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Como ya había dicho, hoy nos esperaba una de las estrellas de este viaje: la “Chimpanzee Habituation Experience”, consistente en salir muy temprano por la mañana, para adentrarnos en la selva en busca de una familia de chimpancés y pasar todo el día desde que se bajan de los nidos por la mañana al amanecer hasta que vuelven a hacer sus nidos para pasar la noche. Serían unas 12 horas siguiéndolos y observando todas sus actividades cotidianas.
La experiencia fue fabulosa. Salimos aún de noche, lo cual en sí mismo ya constituye nuna buena experiencia: caminar de noche por la selva guiados únicamente por la luz de las linternas, en medio de la oscuridad más absoluta. El ranger del UWA que nos acompañaba era Geoffrey, un chico de 25 años delgado como una espiga y ágil como una gacela. Ya le habíamos conocido anoche porque vino a presentarse y a recomendarnos que nos preparáramos bien para la actividad de día siguiente. Entre otros consejos nos recomendó que lleváramos suficiente comida y agua en cantidad, así que esa misma noche encargamos un lunch para llevar en el lodge, y por la mañanita lo teníamos preparado y ellos mismos ya nos habían puesto un montón de botellas de agua. También nos dijo que era mejor poner los calcetines por fuera de los pantalones para evitar que entraran bichos, principalmente las temibles hormigas safari, y que lleváramos un buen chubasquero y algo impermeable para proteger la cámara ya que no hay que olvidar que estábamos en el Bosque Lluvioso. En fin, que pertrechados con todo esto y con las mochilas llenas a reventar comenzamos nuestra caminata antes de las 6 de la mañana.
Nuestro pequeño grupo de 3 comenzó la aventura. Al principio, ¿por qué no decirlo? Con algo de respeto ante lo que podíamos encontrarnos, si bien en seguida nos relajamos, extasiados por el mágico ambiente de la selva. Caminamos alrededor de media hora hasta que empezamos a oír el escándalo de los chimps, lo cual nos sirvió para localizarlos. Mientras caminábamos Geoffrey iba contándonos cosas interesantísimas. Los peligros reales de esta selva son la posibilidad de algún encuentro ocasional (pero poco probable) con elefantes de la selva, más pequeños y peludos que sus primos de la sabana, con búfalos solitarios y, por supuestos, con las serpientes como la mamba negra o verde o con la pitón. Afortunadamente no tuvimos ningún encuentro de este tipo y todo fue sobre ruedas. En 15 minutos más localizamos por fin a los primeros chimpancés, pero entre que estaba aún oscuro y estaban muy arriba no conseguía sacar ninguna foto que valiera la pena. No voy a ocultar que estaba bastante decepcionado,… tanto esperar el momento de ver a los chimpancés y solo veía sombras a 15 metros por encima de mi cabeza. Eso sí, el escándalo que armaban era impresionante. Estaban comiendo higos, que es uno de sus alimentos favoritos (la fruta constituye más del 60% de su dieta). Yo seguía intentando desesperadamente obtener alguna buena instantánea, pero nada. De repente, “una pelea” y el pacífico escenario se convirtió en una revolución. Aquí es donde realmente sientes la fuerza de estos animales y la enorme desventaja que tenemos los humanos en este, su medio natural. Resulta que el macho dominante (macho alfa), de nombre Mobutu, intentó aparearse con una hembra que se negó y esto motivó que comenzara a perseguirla con intención de pegarle una paliza. Todas las demás hembras se movilizaron rápidamente en ayuda de la perseguida y los machos en apoyo de Mobutu. Este macho es bastante fuerte y muy pero muy dominante. Toma su nombre del dictador Mobutu Sese Seko de Zaire (hoy República Democrática del Congo) y demuestra el por qué de tan apropiado nombre a cada instante. La hembra rebelde bajó rapidísimamente del enorme árbol en el que estaba subida con Mobutu persiguiéndola. Todos los demás empezaron a bajar rápidamente de los distintos árboles. A muchos ni los habíamos visto previamente. Bajaban haciendo muchísimo ruido, golpeando las ramas, chillando a un volumen ensordecedor, saltando de una rama a otra. De repente había 6 o 7 en el suelo, tremendamente excitados corriendo por todos lados ¡¡No me lo podía creer!! La pena es que aún estaba bastante oscuro para fotos o video, pero el espectáculo era realmente increíble. Ahí estábamos, en plena selva, totalmente rodeados de monos que pasaban olímpicamente de nosotros, haciendo su vida a escasos metros de nosotros como si tal cosa.
Como consecuencia de la pelea la mayoría del grupo se desplazó rápidamente, por lo que comenzamos a seguirlos selva a través. El camino se tornaba en ocasiones muy difícil, con grandes troncos y lianas atravesados. Con las lianas te enredas y tropiezas constantemente. El problema es que si vas mirando al suelo para evitar tropezarte te puedes dar un cabezazo contra un tronco o una rama (lo digo por experiencia). Fue fácil localizar al grupo de nuevo y entretanto ya el día había clareado bastante. Los chimpancés, una vez calmado el revuelo anterior, estaban comiendo de nuevo, pero ahora en árboles más bajos, así que por fin conseguí sacarles las primeras fotos medio decentes. Un poco más tarde, ya saciados sus estómagos, llegó la hora del juego y el relax, salpimentado con alguna que otra copulilla. La mayoría bajaron de los árboles con lo que cuando se movían y los seguíamos parecía que íbamos todos juntos de excursión. Marimar y yo estábamos alucinados, con al menos una docena de chimpancés pasando en fila justo delante de nuestras narices. Saqué fotos y vídeos de flipar, auténticos primeros planos, ¡Maravilloso!
