19/3/23
La noche en el desierto transcurre en absoluto silencio, parece ser que no hay nada de fauna alrededor y los invitados del campamento se suman a mantenerlo. Lo único que parece querer dar la nota es el viento, que apenas ha parado durante la noche. Por suerte, hemos podido descansar bien. Tras una ducha rápida (no hay que gastar mucha agua en el desierto, y los depósitos de agua caliente son más bien pequeñitos), nos vamos al comedor para saborear el desayuno de hoy, y acto seguido, montarnos en el pick-up para que nos lleva hasta el punto en que nos montaremos en los camellos para dar un paseo de apenas una hora que nos llevará hasta el pueblo en que (esperamos) que nos espere Hossam.
Nuestro chófer del desierto (que apenas habla inglés), nos ayuda con los camellos y las fotos de rigor, mientras un chavalín de apenas 11 años prepara todo para acompañarnos en la ruta en todo momento, llevando las riendas desde el suelo. El camino es completamente llano y recto, pero no por eso el típico movimiento de los camellos produce un ligero efecto mareante, aparte de que la silla que le han puesto al mío parece que no está bien asegurada y casi me caigo al suelo al deslizarse hacia los cuartos traseros. Tras los primeros pasos montados en estos extraños animales, le cogemos el gusto y podemos disfrutar del resto de la travesía, incluso sacando alguna foto y vídeo. En poco rato, a lo lejos se distingue ya el poblado en el que acabaremos el paseo, mientras vemos como nos adelantan varios todo-terrenos que provienen de otros campamentos del desierto. Al llegar le damos una propina al guía y otra al cocinero, y nos montamos en el coche de Hossam para iniciar el camino hacia el Mar Muerto.





El recorrido baja hasta Aqaba (Ciudad famosa por su snorkel en el Mar Rojo), para subir bordeando el Mar Muerto hasta llegar casi a su extremo Norte. A nuestra izquierda, vemos, al otro lado de la masa de agua salada, Cisjordania, Israel, y un poco más allá, la franja de Gaza. Lo típico en el Mar Muerto, evidentemente es darse un chapuzón y flotar en él, puesto que la alta concentración de sal le aumenta la densidad hasta impedir que nos podamos sumergir.
Hay varias zonas en las que se puede bañar la gente, pero para los turistas se recomienda entrar a alguno de los hoteles o complejos que tienen zonas de baño exclusivas, habilitadas con duchas, piscinas de agua dulce, vestuarios, restaurantes, tumbonas... Por supuesto, todos estos complejos hoteleros tienen un precio, aunque también se puede elegir ir a una zona “salvaje”, con caminos no habilitados, y sin posibilidad de darse una ducha para eliminar toda la sal que queda impregnada en la piel. Estas zonas tampoco disponen de socorristas para eventuales accidentes.
Nosotros, decidimos ir a lo fácil, y pagar por entrar en un complejo (Dead Sea Spa Resort). Con el precio de la entrada que nos habilita a disfrutar de las instalaciones, nos damos un atracón en el buffet libre del restaurante con vistas a la playa. Quedamos con Hossam para la hora de la recogida, y pagamos en recepción. Evidentemente el precio acordado con Hossam tiene truco, y las toallas no están incluidas en el precio estipulado.
Después de comer, nos dirigimos a los vestuarios de la piscina, pagando por una sola toalla que compartiremos los 3, nos cambiamos, cerrando nuestras posesiones bajo llave en una taquilla, y nos disponemos a bajar hacia la playa del resort. El día no acompaña demasiado, no luce el sol, pero ya que estamos aquí, vamos a disfrutarlo.
Justo en la orilla, hay unas cajas de madera con barro, para que la gente se unte toda la piel, ya que le pregonan propiedades exfoliantes y demás... La experiencia tiene que ir acompañada obligatoriamente con un baño en el Mar Muerto para sacarse todo el barro y comprobar como, efectivamente, es muy difícil (por no decir imposible) sumergirse en sus aguas. Por otra parte, tampoco sería muy recomendable, ya que la elevada concentración de sal, puede provocar irritaciones graves en mucosas y ojos, cosa fácil de comprobar con una mínima salpicadura. Por eso se recomienda no chapotear, no zambullirse y no flotar boca abajo, debido a la extrema dificultad en volver a la posición inicial. Lamentablemente, mientras estábamos allí, pudimos observar como una anciana quedaba volteada y no podía ponerse en posición que le permitiera respirar. Por suerte, el socorrista la vio a tiempo y logró rescatarla sin más daños que tener que regarla completamente con agua dulce (disponen de mangueras preparadas), e inundarle la boca también con agua dulce para provocar la expulsión de cualquier resto de agua salada en el interior, que pudiera provocar daños graves.
Satisfechos más o menos con el baño y el rato de relax en la playa, volvemos al vestuario para darnos una ducha y dirigirnos a la salida, en la que ya nos espera Hossam, dispuesto a llevarnos a Madaba para pasar los dos últimos días de nuestra aventura Jordana.






