Hoy es el último día de la excursión. Al igual que ayer, tenemos un lento despertar y además cuando estamos a medio desayuno, nos dicen que debemos irnos. Nosotros ni si quiera reaccionamos, simplemente seguimos las instrucciones que nos han dado y nos quedamos todos con hambre.
El regreso hacía Ulan Bator pasa por ver una serie de formaciones rocosas. Hacemos dos paradas en unas montañas hechas a base de pequeñas láminas de roca superpuestas una sobre otras. Es un lugar sagrado para muchos mongoles. Lo atestiguan no sólo los billetes incrustados en muchas hendiduras de la montaña, sino también que hayan realizado pequeñas montañitas con piedra a imagen y semejanza de las mayores.
Emma nos advierte que no nos vayamos lejos. Ya conoce al grupo y que vamos enseguida que podemos al punto más alto o alejado en el que estemos. Como si irnos a la Conchinchina fuera a magnificar lo que de por sí ya es algo magnífico.
Hacemos dos paradas con la furgoneta. En dos puntos bien diferentes. En uno de ellos hay una cueva. Podemos entrar en ella y si quisiéramos agacharnos de bien seguro que cabríamos por la hendidura que hay al fondo. Pero el desánimo nos puede y no nos quedan ganas de hacerlo a ninguno, así que nos limitamos a quedarnos en la entrada y exigirles una foto más de grupo.
Saliendo de la formación rocosa, el paisaje que nos quedan son explanadas de colinas. Hoy el cielo es de un azul intenso, pero hay algunas grandes nubes que manchan nuestro techo. Proyectan sombras sobre las colinas que tiñen de negro lo que por momentos ha sido verde. Hacemos broma con el paisaje porque recuerda mucho al fondo de escritorios de Windows Xp.
Hemos vuelto a perdernos de nuevo y el conductor ha interceptado el paso de un motorista que viaja con un niño pegado a su espalda, para preguntar. Todos observamos en silencio la conversación. Es muy difícil adivinar por la inexpresiva cara del motorista si sabe la respuesta a lo que le preguntan. Pero en cierto momento, todos vemos como señala los bajos de nuestra furgoneta. El conductor baja dirigiéndose hacia dónde le señalan y enseguida nos abre la puerta para que bajemos todos. Hemos pinchado una de las ruedas traseras. La derecha para ser más exacto.
Ayudamos a descargar los fardos de la parte de atrás mientras vemos como el motorista se aleja de nosotros con su hijo. No sabemos cómo ayudar. Denis enseguida se hace con unos guantes, pero incapaz de comunicarse con el conductor, se queda a un lado, como el resto, a la espera de instrucciones.
El conductor libera de su escondrijo una de las ruedas de recambio que lleva. El óxido de los bajos le dificulta la labor, pero al final después de muchos golpes consigue su objetivo. Entretanto, la motocicleta regresa con un nuevo ocupante. En la mano, uno de ellos sostiene un gato de color rojo que ondea como si fuera una bandera. Es lo que le faltaba a nuestro conductor para acabar el trabajo.
La estampa acaba siendo absolutamente hilarante. Un señor por los suelos de una furgoneta levantando una mole de vehículo, mientras un público de casi 10 personas le observa en la labor. Refresco lo que me enseñó Ángel, mi profesor de autoescuela, justo antes de salir de viaje sobre cómo cambiar una rueda. Lo necesito, porque a mi regreso he de volver a presentarme al examen del carnet de conducir.
