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Dormimos en el Hotel Alpin del PN Llogara, frontera de la Riviera Albanesa, pero apenas tuvimos tiempo de ver algo. Una pateada para subir a la cima de una colina y entrever el perfil jónico, y una excursión a oscuras por la noche, a una de las playas más insignes de este trozo de litoral, la Playa de Gjipe, tras desviarnos de camino al hotel, y aparcar junto al Monasterio de San Theodhore, de donde sale el sendero que desciende a la playa.
LA RIVIERA ALBANESA
Teniendo como ciudad más grande a Saranda, una caótica urbe de feos edificios, la Riviera Albanesa es el trozo de costa Jónica más o menos comprendido entre la ciudad de Vlore y la punta de Corfú, frente a Butrinto, cuyas playas no son de arena si no de guijarros, y a las que es mejor no someter a comparaciones. De norte a sur y desde el paso de Llogara, estas son algunas de las más mencionadas en esta franja costera, por orden de aparición:
-PALASA. La primera en la lista, al pie del descenso en zig zag del paso de Llogara. Playa tranquila de 1'5 km de arena y guijarros, sin edificios estridentes. Mucho deporte acuático y acampada permitida.
-DHERMI. De la más largas y conocidas, en verano está a tope de bañistas. Playa de guijarros y bunkers, al pie de la colina donde cuelga el pueblo. Con fama de exclusiva, muchos resorts, restaurantes y tumbonas.
-GJIPE. Al final del cañón de Gjipe, es una cala escondida de arena, de concurrencia mediana y con un camping con cabañas. Se ha de tomar el desvío de la carretera costera SH8 al Monasterio de San Teodoro, y dejar el vehículo en el parking que hay al acabar el asfalto. Desde ahí, hay un paseo de media hora por el camino de cabras que baja a la playa.
-JALË. a 7 km de la de Gjype, es una "Concha" en miniatura, con acceso en coche. Muy fiestera, tiene restaurantes, camping, hoteles y beach bares, que atraen mucha juventud.
-AQUARIUM. a 15 minutos de Jalë, es una cala muy pequeña a la que solo se puede llegar a pie, ideal para huir de la fiesta de Jalë. Obligatorio chanclas para los cantos rodados.
-LIVADHI. Su fácil acceso a un aparcamiento, implica sombrillas, clubs, restaurantes y bares. Es larga, lo que hace sencillo encontrar hueco, incluso durante la marabunta estival.
-LLAMANI. Brincando la ciudad de Himara, capital de la región con población de mayoría griega, bloques altos, hospital, tiendas, farmacias, paseo marítimo, playa urbanita, etc., están los 200 metros de la cala Llamani, resguardada entre dos promontorios rocosos. Las tumbonas y sombrillas de los beach clubs y el restaurante, no dejan ver los guijarros.
-PORTO PALERMO. Bahía panorámica de la Riviera, frente a un castillo tocayo en medio de un islote. Tiene cabañas de playa ecológicas y una base abandonada de submarinos URSS.
-QEPARO. Montones de bunkeres tomando el sol, y un pintoresco pueblo en la colina con bonito casco viejo. La playa para variar, tiene piedras blancas como bolas de golf.
-BORSH. Record del país sus 7 kms playeros, con muchos olivos y cabras en la montaña que la protege. Es popular, y tiene restaurantes, discos, hoteles, o sea todo el pack.
-LUKOVA. playa famosa al norte de Saranda. Terrazas de olivos y cítricos, y casco antiguo de adoquines sin edificios modernos, a 3 kms. Durante la dictadura, familias enteras fueron confinadas allí para trabajar en los olivares. Camping en la playa con festivales de música electrónica. Hoteles y restaurantes en el pueblo.
-KROREZ. A 5 Kms a pie de la anterior, a esta pequeña cala virgen de entorno salvaje no se puede llegar en coche. Calificada como perla de la costa albanesa, es dudoso cuanto tiempo aguantará, ya que hay proyectados negocios urbanísticos para echarse a llorar. Hay un restaurante. El agua es puro azul, pero hay quejas contra las motos acuáticas y las lanchas.
-KAKOME. aislada y pegadita a la anterior, pero con portón con vigilante pirata que cobra peaje de 7 euros, ya que aunque está abandonada, pertenece a un Club Med. Tiene bunkers subterráneos de antigua base militar, y hay quejas contra la basura dejada por la gente.
-PASQYRAVE. aislada y relajada excepto en Agosto, está a 9 kms al sur de Saranda. Mucha sombrilla y tumbona en una de las dos mitades de la playa. Tiene bar restaurante.
