Nos despedimos de Stirling y vamos hacia el norte. Nos da la sensación de que hemos visto prácticamente todo lo más relevante de Stirling en un solo día.

Hoy el destino es Stonehaven, una ciudad costera cerca de Aberdeen. Nuestro interés principal en la localidad es visitar un castillo.
La suerte con el transporte público no nos acompaña, unas fuertes lluvias de madrugada han causado numerosas cancelaciones y retrasos en los trenes.
Nuestro tren de Stirling ya sale con media hora de retraso.

Finalmente llegamos a Stonehaven con más de una hora de retraso.
Hemos comido un sandwich durante el transbordo del tren, así que justo después de dejar las maletas en el hotel emprendimos la caminata hacia el castillo de Dunnottar.
El trayecto pasa por el antiguo puerto del pueblo, una tranquila calita que parece atrapada en el tiempo.

Enseguida empezamos a subir la colina, siempre cerca de la costa, y pronto tenemos maravillosos acantilados a la izquierda, y prados y vacas a la derecha.
Después de la primera colina, el resto es bastante llano. Se tardarían unos 45 minutos en llegar al castillo (2’5 km), pero es imposible no parar a tomar fotos aquí y allá, así que el paseo nos ocupa un poco más.
Se vislumbra el castillo a lo lejos, majestuoso encima de una negra roca rodeada por tres costados con el mar del Norte.
Es la vista más asombrosa de todo el viaje.
Lo que queda hoy son las ruinas de una fortaleza que lleva aquí nueve siglos, en esta peculiar formación rocosa de ubicación estratégica que conecta con la tierra por una estrecha pendiente.
Si el exterior es espectacular, el interior no se queda atrás. Cada edificio tiene información sobre su construcción y sus usos, desde la pequeña capilla, hasta la cocina, el establo o la prisión.
La piedra gris azotada por el clima inhóspito de la región destaca dramáticamente en la tierra cubierta de tierna hierba verde.
Debe haber un parking bastante grande muy cerca, porque nosotros no hemos visto a nadie por nuestra ruta costera, pero esto está lleno de gente. El recinto del castillo es grande y por suerte no se nota abarrotado.

Estamos dos horas admirando el dramático paraje, tanto por dentro como por fuera, tomando una cantidad obscena de fotos.
De regreso damos un paseo por la playa del pueblo. Solitaria y fría, nada que ver con las playas que estamos acostumbrados los que venimos del Mediterráneo.
El pueblo no parece muy turístico y hay poca oferta de restauración, así que cenamos en el restaurante del hotel y a dormir. Mañana tenemos otra etapa más en tren.