Casi 60 minutos después de bajar del vehículo, está la nueva rueda instalada. Acabada la labor, las mujeres recogemos las herramientas en la bolsa que las contenían, pero una vez cargados de nuevo los fardos, el conductor vuelve a vaciarla. Busca algo y yo creo saber lo que es. No digo nada pero voy a la parte de atrás de la furgoneta y levanto una pieza de madera del maletero. Sé que siempre refuerza el cierre de la furgoneta con dos piezas pequeñas de metal que clava entre la puerta y el chasis. Sirve para cerrar la puerta más herméticamente y evitar que entre más arena de la necesaria en la parte de atrás de la furgoneta. Cuando consigo encontrar a tientas una de las piezas y se la muestro al conductor, me sonríe de oreja a oreja y me levanta el dedo pulgar. Emma me mira extrañada de que supiera lo que buscaba y yo me señalo al ojo y a mi cabeza, queriéndole decir: "me he fijado en lo que hacía y lo he recordado". Rescato la segunda pieza del fondo del maletero y el conductor vuelve a levantar su dedo pulgar gritándome "okeyyyyyyy".
Retornado el gato a sus propietarios, éstos han regresado por dónde han venido y nosotros hemos subido todos de nuevo a la furgoneta, dispuestos a seguir nuestro camino.
Poco queda para llegar a Ulan-Bator. La cuneta está llena de pequeños montones de nieve. Ya nos habían advertido que hace unos días había nevado en la ciudad y lo que vemos es el testigo de lo que pasó. Denis está muy emocionado y reza porque a la llegada a la ciudad vuelva a nevar. Dice que saldría a jugar con la nieve porque para él no es algo habitual.
Las montañas que atravesamos tienen sus cimas blancas por la nieve. Cuando pasamos manadas de vacas hacemos broma porque parece que estemos en Suiza y no en Mongolia.
Volvemos a pisar carretera asfaltada, pero el mal estado de la misma, hace que el conductor acabe por salir de ella y conducir en paralelo. Ya hace tiempo que creemos que no se siente cómodo en asfaltos. Lo ha demostrado cada vez que hemos pisado un pueblo o ciudad con tráfico más reglado, se le ve incómodo hasta con los semáforos y si se descuida se podría haber llevado a más de un ciclista en ellos. Nos confirma lo que pensamos el hecho de que, antes de llegar a Ulan Bator, cambiemos de conductor, tal y como lo hicimos a la salida.
Llegamos al hostal cansados y con ganas de una ducha. Hemos quedado para ir a cenar con el grupo. Ran y Kim, que no se hospedan en el hostal, tienen la paciencia de esperar a que Denis, M y yo nos duchemos e instalemos en las nuevas habitaciones asignadas. Entre tiempo contratan una excursión al parque Terelj para el día siguiente.
Cuando bajamos las escaleras oliendo ya a rosas, nos cruzamos con 4 españoles que acaban de llegar. El "hello" con h aspirada me ha dado pié a preguntarles . Denis nos quiere llevar a comer comida mongola a un sitio baratísimo que conoce. Está cerca del centro comercial de la ciudad y lleva días diciéndonos que a la llegada, nos tocará el piano en la quinta planta del centro. Así que en cuanto acabamos la cena, nos dirigimos directos a hacer cumplir la promesa a Denis.
Delante del piano, Denis tiene un amago de tirarse atrás, pero al final se sienta y levanta la tapa. El piano está desafinado. Hasta yo que tengo el oído musical de un mono, puedo reconocerlo. Pero aún así nos toca en honor a las coreanas "Nobody, but you" de las Wonder Girls y seguido Linkin Park porque sabe que nos gustan a todas. Además de nosotras, tiene algunos oyentes que aplauden su actuación cuando acaba, aunque él no se queda para recibir su reconocimiento. Cuando acaba, un poco avergonzado (aunque no tiene por qué), cierra la tapa del piano y hemos de seguirle rápidamente en fila india hacía la salida del recinto.
Volvemos al hostal. Allí, espera el padre de Kim para llevarla a ella y a Ran a casa.
Nos despedimos de ellas con gran tristeza, pero al final conseguimos arrancarles una sonrisa porque Denis, M y yo le hemos dicho "Oñáaaaa" despidiéndonos con la mano (Nota: Oñáaaaaa era lo que decían siempre para saludar a todo el mundo). La dueña del hostal que es de origen coreano se ha reído también de nuestra ocurrencia, así que mientras se cerraban las puertas del hostal detrás de las coreanas, seguro que aún nos oían.
