REGRESO A LA CERDAÑA.
De camino hacia Puigcerdà, la carretera BV-4031 nos condujo por el Coll de la Creueta hasta la Molina, mostrándonos bellos aunque descarnados paisajes por la falta de vegetación debido a la altitud y a la severidad del clima. La estación de esquí presentaba un aspecto desolado por la falta de gente en los bloques de apartamentos y las tiendas que se llenarán en invierno, con la llegada de la nieve.
Al domingo y con la cantidad de turistas que habíamos visto en Castellar de n’Hug, decidimos no arriesgar a la hora de la comida y llamamos a nuestro hotel en Llivia para que nos reservase una mesa en su restaurante. Una vez en la N-152, dejamos Puigcerdà a nuestra izquierda y nos internamos en territorio francés apenas un par de kilómetros por la D-68, para rápidamente volver a recuperar la nomenclatura española con la N-154. Aunque se trata de dos estados diferentes, la movilidad entre la población de las dos partes de la Cerdaña está garantizada en todo momento y no nos topamos con ningún tipo de control pese a las restricciones por la pandemia existentes para pasar por entonces a Francia.
LLIVIA.
Nos alojamos durante tres noches en el Hotel Esquirol, de dos estrellas y que nos salió por 254 euros en total (sin desayuno), lo que no estaba mal tratándose de la primera quincena de agosto. Creo recordar que no tiene ascensor, pero cuenta con spa y piscina, y un restaurante con menús a buenos precios, si bien en los alrededores también existe bastante oferta tanto para comer como para cenar o tomar una copa. Al centro se llega en unos cinco minutos caminando, la habitación nos resultó confortable y no tuvimos problemas para dejar el coche, pues hay un aparcamiento gratuito habilitado justo enfrente. De día casi se llenaba, pero por la noche nuestro coche estaba a sus anchas.
En cuanto volvimos a entrar en tierras de la Cerdaña, el sol se adueñó del cielo y la temperatura subió rápidamente: ¡qué calor! Aun así, decidimos dar una vuelta por el pueblo para bajar la comida y estirar las piernas. Primero, caminamos en llano, por la acera que bordea la carretera, pero como no veíamos nada interesante, nos atrevimos con las empinadas cuestas que conducen al casco antiguo, conformado en torno a la Rectoría, la Iglesia de la Mare de Dèu dels Àngels y la Torre Bernat de So.
El municipio de Llivia pertenece a la provincia de Girona, de cuya capital dista por carretera 176 kilómetros. Se encuentra en la parte nororiental de la comarca de la Baja Cerdaña y tiene la peculiaridad de que constituye un enclave español en territorio francés. Por el Tratado de los Pirineos, firmado en 1659 en la Isla de los Faisanes, se puso fin a un conflicto iniciado en 1635, durante la Guerra de los 30 años, y supuso la entrega de diversos territorios por parte de España a Francia, entre ellos los correspondientes a la Cerdaña que estaban al norte de la línea de los Pirineos con una única excepción, Llivia. El Tratado de Llivia de 1660 formalizó la cesión de territorios y la permanencia de Llivia en manos del Rey de España, debido a la condición de villa que le había otorgado el emperador Carlos I.
Regada por el Segre y sus afluentes, se extiende por los llanos de Fontanelles al pie del Turol del Castell. Con una superficie de 12,9 Km2, está situada a 1.225 metros sobre el nivel del mar y cuenta con una población cercana a los 1.500 habitantes.
Ya en el casco antiguo, vimos un cartel con un itinerario en el que aparecen puntos concretos de parada en los que hay paneles informativos con la historia de la población, con referencias a su pasado mítico, romano, visigodo y medieval, pues desde tiempos muy antiguos, su dominio fue codiciado al constituir una estratégica ruta natural de paso por los Pirineos hacia el interior tanto de personas como de mercancías. Así, el Forum de Ilia Libica (siglo I a.C.), único foro pirenaico que se conserva, está en proceso de excavación. Importante enclave militar gracias a su estratégico castillo, fue capital de la Cerdaña hasta la fundación oficial de Puigcerdá en 1177.
Enseguida atrajo nuestra atención el conjunto formado por la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y la Torre del Bernat de So. El templo se erigió sobre otro anterior románico, que a su vez surgió sobre el antiguo foro romano. Es un edificio de estilo gótico tardío del siglo XVI, que recuerda a una fortaleza por su robusto campanario y la portada renacentista, flanqueada por dos torres.
Destruido el castillo y para completar las defensas, también en el siglo XVI se construyó la Torre del Bernat de So.
Justo enfrente, en un bonito edificio de color fucsia, se encuentra el Museo de Llivia, que contiene cajas renacentistas con retratos de santos y otros personajes, albarels de los siglos XVII y XVIII y cordialers barrocos, además de otras materiales arqueológicos y documentales que ayudan a explicar la historia de la villa.
