Teníamos incluida una excursión a la capital finlandesa. De haberla hecho por nuestra cuenta, habría distribuido el tiempo de otra forma, pero como no era cuestión de gastarnos un dinero adicional teniendo el ferry y la comida pagados, lo aprovechamos tal cual.
Hace años, visitamos el norte de Finlandia, la parte de Laponia, los bosques, los lagos y las iglesias de madera, pero no llegamos hasta Helsinki, así que, aunque no tiene fama de ser una ciudad espectacular, no desperdiciamos la ocasión de comprobarlo personalmente. De todas formas, confieso que como iba con pocas expectativas, me dormí en los laureles y no preparé la visita con tanto interés como la de las otras tres capitales bálticas; y, al final, se notó.
Salimos muy temprano desde el puerto de Tallin. Había amanecido un día espléndido, con buena temperatura, sol y el cielo despejado. Menuda diferencia al pasar de camino al puerto junto al Monumento al Russalka, que habíamos visto entre brumas. Creo que no conté que se trata de una escultura en bronce erigida en 1902 para conmemorar el noveno aniversario del hundimiento del buque de guerra ruso de ese nombre frente a las costas de Helsinki. En cuanto a las vistas de Tallin desde el ferry, al principio, no eran tan buenas como me imaginaba. Si bien al fondo aparecen los edificios de Toompea, con las cúpulas de la Catedral de Alejandro Nevski y la Torre de Hermann el Largo como puntos de referencia, los modernos bloques de cristal del puerto y sus alrededores le restan bastante encanto
En fin, una mezcla pintoresca entre lo medieval y lo moderno, que se volvió casi de cuadro abstracto con el reflejo de la ciudad sobre un techo acristalado del barco. Al final, las panorámicas ganaron fuerza y todo. Al final, no estaba tan mal el skyline.
Helsinki.
La llegada en barco a la capital finlandesa no nos deparó buenas panorámicas de la ciudad, solamente algunas de las numerosas islas e islotes que están frente a la bahía. El puerto al que llegan los ferrys no es el que está en el centro, sino otro más alejado, grande y moderno, a tres o cuatro kilómetros.
Comenzamos la excursión con una visita guiada muy cortita que nos sirvió para conocer un poco la zona por donde nos moveríamos después por nuestra cuenta. Para ir al centro, tomamos un tranvía que nos llevó hasta la Plaza de Narinkka, junto a la cual está la llamativa Capilla de Kamppi o Capilla del Silencio. Fue construida en 2012 de madera, un diseño austero y minimalista, que no deja de llamar la atención, ya que más que una iglesia parece un barco varado o una nuez gigante. Es de carácter ecuménico, por lo que está abierta a todas las confesiones.
Pasamos por varios edificios de arquitectura super-moderna, de los que tanto proliferan en la capital finlandesa, hasta que llegamos hasta el más moderno de todos, la vanguardista Biblioteca Central Oodi, inaugurada en 2018, un espacio multifuncional abierto a todo el mundo con un diseño espectacular.
En la tercera planta, hay un mirador exterior con buenas vistas del Auditorio, el Museo de Arte Moderno y, sobre todo, del edificio del Parlamento, que se encuentra justo enfrente, aunque a una distancia considerable teniendo en cuenta la enorme dimensión de la plaza en la que se ubica la biblioteca. Se puede visitar el interior sin ningún problema.
Muy cerca, está la Plaza del Ferrocarril, con la Estación de Rautatientori (metro) y la Estación Central (tren), que cuenta con dos entradas ornamentadas, una para el público y otra reservada al Presidente del país y a sus invitados. El edificio de la estación de tren es muy vistoso, se inauguró en 1862 y de nuevo en 1919 tras ser remodelada.
Tras caminar unos diez minutos, llegamos a la Plaza del Senado, una de las más amplias y concurridas de Helsinki y donde se encuentran varios edificios muy llamativos e importantes, ya que el arquitecto la diseñó en 1812, cuando Helsinki fue designada capital de Finlandia, con la idea de aunar en único espacio alegórico los estratos político, religioso, científico y comercial. De forma rectangular, está en pendiente y en la parte central superior se encuentra la Catedral de Helsinki, a la que se accede por una gran escalera, en cuyo centro hay una fuente y un conjunto escultórico erigido en 1894 y dedicado al zar Alejandro I. Mirando hacia la Catedral, en el lado izquierdo de la plaza, están el edificio principal de la Universidad de Helsinki y la Casa Sederholm, la más antigua de la ciudad, pues data de 1757. En el flanco derecho, se ubica el Palacio del Gobierno.
