El día comienza tempranito, como ya va siendo habitual. Tomamos nuestro desayuno. Yo una tortilla “española” al estilo africano que estaba muy buena (sin papas). Efectivamente, como anticipaba Richard anoche, hoy hay poquito que contar, ya que estuvimos unas 10 horas para recorrer los 300 kilómetros que median entre Murchison Falls y Kibale Forest. La carretera, por llamarla de alguna forma generosa, era infernal, de barro seco en esta época, pero con socavones de 30 centímetros hechos por las escorrentías del agua. 10 horas de “baticao” o como dice Richard, “african masaje”.
Aunque el día es de transición, aquí en África siempre hay cosas que contar. A media mañana hicimos una parada en una ciudad llamada Hoima. Compramos unas bananas, hicimos pis en una gasolinera (al estilo africano, es decir agujero en el suelo y a tener puntería). Había un mercado, y en los puestos de carne olía fatal. La carne cuelga de unos ganchos al sol y desprende un olor muy intenso a animal muerto que se te mete hasta el alma… Nosotros no somos excesivamente escrupulosos pero aquí realmente nos estaban entrando ganas de vomitar, así que nos alejamos hacia otra zona para seguir cotilleando entre los puestos del mercado. Ya nos disponíamos a proseguir nuestro camino cuando Richard detectó una avería en los frenos, por lo que paramos en un “taller” (léase un solar provisto de un destornillador y unos alicates) para repararlos. La verdad es que el mecánico no nos inspiraba demasiada confianza, allí toqueteando los frenos del Land Cruiser con unos alicates, pero por lo visto lo hizo bien, porque no dieron más la lata. Esto demoró cerca de 1 hora que aprovechamos para pasear por la ciudad donde, por supuesto, éramos el centro de todas las miradas, al ser los únicos blancos (muzungus, como nos llaman ellos) del lugar. La verdad es que aquí en Uganda da gusto, porque aunque la gente te mira con curiosidad, no te molesta en absoluto, ni intentando venderte cosas, ni pedir limosna, ni nada.

Seguimos por fin la interminable ruta en la baticao una vez arreglado el coche. Durante el recorrido, fuera del idílico ambiente de los Parques Nacionales, es cuando realmente te das cuenta de que estás en el África profunda, viendo sin cesar gente y mas gente, casitas que en nuestro país ni siquiera llegarían a la categoría de chabola, del mínimo tamaño posible pero, eso sí, limpias y recogidas, todas siguiendo un estilo tradicional básico. La mayoría de la gente va vestida con puro harapo, los niños casi desnudos, acarreando ladrillos, leña, papas,… pero que sin embargo te dicen adiós con una sonrisa de oreja a oreja, dejando lo que estuvieran haciendo para no perderse tu paso. Parecemos el papa diciéndoles adiós desde nuestro coche.
Otra anécdota del día es que paramos en una escuela llena de niños que este día estaban esperando para recibir sus calificaciones. Habíamos traído desde España una maleta con material escolar, del que hicimos entrega a un agradecido profesor que nos dijo que no podía creer lo afortunado que era. Esto nos conmovió profundamente mientras los chiquillos, arremolinados alrededor nuestro nos miraban como si acabáramos de bajar de una nave espacial (aquella pareja de muzungus acarreando una maleta por medio de un enorme descampado…).

Hacia la una paramos para comernos nuestro almuerzo (lo llevábamos en unas cajitas de cartón) en un descampado delante de un colegio que ahora estaba cerrado por ser época de vacaciones escolares. Aún así había por allí 5 chiquillos que nos moraban desde una distancia prudencial. Compartimos nuestro almuerzo con ellos (imposible no hacerlo). Dieron buena cuenta del sándwich, el zumo, la manzana y los plátanos, repartiéndolo equitativamente entre ellos. La verdad es que sientes verdadera impotencia y no haces sino preguntarte qué más puedes hacer por esta gente, de qué forma puedes contribuir a paliar su miseria. Richard decidió seguir nuestro ejemplo y le dio uno de sus sándwiches a una niña muy pequeña que nos dejó boquiabiertos porque se arrodilló delante de él para darle las gracias… ¡¡¡terrible!!!. Incluso les dimos las cajas vacías donde venía nuestro almuerzo, ya que les servirán para guardar sus libros de la escuela. En fin, pienso que estas experiencias, vividas en primera persona, son las que te ayudan a cambiar la imagen que uno tiene de lo que son problemas importantes y lo que no.
Seguimos nuestra ruta, ya que aún nos quedaban 4 o 5 horas de camino hasta Kibale. El paisaje iba cambiando y haciéndose más verde y, de repente, al llegar a Fort Portal, ¡Oh maravilla, una carretera asfaltada! Un pequeño descanso para nuestros maltrechos cuerpos. No puedo ni imaginar el agotamiento que debía tener Richard. La suerte es que mañana descansará todo el día, ya que nos quedamos en el bosque de Kibale, sin coger el coche para nada.
La región se convierte en grandes extensiones de plantaciones de té. Cultivos de un verde rabioso que tapizan completamente las suaves colinas y valles. Uganda es uno de los países productores de esta infusión y la verdad es que las plantaciones convierten el paisaje en algo realmente bonito.

Así, entre hectáreas y más hectáreas de cultivos, llegamos al Parque Nacional del Bosque de Kibale. Este parque tiene una extensión de unos 800 km2 y el ecosistema es el de bosque lluvioso tropical africano (la selva de Tarzán, para entendernos) y en seguida comenzamos a ver grandes familias de babuinos por la carretera y algunos otros monos en los árboles. En este ecosistema habitan 13 especies de primates, incluyendo algunos muy raros como el colobo rojo o el mono de L’Hoest. Una de las mayores atracciones de este parque es, sin embargo, la posibilidad de rastrear enormes grupos de chimpancés que, aún siendo completamente salvajes, han sido habituados a la presencia humana, lo cual da la oportunidad de verlos realmente cerca. Esta fue una de las principales razones que nos hizo decidirnos por venir a este fabuloso país, y ya no podíamos contener las ganas de internarnos en la selva… lo haríamos al día siguiente. Aunque nos hubiéramos quedado por allí viendo monos, ya se estaba acercando la hora de hacerse oscuro y seguimos hacia el Lodge.
Aquí en Kibale nos alojamos en el Primate Lodge, en una tienda fija enorme con baño dentro. La tienda es fantástica y el Lodge en general está muy bien cuidado. Después de la dura jornada de pistas y carreteras africanas estábamos deseando darnos una buena ducha para quitarnos la tonelada y media de polvo que traíamos encima. Como llegamos ya tarde, durante la ducha se nos hizo de noche. La tienda está en medio de la selva, a unos 500 metros del comedor y la recepción, lo cual da un poco de yuyu por la noche, cuando la oscuridad es absoluta y hay que ayudarse de una linterna para moverse. La cena, como es habitual, está riquísima y además aquí es superabundante. Hoy nos vamos muy prontito a la cama porque estamos súper cansados y además mañana tenemos que madrugar bastante.
