Hoy es festivo en Ulan Bator. Es el día de la infancia. Para nosotras será también el último día en la capital de Mongolia. No hemos planificado mucho para hoy más que hacer las maletas, ir a revelar algunas fotos para dejar al conductor y guías de nuestro viaje y gastar nuestros últimos billetes en la ciudad.
Me he levantado pronto. El sol sale a las 5 y entra mucha luz en nuestra habitación. De todas maneras en la habitación de al lado salen de viaje, y hay mucho movimiento en el hostal. Mientras desayuno, converso con un italiano que habla un buen español y viaja con su padre y un amigo. Su padre está casi ciego y tiene 63 años, el amigo del padre 73! ¡Menudos dos valientes están hechos! Una chica inglesa de Liverpool, nos comenta que es extraño viajar con los padres y más que coincidamos dos personas que lo hacen, en el mismo momento y lugar. Tanto él italiano como yo nos sonreímos y decimos al unísono “La fa-mi-lia…Italianos…Españoles…the same!” Ella está haciendo la vuelta al mundo y viajará por más de un año. Cogerá nuestro mismo tren mañana así que quizás coincidamos en el mismo vagón.
M hace su entrada al poco y se une a nosotros. Me dice que los españoles se marchan ya, así que dejo mi desayuno a medias para ir a charlar con ellos. Estoy con ellos hasta que se van, la mitad de ellos de excursión y la otra mitad con Buggi hacia el aeropuerto, su próximo destino: Beijing.
En cuanto se van los excursionistas el hostal vuelve a quedarse vacío, casi fantasmagórico. M y yo salimos del hostal a revelar las fotos para algunos de nuestros compañeros de viaje.
La calle está a rebosar de niños ataviados en sus trajecitos de gala. Ellas llevan pequeños zapatitos con tacones diminutos en algunos casos, y la mayoría van engalanadas con vestidos de tul de colores rosa o blanco. Son como pequeñas princesitas.
En muchos rincones de la ciudad se ven tiendecitas con paquetes de gominolas y juguetes que los padres compran para sus hijos.
Delante del centro comercial, un stand de colgate tiene a un dentista examinando las bocas de los más pequeños. Es con diferencia, dónde hay más cola. Al fondo, en lo alto de un escenario, un grupo de cantantes infantiles ameniza a un pequeño grupo de padres e hijos.
Vamos a revelar algunas de las fotos y a comprar algunos noodles para el viaje en tren. Nos queda poco dinero, pero es justo para comer.
Paseamos un rato por el centro urbano. Está todo lleno de niños con globos de todos los colores y sus padres están tan engalanados como ellos. Es divertido ver a los más pequeños constantemente riendo y emocionados por lo que es un día pensado especialmente para ellos.
Volvemos al centro comercial a tiempo para ver cómo están cantando el Baile de los pajaritos. Me dan ganas de ponerme a bailarla con ellos, pero me contengo y no lo hago . Lo que sí hago es caminar mientras canto la canción por lo bajini por unos buenos minutos.
Comemos abundantemente en el restaurante al que nos llevó Denis después del viaje. Lo hacemos a una hora temprana porque yo tengo un hambre voraz, pero también porque prevemos una gran masificación de familias en los restaurantes a la hora de comer.
Regresamos al hostal que sigue casi tan vacío como esta mañana. Hemos pasado antes por el super a gastar, ahora sí, los últimos billetes. Un cartel enorme advierte que el día 1 de cada mes está prohibido la venta de bebidas alcohólicas y el super mercado parece casi vacío porque han retirado parte de sus productos por ese motivo.
Volvemos al hostal a relajarnos. Yo me dedico básicamente a escribir, aunque también leo un rato y acabo de hacer mi maleta.
Me he levantado pronto. El sol sale a las 5 y entra mucha luz en nuestra habitación. De todas maneras en la habitación de al lado salen de viaje, y hay mucho movimiento en el hostal. Mientras desayuno, converso con un italiano que habla un buen español y viaja con su padre y un amigo. Su padre está casi ciego y tiene 63 años, el amigo del padre 73! ¡Menudos dos valientes están hechos! Una chica inglesa de Liverpool, nos comenta que es extraño viajar con los padres y más que coincidamos dos personas que lo hacen, en el mismo momento y lugar. Tanto él italiano como yo nos sonreímos y decimos al unísono “La fa-mi-lia…Italianos…Españoles…the same!” Ella está haciendo la vuelta al mundo y viajará por más de un año. Cogerá nuestro mismo tren mañana así que quizás coincidamos en el mismo vagón.
M hace su entrada al poco y se une a nosotros. Me dice que los españoles se marchan ya, así que dejo mi desayuno a medias para ir a charlar con ellos. Estoy con ellos hasta que se van, la mitad de ellos de excursión y la otra mitad con Buggi hacia el aeropuerto, su próximo destino: Beijing.
En cuanto se van los excursionistas el hostal vuelve a quedarse vacío, casi fantasmagórico. M y yo salimos del hostal a revelar las fotos para algunos de nuestros compañeros de viaje.
La calle está a rebosar de niños ataviados en sus trajecitos de gala. Ellas llevan pequeños zapatitos con tacones diminutos en algunos casos, y la mayoría van engalanadas con vestidos de tul de colores rosa o blanco. Son como pequeñas princesitas.
En muchos rincones de la ciudad se ven tiendecitas con paquetes de gominolas y juguetes que los padres compran para sus hijos.
Delante del centro comercial, un stand de colgate tiene a un dentista examinando las bocas de los más pequeños. Es con diferencia, dónde hay más cola. Al fondo, en lo alto de un escenario, un grupo de cantantes infantiles ameniza a un pequeño grupo de padres e hijos.
Vamos a revelar algunas de las fotos y a comprar algunos noodles para el viaje en tren. Nos queda poco dinero, pero es justo para comer.
Paseamos un rato por el centro urbano. Está todo lleno de niños con globos de todos los colores y sus padres están tan engalanados como ellos. Es divertido ver a los más pequeños constantemente riendo y emocionados por lo que es un día pensado especialmente para ellos.
Volvemos al centro comercial a tiempo para ver cómo están cantando el Baile de los pajaritos. Me dan ganas de ponerme a bailarla con ellos, pero me contengo y no lo hago . Lo que sí hago es caminar mientras canto la canción por lo bajini por unos buenos minutos.
Comemos abundantemente en el restaurante al que nos llevó Denis después del viaje. Lo hacemos a una hora temprana porque yo tengo un hambre voraz, pero también porque prevemos una gran masificación de familias en los restaurantes a la hora de comer.
Regresamos al hostal que sigue casi tan vacío como esta mañana. Hemos pasado antes por el super a gastar, ahora sí, los últimos billetes. Un cartel enorme advierte que el día 1 de cada mes está prohibido la venta de bebidas alcohólicas y el super mercado parece casi vacío porque han retirado parte de sus productos por ese motivo.
Volvemos al hostal a relajarnos. Yo me dedico básicamente a escribir, aunque también leo un rato y acabo de hacer mi maleta.