Recorriendo Tallin (II). ✏️ Diarios de Viajes de Estonia

La construcción de las murallas duró más de trescientos años y comenzó a ejecutarse en 1355, cuando el Consejo de la ciudad hizo una primera planificación que incluía once torres. A finales del siglo XIV y durante el siglo XV, se fueron levantando otras nuevas hasta llegar finalmente a cuarenta y seis, de las que se mantienen en pie veintitantas (25, 26 o 28, según la fuente).

La muralla, de la que se conservan 1.850 metros, rodeaba los contornos de la ciudad por las zonas sur y este, con la Plaza del Ayuntamiento convertida en el punto principal del cruce de calles y caminos, teniendo a la calle Muurivahe como nexo entre todas ellas. Fue en el siglo XVI cuando la muralla adquirió su aspecto actual, una vez que se realizaron ampliaciones y mejoras, añadiendo muros más gruesos y torres más altas y resistentes, pues la aparición de las armas de fuego, las minas y las balas de cañón ponían en peligro la eficacia de las menos robustas defensas anteriores.

Así, se erigieron portales exteriores, como las Puertas de Viru y las Grandes Puertas Marítimas, que se reforzaron en 1510 con la Torre Margarita la Gorda, que con sus piezas de artillería protegía la entrada de la ciudad por el mar. El grosor de sus paredes alcanzó los cinco metros y su diámetro, los 24. Con el paso de los siglos, fue utilizada para varios usos, también como cárcel. Reconstruida varias veces, hoy en día alberga el Museo Marítimo de Estonia, que tiene su continuación en el Puerto de Hidroaviones.

Las murallas se pueden contemplar en varios puntos y también recorrerlas. Resultan espectaculares los dos tramos que surgen a cada lado de la Torre Margarita la Gorda, uno por la calle Pikk y otro siguiendo la calle Laboratooriumi, donde se contemplan siete torres seguidas y al menos un par de puertas. Saliendo por una de ellas, se llega al parque de la Plaza de las Torres, que ofrece una buena vista panorámica del conjunto. Además, tanto esta calle como la paralela, Lai, son bastante más tranquilas que Pikk y que los alrededores de la Plaza del Ayuntamiento y cuentan con varios edificios notables, algunos convertidos en museos.

Construidas en el siglo XVI, se conserva solo una parte de lo que fue un complejo entramado para el acceso al recinto fortificado, el casco antiguo, que se denominaba Vanalinn. Supone una de las entradas tradicionales para los visitantes, que pasan del Tallin moderno al medieval, aunque no fue nuestro caso, que empezamos a visitar la ciudad antigua por su parte alta.

Ya en las puertas, mejor admirar la panorámica de fuera hacia adentro, pues de dentro hacia afuera un horrible edificio moderno estropea la perspectiva y rompe completamente el hechizo. No pude por menos que acordarme de la Torre de Valencia como fondo a la Puerta de Alcalá, en Madrid. En fin… estas cosas pasan en todos sitios según parece.

Algunas de las torres están incrustadas en las casas y frente a las puertas. Por la parte de extramuros, hay numerosos puestos de flores y al traspasarlas se llega a la calle Viru, siempre llena de gente, con decenas de terrazas, bares, restaurantes y tiendas de recuerdos. Haciendo abstracción del tipo de mercaderías a la venta y de los atuendos de la gente y sus teléfonos móviles, llegas a pensar que has surcado el túnel del tiempo, retrocediendo varios siglos ante el magnífico conjunto de casas de colores que surgen a la vista. Igual ocurre con el resto de calles que rodean la Plaza del Ayuntamiento.

Dicen que todos los caminos en Tallin conducen a la que tradicionalmente se conocía como Plaza del Mercado; la calle Viru, también. Y, allí, aunque no parezca posible, la multitud se multiplica, si bien incluso el inmenso gentío se perdona al contemplar unos edificios que recrean fielmente los cuentos de nuestra niñez y que cuenta cada uno con su propia historia, como la farmacia Burchart, que presume de ser la más antigua del mundo, pues lleva funcionando desde el siglo XV, si bien su fachada actual es del XVII.

