Este relato es la continuación del Noruega parte I, así que no repetiré los aburridos comentarios iniciales que puse allí. Fuimos en la primera semana de julio para experimentar el fenómeno del Sol de Medianoche, durante el cual al norte del Círculo Polar Ártico (paralelo 66º 32' 35") no se pone el sol. Recomiendo hacer el viaje en esta época porque resulta muy especial, igual que debe serlo en invierno con las auroras boreales. Además, tiene la ventaja añadida de que los días cunden tanto como se quieran alargar hasta sus 24 horas ya que en todo momento hay luz suficiente para visitar lo que se desee, aunque, naturalmente, no es lo mismo a las 23:00 que a las 12:00.
Estuvimos dudando en el itinerario. Teníamos claro que Cabo Norte debía ser el final, como una meta a conseguir, pero había posibilidad de empezar en la Laponia finlandesa, Rovaniemi, o en Trondheim. Al final nos decantamos por Rovaniemi, porque ya conocíamos Trondheim. No me arrepiento de lo que vimos, pero creo que hubiera sido más bonito el recorrido desde Trondheim.
Volamos de Madrid a Helsinki, donde cogimos un vuelo local hasta Rovaniemi. Al aterrizar, se nos fue el alma al suelo: llovía a cántaros y con 12 grados el panorama era casi invernal, lo cual tampoco nos pillaba completamente por sorpresa ya que había estado nevando la semana anterior. Pero, claro, nosotros confiábamos en nuestra buena mano con el tiempo…
Nos alojamos en el hotel Clarion Santa Claus, muy céntrico, buenas instalaciones, servicio y desayuno, sin queja ninguna. Armados con el paraguas, salimos a conocer un poco la pequeña localidad. Un emplazamiento muy bonito, en la confluencia de los ríos Kemi y Ounasjoki. Por lo demás, el pueblo no tiene nada especial: un par de calles comerciales con unos cuantos turistas deambulando algo despistados. Está claro que la temporada alta aquí es el invierno y los deportes y las actividades de nieve su principal atractivo; en verano pierde parte del encanto que puede tener en invierno, incluyendo la mismísima visita a Papa Noel.
Para cenar, entramos en un restaurante que tenía carta en español: cuando nos sentamos, vimos que era un mejicano, , comida mejicana en Finlandia, jajaja, por eso el nombre de los platos estaban en castellano y no nos habíamos fijado, ¡glup!. Nos reímos un montón, pero al menos sabíamos lo que íbamos a comer: raciones muy abundantes y buen precio, en Noruega sería otro cantar.
Seguía lloviendo, aunque más suavemente, y a eso de las 22:00 nos quedamos estupefactos cuando vimos que bajaban los toldos en el exterior del restaurante. El camarero nos explicó que iba a empezar a dar el sol, ¿queeeé? En fin, sí, vale, algunos tenues rayos de sol pugnaban por filtrarse entre los nubarrones… ¡Qué cosas, jeje! No terminábamos de asumir el hecho de que hasta que volviésemos a Madrid no tendríamos noche y el sol podía aparecer en cualquier momento. Dimos una vuelta para bajar la cena y al alejarnos de la zona comercial encontramos todo desierto, las casas cerradas a cal y canto. No sé si era que no había nadie o que ya se habían acostado, aunque pese a las nubes y la lluvia, había muy buena visibilidad en la calle. Ya muy cansados, nos fuimos a dormir. A la una me desperté sobresaltada por un resplandor que se percibía a través de la cortina de la ventana; me asomé y vi el sol brillando intensamente entre un horizonte de casas. Lástima que el cristal (la ventana no se podía abrir) estuviera empañado por la lluvia y la foto saliera fatal, así que no la pongo.
Al día siguiente, a primera hora fuimos al parque donde se encuentra el hogar de Papá Noel. Aún no había casi nadie. Consideraciones sentimentales aparte y admitiendo que el entorno es muy bonito, me pareció una especie de parque temático, cuyo principal objetivo es sacar dinero al turista, incluyendo excursiones, fotos, venta de souvenirs y todo tipo de objetos. Y no es que lo critique. Cada uno puede explotar su negocio como mejor le parezca y, al fin y al cabo, nadie obliga a ir allí. Además, está preparado para la época invernal y tenía muy poca actividad: motos de nieve, trineos, perros… requieren algo que falta en verano: la nieve, . En fin, es curioso de ver. Y, por cierto, la tienda de regalos con ser cara, no está mal para comprar recuerdos para los niños (muñecos, por ejemplo), bastante más barato que lo que nos encontraríamos posteriormente en Noruega.