Nos alojamos en el mismo hotel en que pasamos la primera noche (Black Iris). Una vez hecho el check-in, al salir del edificio en el que tenemos la habitación para dirigirnos al otro, en el que está el comedor, Ester pega un resbalón en los escalones de mármol de la escalera a la calle y cae estrepitosamente al suelo, doblándose peligrosamente rodilla, tobillo y un dedo del pie, debido a que el suelo está mojado y no se ha cambiado de calzado, yendo todavía con las chanclas de la playa. Por suerte, no va a más, y la cosa se queda en un susto de aúpa y Ester con dolor durante semanas. Tras la cena, nos vamos a descansar. Mañana nos toca visitar las ruinas de Jerash y el Castillo de Ajlun.
20/3/23
Desayunamos en el hotel en una mañana lluviosa, esperemos que cambie, puesto que las visitas planeadas para hoy son de exteriores, aunque tal vez al Norte de Madaba, que es dónde nos dirigimos, el tiempo sea más benévolo.
En primer lugar nos dirigimos al Castillo de Ajlun, situado a unos 100 kms de Madaba. Esto representa un par de horas de conducción por carreteras (por llamarlas así) en las que se ven autobuses turísticos, burros, camellos y poco más.
Al llegar al Castillo, sigue lloviendo. Por fortuna, el Castillo está bastante entero y los techos siguen en pie, con lo que nos mojamos poquito. Supongo que históricamente debe tener mucho valor, pero en mi opinión es una visita que podéis obviar y dedicar vuestro tiempo a cosas mejores. Tiene algo de encanto, pero es parecido (en mi inexperta opinión) a los ya vistos con anterioridad. Nos encontramos con varios grupos de turistas que siguen las explicaciones de sus guías, y por hacer algo, nos acoplamos a alguno de los grupos en que se habla español o inglés, aunque nos aburrimos con facilidad y seguimos a nuestro rollo.
Al salir del Castillo, ya es hora de comer, y Hossan nos lleva a un sitio abarrotado de autocares de turistas, con un comedor inmenso, en el que caben tranquilamente varios cientos de comensales. Se trata de un buffet libre de los que (seguramente), Hossam sacará alguna comisión por nuestro gasto. Comemos bastante bien y en abundancia, pero nos gusta más algo menos concurrido. Incluso vemos como a la salida se puede fotografiar a un par de jóvenes cocineros haciendo cantidades Industriales de pan de pita, con un curioso método de cocción, pegándolos a la pared caliente de un horno en forma de ánfora.






Seguimos la ruta y llegamos a las ruinas de Jerash, Antigua Ciudad romana, cuyas ruinas están en bastante buen estado. El primer paso es obligado por un pasillo lleno de tiendas de souvenirs, en el que Ada aprovecha para comprar un recuerdo para su novio: una botellita llena de arena de diversos colores, personalizada con su nombre.
Acto seguido, entramos al recinto de ruinas, de una extensión considerable, con columnatas varias, un Anfiteatro, una plaza central que no tiene nada que envidiar a la del Vaticano, templos...
Ha parado de llover, cosa que nos permite pasear con tranquilidad y detenernos a sacar fotos o regatear con los vendedores ambulantes que están siempre presentes en los enclaves turísticos. Esta visita es casi obligada en cualquier viaje a Jordania, y vale la pena dedicarle por lo menos un par de horas.





