Para nuestro último día nos hemos reservado el plan más divertido de las vacaciones, la visita al parque de agua Marineland.
Marineland es un inmenso complejo situado a tan solo cinco minutos a pie de nuestro camping. Comprende diversos espacios, el más famoso es el zoo de animales acuáticos, delfines, focas, orcas, leones marinos…, con los que realizan muchos espectáculos y es posible participar en actividades acompañados de ellos, como darse un baño en compañía de los delfines. Nosotros queremos entrar a Aquasplash, que es el parque de agua. Además de éste,también forman parte del recinto de Marineland otras zonas temáticas como Kids Island, Adventure Golf y Le Lagoon.
Durante todo el invierno estuvieron trabajando contrarreloj para tener el parque a punto tras las devastadoras inundaciones que sufrió la zona el mes de octubre pasado, cuando el río La Brague se desbordó y el agua alcanzó más de un metro de altura. Luego leímos sobre esto en internet y no fue ninguna broma, ya que además de los incontables daños materiales, perdieron la vida 22 personas.
A las diez de la mañana ya estamos comprando la entrada para el parque de agua, 27€ + 5€ de taquilla. A estas horas no hay gente y tenemos el parque prácticamente para nosotros solos.
No tenemos fotos del interior porque no metimos la cámara, pero puedo decir que desfogamos de lo lindo, subiendo y bajando una y otra vez en todas y cada una de las atracciones. No dejamos ninguna sin probar Yuhuuu. Lo pasamos como enanos.
Si una cosa he observado cada vez que salgo de España es que los extranjeros llevan a su hijos, ya sean pequeños, medianos o grandes a todos los lados, y por ello cualquier espacio, público o privado, está adaptado a esta circunstancia. Un parque como éste orientado a la diversión en familia no iba a ser menos y hay toboganes para todas las edades (clasificados por la altura del niño) e incluso una zona para bebés a partir de o meses. Hay varios restaurantes de comida rápida y precio por las nubes, pero también cuenta con varias zonas de picnic, por lo que está permitido introducir comida y bebida siempre y cuando la consumas en estas áreas habilitadas. Nosotros estamos divirtiéndonos tanto que perdemos absolutamente la noción del tiempo y ni nos acordamos de comer.
Sólo nos hace poner punto y final a la jornada un fortísimo mistral que se levanta de un momento para otro y que hace que tengamos que abandonar el parque porque subirse a las estructuras que comienzan a oscilar con la fuerza del viento se vuelve peligroso. Nos da pena tener que marchar, pero por otro lado, así podemos aprovechar lo que queda de día para hacer alguna otra actividad.
Nos acercamos a la playa, ver la mar en tal estado de bravura es un espectáculo. Lo que ayer era una balsa de color turquesa donde las olas apenas rompían apaciblemente a la orilla, hoy se ha tornado en un masa azul oscuro-grisáceo que ruge enfurecida llegando a levantar olas de considerable tamaño. En alta mar divisamos un yate que parece estar pasando dificultades (se zarandea arriba y abajo como el barco de Pescanova). El viento sopla con tal fuerza que a punto está de arrebatarnos la cámara de las manos. Es sobrecogedor darse cuenta de la propia pequeñez frente a la fuerza incontrolable de los elementos.
Aproximadamente una hora después el viento cesa tan repentinamente como comenzó y todo vuelve a quedar calma.
Decidimos apurar el poco tiempo que nos queda y cogemos el coche para ir a la Villa Ephrussi de Rostschild. Por el camino aprovechamos para llenar el depósito en una de las gasolineras más baratas de la zona, a 1,06€/l, a las afueras de Niza. Por fin llegamos a la villa y aparcamos, es gratis. Sacamos los tickets que cuestan 13,5€, incluyen la visita a la villa y los jardines con audioguia. No es posible adquirirlos por separado.
A la entrada nos advierten que no disponemos de demasiado tiempo para hacer la visita (al final nos sobró) y que no pretendamos escuchar al completo las explicaciones de la auidioguía o corremos el riesgo de que no nos dé tiempo a visitar los espectaculares jardines.
En un lugar privilegiado del ya del por si privilegiado Cap Ferrat, la riquísima Beatrice construyó a su entero capricho su pequeño gran paraíso terrenal. A su muerte en 1934, la baronesa donó la propiedad al Instituto de las Artes de Francia.
El palacete es una sucesión de salones ricamente decorados y apartamentos privados, creando una atmosfera belle-epoque con tintes florentinos. Además de ser una apasionada coleccionista de arte,y estar respaldada por una inmensa fortuna, indudablemente tenía buen gusto.