En el intervalo se nos había unido un grupo de turistas (con los que ya habíamos coincidido en Murchison), pero sólo estuvieron con nosotros durante un ratito corto. La mayoría de la gente que viene a Kibale hace un chimp tracking de unas tres horas en total. Una vez que encuentran a los monos les cronometran una hora que es el tiempo que les permiten estar con ellos. Sólo los flipados de los animales como nosotros elegimos (y pagamos unos 130 $ más cada uno) lo de estar 12 horas en la selva con ellos, pero claro, ni que decir tiene que para nosotros merece muchísimo la pena.
Tras un par o tres de horas siguiéndolos, observándolos y atendiendo a las explicaciones de Geoffrey, vimos como algunas hembras preparaban un nido para dormir la siesta. Los machos, sin embargo, prefieren dormir en el suelo, lo cual me permitió tomar algunos primeros planos fabulosos. La hora de la siesta de los chimpancés la aprovechamos nosotros para tomar el almuerzo. Nosotros particularmente no teníamos mucho apetito, pero Geoffrey parecía que si, porque no hacía sino decirnos “Cuando tengan hambre me lo dicen y tomamos el almuerzo…” Bueno, lo de que no teníamos apetito es un decir porque no dejamos ni las migajas (sándwich de atún, huevo duro, 2 plátanos, y un trozo de queque). Nos supo a gloria y a firmamento este “lunch selvático”. Todo ello regado con un montón de agua. Es sorprendente lo rápido que te deshidratas en la selva. Cuando te paras, por la sombra de los árboles te puede llegar a dar hasta frío, pero desde que caminas o haces algo de ejercicio sudas a mares (bueno, al menos nosotros, porque lo que era Geoffrey ni una gota, el tío).
La verdad es que parecíamos sincronizados con los chimpancés, porque la media horita que nos tomamos de relax es justo el tiempo que tardaron en ponerse en movimiento otra vez, así que comenzamos a seguirlos de nuevo. Corrimos con bastante suerte porque tuvimos a un grupo bastante numeroso de machos caminando a 3 metros de nosotros. Durante bastante rato los íbamos siguiendo por un área muy despejada de vegetación, por lo que pude tomarles unas fotos bastante buenas.
Después de esto ya se nos fue acabando la buena suerte, porque el grupo se dispersó y de nuevo se subieron a la copa de árboles altísimos. Los seguimos por aquí y por allá, sin dejar de asombrarnos de cómo el guía se orientaba en la selva. A nosotros nos dejan allí y no salimos en la vida. Los chimpancés estaban muy altos ahora. Además a eso de las tres y media de la tarde comenzó a oscurecerse el día y a oírse truenos: amenazaba una buena tormenta. Nos resistíamos a irnos, pero el sentido común nos decía que debíamos hacerlo, dado que bajo la lluvia no veríamos a los monos hacer nada interesante (les gusta mojarse tan poco como a nosotros), así que todo el dolor de nuestra alma decidimos que debíamos volver. Tomamos la decisión algo tarde porque a los 5 minutos comenzó a caernos encima un tremendo palo de agua (no en vano estábamos en el Tropical Rain Forest). La lluvia duró exactamente el tiempo que tardamos en regresar, selva a través, al puesto de los Rangers: 1 hora. Es decir que llegamos hechos una auténtica sopa, con las botas llenas de agua por dentro y todo completamente empapado. Yo, como metí la mochila por debajo del impermeable, conseguí que no se me mojara la cámara. Todo lo demás, calzoncillos incluidos, quedó como acabado de sacar de un pilón. Nos despedimos de Geoffrey a la entrada de las oficinas del UWA. Le dimos una buena propina (15000 shillings) y a las 5 estábamos de vuelta en el Lodge, deseando darnos una ducha calentita.
Después de secarnos y tender la ropa por los alrededores de la tienda para ver si se seca para mañana, estuvimos charlando un rato con Richard, que vino para ver qué tal lo habíamos pasado y a explicarnos el plan del día siguiente. Después nos fuimos a la zona común del Lodge, donde un grupo de chicos y chicas de una comunidad local cercana estaban actuando para los otros 4 clientes de Lodge. Fue una actuación muy bonita. Se habían ganado una propinilla de 5000 shillings.
Así acaba casi este día fantástico en la naturaleza, donde la estrella absoluta han sido los chimpancés, pero que sería injusto no mencionar a otros animales, primates o no, que también hemos visto, como colobos de cola roja, colobos blancos y negros, babuinos oliváceos, algunas aves muy bonitas, y todo con el decorado maravilloso de la selva primaria, prácticamente no modificada por el ser humano.
Ahora nos vamos a cenar, que Marimar está hecha polvo y me dice que se está quedando dormida….
Ya estamos de vuelta, tras una cena muy rica (como siempre) y en su cantidad justa. Las comidas aquí parecen escasas, pero en realidad no lo son, sino que en Europa estamos mal acostumbrados y nos sobrealimentamos. Nos retiramos a la tienda a leer un poquito, pero el poquito fue brevísimo porque tras los cerca de 20 kilómetros caminados arriba y abajo por la selva (medidos con mi superpodómetro de Decathlon) estábamos cansadillos. Yo creo que a las 9’45 ya estábamos dormidos como pajaritos.
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