Llegamos al Borneo Rainforest Lodge entrada la tarde y medio dormidos, nos instalamos en la cabaña y, para empezar suave, fuimos al pase de diapositivas que hacen para situar a los recién llegados. Después dedicamos un rato a pasear por el lodge, a pasear por la cabaña (jejjeje), cenamos y salimos a nuestra primera excursión nocturna en camión, para intentar ver animales. No encontramos demasiados, pero era impresionante que el guía los descubriese tan lejos. Después nos acabó explicando su secreto: hacía pasadas rápidas de linterna y no buscaba animales, sinó el brillo de los ojos.
La mañana siguiente, y después de la primera ducha, nos vestimos con gran cuidado y dedicación. Pantalones largos de lino, camisa de manga corta de lino bien remetida por dentro de los pantalones (hay que ponérselo difícil, a las sanguijuelas), calcetines de algodón, calcetines antisanguijuelas hasta la rodilla bien atados, botas de trekking, gorra, protector solar, repelente de mosquitos (relec extraforte), pulsera antimosquitos, mochila con agua abundante y cámara de fotos (compacta digital, no estaba yo para arrastrar la reflex y los tres objetivos que cargo normalmente). Cuando por fin acabamos con todo el lío ya íbamos necesitando otra ducha, pero en fin...
La salida de aquel día era una de las más esperadas: el súper canopy del Danum Valley. La verdad es que yo, después de la experiencia en Mulu, no las tenía todas, pero para que no se diga, lo intenté. De camino hacia el puente deonde se inciaba el canopy, el guía nos llevó a ver un orangután que vivía cerca del lodge. Ya en el canopy, después del primer puente ya tuve claro que lo iba a pasar mal, o sea que volví atrás y esperé al grupo. Allí tuve mi primer encuentro con un par de simpáticas sanguijuelas que intentaron hacerse amigas mías (sin conseguirlo, que soy muy arisca, yo).
El canopy está a 30 metros de altura y, por las fotos que he visto, es más bonito todavía que el de Mulu. Que se le va a hacer.
De vuelta al lodge, ducha y desayuno y cuando empezábamos a recuperarnos un poco, vuelve a ponerte los calcetines anti-leeches, el relec, el protector solar, la gorra, el agua, la mochila... y andando al mirador y las cascadas (el jacuzzi natural, que decían ellos). Aquí es donde decidimos dejar el grupo. La caminata hasta las cascadas no fue muy larga, pero estaba todo lleno de barro y cansaba dar cuatro pasos, así que en vez de continuar decidimos darnos un baño largo. La laguna, contra lo que se podía esperar, estaba helada. Si te quedabas quieto los peces te mordían los pies y las piernas. Que manera más increible de refrescarse.
Decidimos saltarnos la excursión de la tarde y estuvimos paseando un rato por los alrededores, descansando. Después de la cena, excursión nocturna a pie.
De verdad que no es solo la foto de un árbol
Supongo que bajé la guardia porque ya era la última salida y hasta el momento las sanguijuelas no se habían metido con nosotros. Al volver a la habitación, mientras me preparaba para la ducha, descubrimos a la asquerosa que había osado engancharse en mi barriga. La desenganchamos con gran cariño y, aquello estuvo sangrando hasta la madrugada. Habría podido pedir el diploma de donante de sangre del Danum Valley (juro que existe, que no me lo invento), pero no me gusta presumir...
Al día siguiente, 7 de agosto, tocaba despedirse. Sobre las 10 de la mañana los todoterrenos estaban preparados para salir de vuelta a Lahad Datu para tomar el vuelo de las dos. La incomodidad de la carretera parecía mayor, ahora que no teníamos la ilusión de llegar al valle del Danum. Pero se añadía una ilusión nueva: por fin, después de tantos días de naturaleza, paz, selva y aire puro, llegábamos a una gran ciudad, llena de coches, ruido y contaminación. ¡Qué ganas de estar ya en Kuala Lumpur!
La mañana siguiente, y después de la primera ducha, nos vestimos con gran cuidado y dedicación. Pantalones largos de lino, camisa de manga corta de lino bien remetida por dentro de los pantalones (hay que ponérselo difícil, a las sanguijuelas), calcetines de algodón, calcetines antisanguijuelas hasta la rodilla bien atados, botas de trekking, gorra, protector solar, repelente de mosquitos (relec extraforte), pulsera antimosquitos, mochila con agua abundante y cámara de fotos (compacta digital, no estaba yo para arrastrar la reflex y los tres objetivos que cargo normalmente). Cuando por fin acabamos con todo el lío ya íbamos necesitando otra ducha, pero en fin...
La salida de aquel día era una de las más esperadas: el súper canopy del Danum Valley. La verdad es que yo, después de la experiencia en Mulu, no las tenía todas, pero para que no se diga, lo intenté. De camino hacia el puente deonde se inciaba el canopy, el guía nos llevó a ver un orangután que vivía cerca del lodge. Ya en el canopy, después del primer puente ya tuve claro que lo iba a pasar mal, o sea que volví atrás y esperé al grupo. Allí tuve mi primer encuentro con un par de simpáticas sanguijuelas que intentaron hacerse amigas mías (sin conseguirlo, que soy muy arisca, yo).
El canopy está a 30 metros de altura y, por las fotos que he visto, es más bonito todavía que el de Mulu. Que se le va a hacer.
De vuelta al lodge, ducha y desayuno y cuando empezábamos a recuperarnos un poco, vuelve a ponerte los calcetines anti-leeches, el relec, el protector solar, la gorra, el agua, la mochila... y andando al mirador y las cascadas (el jacuzzi natural, que decían ellos). Aquí es donde decidimos dejar el grupo. La caminata hasta las cascadas no fue muy larga, pero estaba todo lleno de barro y cansaba dar cuatro pasos, así que en vez de continuar decidimos darnos un baño largo. La laguna, contra lo que se podía esperar, estaba helada. Si te quedabas quieto los peces te mordían los pies y las piernas. Que manera más increible de refrescarse.
Decidimos saltarnos la excursión de la tarde y estuvimos paseando un rato por los alrededores, descansando. Después de la cena, excursión nocturna a pie.
De verdad que no es solo la foto de un árbol
Supongo que bajé la guardia porque ya era la última salida y hasta el momento las sanguijuelas no se habían metido con nosotros. Al volver a la habitación, mientras me preparaba para la ducha, descubrimos a la asquerosa que había osado engancharse en mi barriga. La desenganchamos con gran cariño y, aquello estuvo sangrando hasta la madrugada. Habría podido pedir el diploma de donante de sangre del Danum Valley (juro que existe, que no me lo invento), pero no me gusta presumir...
Al día siguiente, 7 de agosto, tocaba despedirse. Sobre las 10 de la mañana los todoterrenos estaban preparados para salir de vuelta a Lahad Datu para tomar el vuelo de las dos. La incomodidad de la carretera parecía mayor, ahora que no teníamos la ilusión de llegar al valle del Danum. Pero se añadía una ilusión nueva: por fin, después de tantos días de naturaleza, paz, selva y aire puro, llegábamos a una gran ciudad, llena de coches, ruido y contaminación. ¡Qué ganas de estar ya en Kuala Lumpur!