CASCADA DEL MOLINO VIEJO O DE BATIDA.
Como he comentado en la etapa anterior, antes de llegar a Albarracín, paramos en Calomarde para ver su cascada. Se encuentra a unos 15 kilómetros de Albarracín, tomando la carretera A-1512 (dirección Torres de Albarracín) y luego la A-1704 hacia Calomarde y Frías de Albarracín. A esta cascada también se la conoce como la del Molino Viejo o de Batida.
Recorrido en coche desde Albarracín según Google Maps:
Hay un indicador junto a la carretera, a mano izquierda según se va desde Albarracín, unos dos kilómetros antes de llegar a Calomarde, que pone “Cascada de Batida” y un apartadero donde dejar el coche y un merendero. El acceso está habilitado con escaleras, barandillas de madera y pasarelas. También existen paneles informativos que facilitan datos del entorno, por ejemplo de las plantas aromáticas y medicinales que abundan en la zona y sus propiedades.
El entorno.
A la cascada se llega en tres minutos de sencillo paseo. Es muy bonita (más de lo que se aprecia en las fotos) y parte del agua cae en una cueva. Lleva agua todo el año: a mediados de agosto de un verano caluroso y seco, lucía dos buenos chorros. Supongo que en primavera su aspecto debe ser espléndido.
Este pintoresco lugar forma parte de una ruta más larga que viene desde Calomarde y Frías de Albarracín y continúa por la orilla del río, cuyo sendero seguimos unos pocos minutos, contemplando un paisaje muy agradable.
RUTA DEL BARRANCO DE LA HOZ Y PUENTE DE TOBA DEL RÍO BLANCO.
Leyendo los paneles informativos, vimos el de la ruta llamada “Puente de Toba del río Blanco”, que por las fotos prometía bastante. El cielo estaba bastante negro y se oían truenos a lo lejos, pero parecía que la tormenta iba y no venía. La caminata no era muy larga, así que nos animamos a hacerla. Es una variante corta del sendero SL-TE40, que va de Calamarde a Frías de Albarracín. También tiene un tramo en común con el PR-TE2.
Distancia: 3,6 kilómetros. Duración: 1h 5 minutos. El recorrido es lineal, así que hay que sumar la vuelta, es decir, en total son poco más de 8 kilómetros y unas dos horas y cuarto de marcha, sin paradas. El sendero está perfectamente indicado y la orientación es fácil. Se trata de una caminata sencilla con tiempo seco, pero tiene zonas que van en altura y puede haber personas a las que les dé vértigo. Hay cuerdas y cadenas de ayuda en los lugares más complicados.
Éste es uno de los lugares con cadenas, por ejemplo.
El sendero comienza pasada la Iglesia de Calomarde y el puente sobre el río, a la derecha, según se llega desde Albarracín. Sin embargo, los paneles indicadores están al otro lado de la carretera, donde también hay un aparcamiento. Nosotros dejamos el coche allí, aunque se puede avanzar un poco más por una pista que llega a una pequeña zona recreativa con bancos y columpios.
Nada más empezar a caminar nos encontramos con enormes rocas que bordean el río Blanco, entre las que destaca el llamado Moricacho, rodeado de cuevas y con una impresionante abertura lateral, como si le hubiesen dado un tajo con un cuchillo gigante. Merece la pena llegar aunque solo sea hasta aquí. El camino es una pista accesible para todos los públicos.
El Moricacho.
Poco a poco, el río se va encajonando y el paisaje se vuelve más agreste, con pequeñas presas que remansan el agua y barracos pronunciados, como el que pudimos divisar desde el Mirador del Barranco Mingo Marco. Aquí la pista se había convertido en un sendero de tierra y piedras pequeñas bastante asequible. El paisaje era realmente bonito.
En este momento estábamos en un alto y para seguir nuestra ruta teníamos que coger la senda que bajaba a nuestra izquierda (señalado con un indicador de madera que pone “Puente la Toba”) y se internaba en lo más profundo del barranco. Aquí el camino se complica un poco, pero existen cadenas que sirven de ayuda (no tuvimos que utilizarlas, supongo que se precisarán sobre todo en caso de lluvia o hielo porque la roca erosionada puede volverse muy resbaladiza).
