la mezquita del sultán Selim una cúpula que supera a la de Santa Sofía en cuatro zira (varas) de diámetro y seis de altura…”. Mimar Sinan. Autobiografía Imagenes relacionadas
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