VLORE DE PASADA
Desde Llogara, tomamos dirección contraria a la Riviera Albanesa, y de camino a Berat, 120 kms al norte, hacemos una parada en Vlore para ir al mercado y dar una vuelta. Esta histórica ciudad antiguamente llamada Aulona, es del siglo VI a.c., aunque lo único que ha sobrevivido son algunos fragmentos de las murallas antiguas en el centro de la ciudad.
Segundo puerto del país tras el de Durres, se encuentra a tan solo 80 kms de Otranto, lo que motivó que durante los 90, fuera puerto de contrabando y de oleadas de pateras hacia Italia. Históricamente, su importancia se da por haber sido la sede de la Asamblea de la que salió el primer gobierno albanés tras la independencia.
Vlore es mediocre, pero estiramos las piernas por el bulevard principal Sadik Zotaj, que va desde el puerto hasta el centro de la ciudad en la Plaza de la bandera (Seshi i Flamurit). La rambla, con muchas tiendas, restaurantes y terrazas de bar bajo bloques de pisos, -auténtico panorama Made in Albania de difícil catalogación-, está bastante concurrida.
Frente a la mezquita Murad, nos metemos por un callejón a un mercado callejero. Los puestos se asientan pegados a las paredes de las callejuelas entre los edificios, y en un patio interior se conforma un mercado de verduras y frutas, en el que pasamos un rato fisgoneando, y hablando con algún que otr@ vended@r que conoce España, y charla con nosotros cordialmente.
Con unas cuantas piezas de fruta, llegamos a la Plaza de la Bandera, donde nos recibe el predecible monumento a mayor gloria de la independencia de Albania, un obelisco con varios patriotas arropando a Ismail Qemali, líder del movimiento por la independencia del país, y presidente del primer gobierno provisional albanés, salido de la Asamblea de Vlore en 1912, el año de la independencia de los otomanos.
No hay más que rascar en Vlore, así que ejecutamos un triple salto mortal de 80 kms, y aterrizamos entre las laderas de nuestro bello destino, la ciudad de las mil ventanas,
BERAT
Estos son algunos fragmentos de los criterios de valor universal excepcional, redactados por la Unesco para su declaración del casco histórico de Berat, junto al de Gjirokastra, como Patrimonio humano:
"El centro histórico fortificado, que ha estado habitado continuamente desde la antiguedad hasta el presente, está notablemente bien conservado, especialmente en sus edificios vernáculos".
"Da testimonio de la riqueza y diversidad del patrimonio humano y arquitectónico de la región, y de un modo de vida influenciado durante largo tiempo por las tradiciones del Islam, en el periodo otomano, pero incorporando influencias más antiguas, coexistiendo pacíficamente, y siempre respetando las tradiciones de las minorías cristianas ortodoxas, que han podido continuar con su ejercicio espiritual y cultural"
"Berat es testigo de una ciudad fortificada pero abierta, y habitada mucho tiempo por artesanos y comerciantes. Su casco histórico refleja una tradición de vivienda nativa de los Balcanes, sobre todo de los siglos XVIII y XIX, adaptada a los estilos de vida de la ciudad, con casas escalonadas en las laderas de diseño predominantemente horizontal, que aprovechan de manera abundante la luz que llega".
"La integridad general es satisfactoria, aunque se viese afectada por las construcciones ilegales de finales de los 90".
En un meandro del río Osumi, esta ciudad de 60 mil habitantes a unos 120 kms de Tirana, regala tres cascos históricos y uno moderno, acoplados a los recodos del río. El impacto visual al llegar al cauce fluvial y tomar la curva de la colina de la fortaleza, entre los compactos cascos viejos de Gorica y Mangalemi, es estimulante.
Al llegar a la altura del puente que une los dos barrios, en vez de seguir recto hacia la ciudad nueva, giramos hacia la montaña por la calle adoquinada que sube al castillo. Nada más rebasar un antiguo arco que da entrada a los patios de una escuela, aparcamos en la puerta del hotel Mangalemi, cuartel general desde el que haremos las visitas de la ciudad.
La ubicación privilegiada del hotel Mangalemi, obviamente en el casco viejo del barrio y colina del mismo nombre, nos permite tener in situ dos de la visitas imprescindibles: la Kalaja (fortaleza) en la cima, y Mangalemi, el barrio tradicional otomano donde nos alojamos, guarecido en la ladera.
