Los hoteles en Katmandú tienen nombres copiados, así que hay decenas que contienen las palabras Katmandú, City, Thamel,… De este modo, no resulta extraño que el taxista no acertase en conducirme al Katmandú City Hotel. Cansado de dar vueltas, me bajo frente a un cajero automático en el barrio turístico de Thamel, le pago y decido encontrarlo por mí mismo, andando.
Me resultaba extraño los rasgos de las caras de la gente a la que les preguntaba la dirección, muy diferentes las unas de las otras, pasando de fisonomías de la india a la china o de los colores blanco al negro. Mil combinaciones. Todos amables, no me fue muy difícil dar con el alojamiento.
A la mañana siguiente tenía el día libre para pasear. Desayuno copiosamente en la terraza y abro la guía por primera vez para ver qué me ofrece la ciudad. Hay un recorrido marcado que decido seguir.
Empiezo a caminar desde el hotel atravesando el turístico barrio de Thamel, esa especie de oasis que hay en todas las ciudades que reúne todas esas necesidades que parecen tener los mochileros, cortados por el patrón Lonely Planet: Agencias de turismo, cafeterías cuquis, restaurantes informales, bares cool, lavanderías, tiendas de recuerdos, de ropa barata y, excepcionalmente, de material de montañismo. En este sentido y por el feísmo de sus edificios, me recordaba a La Paz, una ciudad que me fascina. Fuera de Thamel, emerge el auténtico Katmandú, el que se mueve entre lo viejo y lo feo.
El día amanece nublado y el gris del cielo enmarca el aspecto gris de sus calles. Calles no pavimentadas, jalonadas por viejos edificios en estado ruinoso u horrendas construcciones de nuevo cuño levantados sin ningún criterio. Gruesos haces de cable doblando los postes completan el panorama difuminado por el polvo levantado por las cuatro motos que transitan o los lentos ricksaws en busca de pasaje. E incrustado en este cuadro, diferentes vestigios históricos que resaltan cual gemas marcados por las ofrendas que los creyentes depositan frente a ellas.
Pronto llego al cruce de Asan, donde hay un animado mercado lleno de puestos de verduras y especias. La calle principal que la cruza resulta ser parte de la antigua ruta comercial entre India y Tibet. Son las dos de la tarde y la calle está muy concurrida, con mil comercios establecidos en cada hueco disponible en las fachadas de la vieja calzada. Allí, en medio de ese bullicio, en ese crisol de culturas y etnias, con el sol alineado con su recto trazado, allí, pensaba, era donde quería estar, en la frontera donde inicia las tierras altas de Asia. Sin duda, mi lugar favorito del mundo es el Asia Central.
Katmandú recibe su nombre de Kasthamandap, un albergue donde mercaderes y peregrinos descansaban en su viaje. El edificio se encuentra en el Durbar, nombre como se conoce a los recintos palaciegos newa. Allí finaliza mi primer recorrido, en el corazón de la ciudad y emblema del país, tristemente devastado por el terremoto de 2015 que la convirtió en una ciudad apuntalada.