A partir de ahí, el camino resulta muy agradable, a la orilla del río, cuyas aguas cantarinas corren alegres, formando pequeñas cascaditas.
Seguimos avanzando hasta encontrarnos con el llamado “Puente de Toba”, un arco natural de roca con formaciones calcáreas sobre el río, cuyo curso se encañona entre dos paredes de apenas un par de metros de anchura. No hace mucho que se habilitó el paso mediante unas estructuras metálicas que cuentan con pasarelas, barandillas y escaleras. Esta zona es bastante espectacular.
La ruta continúa por un sendero que sube y baja, con laterales protegidos por cadenas y pasarelas que cruzan varias veces el río, en un paisaje boscoso donde abundan sobre todo los pinos y que conduce al paraje llamado Molino de las Pisadas. El sendero sigue hasta Frías de Albarracín, pero nuestra ruta acabó aquí.
Es posible volver por otro sendero que va por la parte superior del barranco (SL-TE41), pero como estaba empezando a caer la tarde, preferimos no arriesgar y regresamos por donde habíamos venido.
La amenaza de tormenta había pasado y al final de la tarde asomó el sol.
Al día siguiente, salimos de Albarracín para realizar las excursiones que cuento a continuación.
CASCADA DEL MOLINO DE SAN PEDRO.
Se encuentra aproximadamente a 36 kilómetros de Albarracín, unos 40 minutos de viaje.
Ruta sacada de Google Maps.
Para llegar a esta cascada desde Albarracín, tuvimos que tomar la carretera A-1512, dirección Torres de Albarracín y desviarnos luego por la A-1703 hacia Royuela, que se convierte después en la A-2703. Tras unos kilómetros, seguimos dirección Masegoso y el Vallecillo por la TE-V9122. El paisaje era sugerente, aunque el verano imponía su peaje con tonos marrones y amarillos que se tornarán verdes en primavera. Es curioso, pero costaba darse cuenta de que estábamos a más de mil metros de altitud sobre el nivel del mar.
Pasando por Terriente, Masegoso y El Vallecillo.
Antes de llegar al pueblo de El Vallecillo, tomamos una pista a nuestra izquierda, donde había coches aparcados. Nos costó un poco encontrar la cascada ya que está algo escondida y no se ve a simple vista. Como referencia se puede tomar un antiguo molino que se encuentra justo enfrente. Aunque la cascada se ve bien desde la parte superior, lo mejor es bajar por un pequeño sendero que lleva a la poza a la que cae el agua y donde, incluso, se puede pasar por detrás de la misma. Naturalmente, la época ideal para ver el salto de agua es la primavera o después de unos días lluviosos, pero ni mucho menos desmerecía la estampa que nosotros encontramos en pleno verano. Como suele ocurrir, es bastante más bonita al natural que en foto.
Referencia del antiguo molino.
La cascada vista desde arriba. Con el sol de frente era complicado fotografiar.
La cascada vista desde arriba. Con el sol de frente era complicado fotografiar.
El nombre de la cascada se debe al uso del agua para los molinos. Todavía se conservan los restos del canal que se utilizaba para llevarla, sostenido por unos arcos de piedra. Por cierto que existe cierta polémica por el impacto ambiental que puede suponer un hotelito rural instalado muy cerca de la poza.
NACIMIENTO Y OJOS DEL CABRIEL.
Para hacer esta ruta, desde la pista donde habíamos dejado el coche para ver la Cascada del Molino de San Pedro, salimos nuevamente a la carretera y avanzamos hasta la pequeña población de El Vallecillo. Allí tomamos una pista asfaltada a la derecha que nos condujo a un aparcamiento con paneles informativos. También había un mirador con amplias vistas, pero no se veía el río, cubierto por la vegetación.
Mirador y comienzo del sendero que baja hasta el río.
