Desayunamos de nuevo en la terraza que el hotel tiene en el paseo marítimo y fuimos a buscar el coche, que seguía aparcado en la zona de la Comisaría. Después nos dirigimos ya hasta la zona de embarque de Trasmapi para coger el ferry hacia Formentera. Una vez allí, nos fijamos en que habían llegado dos cruceros, con lo que el desfile de gente, autobuses y taxis hacia Dalt Vila era constante. El casco antiguo iba a estar mucho más concurrido que el día anterior.
El barco salió en hora, tuvimos una buena travesía y llegamos sin incidencias a La Sabina, donde se halla el único puerto de Formentera, contemplando desde el mar algunas panorámicas muy bonitas de ambas islas, que están separadas por el estrecho de Los Freus, de 6,3 km de longitud. Aunque anuncian la travesía en 35 minutos, tardamos unos tres cuartos de hora. A nosotros nos daba igual.
Formentera es la cuarta isla en extensión y población del archipiélago balear, así como la más meridional. Tiene una superficie de 83,2 km2 y cuenta con unas 12.000 personas censadas, número que, por supuesto, se incrementa notablemente, sobre todo en verano, por el gran número de turistas que recibe. Su orografía es bastante plana, pues solo cuenta con dos elevaciones entre acantilados, Cap Barbaria, al sur, y la meseta de la Mola al este, donde está el punto más elevado, Sa Talaiassa, con 192 metros de altitud. Sus 69 kilómetros de litoral están formados por playas y acantilados.
Ibiza y Formentera en Google Maps.
Es Pujols.
Una vez en tierra, nos dirigimos hacia Es Pujols, donde habíamos reservado un apartamento para dos noches en la agencia Des Pujols, a través de booking. Nos costó 159 euros, un precio bastante interesante para lo que vi en la isla ya en esas fechas. El apartamento, de una habitación, baño y cocina-comedor, era muy confortable y tenía de todo. Estaba a tres minutos caminando de la playa, rodeado de tiendas, cafeterías y restaurantes y se podía aparcar el coche a unos cinco minutos caminando. Todo un lujo en Formentera.
En cuanto nos instalamos, salimos a dar una vuelta y, aunque seguramente no estábamos en la mejor playa de Formentera, ya nos quedamos admirados ante el maravilloso color azul del agua del mar, de las que fuimos disfrutando mientras caminábamos por unas pasarelas de madera que hay para proteger las dunas.
Es Pujols es el pueblo más turístico de Formentera, ya que cuenta con muchos servicios, lo que hace que los precios resulten más económicos que en otras localidades. Está situado en el norte de la isla, cerca de la capital (Sant Francesc) y con buenos accesos a la carretera PM-820, que comunica los pueblos más importantes y da acceso a todos los puntos de la isla por vías secundarias y pistas. Además, se pueden hacer un par de rutas senderistas muy chulas. Nos gustó el sitio y el ambientillo por el paseo marítimo. Claro que no se trata de esa cala recóndita con la que todo el mundo sueña en Formentera; y estábamos en mayo, con lo cual las multitudes brillaban por su ausencia. No sé qué tal en otra época.
Aunque llevaba apuntes desde casa, antes de que cerraran a las dos, fui a la Oficina de Información Turística, donde me atendieron muy amablemente y me entregaron varios mapas tanto con itinerarios para hacer en coche como rutas verdes y de senderismo. Me fueron muy útiles. Recomiendo pedirlos. Para conocer Formentera disponíamos de esa tarde, el día siguiente completo y la mañana de la tercera jornada, ya que nuestro barco salía para Ibiza a las cinco.
Foto de los folletos que me dieron en la Oficina de Turismo. Muy útiles.
Ya con los folletos en el bolso, almorzamos en un restaurante, donde nos pusieron un menú del día que estaba bien y a buen precio (15 euros).Después de comer, sin pasar siquiera por el apartamento, salimos para recorrer lo que pudiésemos durante la tarde.
Formentera es la cuarta isla en extensión y población del archipiélago balear, así como la más meridional. Tiene una superficie de 83,2 km2 y cuenta con unas 12.000 personas censadas, número que, por supuesto, se incrementa notablemente, sobre todo en verano, por el gran número de turistas que recibe. Es una isla bastante plana, con dos únicas elevaciones destacadas entre acantilados, Cap Barbaria, al sur, y la meseta de la Mola al este, donde está el punto más elevado, Sa Talaiassa, con 192 metros de altitud. Y allí, precisamente, nos íbamos a dirigir en primer lugar para aprovechar mejor el tiempo que teníamos disponible.
Nuestro recorrido de la tarde (más o menos) en Google Maps.
Desde Es Pujols hasta el Faro de la Mola, en el extremo oriental de la isla, hay poco más de 15 kilómetros y unos 22 minutos de recorrido en coche. Fuimos directamente, dejando para después los demás sitios interesantes que hay por el camino.
Faro de la Mola.