LA CIUDADELA
Un cuarto de hora de empinada cuesta empedrada, nos lleva cruzar por la primera puerta de acceso al recinto exterior de la fortaleza, y emprender el último tramo de pendiente hasta el arco de la entrada principal a la ciudadela amurallada. Arrinconada a la izquierda de la puerta, una caseta de madera es el punto de venta de las entradas a 100 leks (75 cms), para poder ver esta fortaleza todavía habitada por unos cuantos cientos de personas hoy en día, que cuenta con 24 torres defensivas en sus murallas, y que en épocas de esplendor llegó a contener hasta una treintena de iglesias, para el culto de la mayoritaria población cristiana que residía, procedente de las ciudades de los alrededores.
Al entrar en la ciudadela, ya se ven vecinos en sus quehaceres, otros en los bares tomando cerveza o raki, y muchas artesanas exponiendo en las paredes las labores textiles que confeccionan para vender a los visitantes. Dentro del recinto, las vistas son extraordinarias y el ambiente es de tranquilidad total.
Hay varias Guest House para alojarse a precios ridículos de 8 € la pensión completa por persona, que son tentadores para quien no le importe hacer un poco de ejercicio, y quiera estar en paz un día o dos confraternizando con los vecinos, o con el colosal busto de Constantino que vigila el flanco del río.
En el punto más alto en el centro de la ciudadela, se levanta otra fortaleza interior a tamaño menor, a la que se llega subiendo desde el lado oeste por unas zigzagueantes escaleras de piedra, que bordean una de las varias iglesias ortodoxas del lugar. Siguiendo hasta las murallas al extremo sur, se tienen las vistas de los tejados de las casas de las mil ventanas abajo en la ladera; del núcleo de Gorica al otro lado del puente; y de los meandros del río Osumi al lado de la ciudad nueva, en la que es fácil distinguir la brecha del gran bulevard con el capitolio de la Universidad, y el estadio de fútbol al fondo.
Además del placentero paseo al atardecer por las calles de la ciudadela, visitamos previo pago de 200 leks (1’5 €) el Museo de iconos Onufri, un museo nacional de arte e iconografía bizantinos ubicado en la Dormición de Santa María, una iglesia de 1797, que es la más grande de la ciudadela. El museo lleva el nombre de Onufri, un pintor sacerdote ortodoxo del siglo XVI y educación veneciana, que rompió con la hierática tradición medieval bizantina, dotando de más vida a las personajes de sus pinturas, con expresiones más terrenales; a paisajes, estancias, ropas, objetos, etc, con detalles más realistas y cotidianos; y en general, metiéndole más colorido a las obras.
Aparte de las casas de piedra de los vecinos, las vistas panorámicas, los preciosos iconos del museo, el cabezón de Constantino, las telas artesanales en los muros, los bares con plantas y flores, los patios, y el aire en la cara, la fortaleza está regada de restos en ruinas, como el minarete de la Mezquita Roja, o lo que quedó de la Mezquita Blanca, un templo de 600 años construido por los otomanos para las necesidades espirituales de la guarnición, tras tomar la fortaleza en 1417.
La bajada por la calle Mihail Komnena no es cansada, sí es peliaguda por sus adoquines casi vitrificados por el desgaste, pero es un gusto caminarla mientras se disfruta de las casas antiguas, las vistas y el ritmo pausado que se respira.
Al llegar al llano, tres o cuatro seguimos hacia la ciudad nueva por la calle Antipatrea, a la que va a parar la bajada de la fortaleza. En paralelo al bulevard del río, y alejándonos de la colina a nuestra espalda, caminamos por una calle normal de tiendas y comercios, hasta que se abre el gran espacio de la Plaza Teodor Muzaka, donde atrae la mirada la Catedral ortodoxa de San Dimitri.
Al otro lado de la plaza, el peatonal Bulevard de la República es un lugar de rambleo y terrazas, o sea un tramo para desfilar y observar, o charlar tomando una Korça o un café. A la orilla del río y de urbanización muy reciente, es un kilómetro y medio de rambla peatonal entre el puente de Gorica, encrucijada de la ciudad vieja, y el estadio de fútbol, centro de la ciudad nueva. El ambiente es de pueblo grande, con la mitad de la gente paseando y la otra mitad en las terrazas, que como aspecto negativo, están concurridas en su 95% por hombres.