Se puede continuar con el coche hasta dar con el sendero que va a los Ojos, pero no nos convenció mucho el estado de la pista en adelante y preferimos bajar caminando desde el propio aparcamiento, por el sendero que empieza allí, aunque a la vuelta nos tocase subir la empinada cuesta. De aquí salen varios recorridos, pero nuestro objetivo era ver los Ojos del Cabriel y, sobre todo, su cascada.
El sendero pronto nos metió en el bosque con un descenso muy acusado y tuvimos que ir con precaución porque la tierra suelta lo hacía resbaladizo en algunos tramos. Alcanzamos la zona donde estaban aparcados dos o tres coches que habían bajado por la pista, y seguimos por el sendero que nos llevó en pocos minutos hasta los primeros Ojos, que no resultan demasiado espectaculares.
Sin embargo, el fenómeno natural es bastante curioso. El río Cabriel nace oficialmente a los pies de la Muela de San Juan y es el afluente más importante del Júcar, pero su nacimiento real se produce en forma de borbotones de agua o surgencias que manan del fondo de la tierra y luego desaparecen para resurgir más adelante.
Siguiendo el camino de las surgencias (perfectamente indicado), que brotan por todas partes, encontramos el curso del agua y llegamos al espectacular Salto de los Ojos del Cabriel. Primero cruzamos el río por un puente y continuamos dejando su curso a nuestra derecha, y de este modo pudimos ver la cascada desde un plano superior, que no es el más bonito, aunque sí son pintorescos sus alrededores.
Dimos la vuelta, cruzamos el río y avanzamos dejándolo a nuestra derecha. En unos metros, pudimos oír el bramido del agua y nada más tomar un pequeño y disimulado sendero nos encontramos con el precioso salto justo de frente. Si tenía esa imagen a mitad del verano, en primavera o después de un periodo de lluvias debe ser todo un espectáculo. El agua formaba una buena poza en la que había gente bañándose.
De regreso al coche, tuvimos que decidir si visitar Teruel capital o continuar por la serranía de Albarracín. No nos costó demasiado decantarnos por esto último porque nos estaba gustando mucho lo que veíamos. Volvimos a Albarracín por la misma ruta y paramos a comer en Torres de Albarracín, que nos pillaba de camino hacia nuestro siguiente destino. Muy rico, variado y a muy buen precio (12 euros) el menú del restaurante del Hotel Torres, servido en un pintoresco comedor decorado con aperos y útiles de labranza.
Torres de Albarracín.
Después hicimos el siguiente recorrido, aunque el que ofrece Google-Maps no es muy exacto, porque se empeña en utilizar carreteras que alargan innecesariamente los trayectos, mientras que el mapa que venía en el folleto turístico que nos dieron en Albarracín se ajustaba más a la realidad de las carreteras locales. En general, se encuentran en buen estado (no todas), aunque algunas son de montaña y tienen bastantes curvas.
ORIHUELA DEL TREMEDAL, RÍOS DE PIEDRA Y SANTUARIO DE LA VIRGEN DEL TREMEDAL.
Desde Torres de Albarracín, seguimos hasta Noguera y luego subimos el Puerto de Orihuela (1.650 metros) por una carretera estrecha y virada pero sin mayores problemas.
En torno al puerto de Orihuela del Tremedal.
El paisaje en principio rojizo se fue volviendo más verde hasta que nos vimos cruzando entre una frondosa masa de pinares. Atraídos por un indicador, nos detuvimos para ver los “ríos de piedra”, un curioso fenómeno geológico periglaciar de acumulaciones de grandes piedras que se deslizan por las vertientes montañosas. La ruptura de las rocas se produce por la acción del hielo sobre la cuarcita que las resquebraja, formando canchales y laderas de bloques que se acumulan en el fondo de los barrancos.
Pinares y "ríos de piedra".
Y realmente su aspecto es el de un auténtico río, que sustituye sus aguas por un gigantesco curso de piedras que corre entre los árboles. Los ríos de piedra de esta zona son los más largos del mundo y llegan a alcanzar más de dos kilómetros y medio de longitud y 250 metros de anchura. La verdad es que impresiona verlos.