Estuvimos dudando en el itinerario. Teníamos claro que Cabo Norte debía ser el final, como una meta a conseguir, pero había posibilidad de empezar en la Laponia finlandesa, Rovaniemi, o en Trondheim. Al final nos decantamos por Rovaniemi, porque ya conocíamos Trondheim. No me arrepiento de lo que vimos, pero creo que hubiera sido más bonito el recorrido desde Trondheim.
Volamos de Madrid a Helsinki, donde cogimos un vuelo local hasta Rovaniemi. Al aterrizar, se nos fue el alma al suelo: llovía a cántaros y con 12 grados el panorama era casi invernal, lo cual tampoco nos pillaba completamente por sorpresa ya que había estado nevando la semana anterior. Pero, claro, nosotros confiábamos en nuestra buena mano con el tiempo…
Nos alojamos en el hotel Clarion Santa Claus, muy céntrico, buenas instalaciones, servicio y desayuno, sin queja ninguna. Armados con el paraguas, salimos a conocer un poco la pequeña localidad. Un emplazamiento muy bonito, en la confluencia de los ríos Kemi y Ounasjoki. Por lo demás, el pueblo no tiene nada especial: un par de calles comerciales con unos cuantos turistas deambulando algo despistados. Está claro que la temporada alta aquí es el invierno y los deportes y las actividades de nieve su principal atractivo; en verano pierde parte del encanto que puede tener en invierno, incluyendo la mismísima visita a Papa Noel.
Para cenar, entramos en un restaurante que tenía carta en español: cuando nos sentamos, vimos que era un mejicano, , comida mejicana en Finlandia, jajaja, por eso el nombre de los platos estaban en castellano y no nos habíamos fijado, ¡glup!. Nos reímos un montón, pero al menos sabíamos lo que íbamos a comer: raciones muy abundantes y buen precio, en Noruega sería otro cantar.
Seguía lloviendo, aunque más suavemente, y a eso de las 22:00 nos quedamos estupefactos cuando vimos que bajaban los toldos en el exterior del restaurante. El camarero nos explicó que iba a empezar a dar el sol, ¿queeeé? En fin, sí, vale, algunos tenues rayos de sol pugnaban por filtrarse entre los nubarrones… ¡Qué cosas, jeje! No terminábamos de asumir el hecho de que hasta que volviésemos a Madrid no tendríamos noche y el sol podía aparecer en cualquier momento. Dimos una vuelta para bajar la cena y al alejarnos de la zona comercial encontramos todo desierto, las casas cerradas a cal y canto. No sé si era que no había nadie o que ya se habían acostado, aunque pese a las nubes y la lluvia, había muy buena visibilidad en la calle. Ya muy cansados, nos fuimos a dormir. A la una me desperté sobresaltada por un resplandor que se percibía a través de la cortina de la ventana; me asomé y vi el sol brillando intensamente entre un horizonte de casas. Lástima que el cristal (la ventana no se podía abrir) estuviera empañado por la lluvia y la foto saliera fatal, así que no la pongo.
Al día siguiente, a primera hora fuimos al parque donde se encuentra el hogar de Papá Noel. Aún no había casi nadie. Consideraciones sentimentales aparte y admitiendo que el entorno es muy bonito, me pareció una especie de parque temático, cuyo principal objetivo es sacar dinero al turista, incluyendo excursiones, fotos, venta de souvenirs y todo tipo de objetos. Y no es que lo critique. Cada uno puede explotar su negocio como mejor le parezca y, al fin y al cabo, nadie obliga a ir allí. Además, está preparado para la época invernal y tenía muy poca actividad: motos de nieve, trineos, perros… requieren algo que falta en verano: la nieve, . En fin, es curioso de ver. Y, por cierto, la tienda de regalos con ser cara, no está mal para comprar recuerdos para los niños (muñecos, por ejemplo), bastante más barato que lo que nos encontraríamos posteriormente en Noruega.