Esta noche dormimos como reinas en unos colchones como Dios manda. No tenemos fuerza para nada más que permanecer en posición horizontal.
El regreso hacía Ulan Bator pasa por ver una serie de formaciones rocosas. Hacemos dos paradas en unas montañas hechas a base de pequeñas láminas de roca superpuestas una sobre otras. Es un lugar sagrado para muchos mongoles. Lo atestiguan no sólo los billetes incrustados en muchas hendiduras de la montaña, sino también que hayan realizado pequeñas montañitas con piedra a imagen y semejanza de las mayores.
Emma nos advierte que no nos vayamos lejos. Ya conoce al grupo y que vamos enseguida que podemos al punto más alto o alejado en el que estemos. Como si irnos a la Conchinchina fuera a magnificar lo que de por sí ya es algo magnífico.
Hacemos dos paradas con la furgoneta. En dos puntos bien diferentes. En uno de ellos hay una cueva. Podemos entrar en ella y si quisiéramos agacharnos de bien seguro que cabríamos por la hendidura que hay al fondo. Pero el desánimo nos puede y no nos quedan ganas de hacerlo a ninguno, así que nos limitamos a quedarnos en la entrada y exigirles una foto más de grupo.
Saliendo de la formación rocosa, el paisaje que nos quedan son explanadas de colinas. Hoy el cielo es de un azul intenso, pero hay algunas grandes nubes que manchan nuestro techo. Proyectan sombras sobre las colinas que tiñen de negro lo que por momentos ha sido verde. Hacemos broma con el paisaje porque recuerda mucho al fondo de escritorios de Windows Xp.
Hemos vuelto a perdernos de nuevo y el conductor ha interceptado el paso de un motorista que viaja con un niño pegado a su espalda, para preguntar. Todos observamos en silencio la conversación. Es muy difícil adivinar por la inexpresiva cara del motorista si sabe la respuesta a lo que le preguntan. Pero en cierto momento, todos vemos como señala los bajos de nuestra furgoneta. El conductor baja dirigiéndose hacia dónde le señalan y enseguida nos abre la puerta para que bajemos todos. Hemos pinchado una de las ruedas traseras. La derecha para ser más exacto.
Ayudamos a descargar los fardos de la parte de atrás mientras vemos como el motorista se aleja de nosotros con su hijo. No sabemos cómo ayudar. Denis enseguida se hace con unos guantes, pero incapaz de comunicarse con el conductor, se queda a un lado, como el resto, a la espera de instrucciones.
El conductor libera de su escondrijo una de las ruedas de recambio que lleva. El óxido de los bajos le dificulta la labor, pero al final después de muchos golpes consigue su objetivo. Entretanto, la motocicleta regresa con un nuevo ocupante. En la mano, uno de ellos sostiene un gato de color rojo que ondea como si fuera una bandera. Es lo que le faltaba a nuestro conductor para acabar el trabajo.
La estampa acaba siendo absolutamente hilarante. Un señor por los suelos de una furgoneta levantando una mole de vehículo, mientras un público de casi 10 personas le observa en la labor. Refresco lo que me enseñó Ángel, mi profesor de autoescuela, justo antes de salir de viaje sobre cómo cambiar una rueda. Lo necesito, porque a mi regreso he de volver a presentarme al examen del carnet de conducir.
Casi 60 minutos después de bajar del vehículo, está la nueva rueda instalada. Acabada la labor, las mujeres recogemos las herramientas en la bolsa que las contenían, pero una vez cargados de nuevo los fardos, el conductor vuelve a vaciarla. Busca algo y yo creo saber lo que es. No digo nada pero voy a la parte de atrás de la furgoneta y levanto una pieza de madera del maletero. Sé que siempre refuerza el cierre de la furgoneta con dos piezas pequeñas de metal que clava entre la puerta y el chasis. Sirve para cerrar la puerta más herméticamente y evitar que entre más arena de la necesaria en la parte de atrás de la furgoneta. Cuando consigo encontrar a tientas una de las piezas y se la muestro al conductor, me sonríe de oreja a oreja y me levanta el dedo pulgar. Emma me mira extrañada de que supiera lo que buscaba y yo me señalo al ojo y a mi cabeza, queriéndole decir: "me he fijado en lo que hacía y lo he recordado". Rescato la segunda pieza del fondo del maletero y el conductor vuelve a levantar su dedo pulgar gritándome "okeyyyyyyy".
