Volamos con Vueling desde Barcelona hasta el aeropuerto de Zaventem, al que llegamos con 10 minutos de antelación, a eso de las 17:30h., mientras disfrutamos de las vistas sobre las llanuras Belgas, en las que abundan las casitas tringulares, los prados y los árboles vestidos de otoño.

Allí, nos tenemos que dirigir a la planta -1, donde está la estación de tren, que es el medio de trasporte que vamos a escoger para movernos por Bélgica.
La razón de nuestra elección es, además de la comodidad, el descubrimiento de un abono de trasporte de 10 viajes, multipersonal, por 87€. Teniendo en cuenta que no vamos a viajar a Brujas en fin de semana, cuando los billetes de tren cuestan la mitad, es la mejor de las opciones, saliendo cada viaje a 8,7€. Compramos nuestro billete en una de las máquinas expendedoras que encontramos en la misma terminal del aeropuerto, antes de llegar a la planta donde se encuentra la estación de tren, donde también hay máquinas.
Se imprime nuestro billete, que hay que rellenar a mano especificando el origen, el destino, el día de la semana y la fecha. No hay que especificar la hora. Nos explican que tenemos que tomar el siguiente tren hacia Bruselas, y que allí, tenemos que cambiar de tren para llegar a Brujas. Las indicaciones en las pantallas y los cambios de andén no tienen ninguna pérdida, todo está muy bien organizado.
Llegamos a Brujas cuando ya es de noche, aproximadamente una hora y media después, trasbordo incluído. La estación está a unos 20 o 25 minutos del corazón de la ciudad. Se puede llegar dando un paseo, pero el viaje ha sido largo y tenemos que arrastrar una maleta, así que tomamos un autobús por 2,50€ que nos deja en menos de 10 minutos en la plaza Markt. Hay que tener en cuenta que, para comprar el billete del bus con tarjeta de crédito, hace falta una tarjeta por billete. No se pueden comprar varios con la misma tarjeta.
No nos paramos demasiado porque queremos llegar a nuestro hotel, a menos de 5 minutos caminando de la plaza. Hemos reservado dos noches en el Black Swan, situado en el centro histórico.

Habitación triple con desayuno por 130€ cada noche.
La recepción está cerrada, pero me han enviado un código de acceso y me han dejado un sobre en el mostrador de recepción con la llave de nuestra habitación. Entramos abriendo un portón de madera que da acceso a la recepción. La decoración es justo como lo que se espera de Brujas: butacas estilo Luis XVI, molduras en las paredes, pintadas de azul oscuro, y lámparas con cuentas de cristal. Esto ya nos ha conquistado. Nuestra habitación está en esta misma planta. Es un dormitorio amplio, sencillo, con el suelo enmoquetado, con grandes ventanales que aislan muy bien del ruido de la calle, y está muy limpio.
Dejamos nuestras cosas y salimos para establecer la primera toma de contacto con la ciudad.
Volvemos a la plaza Markt, la más emblemática, con sus casitas de tejados escalonados y colores encendidos a un lado, y al otro, la torre Belfort (el campanario), a la que la iluminación nocturna le queda muy bien.

No sabemos si es por el cansancio de una jornada muy larga de viajes, pero nos sentimos misteriosamente atraídas por los restaurantes de las casitas rojas de la plaza, y nos sentamos en una de las terrazas para cenar allí, sabiendo que nos van a timar. Y así es: pizzas comestibles entre 16 y 18 euros, botella de agua que llega abierta a la mesa por 6€ y una cerveza de barril de 33cl. por 6,5€. La cerveza sí está muy buena, pero pedir cerveza es Bélgica siempre es una apuesta segura...

Timadas y con el estómago tranquilo, nos vamos a pasear buscando el canal. Tomamos la calle Wollestraat y, justo antes de llegar al canal, encontramos un portalón que nos conduce por un pasadizo hasta el primer rincón de magia de Brujas: el viewpoint Passage Bourgondisch.

El callejón está iluminado por algunos farolillos a ambos lados del canal, y por el interior de los restaurantes y hoteles que hay justo allí. Es un rincón muy acogedor

Y a pocos pasos de allí encontramos el lugar más fotografiado de la ciudad: el Rozenhoedkaai (Muelle del Rosario).
Lo hemos visto muchísimas veces en fotos, tanto de día como al atardecer, con el cielo cubierto de nubes y a la luz de la luna, y aun así, impresiona tenerlo justo delante, en vivo. Creo que su fama está completamente merecida y me atrevo a decir que es, posiblemente, uno de los rincones más encantadores del planeta. La iluminación nocturna, cálida, también le favaorece mucho. Las casas medievales, acompañadas por un sauce que ha sabido escoger el mejor lugar en el que crecer, se reflejan en las aguas tranquilas del canal, igual que el Belfort, que asoma justo por detrás del conjunto. Es la postal perfecta. Además, tiene el añadido de estar rodeado de agua, así que da igual a qué hora del día se visite porque jamás encontrarás a alguien que bloquee las vistas en tus fotos. Siempre está rodeado de gente pero siempre parece estar en calma y soledad.

Paseamos un rato más de vuelta al hotel. No es demasiado tarde, pero las calles están prácticamente desiertas. Parece que solo unos pocos hemos decidido pasar en Brujas la noche del jueves, y pienso que ha sido uno de los mayores aciertos de este viaje.