Esta es la línea que marca el límite del Círculo Polar Ártico en el Parque de Papa Noel: al norte no habrá noche hasta mediados de julio, dependiendo del lugar el periodo varía unos días abajo o arriba. A partir de este momento, durante la próxima semana, siempre estaremos al norte de este punto:
Y las distancias con las ciudades más importantes son (o eso pone ahí, no creo que todas estén...):
La Casa de Santa Claus me resultó un tanto tenebrosa, repleta de artilugios extraños: me pareció una mansión propia de una película de misterio o de un parque de atracciones, . Allí está el mismísimo Papá Noel esperándote en su trono, te saluda en tu idioma y te pregunta si eres del Barça o del Real Madrid, . Por supuesto, no se puede hacer fotos, si quieres alguna, son de pago y a precio noruego más que finlandés. Bueno, ésta era gratis en el exterior:
Dejamos Rovaniemi y nos dirigimos a la frontera con Suecia cruzando la Laponia finlandesa. Lloviznaba a ratos y a ratos salía un poco el sol. La carretera fluye entre bosques inmensos e interminables, vimos grupos de renos, también algún alce con los que hay que tener cuidado pues a veces irrumpen en la carretera y provocan accidentes; cruzamos varios ríos y lagos de nombres impronunciables, apenas vemos unos cuantos pueblos y son muy pequeños. El paisaje es encantador pero es tan repetitivo que termina volviéndose monótono.
El río Muonio marca la frontera entre Finlandia y Suecia. Estiramos las piernas en el puente, entre uno y otro país, en el municipio de Pello. Paramos a comer allí, sólo había un restaurante abierto a la hora que llegamos: una pizzería regentada por una familia marroquí. ¿Cómoooo...? Pues sí... vaya tour gastronómico que llevamos en Laponia: ¡un restaurante mejicano y otro italiano! Menos mal que la comida estaba buena en ambos.
A lo largo del día vimos algunos interesantes ejemplos de iglesias nórdicas de madera, con su especial característica de tener el campanario separado. Como pillaban de paso, el guía tuvo el detalle de llevarnos a verlas gratis, mientras que, según comprobé, varios mayoristas cobran un precio extra por esas visitas haciendo el mismo itinerario. Sinceramente, creo que no merece la pena pagar una excursión opcional, pero es una decisión personal. Esta es una de ellas, creo que todavía estábamos en Finlandia, pero no recuerdo donde exactamente. Estaba ensayando un grupo coral. Uno de los chicos hablaba perfecto castellano y nos contó muchas cosas de su tierra, Suecia. Nos quedamos un ratito a oírles y nos obsequiaron con una famosa canción en español, pero no me acuerdo de cuál, creo que una habanera: ¿Cuándo salí de Cuba, quizás? No sé, pero lo hacían francamente bien.
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De ésta sí me acuerdo. Está en la localidad de Jukkasjarvi, es la iglesia más antigua de Laponia y data de 1608.
Tiene un curioso retablo muy colorista, obra del artista y escultor Bror Hjorth.
Muy cerca se encuentra un hotel de hielo, pero sólo funciona en invierno (es lógico imaginar el motivo, jeje). Así que únicamente vimos la explanada donde se erige en el invierno.
KIRUNA.
A media tarde llegamos a Kiruna, donde nos alojamos esa noche. Es la ciudad más septentrional de Suecia, se encuentra 145 Km. al norte del Círculo Polar Ártico. Cuenta con unos 20.000 habitantes y es el segundo municipio más grande de todo el mundo en extensión. El hierro ha sido el principal sustento de la ciudad a lo largo de los tiempos. Está entre dos montañas en las que se realizaban excavaciones de magnetita; actualmente sólo sigue explotándose una de ellas. Estas excavaciones han ido socavando el subsuelo y se plantea trasladar la ciudad unos pocos kilómetros porque el terreno corre riesgo de hundimientos.
Así vimos las excavaciones:
Salimos a dar un paseo y apenas había gente en las calles. Caminamos por la orilla del río y fuimos hasta su famosa iglesia de madera, la más grande de Suecia, construida en 1907 en Art Nouveau. Muy bonita y pintoresca.
Se estaba celebrando un concierto de música clásica en su interior. Como había empezado a llover con fuerza, decidimos quedarnos un rato a escucharlo. Estuvo muy bien.
Esa noche teníamos la cena incluida en el hotel, Scandic Ferrum. Menos mal porque en el pueblo no había mucha oferta gastronómica precisamente. Por fin tomamos comida nórdica, el bacalao estaba bueno y la tarta, mejor aún. Seguía sin hacerse de noche, pero como no paraba de llover y no había demasiado que ver aparte de lo ya visto, ahí pusimos punto final a la jornada. Estas son las vistas que teníamos desde la ventana de la habitación a media noche: