Después del desayuno que Ira y su hermana de indescriptible nombre nos han dispensado, los cuatro nos vamos al albergue más grande de la ciudad, donde venden mapas de la zona por 150 rublos. Nikita’s HomeStead.
Kristen y Thibaut están pensado en alquilar bicicletas o en hacer algún treeking. En cualquier caso, nosotras no podemos seguir seguro su ritmo y queremos simplemente explorar la villa. Así, que nuestros caminos se separan por el momento.
M y yo caminamos una, dos y hasta tres veces por las mismas calles del pueblo. Intentamos localizar alguna cafetería y/o café internet que nos permita conectarnos ni que sea por momentos. Llevamos días sin dar noticias a la familia y aunque ya lo hemos avisado, yo esperaba también dedicar mi momento diario a actualizar el blog y/o buscar información.
Llegamos al destartalado puerto. No creo que las aún aguas heladas del Baikal, permitan faenar con este tiempo. Pero igualmente, si pudieran, se ve que muchas embarcaciones llevan años sin usarse. Es como una estampa muy soviética.
Acabamos rindiéndonos ante la evidencia de que todo está absolutamente cerrado hasta la temporada alta. Así que acabamos regresando a la casa de de Nikita a ver si allí podemos comer algo de comida caliente. El restaurante lo tienen cerrado, pero tienen una pequeña cantina en la que nos sirven una comida muy buena consistente en una sopa de pescado, un poco de arroz con vegetales y un trocito de pescado. En el bar coincidimos con Nicolás un francés que vive en la isla y además de fotógrafo es guía y una pareja de turistas francesas que llevan ya una semana descansando.
Hablamos un buen rato con ellos. Nicolás me recomienda hacer alguna excursión al norte, sur o incluso montar a caballo. Las francesas aprovechan cuando se va, para recomendarme la excursión hacia el norte y me instan a coger un conductor ruso, que resulta más barato ya que seguramente la experiencia resultante tampoco diferirá tanto de lo que me ofrecía Nicolás.
Volvemos cerca de las cinco de la tarde a nuestro hostal. Yo hoy si que no quiero dejar pasar la luz de la puesta de sol.
Salgo sola cámara en mano. Me llevo un termo de té caliente para hacer frente a la bajada de temperatura. Bajo primero a la playa. Los espacios en los que el agua no está helada dejan ver con claridad el fondo del lago. El agua es cristalina y de hecho, de un azul muy turquesa. Veo solo algún pez pequeñito, pero la mayor parte de fauna que puebla la playa, son gaviotas y cuervos que, con sus graznidos, son los únicos acompañantes en mi paseo. Me hundo en la arena por el peso de mi cuerpo, pero aún así es gustoso saber que no se trata de un camino marcado de antemano. Acabo regresando al hostal a por otro termo de té y a ponerme la ropa de invierno que había ya guardado en el fondo de mi mochila. Tengo la esperanza de poder leer mientras espero. Y la verdad es que lo hago pero acabo moviéndome cada pocos minutos por el frío. Para esta segunda parte de la espera he escogido la zona del desfiladero de Shamanka, uno de los lugares sagrados de toda Asia. Allí, en una de las rocas en el pasado se realizaban los rituales de los chamanes.
La caída del sol es absolutamente preciosa desde este punto y yo aprovecho para sacar tantas fotos como puedo. Cuando casi está a punto de oscurecer pongo rumbo de regreso al hostal.
A mi regreso, acabamos de contratar la excursión al norte para el día siguiente. Kristen y Thibeaut también la harán con nosotras.
Acabamos, como la noche anterior, charlando en la salita del hostal hasta pasada la media noche. De regreso a la habitación repaso las fotos hechas y escribo hasta bien entrada la madrugada. Son casi las tres de la mañana cuando me duermo. Seguro que mañana acuso el cansancio.