Llegamos a París a las 7 de la mañana, estaba amaneciendo, todo cerrado, nos perdimos en el metro y encima no entendíamos la máquina expendedora de tickets. Un amable francés nos ayudó.
La línea de subterráneos o metro como dicen los franceses no es tan limpia como la inglesa, está todo bastante sucio. Buenos Aires tiene calles con impronta parisina.
Nuestro hotel está en la estación Voltaire, calle Rue Richard Lenoir. Después de hacer combinaciones con dos líneas, milagrosamente llegamos.
Un alojamiento barato, viejo, con largas escaleras en un día frío de invierno. Estábamos en París.
Los pubs en London y algún bistrot francés sencillo en esta ciudad, son los elegidos para alimentarnos. Comeremos en lugares pequeños y sin pretensiones. La bebida es cara así que degustaremos l'eau de pichot que es una linda jarra de agua de la canilla que te sirven gratis. El desayuno en Francia es diferente al argentino y al inglés. No suele ser salado y es una tostada (tartine) o pan baguette con mermelada y manteca. En las panaderías las famosas croissants y pains au chocolat.
Nos levantamos temprano. Sorprendidas y emocionadas compartimos el amanecer entre los tejados grises y grandes balcones llenos de flores.
París es una inmensa ciudad. Verla y recorrerla es un mandato. Caminar por los jardines reales y las plazas, cruzar puentes y pasear por las orillas del Sena. Disfrutar las vistas más típicas, observar sus cafés bohemios y perderse en sus callejones de adoquines.
Francia no sería el país que es sino hubiera sido moldeada a través de los siglos por antagonismos y tensiones entre tribus, clanes, partidos, regiones, pobres contra ricos, la nobleza y la burguesía. Todos en permanente conflicto y tan numerosos como la variedad de quesos que al presidente De Gaulle le gustaba tanto citar como símbolo de la imposibilidad que su pueblo actuara como uno sólo.
Decía : " Que voulez vous, cher ami, on ne peut pas rassembler a froid un pays qui compte 265 specialités de fromage". (Que quiere estimado amigo, no se puede reunir de buenas a primeras a un país que cuenta con 265 especialidades de queso)
Estamos disfrutando de tanto encanto parisino.

En estos cinco días que la recorrimos nos sentimos tocadas por una varita magica . París es muy bella. En lo alto, imperturbable, la Tour Eiffel ofrendada al mundo como un tótem. Según por dónde la mires cambia su aspecto. Es la imagen de la ciudad. Y desde allí nos contempla. París es Montmartre, le Champs Elysées y le Moulin Rouge.
Es la Place Clichy de Emile Zola, las historias de Simenon y los escritos de Balzac. Y es también Notre Dame, Le Quartier Latin, L'Ile de la Cité, le Pont Neuf, le Louvre, le Palais Royal, el Jardín de las Tullerías, les Invalides, la Academia Francesa, la Place de la Concorde, el Museo d'Orsay, le Pont Alexandre III, la Tumba de Napoleón y la Asamblea Nacional.
Estamos descubriendo, describiendo, inventando, una ciudad subyugante.
Degustando sus famosos crepes y el cafecito en esos bares parisinos donde las mesas con las sillas miran hacia el frente observando todo tipo de gente y los famosos flaneurs, caminantes ociosos que abundan en esta ciudad bajándose de las estaciones y caminando el centro de Paris.
El metro te pone la ciudad a tu disposición. Y la gente diversa que no se relaciona con nadie y si haces lo más insólito nadie tiene la menor curiosidad. Un invisible anónimo.
Empezamos a conversar sobre la deliciosa comida francesa, los vinos, los exquisitos licores. Sabemos que Francia inundó el mundo con su pintura, la música, la literatura, la poesía, el teatro.
Napoleón, el concepto de nación, de soberanía del pueblo, de derechos del hombre, de la libertad, de conciencia, de opinión.
¡Oh París que bella que sos! . Caminamos sus anchas avenidas, sus laberintos de calles cortas, sus edificios antiguos en casas adosadas del siglo XIX y nos cruzamos con la diversidad étnica y social inimaginable. Africanos, algunos con sus trajes típicos, árabes, argelinos, musulmanes, chinos. Mezcla de costumbres, orígenes y naciones.
Deambulamos por el Arrondisement 18 que corresponde al Barrio Montmartre con su famoso Moulin Rouge y Sacre Coeur. Sus callecitas encantadoras con negocios de recuerdos, turistas por todos lados, pintores dibujando retratos y en una placita cercana exposición de pintores que según nuestra modesta opinión algunas eran buenas y otras muy malas.

Las fotos del barrio donde tantos artistas caminaron, se hospedaron y pintaron. Toulouse Lautrec, Degas, Pizarro, Picasso, Renoir y tantos otros, los famosos Moulin de la Galette y el Moulin Rouge y nuestro asombro permanente.
Recorriendo este barrio francés llegamos al boulevard Rochechouart. Inimaginable la cantidad de gente que deambulaba por sus calles llenas de negocios de ropa muy económica en las veredas, jóvenes musulmanes vendiendo cigarrillos a mitad de precio, relojes, perfumes, remeras. El mundo opuesto y real al brillo y el glamour de esta gran ciudad.

Ya mañana partimos para la ciudad sin calles, con sus canales y sus gondoleros. Venecia nos espera. Y la frase sorprendente de Adela:
- París me acompañará vaya donde vaya, el resto de mi vida.
Y yo contestándole con voz emocionada.
-Este viaje, y nuestros recuerdos, nos hará volver a viajar y recreará con nuestra narración ese más allá perdido. Y haremos viajar a otros porque brindaremos la experiencia moldeada por la memoria de que estuvimos aquí para contarlo. Por eso todo es posible. El viaje leído no es menos intenso que el recordado. Es la travesía en el tiempo.
Estamos construyendo espejos para mirarnos y entendernos. Filtramos el relato. Nos estamos abriendo paso.