Antaño, en el centro de la plaza había una picota donde se azotaba a los criminales condenados a muerte pero sin ajusticiarlos. En uno de los muros del Ayuntamiento se conservan un collar metálico y unos anillos que sujetaban las manos y los pies de las víctimas. Según la leyenda, las manchas que se aprecian pertenecen a la sangre de los convictos. Otra picota más pequeña se empleaba para los acusados de delitos menores. Desde el siglo XV, en la plaza se celebra la Navidad: se planta un árbol y se instalan los puestos del mercadillo y la feria.

Aunque su primera mención data de 1322, el ayuntamiento actual se construyó entre 1371 y 1404 con piedra caliza gris y en estilo gótico tardío. En el sótano, se hallaban los almacenes, en el primer piso, las cámaras de tortura, la del comercio y la del tesoro; en el segundo piso, se celebraban los festines y allí se puede visitar la Sala del Consejo, aunque no todos los elementos son originales. En la fachada, destacan dos gárgolas con forma de dragón del siglo XVII y, sobre todo, llama la atención la esbelta torre, de 64 metros de altura, coronada por una veleta con la figura de un guerrero (el viejo Tomás), que se ha convertido en un símbolo de la ciudad. Según la leyenda, en el puerto pesquero vivía una viuda, cuyo hijo Tomás se ejercitaba en el tiro con arco para competir en el torneo anual que se celebraba en el Jardín de los Papagayos de las Grandes Puertas del Mar y que consistía en derribar un pájaro de madera situado en lo alto. El muchacho lo tumbó, pero en lugar de darle el premio, recibió un par de bofetadas y fue obligado a reponer el papagayo en su sitio por haberse colado en una competición que no le correspondía. El pueblo se enteró de lo ocurrido y presionó hasta que los ancianos del Gran Gremio le reconocieron su hazaña y le nombraron guardia aprendiz.

La calle Saikang comunica la Plaza del Ayuntamiento con la calle Pikk (la calle Larga), una de las más importantes de la ciudad baja, en la que nacen y mueren callejones arqueados y estrechas callejuelas, que dan paso a palacios y mansiones en las que vivían ricos comerciantes del siglo XV.

Toda esta zona está a tope y apenas puedes dar un paso sin tropezarte con alguien, sobre todo por las mañanas, pues el centro histórico tampoco es demasiado grande y los visitantes suelen agruparse en los mismos sitios. A última hora de la tarde, cuando se han ido los turistas de los cruceros, está todo más tranquilo. Aunque, sobre todo en verano, en el casco viejo de Tallin nunca falta gente, ya es posible contemplar las partes bajas de las casas y hacer fotos sin tener que cortar los bajos para evitar que aparezcan una multitud de cabezas .

Nada más tomar la calle, nos encontramos con dos edificios importantes, uno casi enfrente del otro: el que fue la Sede del Gran Gremio, hoy convertido en Museo de Historia de Estonia, con una puerta mucho más imponente de lo que se aprecia en la foto y la Iglesia del Espíritu Santo, la más antigua y pequeña del casco medieval, cuya primera mención se remonta al año 1316. Tras muchas reformas, la versión actual data del siglo XVII, lo mismo que su aguja octaédrica. Detenta en su fachada el reloj más viejo y más bonito de Tallin, obra de Christian Ackermann, que lo adornó con un grabado y las figuras de los Evangelistas. Además, destaca desde el punto de vista histórico por haberse dado allí los primeros sermones y misas en lengua estonia.

