La Old Town que conocimos ayer poco tiene que ver con la ciudad que era en el siglo XVIII. Enclaustrados en el límite de sus murallas, los 50.000 habitantes de la vieja Edimburgo se hacinaban en unas calles estrechas e insalubres viviendo bajo la amenaza constante de plagas y enfermedades. Sin posibilidad de extenderse, algunos edificios alcanzaban los catorce pisos de altura y el mantenimiento general era más que lamentable.
Cuando una noche de septiembre de 1751 una casa de seis plantas inesperadamente se derrumba, no resulta ninguna sorpresa. Era algo habitual en las barriadas más humildes de la ciudad, pero en esa ocasión sucedió en pleno centro y afectó a una de las familias más prestigiosas de Escocia. En ese momento se dispararon todas las alarmas, se comprobó el estado de numerosos edificios del centro y ante su ruina se procedio a demolerlos. El centro de la ciudad parecía un erial y la ciudad necesitaba ser reconstruida y repensada.
Y en esas apareció George Drummond, conocido como “el fundador de la Edimburgo moderna”, que desde su cargo de Lord Provost –equivalente a alcalde en algunas ciudades escocesas-, lideró la expansión de la ciudad hacia el norte. En 1766, a través de un concurso público, se eligió el proyectó del joven James Craig, un arquitecto sin titulación que tuvo que superar numerosas dificultades en una ciudad tan amante de los títulos como la universitaria Edimburgo.
El proyecto de Craig, que no se inició hasta la muerte de Drummond, planteó un diseño en forma de cuadrícula, en contraste con la forma de espiga de la ciudad medieval. Tres vías anchas paralelas, Princes Street, George Street y Queen Street, flanqueadas en sus extremos por dos amplias plazas, St Andrew Square y Charlotte Square. En contraste con el color oscuro del granito con que fue edificada la Old Town, la New Tow fue construida a partir de una piedra arenisca blanca.
Prestigiosos arquitectos de la época se apuntaron a la construcción de los edificios que darían vida a la planificación de Craig. Edificios sólidos y amplios, sin necesidad de elevadas alturas, espacios abiertos y luz que contrastaban con la vieja ciudad.
La nobleza y la alta burguesía de la Old Town emigraron en masa a la nueva ciudad, pronto les siguieron las clases medias y en la vieja ciudad solamente quedaron las clases más desfavorecidas que continuaron viviendo en unas lamentables condiciones. Para ellos, la New Town no supuso ninguna mejora.
La elegancia, luminosidad y belleza de la nueva ciudad fue el escenario perfecto que propició el período más grande de la historia de Edimburgo: la Ilustración escocesa, fue entonces cuando se convirtió en el principal centro de Europa para la investigación filosófica, la experimentación científica y el debate, pasando a ser conocida como la “Atenas del Norte”.
Iniciamos nuestra visita a la New Town atravesando el puente de Waverley, el mismo donde tiene su parada final el autobús del aeropuerto. Al llegar a Princes Street vemos como se alza imponente el edificio del Hotel Balmoral, con su reloj permanentemente adelantado tres minutos para que los viajeros de la vecina estación de ferrocarril no lleguen tarde. Una tradición que honora su pasado ferroviario pues el hotel, inaugurado en 1902, fue un proyecto de la compañía ferroviaria North British Railway que mantuvo su propiedad durante muchos años. En esos tiempos, cuando el hotel era conocido como British North Station Hotel, tenía un acceso directo a la estación, acceso que hoy ya no existe. Cuenta la leyenda que un largo túnel secreto también comunicaba el hotel con el palacio de Holyrood, residencia de la familia real, pero a falta de evidencias, continua siendo una leyenda.
El Balmoral es, y ha sido siempre, el único edificio residencial a este lado de Princes Street que mayoritariamente ocupan los jardines del mismo nombre y que se extienden por lo que una vez fue el Nor Loch, un infecto y apestoso lago donde iban a parar todos los desechos de la Old Town y cuyas permanentes emanaciones de metano no eran precisamente lo que querían respirar los prósperos vecinos de la New Town. Desecado en su totalidad es hoy un parque precioso donde se agolpan y amontonan los edimburgueses a la que sale el primer rayo de sol.
Pero antes de entrar en los jardines, lo primero que llama poderosamente la atención es el “cohete gótico”, como irónicamente describe el escritor de viajes y divulgador científico Bill Bryson al monumento a Sir Walter Scott. George Kemp, otro autodidacta no titulado en la ciudad de los títulos, diseñó el que, con sus cincuenta y cuatro metros de altura, está considerado el mayor monumento existente dedicado a un escritor. Acabado en 1845, se empezó a construir en 1840, tan solo ocho años después de la muerte del escritor.