A continuación, llegamos a la población de Orihuela del Tremedal, donde dimos un paseíto, contemplando su interesante arquitectura: el ayuntamiento del siglo XV, la Casa de los Franco Peña de Liria y su impresionante Iglesia, cuya torre campanario ya destaca desde lejos.
La Iglesia Parroquial de San Millán fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1972. Se comenzó a construir en 1770 y su Altar Mayor y el púlpito están considerados como las más bellas obras barrocas de toda la provincia de Teruel. Lamentablemente estaba cerrada a esa hora y no pudimos ver su interior.
Otra curiosidad es que la palabra “tremedal” se refiere a las turberas o lugares donde se forma este tipo de carbón. Ocupan suelos ácidos que mantienen un grado constante de humedad, se encharcan y hacen crecer abundantes musgos, que al desarrollarse sin oxígeno forman la turba. El suelo se vuelve esponjoso y tiembla al pisarlo, de donde deriva “tremedal” cuyo vocablo da su apellido a Orihuela.
Varias vistas de Orihuela del Tremedal.
Seguimos después por una estrecha carretera que sube hasta el Santuario de la Virgen del Tremedal, destruido por los franceses durante la Guerra de la Independencia y reconstruido en 1880. Por el camino pasamos junto a más “ríos de piedra”, que se podían distinguir claramente al coronar el alto.
A 1.700 metros, contemplamos unas vistas espectaculares que abarcan un montón de kilómetros casi a la redonda, con Orihuela de Tremedal, la Sierra Menera, el Valle del Jiloca, el Cerro de San Ginés y la Sierra Palomera, además de los frondosos pinares de la Sierra del Tremedal y sus ríos de piedra.
Castillo de Peracense.
Continuamos por unas carreteras que a tramos mostraban planicies engañosas ya que siempre nos encontrábamos a más de 1.000 de altitud sobre el nivel del mar. En Pozondón pudimos distinguir la silueta de su curiosa Iglesia, que más que un templo parece una fortaleza por sus puntiagudas almenas..
Pozondón.
Allí gramos a la izquierda, en dirección a Ródenas, tomando la carretera TE-V9022, que no tiene un firme muy boyante, pero como íbamos solos y no llevábamos prisa tampoco supuso ningún problema ni para nosotros ni para nuestro vehículo. Los paisajes se volvieron todavía más solitarios. No quiero ni pensar el frío que debe hacer en pleno invierno, cuando estos campos rasos estén barridos por el viento y cubiertos por la escarcha. Ante tal panorama, no es extraño que gran parte de la provincia de Teruel esté despoblada: unas condiciones de vida realmente duras.
Llegamos a Ródenas, donde, siguiendo el navegador, giramos a la derecha por una carreterita que parecía no conducir a ninguna parte. La verdad es que estábamos un tanto mosqueados porque el aparatito señalaba nuestro destino a un kilómetro y no veíamos nada con forma de castillo, solo alguna piedras muy a lo lejos que intentábamos identificar sin éxito. A quinientos metros y nada… ¿Sería un castillo fantasma? De pronto, llegamos a una especie de badén y, en la bajada, nos topamos casi en las narices con una visión roja que no se me olvidará: ¡qué pedazo de castillo!
Si tuviera que dar un consejo, diría que es preferible llegar por Ródenas, no por Peracense, porque encontrarse con esa mole, así, de golpe, es todo un puntazo. A nosotros nos sorprendió, la verdad. Y visto lo visto, mejor por la tarde, para que la luz ilumine las mejores perspectivas. Después, es conveniente marcharse por Peracense para contemplar el castillo desde el pueblo, que tiene una perspectiva muy distinta, aunque también curiosa porque no se parecerá en nada a lo que habremos dejado atrás.
El folleto que nos dieron a la entrada dice que se trata de “una de las fortalezas españolas más espectaculares, que aprovecha la topografía del terreno para conformar un enclave defensivo casi inexpugnable”. Está situado a 1.365 metros de altura sobre el nivel del mar, en lo alto de un espolón rocoso de arenisca de color rojizo, el rodeno, material que también se utilizó para la construcción del castillo, con lo cual su integración en el paisaje es completa.