Los antiguos apartamentos de su infiel marido contienen una de las mejores colecciones de porcelana del mundo, incluyendo piezas raras de las Manufacturas de Sèvres, Dresden y Meissen.
El color rosa palo, el favorito de la baronesa, impera tanto en el exterior como en el interior de la villa. Situado en un estrecho istmo que domina el mar, ofrece impresionantes vistas tanto hacia el este, Beaulieu e Italia, y al oeste hacia las aguas profundas de la bahía de Villefranche y su antiguo puerto. De hecho, el diseño de la propiedad está marcada por su cercanía al mar y su parte fue concebida delantera como la proa de un barco. Una de las excentricidades de la aristócrata consistía en que varios de sus jardineros iban ataviados con traje marinero.
Pero el principal reclamo de Villa Ephrussi y haciendo justicia a su extensa fama, son los jardines que rodean la villa. Están divididos en nueve jardines temáticos: español, japonés, florentino, de piedra, exótico, la rosaleda, provenzal, francés y de Sèvres. En su día fueron el no va más del paisajismo. Cada jardín aprovecha al máximo el impresionante entorno natural y tiene además su propio encanto particular.
El punto culminante se encuentra al final del recorrido, en el templete de Venus situado en lo alto, desde el que se divisa la villa de color rosa a través de los jardines a la francesa y la cascada monumental, salpicado además de estatuas clásicas. Es un gran lugar para tomar fotos de postal. Cada veinte minutos, se ponen en marcha las fuentes musicales, es un bonito espectáculo en el que los chorros “danzan” al son de las partituras clásicas más famosas.
Salimos puntuales de la villa ya que algún evento tiene lugar a continuación, quizás una boda, y un montón de personal está preparando las mesas, las pruebas de sonido, las flores y todos los detalles.
Volvemos a Antibes para comprar la cena y dar un último paseo. Hoy nos esmeramos especialmente, es nuestra cena de despedida.
Pasamos por recepción para dejar todo pagado y así no perder tiempo al día siguiente cuando tenemos mucho que recoger. Pagamos por las seis noches 156€.
Nos acercamos por última vez a Antibesland, después de tantos días ya conocemos de memoria cada una de las atracciones, juegos, tómbolas y bares.
AL salir cruzamos a la playa, donde decimos adiós a la mágica Costa Azul, au-revoir en este caso, con la boca pequeña. Espero de corazón volver algún día.
Marineland es un inmenso complejo situado a tan solo cinco minutos a pie de nuestro camping. Comprende diversos espacios, el más famoso es el zoo de animales acuáticos, delfines, focas, orcas, leones marinos…, con los que realizan muchos espectáculos y es posible participar en actividades acompañados de ellos, como darse un baño en compañía de los delfines. Nosotros queremos entrar a Aquasplash, que es el parque de agua. Además de éste,también forman parte del recinto de Marineland otras zonas temáticas como Kids Island, Adventure Golf y Le Lagoon.
Durante todo el invierno estuvieron trabajando contrarreloj para tener el parque a punto tras las devastadoras inundaciones que sufrió la zona el mes de octubre pasado, cuando el río La Brague se desbordó y el agua alcanzó más de un metro de altura. Luego leímos sobre esto en internet y no fue ninguna broma, ya que además de los incontables daños materiales, perdieron la vida 22 personas.
A las diez de la mañana ya estamos comprando la entrada para el parque de agua, 27€ + 5€ de taquilla. A estas horas no hay gente y tenemos el parque prácticamente para nosotros solos.
No tenemos fotos del interior porque no metimos la cámara, pero puedo decir que desfogamos de lo lindo, subiendo y bajando una y otra vez en todas y cada una de las atracciones. No dejamos ninguna sin probar Yuhuuu. Lo pasamos como enanos.
Si una cosa he observado cada vez que salgo de España es que los extranjeros llevan a su hijos, ya sean pequeños, medianos o grandes a todos los lados, y por ello cualquier espacio, público o privado, está adaptado a esta circunstancia. Un parque como éste orientado a la diversión en familia no iba a ser menos y hay toboganes para todas las edades (clasificados por la altura del niño) e incluso una zona para bebés a partir de o meses. Hay varios restaurantes de comida rápida y precio por las nubes, pero también cuenta con varias zonas de picnic, por lo que está permitido introducir comida y bebida siempre y cuando la consumas en estas áreas habilitadas. Nosotros estamos divirtiéndonos tanto que perdemos absolutamente la noción del tiempo y ni nos acordamos de comer.