Regresamos a Madaba a cenar y pasar nuestra última noche. Salimos a cenar a un restaurante de los alrededores, que nos han recomendado en el hotel, el Ayola Cafe (www.facebook.com/ ...e_internal).
Situado a un corto paseo del hotel, disfrutamos de un autentico festín por un precio muy moderado. A destacar la pizza y un plato llamado Fhukara absolutamente delicioso.
Nos retiramos a preparar la maleta y a descansar, mañana será un día muy largo, pues el vuelo sale a las 11 de la noche. Disponemos de todo el día para las visitas que nos faltan: Madaba, Monte Nebo y Amman, la capital.
21/3/23
Pues finalmente ha llegado el día del regreso, aunque nos quedan muchas horas por delante todavía. Desayunamos en el hotel, acabamos de empaquetar todo y apretujar las maletas, y hacemos el check out. Hossam ya nos espera en la Puerta, cargamos maletas y nos ponemos en marcha. La primera parada, igual que el primer día, es en la casa de cambio de Alaweh, para acabar de cambiar euros a JOD y pagarle a Hossam el resto de lo acordado, quedándonos con algo en efectivo para pasar el día.
Vamos a dedicar parte de la mañana a visitar dos Iglesias en Madaba, creo que la de San Juan Bautista (católica) y la de San Jorge (griega ortodoxa). Nada a destacar en ninguna de las dos, excepto una subida vertiginosa y casi claustrofóbica al campanario de la primera, para tener una buena panorámica general de Madaba desde las alturas.

Tras estas dos breves visitas, salimos de Madaba en dirección al Monte Nebo, dónde según la mitología, Moisés logró ver la Tierra Prometida a su pueblo (que él no llegaría nunca a pisar).
Situado a una media hora de Madaba, el Monte Nebo es una pequeña colina con un yacimiento arqueológico que sirve como fuente recaudatoria para los centenares de turistas que cada día pasan por el lugar para poder divisar la Tierra Prometida (desde la cima se ve parte de Cisjordania y con suerte, Jerusalén). Abarrotadísimo de gente por todas partes, tanto en el exterior como en el interior del museo y de la Iglesia que contiene unos mosaicos, apenas estamos 45 minutos en total, antes de volver al coche en que Hossam nos espera para llevarnos a Amman a comer y acabar de pasar la tarde.



Antes de ir a comer, realizaremos una breve parada para visitar la Mezquita de Amman (del Rey Abdallah I), construida a finales del siglo XX en el centro de la capital Jordana. Amman cuenta con unos 4 millones de habitantes, el doble que apenas 20 años atrás.
Hossam nos espera en el coche mientras nosotros entramos a la Mezquita. Antes de poder entrar, tanto Ester como Ada deben ponerse una túnica que les cubra piernas, cabeza y hombros, nos descalzamos y entramos a la enorme cúpula central de la Mezquita, con capacidad para más de 5000 personas en su interior, aunque durante nuestra visita apenas había unos 20 fieles. Sin más interés y con el estómago vacío, salimos en busca de Hossam para que nos lleve a comer. El restaurante elegido no está muy lejos de la Mezquita y parece ser de los que beneficiará a Hossam con otra suculenta comisión. Con apenas espacio para 20 comensales, nos sentamos los 4 la mesa a esperar que nos sirvan el plato típico: carne hervida sobre un Arroz con almendras, pan de pita y una salsa a base de yogur. Nada del otro mundo. Un café horrible completa el menú y nos dirigimos a pasar la tarde con las últimas visitas de las vacaciones: la ciudadela, el Anfiteatro romano y Al-Balad, el barrio con centenares de tiendas y callejones laberínticos en que hacer unas últimas compras.
En primer lugar subimos a la Ciudadela para tener una visión clara de la extensión y el caos de Amman, aparte de poder contemplar las ruinas que allí se encuentran: Templo Romano de Hércules, Palacio de los Omeyas, Cisterna Umayyad...





Acto seguido bajamos al centro para tener una visión cercana del Teatro Romano, el más grande del país, con capacidad para 6000 personas (roman-amphitheater.blogspot.com/ ...eater.html) .
Desde la plaza en la que se encuentra el teatro, se puede llegar andando hasta el barrio de Al-Balad y su gentío y centenares de tiendas (souvenirs, animales, especias...), dónde acabamos de pasar nuestras últimas horas en Amman, haciendo alguna compra in extremis para llevar a casa, antes de que Hossam nos recoja en el punto acordado para llevarnos al aeropuerto. Nuestro vuelo sale a las 11 pm, con lo que llegaremos a Barcelona de madrugada, y a nuestra casa cuando falte poco para salir el sol.
Ya en el aeropuerto, nos despedimos de Hossam, agradeciéndole su amabilidad y buen trato durante toda la semana y nos ponemos a esperar el embarque, comiendo unos bocadillos en alguno de los muchos restaurantes del aeropuerto.
El vuelo de regreso es movidito debido a las turbulencias y Ada lo pasa realmente mal, puesto que se le suma un dolor de muelas terrible a la angustia de un vuelo tan incómodo.


