9 de junio de 2025
Madrid nos recibió con los brazos abiertos un día antes del gran vuelo. Sabíamos que el trayecto a Los Ángeles sería largo, así que optamos por llegar con calma. Subimos al tren rumbo a la capital y pasamos la noche allí, sin prisas. A la mañana siguiente, tras un desayuno sin sobresaltos, pedimos un Uber y nos dirigimos al aeropuerto.

Viajábamos con billetes especiales, gracias a que éramos familia de empleados de Iberia. Al hacer el check-in por la app, aparecíamos como en lista de espera, algo normal en estos casos. Aunque aún había muchas plazas sin vender, preferimos confirmar todo en el mostrador. Allí nos tranquilizaron de inmediato: volábamos sin problema. Yo lo tenía claro, pero Ana no respiró tranquila hasta tenerlo confirmado.

Sin asiento asignado aún, pero con la ventaja de ir en clase business, pasamos el control policial con rapidez, sin sacar ni líquidos ni aparatos electrónicos. Otra pequeña alegría fue poder esperar el vuelo en la sala VIP. Como el nuestro salía desde la T4S, nos recomendaron usar la sala de esa terminal. Cogimos el tren interno, pero justo al pasar el control automático de pasaportes, Ana tuvo problemas. El lector no quería colaborar. Finalmente, una empleada nos ayudó y, tras enseñarle el DNI, seguimos adelante.
En la sala VIP nos trataron de maravilla. Nos recomendaron volver al mostrador una hora antes del embarque para saber nuestros asientos. Nos relajamos, desayunamos tranquilos y esperamos hasta el mediodía.

¡Tuvimos suerte! Nos asignaron asientos en primera clase, aunque separados. Durante el embarque, le pedimos a la persona junto a mí si podía cambiar con Ana. Le pusimos carita de pena, y aceptó encantado. Finalmente, viajamos juntos en la fila 1. Él quedó con un asiento en ventanilla sin nadie al lado, así que todos ganamos.


Nos ofrecieron bebidas antes del despegue, luego un aperitivo, y más tarde, la comida. Todo delicioso. Los asientos reclinaban por completo, así que entre series y siestas, las 11 horas de vuelo pasaron volando. Aterrizamos en Los Ángeles 20 minutos antes de lo previsto.



En el control de pasaportes apenas hubo espera.

Como no facturamos maletas, salimos directos hacia el punto de recogida del autobús de alquiler. Encontrar el de AVIS nos costó un poco, pero lo logramos: columna 4E. Diez minutos después estábamos en el centro de alquiler. Subimos a la quinta planta, donde están las oficinas, y recogimos el coche sin demoras. Esta vez no intentaron vendernos seguros adicionales, aunque sí nos ofrecieron prepagar la gasolina: 90 dólares nos pareció exagerado.

Nos entregaron un Ford Edge, espacioso y cómodo. El único inconveniente: no tenía bandeja en el maletero y las maletas quedaban a la vista. Ya nos había pasado en Gran Canaria, así que parecía algo habitual.

Nuestro primer destino era Barstow, rumbo a Las Vegas. Tras un poco de tráfico saliendo del aeropuerto, llegamos cerca de las 20:00. Para nosotros, eran ya las cinco de la mañana. Hicimos una parada rápida para repostar y luego exploramos algunos murales y el mítico Route 66 Motel. Cenamos en un McDonald's instalado dentro de un vagón de tren. Muy americano todo.








Llegamos al motel a las 21:30 y, en plena confusión pueblerina, no sabíamos si habíamos cerrado bien el coche. Ana lo revisaba constantemente. Días después, descubriríamos que el coche se abría al detectar la llave cerca. En ese momento, cada vez que lo cerrábamos, Ana iba detrás a comprobarlo.

Caímos en la cama agotados, evitando tocar una colcha con manchas sospechosas. Solo era por una noche.