El edificio más llamativo es, sin duda, la Catedral luterana, construida entre 1830 y 1852. Hasta 1917, año de la independencia del país, se llamó Iglesia de San Nicolás, en honor al zar Nicolás I, que fue Gran Duque de Finlandia. El aspecto de la iglesia resulta espectacular, de estilo neoclásico y cuyas cinco cúpulas de color verde -la más alta rodeada de otras cuatro más pequeñas- se pueden ver a gran distancia. Tiene planta de cruz griega y es simétrica en las cuatro direcciones, con columnas y frontón de estilo clasicista. El acceso es gratuito, aunque el interior me decepcionó bastante, pues es muy austero comparado con la suntuosidad que desprende su exterior. Bueno, en cierto modo me lo esperaba al tratarse de una catedral luterana moderna.
Merece la pena dar una vuelta por las calles que rodean la plaza, ya que hay numerosos edificios con bellas fachadas de estilo clásico, pequeños palacetes y algunas iglesias interesantes.
No tuvimos que caminar mucho antes de llegar a la Catedral Ortodoxa de Uspenski, situada en lo alto de una colina, que domina dos de las zonas portuarias del centro de la ciudad, por lo que ofrece muy buenas vistas.
Para llegar a la catedral, cruzamos el llamado “Puente del Amor”, que, como no podía ser menos con ese nombre, está plagado de candados representando el amor eterno. Seguro que los candados perduran más que muchas de las parejas que los pusieron
Esta catedral se edificó entre los años 1862 y 1868 y es la iglesia ortodoxa más grande de Europa Occidental. Está construida con ladrillos rojos en estilo neobizantino. Tiene trece cúpulas, que representan a Cristo y a los doce Apóstoles. Su interior está pintado y repleto de iconos. Se puede visitar libremente y se permite hacer fotos, algo poco corriente en las iglesias ortodoxas.
Bajamos de la colina y llegamos a la Plaza del Mercado, que se encuentra junto al puerto. Se fundó en 1800 y es uno de los lugares más visitados por los turistas. Se vende artesanía, recuerdos, ropa, pero sobre todo pescado y menús variados a buen precio.En el centro de la plaza se encuentra el monumento público más antiguo de la ciudad, que conmemora la vista de Carlota, la esposa del Zar Nicolás I en 1833. Una columna coronada por un águila con dos cabezas que simboliza los poderes de la iglesia ortodoxa y de los zares.
Enfrente, se encuentran el Palacio Presidencial y el Museo Municipal. Son edificios de corte neoclásico, con fachadas pintadas de colores pastel, bastante agradables a la vista.
El Mercado Viejo (Old Market Hall).
Es el mercado cubierto más antiguo de Helsinki. Ha sido renovado no hace mucho, por lo cual luce espectacular su interior, con puestos decorados con madera. Merece la pena verlo.
Justo al lado, se encuentran los barcos que van a las islas de los alrededores, en concreto nos fijamos en el que se acerca a Suomenlinna, cuya fortaleza nos hubiera gustado visitar. No lo planifiqué con antelación y ya no nos daba tiempo de coger el barco y hacer una visita en condiciones, que hubiera sido posible yendo a primera hora. Fue culpa mía por haber vagueado en los preparativos, algo que, por fortuna, no me suele pasar. Hacía bastante calor y la gente se estaba bañando en las piscinas del puerto y tomando el sol en las tumbonas. Muy curioso. También hay una especie de graderío de madera donde turistas y lugareños se sientan a descansar, a leer o a consultar el móvil.
Caminamos después por el Parque de la Explanada, que estaba repleto de gente, locales y turistas, unos tomando el sol y otros huyendo de él. Entramos a ver el interior de Robert’s Coffee, un sitio de moda para comer y tomar algo, con una decoración un tanto particular.
El bulevar está flanqueado por bonitas casas de principios del siglo XX, al igual que las calles perpendiculares. Hay muchas tiendas, bares y restaurantes.
Después de comer, estuvimos paseando durante un rato. El calor era casi insufrible y el sol, una auténtica tortura. Más que estar en la calle, apetecía sentarse en una terraza a la sombra y tomar un helado. Y eso hicimos. Me quedé con ganas de ver el monumento a Sibelius, pero estaba lejos, había que ir en tranvía y, por una vez, no tenía ganas de trajinar más.
Ya de vuelta a Tallin, nos despedimos de Helsinki desde el ferry.