Sin embargo, lo más renombrado es el aporte de la Farmacia Esteva, una de las más antiguas de Europa, de la que existen referencias desde 1594, si bien la familia que le da su apellido no la regentó hasta 1704. Se exhiben tarros, botes, libros, recuerdos y todo tipo de objetos relacionados con la historia de boticas y farmacias, entre los siglos XVII y principios del XX, teniendo en cuenta los diferentes enfoques curativos, botánicos, hospitalarios, etc.
El Museo nos pareció muy interesante, en especial nos gustó todo relativo a la farmacia. Aunque no recuerdo el precio de la entrada, creo que fueron dos o tres euros.
Después, mientras mi marido se fue a echarse una siesta al hotel, yo, desafiando al calor de las cuatro de la tarde (¡madre mía, cómo atizaba el sol), decidí subir hasta el cerro donde se asientan los restos del Castell. Detrás de la iglesia sale un sendero de un kilómetro aproximadamente todo cuesta arriba, claro está, que conduce hasta allí. Según rezaba el cartel informativo, su grado de dificultad es “molt fácil”, y seguramente lo habría sido de no haberme metido sin saber cómo ni por qué en una especie de senda entre la maleza y llevando unas sandalias veraniegas en vez de un calzado adecuado. En fin...
Mientras ascendía, podía contemplar las vistas que se iban abriendo cada vez más espectaculares de Llivia y de todo su entorno: lástima que el sol pegase de frente, estropeando el color y la nitidez de las fotos con tantos reflejos. De todas formas, se aprecia muy bien el trazado de la villa y la carretera que conduce a Puigcerdà.
El castillo quedó destruido en 1479 y permaneció enterrado durante más de un siglo. Las excavaciones arqueológicas sacaron a la luz un recinto fortificado de finales del siglo XIII con una torre del homenaje y se está llevando a cabo un cuidadoso proceso de restauración.
A lo largo del recorrido, hay pasarelas y varios paneles explicativos. Además, las barandillas proporcionan improvisados miradores que apuntan hacia los cuatro puntos cardinales, ofreciendo unas estupendas panorámicas de la Cerdaña, Alta y Baja, con su campiña, sus pueblecitos y una estela de montañas de fondo.
Oteando a mi alrededor, comprendí lo equivocada que estaba, pues siempre pensé que este territorio era mucho más cerrado y montañoso, con valles angostos y cimas picudas, al estilo de la cercana Andorra, por ejemplo. Aun así, un mapa señalaba a lo lejos, el nombre de varios picos de más de 2.500 metros, más allá de Puigcerdà.
Al cabo de un rato, tras recorrer todo el recinto y antes de perecer tostada a la parrilla, regresé al hotel.
PUIGCERDÀ.
Por la tarde, cuando bajó algo el calor, decidimos ir a dar una vuelta por Puigcerdà, que se encuentra a unos seis kilómetros de Llivia. Pese a ser domingo y estar todo a tope, tuvimos suerte y encontramos aparcamiento en el Parc Schierbeck, casi al borde del Estany, desde donde en pocos minutos pudimos llegar caminando hasta su mismo centro histórico.
Itinerario entre Llivia y Puigcerdà según Google Maps.
Situada a 149 kilómetros de Barcelona, junto a la frontera francesa y en un gran valle rodeado de montañas y a 1200 metros sobre el nivel del mar, la capital natural de la Cerdanya cuenta unos casi diez mil habitantes censados. Si bien su primera denominación fue Mont Cerdà, su nombre actual deriva del término romano “Podium ceretani”, en referencia a los ceretanos, los pobladores de la Ceretania, primitivo nombre de la Cerdaña. Aunque seguramente ya existía anteriormente, se suele fijar su fundación en 1177 por parte del rey Alfonso II de Aragón. En el siglo XIII se inició su fortificación y a mediados del siglo XIX sus murallas contaban con nueve puertas. Sufrió varios incendios y quedó destruida en gran parte por un terremoto que afectó a Cataluña en 1428. Durante los siglos XIX y XX aumentó su territorio por la anexión de los municipios de Rigolisa y Vilallobent.
Situación de Puigcerdá en el mapa peninsular.
Resulta muy útil consultar la página web de turismo municipal y descargar alguno de sus folletos con rutas y planos de los lugares importantes para ver, con la historia y los detalles de cada uno de ellos: www.puigcerdaturisme.cat De habernos fijado antes, hubiésemos aprovechado mejor el tiempo durante nuestra visita.
Plano turístico en la Plaza del Ayuntamiento
Aun así, el corto recorrido que hicimos nos dejó un buen sabor de boca, sobre todo por el agradable ambiente que se respiraba en sus calles y sus plazas pese al calor. ¡Y qué helados tan ricos nos tomamos en la Plaça de Santa María!
Los lugares que no hay que perderse son:
La Plaza del Ayuntamiento, recientemente remodelada como zona peatonal, donde, además de la Casa Consistorial, cuenta con el monumento al caballo hispano-bretón y un amplio mirador sobre los campos adyacentes.