Retornado el gato a sus propietarios, éstos han regresado por dónde han venido y nosotros hemos subido todos de nuevo a la furgoneta, dispuestos a seguir nuestro camino.
Poco queda para llegar a Ulan-Bator. La cuneta está llena de pequeños montones de nieve. Ya nos habían advertido que hace unos días había nevado en la ciudad y lo que vemos es el testigo de lo que pasó. Denis está muy emocionado y reza porque a la llegada a la ciudad vuelva a nevar. Dice que saldría a jugar con la nieve porque para él no es algo habitual.
Las montañas que atravesamos tienen sus cimas blancas por la nieve. Cuando pasamos manadas de vacas hacemos broma porque parece que estemos en Suiza y no en Mongolia.
Volvemos a pisar carretera asfaltada, pero el mal estado de la misma, hace que el conductor acabe por salir de ella y conducir en paralelo. Ya hace tiempo que creemos que no se siente cómodo en asfaltos. Lo ha demostrado cada vez que hemos pisado un pueblo o ciudad con tráfico más reglado, se le ve incómodo hasta con los semáforos y si se descuida se podría haber llevado a más de un ciclista en ellos. Nos confirma lo que pensamos el hecho de que, antes de llegar a Ulan Bator, cambiemos de conductor, tal y como lo hicimos a la salida.
Llegamos al hostal cansados y con ganas de una ducha. Hemos quedado para ir a cenar con el grupo. Ran y Kim, que no se hospedan en el hostal, tienen la paciencia de esperar a que Denis, M y yo nos duchemos e instalemos en las nuevas habitaciones asignadas. Entre tiempo contratan una excursión al parque Terelj para el día siguiente.
Cuando bajamos las escaleras oliendo ya a rosas, nos cruzamos con 4 españoles que acaban de llegar. El "hello" con h aspirada me ha dado pié a preguntarles . Denis nos quiere llevar a comer comida mongola a un sitio baratísimo que conoce. Está cerca del centro comercial de la ciudad y lleva días diciéndonos que a la llegada, nos tocará el piano en la quinta planta del centro. Así que en cuanto acabamos la cena, nos dirigimos directos a hacer cumplir la promesa a Denis.
Delante del piano, Denis tiene un amago de tirarse atrás, pero al final se sienta y levanta la tapa. El piano está desafinado. Hasta yo que tengo el oído musical de un mono, puedo reconocerlo. Pero aún así nos toca en honor a las coreanas "Nobody, but you" de las Wonder Girls y seguido Linkin Park porque sabe que nos gustan a todas. Además de nosotras, tiene algunos oyentes que aplauden su actuación cuando acaba, aunque él no se queda para recibir su reconocimiento. Cuando acaba, un poco avergonzado (aunque no tiene por qué), cierra la tapa del piano y hemos de seguirle rápidamente en fila india hacía la salida del recinto.
Volvemos al hostal. Allí, espera el padre de Kim para llevarla a ella y a Ran a casa.
Nos despedimos de ellas con gran tristeza, pero al final conseguimos arrancarles una sonrisa porque Denis, M y yo le hemos dicho "Oñáaaaa" despidiéndonos con la mano (Nota: Oñáaaaaa era lo que decían siempre para saludar a todo el mundo). La dueña del hostal que es de origen coreano se ha reído también de nuestra ocurrencia, así que mientras se cerraban las puertas del hostal detrás de las coreanas, seguro que aún nos oían.
Esta noche dormimos como reinas en unos colchones como Dios manda. No tenemos fuerza para nada más que permanecer en posición horizontal.