A las cuatro, habíamos quedado para ir a Waterfront y recorrer la zona en esta ocasión de día. Hicimos grupos para los Uber y compartir gastos: salía realmente barato, yo pague 10 rands (cincuenta céntimos de euro) por trayecto, tanto para ir como para volver.
Planos de Waterfront y alrededores.



Aparte del centro comercial, que continuó sin decirme absolutamente nada especial, el exterior me gustó bastante más de día que de noche. Había muchísima gente allí congregada y, pese a las multitudes, disfruté pudiendo, al fin, moverme sola, a mi aire y libremente en un entorno seguro, donde consultar el móvil o sacar la cámara sin mayores precauciones que en cualquier otra parte. Quizás sucedía que, como la mayoría de los visitantes eran blancos pero no necesariamente turistas, resultaba más fácil pasar inadvertida allí que, por ejemplo, en Long Street, donde los pocos blancos que caminan por allí eran turistas casi todos.


En una tarde tan luminosa, destacaban los colores de las fachadas de los antiguos almacenes reconvertidos a restaurantes, cafeterías, pubs, bares... Victoria & Andred Waterfront se extiende por 123 hectáreas, recibe más de 23 millones de visitas anuales, cuenta con 450 tiendas y tiene cinco áreas comerciales: Victoria Wharf, Watershed, The Alfred Mall y Pierhead, The Clock Tower y Breakwater Point.


Paseando por los muelles, vi grupos cantando y bailando música étnica, pasé por la famosa taberna “La Parada”, que se anuncia como bar de tapas con la figura de un toro bravo en la puerta. Llegué hasta Nobel Square, donde están las esculturas de los premios Nobel sudafricanos, con frases suyas grabadas en el suelo, que aluden al respeto universal de los derechos humanos. Sin embargo, no a todo el mundo le gustan las estatuas porque presentan un aire casi caricaturesco que consideran falta de respeto. A mí no me parecieron mal.



De día lucía más bonito el cuadro amarillo que enmarca el fondo del puerto con la imponente Montaña de la Mesa detrás para la foto de recuerdo.


Luego me dirigí hacia la pasarela móvil blanca en forma de arpa que se hace a un lado para dejar pasar por barcos que llegan desde alta mar. Tuve que esperar a que volviese a su sitio para cruzar hacia la Torre del Reloj, que está el Nelson Mandela Gateway, desde donde parten los barcos hacia la Isla de Robben, donde estuvo encarcelado durante muchos años y que hoy en día es un museo Patrimonio de la Humanidad. Es una de las visitas más deseadas por los turistas, pero la verdad es que a mí no me atrajo lo suficiente para plantearmelo.

Otra escultura curiosa es la del pingüino de Sweetlove, aposentado sobre una cama de bolsas de plástico para atraer la atención sobre el impacto medioambiental que causan los miles de toneladas de plásticos que se arrojan cada año a los océanos. En fin, hay de todo y para todos los gustos.

Al atardecer, me reuní con otros compañeros del grupo y fuimos a dar una vuelta por el pequeño paseo marítimo que hay junto a la Noria y contemplamos la puesta de sol. Por la espalda, las cumbres de la Montaña de la Mesa se habían cubierto de nubes en minutos dando fe de lo rápido que pueden cambiar las condiciones meteorológicas en ese lugar.

Dicen que para contemplar la mejor puesta de sol de Ciudad del Cabo hay que subir a la Montaña de la Mesa (muy arriesgado por la brusca aparición de nubes, como fue el caso aquella tarde) o a Camps Bay, pero eso quedaba lejos. Así que nos conformamos con esta estampa inconfundible de la ciudad, en la que aparecen las siluetas de la noria y del estadio.