La Plaza Cabrinetty se conoce como la plaza mayor desde el siglo XIII, el sitio neurálgico de la villa, donde se pesaba y almacenaba el trigo y se celebraba el mercado. Su nombre actual data de 1910 y se debe al libertador de Puigcerdà del sitio carlista de 1873. La estatua actual se instaló en 2012 tras sufragarse por suscripción popular. Además, destacan los porches, algunos del siglo XVI, y edificios como el antiguo Hotel Europa, la Casa Cadell, con portal ojival de granito y la Cruz de San Jorge en la fachada, o la Casa Descatllar, una de las más antiguas de la villa.
En la Plaza de Santa María, el Campanar es otro de los puntos emblemáticos de Puigcerdà y lo único que queda de la antigua Iglesia de Santa María, un templo gótico con elementos románicos, ya que empezó a construirse a finales del siglo XII. Fue derruida en 1936. La torre octogonal se apoya en cuatro pilares rectangulares, es del siglo XVIII y mide 35 metros de altura. Su interior cuenta con un punto de información turística y, en la parte superior, hay una terraza con unas vistas estupendas; pero estaba cerrada, así que no pudimos comprobarlo. Una pena.
El Casino Ceretano (Casino Caretá) o Casino de Arriba fue construido por la Sociedad del Casino Caretá en 1879. Sufrió varios incendios y fue reconstruido en diversas ocasiones. Diseñado en estilo neoclásico, al final se adaptó a unos cánones más eclécticos, al gusto de la época.
Elantiguo Convento de Santo Domingo (Convent de Sant Domènec) fue fundado a finales del siglo XIII y desamortizado en 1835, ahora está dedicado a actividades culturales. Su Iglesia es la más grande de la Cerdanya, si bien se cree que se debió acortar al quedar muy afectada por el terremoto de 1428. Recuperada para el culto en 1949, consta de una sola nave y lo más destacado es su portada del siglo XV. Entré a verla, pero solo hice una foto lateral porque empezaba la misa y no me gusta molestar.
Otros puntos de interés son los restos de las Murallas, la Plaza de la Judería, la Capilla de la Mare de Déu de Gràcia, el Museo Cerdá. la Estación, el Pont de Sant Martí y, claro está, pasear un poquito por las calles del centro, algunas peatonales. Por cierto que también existe una ruta literaria dedicada a Ruiz Zafón y su novela "El juego del ángel". La luz era terrórifica para las fotos, así que no hice muchas y las que tomé salieron bastante mal, pero pueden servir para ilustrar un poco el relato.
En cualquier caso, la imagen más conocida de Puigcerdà es seguramente la romántica estampa de un lago arificial en cuyas aguas azules nadan los cisnes y los patos, con un fondo de montañas, salpicadas o no nieve, contra las que se recorta la atractiva estampa de varios palacetes, en su mayoría de color rojo y blanco.
El emblemático estany se encuentra dentro del Parque Schierbeck, siempre muy concurrido y más aún los fines de semana, a donde acuden tanto residentes como visitantes para expansionarse paseando o tomando algo en sus quioscos y terrazas. Su actual aspecto se debe a la remodelación que se llevó a cabo durante la última década del siglo XX.
El primer documento sobre su existencia se remonta a 1260 y sus aguas, procedentes de la acequia, se destinaban al regadío, el consumo doméstico, la limpieza, la lucha contra el fuego, etc. También había otros usos que se arrendaban como la extracción de hielo que se almacenaba en el pozo de nieve, los lodos para fertilizantes y la arena para la construcción. A mediados del siglo XIX, su utilidad viró hacia actividades recreativas al ponerse de moda entre los burgueses de Barcelona veranear en Puigcerdá, con lo cual construyeron bonitas mansiones al borde del agua, algunas de las cuales siguen en poder de sus primitivos propietarios y otras se han convertido en hoteles, residencias o sanatorios. Merece la pena dar una vueltecita por allí y también, si se dispone de tiempo, visitar sus alrededores para ver la acequia, el pozo de nieve, la Iglesia de Sant Jaume de Rigolisa...
Después, regresamos a Llivia, donde cenamos unas tapas en la terraza de un restaurante. Al día siguiente nos esperaba la primera jornada de las dos que teníamos programadas en tierras francesas.
Los recorridos que hicimos en territorio francés durante los dos días siguientes están en mi diario De viaje por Francia, con los siguientes enlaces:
- Villafranca de Conflent (fortificaciones Patrimonio Mundial). Pirineos Franceses
- Las espectaculares Gargantas (Gorges) del Carança, Pirineos Franceses.
- Cueva (Grotte) de Fontrabiouse, Pirineos Orientales. La Cerdanya Francesa.
- Lagos de Bollosa (Lacs des Bouillouses), Pirineos Orientales. Cerdaña Francesa.