Antes de las 9 estábamos en la cola para subir a las Torres de Notre Dame. Ya había unas 15 personas delante. A la hora de apertura, las 10.00, la cola atravesaba toda la plaza de la catedral.
En ese rato de espera aprovechamos para ir primero uno y luego otro a la catedral; a primera hora apenas hay gente, pero poco a poco empiezan a llegar hordas de turistas y hay que esperar para entrar.
Aunque se tenga la PMP hay que hacer cola, pues a las torres (400 escalones) se sube de 20 en 20 personas cada 10 minutos. Empezamos por la torre norte, desde la que se llega a las galerías de las quimeras, con sus animales imposibles, diseñados por Violet-le-Duc en el S. XIX. En el campanario de la torre sur se encuentra “Emmanuele” la campana mayor, del S. XVII y de 13 toneladas.

Las vistas son espectaculares: al norte, la Tour St. Jacques y el Sacré Cour, que domina con su blancura en la colina de Montmartre;

...al sur, el Barrio Latino y el Panteón; al oeste, la Ste. Chapelle, la Concergerie y el Louvre, el Arco del Triunfo y de La Defènse; al este, la Ille st. Louis.

La franja de color marrón que se ve en el horizonte, según nos explicaron, indica el grado de polución que soporta la ciudad.
El Museo d’Orsay nos esperaba. Gracias a la PMP entramos directamente por la puerta C (la cola para comprar entradas era considerable). Esta antigua estación de trenes del S. XIX es preciosa por dentro y acoge la colección nacional de obras impresionistas, postimpresionistas y de art nouveau (1840-1914). Si se quiere una visita rápida es mejor empezar por la 5ª planta, que es donde se encuentran las obras más conocidas (y, por supuesto, más gente) y no hay tanta exposición temporal. Nos gustó mucho la escultura Las cuatro partes del mundo sosteniendo la esfera celeste, de Carpeux, en la planta baja, el Nacimiento de Venus de Cabanel y su homónima de Bouguerreau, además de las diferentes obras de Van Gogh de la 5ª planta; hay algo también de Klimt y de Gaudí.

Pero, sobre todo, la Divina Tragedia de Chenavard, obra que ofrece el resumen imparcial de las tradiciones religiosas. En la azotea del museo se puede contemplar París desde la otra orilla.
Por la tarde, y con bastante calor, nos dirigimos en metro al Panteón, obra neoclásica maestra de Sufflot, encargada por Luis XV en 1755 por la curación de una grave enfermedad, gracias, según él, a Santa Genoveva.

Nada más entrar, nos sumamos a una visita guiada gratuita en español para conocer las partes superiores. También desde aquí puede verse París desde las alturas. ¡Qué imagen tan diferente de Notre Dame!

Una vez abajo, nos entretuvimos con el Péndulo de Faucault, que demuestra la rotación de la tierra; en la cripta descansan los hombres ilustres de la patria (Voltaire, Rousseau, el propio Soufflot, V. Hugo, Zola, Dumas, los Curie, Braille…).
Al salir visitamos la iglesia de St. Etienne du Mont, que, junto a la de St. Eustache en Les Halles, es ejemplo del renacimiento temprano.

La última visita de hoy era el Pompidou, pero ya no nos apetecía (no hay nada peor que ir a un museo sin ganas y caminar por caminar), así que lo dejamos para otra ocasión que nunca llegó (ya tenemos excusa para volver a París… bueno, esta y ¡mil más!). Así que nos entretuvimos por el Barrio Latino, que nos gustó mucho, tanto que repetimos varias veces más.
Por la noche dimos un paseo por el Sena con Batteaux Parisiens, que sale del embarcadero de Notre Dame (11 € cada uno); al entrar dijimos que éramos varios españoles, por lo que los comentarios los hicieron también en nuestro idioma. La ciudad de la luz a oscuras e iluminada artificialmente es preciosa.
En el recorrido puede verse Notre Dame por su lateral y la trasera (en el parque de Juan XXIII), muy distinta a la fachada, el Hotel de Ville, la Concergerie, el Pont Neuf, el Louvre, la Academia Francesa, el Museo d'Orsay, la Asamblea Nacional, el Puente de Alexandre... y ¡cómo no!, la Torre Eiffel, con su espectáculo de luces.