Sólo nos hace poner punto y final a la jornada un fortísimo mistral que se levanta de un momento para otro y que hace que tengamos que abandonar el parque porque subirse a las estructuras que comienzan a oscilar con la fuerza del viento se vuelve peligroso. Nos da pena tener que marchar, pero por otro lado, así podemos aprovechar lo que queda de día para hacer alguna otra actividad.
Nos acercamos a la playa, ver la mar en tal estado de bravura es un espectáculo. Lo que ayer era una balsa de color turquesa donde las olas apenas rompían apaciblemente a la orilla, hoy se ha tornado en un masa azul oscuro-grisáceo que ruge enfurecida llegando a levantar olas de considerable tamaño. En alta mar divisamos un yate que parece estar pasando dificultades (se zarandea arriba y abajo como el barco de Pescanova). El viento sopla con tal fuerza que a punto está de arrebatarnos la cámara de las manos. Es sobrecogedor darse cuenta de la propia pequeñez frente a la fuerza incontrolable de los elementos.
Aproximadamente una hora después el viento cesa tan repentinamente como comenzó y todo vuelve a quedar calma.
Decidimos apurar el poco tiempo que nos queda y cogemos el coche para ir a la Villa Ephrussi de Rostschild. Por el camino aprovechamos para llenar el depósito en una de las gasolineras más baratas de la zona, a 1,06€/l, a las afueras de Niza. Por fin llegamos a la villa y aparcamos, es gratis. Sacamos los tickets que cuestan 13,5€, incluyen la visita a la villa y los jardines con audioguia. No es posible adquirirlos por separado.
A la entrada nos advierten que no disponemos de demasiado tiempo para hacer la visita (al final nos sobró) y que no pretendamos escuchar al completo las explicaciones de la auidioguía o corremos el riesgo de que no nos dé tiempo a visitar los espectaculares jardines.
En un lugar privilegiado del ya del por si privilegiado Cap Ferrat, la riquísima Beatrice construyó a su entero capricho su pequeño gran paraíso terrenal. A su muerte en 1934, la baronesa donó la propiedad al Instituto de las Artes de Francia.
El palacete es una sucesión de salones ricamente decorados y apartamentos privados, creando una atmosfera belle-epoque con tintes florentinos. Además de ser una apasionada coleccionista de arte,y estar respaldada por una inmensa fortuna, indudablemente tenía buen gusto.
Los antiguos apartamentos de su infiel marido contienen una de las mejores colecciones de porcelana del mundo, incluyendo piezas raras de las Manufacturas de Sèvres, Dresden y Meissen.
El color rosa palo, el favorito de la baronesa, impera tanto en el exterior como en el interior de la villa. Situado en un estrecho istmo que domina el mar, ofrece impresionantes vistas tanto hacia el este, Beaulieu e Italia, y al oeste hacia las aguas profundas de la bahía de Villefranche y su antiguo puerto. De hecho, el diseño de la propiedad está marcada por su cercanía al mar y su parte fue concebida delantera como la proa de un barco. Una de las excentricidades de la aristócrata consistía en que varios de sus jardineros iban ataviados con traje marinero.
Pero el principal reclamo de Villa Ephrussi y haciendo justicia a su extensa fama, son los jardines que rodean la villa. Están divididos en nueve jardines temáticos: español, japonés, florentino, de piedra, exótico, la rosaleda, provenzal, francés y de Sèvres. En su día fueron el no va más del paisajismo. Cada jardín aprovecha al máximo el impresionante entorno natural y tiene además su propio encanto particular.
El punto culminante se encuentra al final del recorrido, en el templete de Venus situado en lo alto, desde el que se divisa la villa de color rosa a través de los jardines a la francesa y la cascada monumental, salpicado además de estatuas clásicas. Es un gran lugar para tomar fotos de postal. Cada veinte minutos, se ponen en marcha las fuentes musicales, es un bonito espectáculo en el que los chorros “danzan” al son de las partituras clásicas más famosas.
Salimos puntuales de la villa ya que algún evento tiene lugar a continuación, quizás una boda, y un montón de personal está preparando las mesas, las pruebas de sonido, las flores y todos los detalles.
Volvemos a Antibes para comprar la cena y dar un último paseo. Hoy nos esmeramos especialmente, es nuestra cena de despedida.
Pasamos por recepción para dejar todo pagado y así no perder tiempo al día siguiente cuando tenemos mucho que recoger. Pagamos por las seis noches 156€.
Nos acercamos por última vez a Antibesland, después de tantos días ya conocemos de memoria cada una de las atracciones, juegos, tómbolas y bares.
AL salir cruzamos a la playa, donde decimos adiós a la mágica Costa Azul, au-revoir en este caso, con la boca pequeña. Espero de corazón volver algún día.