Este diario está compuesto por dos viajes a Lisboa en un mismo año, uno en febrero y el otro entre mayo y junio. El primero de ellos está marcado por el carnaval, la lluvia y las tardes de café con pastas, y el segundo, con el buen tiempo, por los paseos por los parques y mercadillos de la ciudad.
Ambos momentos son buenos para visitar Lisboa. Los inviernos suaves le confieren un aspecto brumoso y melancólico que se ve atenuado por el marco alegre y colorido de su arquitectura. La primavera ilumina los azulejos de los edificios y hace brotar las flores en todos los rincones y plazas, pero se empieza a notar cierta masificación turística.
De Lisboa se dicen muchas cosas, como, por ejemplo, que parece estar detenida en el tiempo.
Lo que yo he encontrado es una ciudad llena de vida y de contrastes, en constante renovación,tanto para bien como para mal.
A quien quiera conocerla, le diré que lo haga con calma. Lisboa, para mí, no es una postal bonita e inanimada en la que saltar de un barrio a otro a la carrera. Una de las mejores cosas que tiene es la capacidad hacer sentir al visitante como en casa, y para eso, es necesario viajar con el ánimo adecuado, y, algunas veces, detenerse y dejarse atrapar por su ambiente.
Siempre tengo ganas de volver a Lisboa. Es una sensación permanente. Estoy tan encantada con esta ciudad que, en este diario, no solo voy a escribir mis itinerarios y mis recomendaciones, sino que también hay mucho de opinión personal y de emociones.