Es uno de los edificios más emblemáticos de la isla. Entró en funcionamiento en 1854 y todavía permanece en funcionamiento. Se encuentra en lo alto de un acantilado de 120 metros de altura y ofrece unas vistas estupendas del Mar Mediterráneo. Sin embargo, no fueron las mejores que vimos en nuestro viaje. Junto al Faro se encuentra un monolito que recuerda a Julio Verne, pues el escritor francés mencionó este faro en uno de sus libros. En el interior hay una zona de museo y exposiciones, pero cerraban a las dos de la tarde y no pudimos entrar.
Pilar de la Mola.
Ya no había más carretera por la que avanzar, así que dimos la vuelta y pasamos por la pequeña localidad de Pilar de la Mola, que fue un centro destacado del movimiento hippy en los años 70 del pasado siglo. Actualmente se siguen celebrando mercadillos los miércoles y los domingos por la tarde. También se puede visitar su Iglesia de fachada blanca y el Molí Vell, el mejor conservado de los siete molinos de vientos que quedan en la isla.
Mirador de Formentera.
Después, paramos en el uno de los mejores miradores panorámicos de la isla, al ser el único punto desde el que se divisa toda la tierra hacia el oeste, bañada por el mar all norte y al sur. Para verlo bien hay que parar en el restaurante el Mirador, que se encuentra en la carretera PM-820, en dirección a Pilar de la Mola, tras unas curvas muy acentuadas. Está indicado. Se puede tomar algo en el bar, comer en el restaurante con esas vistas tan estupendas o, simplemente, parar en el aparcamiento para echar un vistazo. También se ve desde la carretera, pero no resulta nada aconsejable detenerse allí, pues apenas hay arcén y resultaría peligroso. Como de costumbre, mucho más espectacular en vivo y en directo que en las fotos.
Es Caló de Sant Agustí.
Entre otros atractivos, merece la pena visitar este pueblo para conocer su pequeño puerto, que fue muy activo hasta mediados del siglo pasado. Su mayor encanto radica en ver algunos de los varaderos de madera tradicionales de la isla, en cuyo interior se refugiaban los barcos.
También dispone de playas con fondo rocoso, de colores rojos, blancos y negros, muy pintorescas. Dicen que aquí se puede practicar buen snorkel. Y también hay restaurantes que sirven un excelente pescado. Nosotros tomamos una cervecita en uno de ellos, disfrutando de unas preciosas vistas en su terraza frente al mar. No sé en otra época, pero esa tarde estaba todo muy tranquilo y allí conocimos un aspecto diferente de Formentera. Dimos un largo paseo por toda esta zona, prácticamente en solitario, escuchando el sonido del mar y recibiendo el viento en la cara, sin más. Una gozada.
Como muchas otras zonas playeras de la isla, Es Caló está sometida a un proceso de regeneración y protección de las especies vegetales de las dunas, por lo cual se han instalado pasarelas, eliminado especies invasoras y delimitado las zonas de acceso.
Cala en Baster.
Después, nos acercamos hasta Cala en Baster, una de las que se recomienda visitar en la isla. Es un sitio un tanto diferente, al que se accede por una pista de tierra y donde predomina el color rojizo. La cala, de piedras, está situada en el fondo de una bahía rocosa, rodeada de acantilados y sin apenas vegetación. Tiene algunas cuevas naturales donde los pescadores guardaban antaño sus embarcaciones. Cuando fuimos, no había un alma, aunque tampoco apetecía mucho estar allí, la verdad.
Cala Saona.
Y para finalizar nuestra primera jornada en Formentera, ¿dónde mejor que en una de las calas más recomendadas para ver la puesta de sol? Sí, Cala Saona, claro. Pues allá que fuimos. Tuvimos que cruzar la isla hasta la zona oeste, lo cual supuso unos veinte minutos de trayecto.
Aunque había bastantes coches, pudimos aparcar sin problemas. Nada más asomarnos, la cala me encantó. Es la única playa de arena que se esconde entre los acantilados de la parte suroccidental de la isla. Apenas tiene 140 metros de largo, si bien nosotros no buscábamos bañarnos, sino contemplar una panorámica que nos pareció magnífica. El color del agua, con varios tonos de azul y verde, nos resultó impactante. Una preciosidad.
Tampoco faltan los antiguos varaderos de madera donde se guarecían los barcos. Los “casetes varador” están declarados bienes de interés cultural.
Fuimos recorriendo tranquilamente el acantilado, desde uno de cuyos puntos pudimos observar una extraña mole de piedra al norte. En ese momento no lo sabíamos, pero estábamos divisando el peñasco de Es Vedrá, en Ibiza.
Con una vegetación de pinos y sabinas encorvados por el viento, seguimos la línea costera para ver las formas de los acantilados hasta llegar al espectacular mirador de Punta Rasa. Toda esta zona nos encantó.
Y todavía fue mejor cuando empezó el ocaso del sol. Aunque no nos quedamos hasta su puesta total, el atardecer nos dejó un buen recuerdo.
Las Salinas.
Regresamos a Es Pujols por una carretera que bordeaba el Estany des Peix y el Estany Pudent, algo que volveríamos hacer varias veces a lo largo de aquellas tres jornadas. A esa hora de la tarde el corto trayecto nos dejó unas estampas preciosas al atardecer.
Mientras tanto, estuvimos de acuerdo en que nuestra primera tarde en Formentera había sido estupenda y muy bien aprovechada.