Este lugar ya estuvo habitado durante la Edad del Bronce, hace 3.300 años, y se han encontrado cerámicas de la época de dominación musulmana en los siglos X y XI. Sin embargo, las edificaciones más antiguas que se conservan datan del siglo XIII, cuando la importancia estratégica de esta región creció al ser frontera entre los reinos de Castilla y Aragón. El castillo se reformó en el siglo XIV, pero al contrario de lo que pasó con otros no se abandonó tras el reinado de los Reyes Católicos y la consiguiente unificación entre ambos reinos, sino que fue destinado a varios usos, convertido en cárcel y ocupado como cuartel militar liberal durante la I Guerra Carlista. El Gobierno de Aragón comenzó trabajos de excavaciones arqueológicas y de restauración en 1987 y actualmente se ha convertido en uno de los castillos aragoneses más bellos y mejor conservados.
La propiedad del castillo es municipal, su gestión y explotación la realiza una empresa mediante cesión. Se pueden hacer varias rutas senderistas en torno al castillo y también visitar su interior. La entrada cuesta 3 euros y los horarios varían según la época del año.
En las fotos se puede ver la completa integración entre roca y construcción.
Aunque los muros externos están restaurados y presentan una pinta imponente, el interior es en su mayor parte terreno diáfano y no contiene edificaciones ni nada parecido a estancias preparadas con muebles, pinturas y otros objetos (lo comento porque sé que es lo que busca mucha gente y se podrían llevar una decepción). Pese a ello, en mi opinión, merece la pena entrar para conocer la disposición de los diferentes recintos, moverse por ellos y contemplar las vistas desde las torres, que son realmente espectaculares.
Además, cuenta con una notable y amplia colección de artilugios militares medievales, algunos de gran tamaño y sumamente curiosos. Hay visitas guiadas incluidas con la entrada, pero los paneles informativos permiten ir por libre y enterarse de todo sin ningún problema.
Es posible subir a todas las torres, bajar a los sótanos y meterse por todos los rincones, lo cual me encantó. Además se accede a los antiguos aljibes y se pasa por unos espacios abovedados que recuerdan las cocinas, comedores, etc.
El panorama que se divisa desde las almenas, especialmente desde lo alto de la torre, es soberbio, tanto de Peracense y el valle del Jiloca como de las propias rocas rojizas de rodeno, que al erosionarse adquieren curiosas formas parecidas a setas gigantes recubiertas por capas verdosas que les otorga un aspecto entre mágico y sobrecogedor, peculiar en cualquier caso.
Por si no había tenido pocas vistas espectaculares desde las almenas y torres del castillo, al salir hice la ruta 1, que sube hasta el Mirador de los Panderones. Es un paseo muy cortito, de 480 metros ida y vuelta (un cuarto de hora en total) que llega al punto rocoso más alto, unas cuantas decenas de metros por encima del castillo, pero como la pendiente es suave, no requiere demasiado esfuerzo. Desde allá arriba el castillo luce impresionante.
El retorno lo hicimos por Peracense (desde donde el castillo presenta una imagen extraña y apenas parece una ruina sostenida en alto, muy lejos de anticipar lo que es en realidad), volvimos a pasar por Pozondón y continuamos por dos carreteras secundarias que vimos en el mapa del folleto que nos dieron en Albarracín y que, cruzando la serranía, nos ahorraron un montón de kilómetros, pues el navegador se empeñaba en llevarnos por una ruta que daba un rodeo enorme. Y es que las maquinitas no siempre tienen razón.
El castillo desde Peracense. Ya había poca luz.
Diversas vistas de los paisajes por los que circulamos de vuelta a Albarracín.
Diversas vistas de los paisajes por los que circulamos de vuelta a Albarracín.
Llegamos al Albarracín ya cayendo la tarde, pero esa parte corresponde al relato de la etapa anterior de este diario. Como resumen, solamente decir que cuando vayáis a visitar Albarracín, si es posible, reservad unas horitas, o incluso una jornada entera, para conocer al menos un poquito de su Serranía. Merece la pena.