Alcanzado el puente de Gorica regresando al hotel, la vista frontal de las casas del casco de Mangalemi colgado en la ladera de la colina, es "la postal" de Berat, así que nos recreamos un rato con la vista, y buscando un sitio donde cenar y tomar algo, entramos frente al hotel en una taberna esquinera genuina con dos mesas verdes en una tarima exterior adosada, y sin ningún alarde de ostentación, que resultó encantadora por su falta de pretenciosidad y la naturalidad de sus familiares dueños.
La comida económica de la taberna Zgara Kaon en la cuesta de subida a la ciudadela, fue igual de sencilla y positiva, sabrosas ensaladas, carnes y verduras a la parrilla, cerveza o vino, y excelente café, servida sobre mesas de madera con atenta hospitalidad, nada más ni nada menos. Al acabar la velada, nos encontramos en la terraza del hotel con parte de los compañeros recien cenados, y nos tomamos un último trago antes de dar por finiquitado el primer día de Berat.
MANGALEMI
La mañana aparece luminosa, o sea perfecta para explorar la colina de Mangalemi, comenzando por los alrededores del hotel.
El barrio tradicional musulmán, obligado como todos los que se desparraman a partir de una fortaleza en una colina, se acomoda armoniosamente al terreno escabroso de la ladera, dejando una trama de callejuelas retorcidas y empinadas que, en su caos, ofrecen sorpresas a cada recodo y en cada rincón, más si cabe, cuando las edificaciones que lo urbanizan son las magníficas casas tradicionales otomanas de paredes blanqueadas, balconadas y vigas de madera, múltiples ventanales, y esa forma típica de la arquitectura tradicional otomano-balcánica de zigurat invertido, en la que el piso superior siempre sobresale del inmediatamente inferior.
Este entramado, también propicia que el parsimonioso y escaso tránsito o quehacer de los vecinos, ofrezca un aire de misterio y una percepción de tiempo detenido, que predispone a pasear con cierto sigilo, como si el ruido o alguna estridencia fuera a romper un hechizo y el entorno se desvaneciera.
En el barrio, que aunque la mayoría de las casas tradicionales que se ven son de los siglos XVIII y XIX, comenzó a construirse en el XI, hay grandes mezquitas como la del Sultán, justo al inicio de la cuesta de la fortaleza; o la de los Solteros, al pie de la colina, en la orilla del río frente al puente. También hay un bonito teqe Bektashí, -una orden de místicos musulmanes-, el Helveti Teqe, detrás mismo de la mezquita del Sultán.
Berat es una ciudad pequeña, y los tres barrios tradicionales separados por el río Osumi, están todos al alcance de la mano. Saliendo de Mangalemi, tan solo se necesitan unos pocos minutos para alcanzar el centro de la ciudad nueva, o para cruzar el viejo puente de siete arcos de Gorica de 1780, reconstruido un par de veces, la última en la década de los 20.
GORICA
Una vez al otro lado, volvemos a encontrar un barrio de casas tradicionales, más grandes que las de Mangalemi. Gorica, es el único distrito en la margen derecha del río Osumi, lo que hace que sea el lugar perfecto para encuadrar la colina con el castillo y el barrio musulmán. Es un núcleo igualmente escalonado, aunque de menor altura y menos compacto que su vecino de enfrente, pero también está tejido por una red de callejuelas empedradas entre las casas que, por su orientación en esa margen del río Osumi, nunca ven el sol en invierno.
A la sombra de Mangalemi, este barrio tradicional ortodoxo, aunque igual de histórico es bastante menos turístico que sus vecinos de la colina, y a pesar de que tiene jugo, es recorrido sobre todo para tomar las fotografías típicas de las casas musulmanas del barrio de enfrente, especialmente cuando llega la noche y se encienden sus luces.
Por contra, la menor afluencia turística, hace que uno se encuentre escondidas en esa margen, tabernas y bares menos dirigidos hacia el turista, y por tanto, más genuinamente locales, y un modo de vida más cotidiano de aire rural. A pesar de ello, se ven bastantes casas abandonadas y tiene un aire más dejado.
Gorica, tiene varias casas de huéspedes o B&B, y un hotel de alto standing, el Hotel Muzaka, y alguna iglesia ortodoxa, como el Monasterio de San Spiridon, o la iglesia de Santo Tomás.
Tras el paseo, volvemos a cruzar el puente, y gastamos las últimas horas acumulando calma en la monumental Berat, en sus orígenes llamada Antipatrea; para los romanos Albanorum Oppidum (la Fortaleza Albana); para los bizantinos, Pulcheriopolis; y para los bulgaros, Belgrado, la ciudad blanca.
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