Aunque ahora permanezca en un relativo segundo plano, Walter Scott fue probablemente el primer escritor de best sellers, con miles de lectores en Europa, Australia y América del Norte. Considerado el padre de la novela histórica, fue venerado en vida e influyó en numerosos escritores que no tuvieron problemas en así reconocérselo. Víctor Hugo, Balzac, Alejandro Dumas, Dostoyevsky o Tolstoi se consideraron deudores de su estilo y su obra. Fue él quien se refirió a Edimburgo como “la lejana emperatriz del norte” y yo, humildemente, simplemente le tengo que agradecer los buenos ratos que me ofreció de niño la lectura de Ivanhoe, Rob Roy, El Pirata, El Talismán, Quintin Durward y alguno más, en la edición ilustrada de Joyas Literarias Juveniles de la editorial Bruguera.
Siguiendo por Princes Street llegamos a la Scottish National Gallery, de entrada libre para quien quiera disfrutar de sus colecciones de pintura. Y aquí un inciso, frente a su explanada es donde tiene lugar la escena final de Sunshine on Leith, una película renombrada en España como Amanece en Edimburgo, y que si todavía no has visto y te planteas viajar a la capital escocesa, deja de leer y corre rápido a buscarla. No solamente te hará entrar más ganas, sino que además te dejará de buen humor y te dará un buen arsenal de canciones de los Proclaimers para tararear durante tu estancia en la ciudad.
Caminando por los jardines, al final de los mismos se encuentra la iglesia de St Cuthbert donde Agatha Christie contrajo su segundo matrimonio, las encantadoras ancianitas que te reciben y saludan a la entrada, realmente te proyectan la imagen de la escritora. La iglesia tiene un agradable cementerio donde pasear tranquilamente y donde además está enterrado George Kemp que disfruta así de la proximidad de su obra.
De vuelta a Princes Street tomamos South Charlotte St que corre perpendicular a la misma. En un momento nos plantamos en Charlotte Square la plaza que delimitaba la New Town en el diseño original de Craig. Aquí, y en la vecina Moray Place a la que llegamos caminando por North Charlotte St, se pueden observar las edificaciones originales de la New Town tal y como fueron concebidas y construidas en su momento.
Atravesando la plaza tomamos Doune Terrace y más tarde a la izquierda giramos por Gloucester St para llegar a Stockbridge, un encantador barrio lleno de tiendas peculiares. Ya visitaremos el barrio en otra ocasión, nosotros preferimos girar a la izquierda por Saunders St para adentrarnos en los jardines que acompañan el recorrido del Water of Leith para llegarnos a Dean Village. Una antigua aldea que conserva todo su primitivo encanto y que nos remite a un mundo rural, un remanso de paz que poco tiene que ver con la ciudad moderna.
En Dean Village continuamos por el Water of Leith Walkway, hasta llegar a la Scottish National Gallery of Modern Art. El Water of Leith Walkway es un sendero público de unos 20 Kilometros que bordea el riachuelo y ofrece un paseo muy agradable por un Edimburgo mucho menos urbano. El camino conecta muchos lugares de interés, parte de Balerno y acaba en Leith y en su recorrido se puede acceder, además de a la Scottish National Gallery of Modern Art, al estadio de Murrayfield y al Jardín Botánico.
No tenemos tiempo de visitar la Galería, pero disfrutamos de los jardines. Estamos cansados y todavía falta mucho para aprovechar el día así que, en Belford Rd, tomamos el autobús número 13 que en pocos minutos nos deja en Princes Street.
Es hora de comer y nos acercamos a Rose St que es la primera calle paralela a Princes Street para tomar algo en Rose Street Brewery, comida de pub honesta y sencilla, con una buena pinta de Tennent’s.
Después de una tranquila sobremesa, es hora de callejear tranquilamente por la New Town, pasear por George St. acercarnos a la estatua del rey Jorge IV que da nombre a la calle y desde la que se tiene una vista excelente del Forth, el fiordo sobre el que se edifica Edimburgo, llegarnos a St Andrew Square que durante el festival aloja numerosas carpas donde se dan representaciones o se puede tomar una copa, y volver a la Old Town a través de Cockburn St visitando sus tiendas con encanto y, ya en la Royal Mile, pasear por South Bridge y Cowgate.
En un Tesco compramos algo para cenar en casa y nos retiramos, que mañana nos espera Leith.