Después, llegamos a la Casa de los Cabezas Negras, cuya Hermandad solo admitía a miembros solteros. Y, un poco más adelante, se encuentran las antiguas Celdas del KGB, que se pueden visitar, algo de lo que yo pasé voluntariamente por alto. A continuación, está el conjunto denominado "Casa de las Tres Hermanas" (como en Riga). La más interesante es la primera, la que hace esquina, pues mantiene la fachada original del siglo XV. Al final, alcanzamos la Torre de Margarita la Gorda, pero antes hay que pasar por la Iglesia de San Olav, que merece un comentario aparte.

Se desconoce la fecha de sus orígenes, si bien se sabe que ya existía en el siglo XII, aunque fue reconstruida casi del todo en el siglo XV. Pertenece a la iglesia de los cristianos baptistas evangelistas y su aspecto actual lo adquirió en 1820, al ser restaurada tras un incendio en estilo neogótico. La entrada es gratuita.

Sin embargo, lo más destacado es la torre con su aguja, un símbolo de la ciudad, que denota su poder y su grandeza, pues gracias a ella (llegó a medir 159 metros) durante algún tiempo la iglesia fue el edificio más alto del mundo, cuya silueta se veía a gran distancia, sirviendo de guía a los caminantes y de faro a los barcos. Claro que también atraía los rayos, que la alcanzaron al menos ocho veces y se quemó entera otras tres. Actualmente, el conjunto mide 124 metros de altura. Y, sí, se puede subir al balcón corrido de la torre desde abril a octubre. Hay que sacar un ticket que cuesta 5 euros y mentalizarse para enfrentarse a más de doscientos escalones. La verdad es que me cansé de contarlos, pero fueron muchos, muchos… Eso sí, hay cuerdas para arrastrarse, perdón, para agarrarse .

Ni que decir tiene que las vistas son fantásticas, tremendas más bien, pues se tiene toda la ciudad -la alta, la baja, el puerto y los alrededores- a los pies. Por eso escribí antes que dudaba sobre cuál considero el mejor mirador de Tallín. Desde aquí se ve todo, todo; pero tiene un coste económico y de "piernas"

Lo malo fue que me pilló allí mismo una nube negra que trajo algunas gotas de lluvia (las únicas de la jornada, mira que bien) y, lo peor, unas rachas de un viento fortísimo que casi me tira por la barandilla abajo. Tuve que ir con mucho cuidado, sobre todo por la zona donde más soplaba el aire; en el lado opuesto se estaba bien, ya que la misma estructura servía de protección. No me extraña que no se permita el acceso en invierno o con condiciones meteorológicas desfavorables. Puede resultar peligroso.

En fin, que cada uno piense si le merece la pena subir o no, porque las escaleras se las traen. Dejo unas fotitos por si ayudan a tomar la decisión. Por mi parte, aunque terminé con las rodillas temblonas y casi con la lengua afuera, no me arrepiento ni mucho menos.

Desde la calle Viru, mirando hacia el ayuntamiento, sale una calle que merece la pena explorar con tranquilidad. Se trata de la calle Venne, que morirá al final muy cerca de la calle Pikk, junto a la Torre de Margarita la Gorda.

Además de bonitas casas de colores a un lado y a otro, se ven varios sitios interesantes, por ejemplo, el Patio de los Artesanos, que debe su nombre a los talleres de artesanía que tradicionalmente se ubicaban aquí (curtido de pieles, cerámica y vidrio) y el Pasaje de Santa Catalina, que une la calle Venne con la calle Muurivahe, donde hay otro tramo de muralla. Desde el pasaje se pueden contemplar una serie lápidas y tumbas de los siglos XIV, XV y XVI, que fueron salvadas de entre las ruinas de la antigua Iglesia de Santa Catalina y adosadas a los muros de la nueva para ser expuestos.

Muy cerca, me encontré con la Iglesia de San Pedro y San Pablo, la tercera catedral de la ciudad, en este caso la de rito católico. De apariencia muy modesta en comparación con las otras dos, pero cuyo portal, que da acceso a un coqueto jardín, me llamó la atención.

Al interior se puede acceder libremente, pero una vez allí, la señora que cuida la iglesia se empeñó en que fuese a ver algo más, por lo que tenía que pagar dos euros, creo recordar. Al final me convenció y me abrió una puerta que comunicaba con el claustro de lo fue un Monasterio de Dominicos, que se encuentra adosado al actual edificio de la catedral. Según el cartel que leí, fue fundado en 1246 y cerrado en 1525 por la Reforma, cediéndose el recinto para hospital, escuela y arsenal. Tras un incendio, se abandonó hasta quedar en ruinas. Durante unas excavaciones arqueológicas ya en el siglo XX se descubrieron muchos restos del antiguo edificio y de las obras que contenía. En fin, una visita curiosa que casi nadie conoce. De hecho, estuve sola allí dentro.

Detrás de este antiguo monasterio, se encuentra la torre más antigua de la muralla este, que se llama Munkadetagune Torn, es decir, “la Torre de detrás de los monjes”, inicialmente levantada en el siglo XIV con solo nueve metros de altura, se doblaron cuando fue reconstruida en el siglo XV hasta alcanzar los seis pisos. Contaba con un tejado de madera y ha sido restaurada entre los siglos XIX y XX. En esta parte vi gente caminando por las galerías de madera, pero no supe por dónde habían entrado, con lo cual seguí investigando por los alrededores.

Al menos es como he traducido la versión inglesa (The Long Leg Gate) del original estonio “Pika Jala Varav. Se trata del portal que comunicaba la parte alta de la ciudad con el puerto mediante una calle artificial (Pikk Jalg) trazada en la colina, que servía tanto para transitar con caballos como a pie o con carretas, mientras que la Puerta de la Pierna Corta (Short Leg Gate) y su calle (Luhike Jalk) solo podían cruzarlas los peatones. Estaba gobernada por la ciudad baja y cobraba un peaje, pero también se utilizaba con fines defensivos. Al principio fue de madera y luego se construyó en piedra. Actualmente, se ha convertido en pisos y talleres de artistas. Me llamó la atención la bandera española que ondeaba al viento en uno de los edificios. No sé si es que algún compatriota vive allí.

Desde el camino empedrado se divisa muy bien el antiguo castillo, en parte convertido en palacio, que alberga actualmente el Parlamento de Estonia.

Situada muy cerca de Kiek in the Kok, fue construida en la segunda mitad del siglo XIV. Servía de prisión para mujeres de vida alegre, aunque también se dice que allí eran encerradas las jóvenes que se negaban a casarse con el marido que sus padres les habían elegido. Fue destruida y reconstruida muchas veces. En sus inmediaciones se tienen unas vistas estupendas para sacar fotos de aspecto plenamente medieval.

La primera mención de esta torre data de 1475 y se hizo para reforzar la defensa de la ciudad por la parte suroeste. En principio, tenía forma de herradura; cuando se reconstruyó, se hizo redonda. Su nombre cambió varias veces, y el actual, con la chocante traducción de “Mira en la cocina”, se debe a que desde los pisos superiores los soldados de guardia podían ver a las mujeres preparando la comida en las cocinas. En el siglo XVIII perdió su función defensiva y se utilizó como almacén, polvorín, viviendas… Actualmente acoge el Museo de las Fortificaciones de Tallín.

En la misma puerta, se encuentran los bonitos Jardines del Rey de Dinamarca, desde donde también se obtienen unas panorámicas muy atractivas. En la plaza, están las esculturas en bronce de tres monjes.

Se accede por la torre Kiek in the Kok, en donde está instalado un museo que repasa la historia del recinto fortificado mediante maquetas y exposiciones de material relacionado con los cañones y las defensas medievales en todas sus plantas (creo recordar que son cuatro). Aparte de su interés histórico, se obtienen unas vistas muy bonitas a través de los ventanucos del último piso.

Desde el acceso, también se pueden visitar otras tres torres (la de las Doncellas, la del Establo y la de la Puerta de Pierna Corta), recorriendo las galerías de madera que las unen, en cuyos pasillos hay instalados unos tornos para escanear el código QR de las entradas, que tienen distintos precios según lo que se desee visitar. Yo me decidí por la más completa, que incluye también los pasadizos de los bastiones. Creo recordar que me costó 13 euros. Hay cafeterías en alguna de las torres, a las que se puede acceder sin pagar entrada y, de paso, echar un vistazo y hacer alguna foto panorámica.

Cuestión diferente es el recorrido por el interior de los bastiones, un sistema de túneles ocultos que se encuentran debajo de la antigua muralla y que fueron construidos en torno a 1670 por los suecos para completar las defensas de la ciudad, a la que también dotaron de muros exteriores más altos. Su cometido era facilitar el traslado de tropas y el transporte del material militar de un lado a otro con seguridad y que servían también como puntos de espionaje.

Con el paso del tiempo, muchos de estos túneles quedaron olvidados, aunque algunos se utilizaron como refugios antiaéreos y para protegerse de los bombardeos durante la II Guerra Mundial. En la etapa soviética, unos cuantos se modernizaron, dotándolos de electricidad, ventilación y teléfonos. Otros, fueron descubiertos con su aspecto original durante unas excavaciones llevadas a cabo en el año 2003.

Se trata de una visita diferente, durante la cual se recorren una parte de esos túneles, que se han acondicionado con maniquíes, maquetas, mobiliario y objetos de las diversas épocas que se van mostrando de forma cronológica, yendo del tiempo más próximo al más lejano. Con una longitud de unos cuatrocientos metros (más la vuelta), los pasadizos tienen efectos de luz y sonido, bastantes escaleras, están oscuros a tramos, son estrechos y se pueden hacer largos. Una persona con claustrofobia podría tener problemas, igual que quienes padezcan trastornos visuales con los juegos de luces. Claro que siempre es posible dejarlo y darse la vuelta. Por lo demás, resulta interesante y curioso, aunque confieso que me dio cierta “cosa” al final, cuando me quedé totalmente sola en los pasadizos. Y es que, por lo que vi, no todos los que entran completan el recorrido.

Una de las tardes la dediqué a pasear por la zona moderna de la ciudad, alguna de cuyas arterias se encuentran en obras, por lo cual era difícil moverse cómodamente. Como estaba a medio camino, fui caminando hasta allí desde el casco viejo y continué, después, hasta el hotel. Una hora de recorrido en total, más o menos.

El palacio está enclavado en un extremo de una zona residencial muy tranquila, a un par de kilómetros del centro, entre parques bonitos y cuidados, con estanques, templetes y rosaledas, a los que acuden los lugareños a pasear o a tomar el sol.

Se empezó a construir en 1718, en estilo barroco, y estaba destinado a residencial real, para Pedro I y su esposa Catalina, en honor de la cual recibió el nombre de Catherinethal (el valle de Catalina). A la muerte de Pedro I, Catalina perdió interés en el palacio, que quedó inacabado. Las obras se reanudaron en 1827 por iniciativa del Zar Nicolás I. Ya en el siglo XX, cambió su nombre al estonio de Kadriorg. Tras diversas vicisitudes, fue restaurado en el año 2000. Actualmente, alberga el Museo de Arte de Estonia. Llegué cuando ya estaba cerrado, así que solo pude ver el exterior y los jardines.

El palacio no es muy grande ni espectacular, pero está pintado en colores alegres y brillantes, muy chulo por la fachada que a esa hora recibía los rayos del sol. Los jardines son pequeños, pero muy bien cuidados.

En los alrededores se encuentra la residencia del Presidente de Estonia, que divisé a unos metros. Y pasé también por otros jardines, que rodean un gran lago. Se había quedado una tarde estupenda y disfruté de unos minutos agradables y tranquilos, lejos del bullicioso turismo del centro y junto a los residentes de Tallin que hacían deporte o sacaban a pasear al perro.