-- Eran las 07:30 a.m y esta vez dejamos sonar el despertador. Curiosamente sólo ha "trabajado" los días que pernoctamos en hotel, ¿será por el hecho de tener que amortizar lo pagado y la utilización de las instalaciones para el aseo? En efecto, intercalar el sueño en el coche con una buena cama, fue una buena opción.
-- Habiendo preparado ya el 90% del equipaje antes de irnos a dormir, pudimos desayunar tranquilamente en el salón comedor del hotel. Un desayuno siguiendo la misma dinámica que en el resto de alojamientos, mermeladas, mantequillas, zumos, leche, tostadas, galletas, etc; ¡¡pero nunca cola cao, nesquik o derivados del cacao en polvo!! Pude sobrevivir a ello con un poco de azúcar moreno.
-- Al finalizar el desayuno tomamos los mandos de nuestro Ford Escape y comenzamos a recorrer
Snaefells a la inversa, del Sur, Oeste, Norte y Este, viendo de pasada los pueblos de
Rif y Olasvik. Ambos pueblos aparentemente muy acogedores y con actividad pesquera, sobre todo
Olasvik.
-- Durante el trayecto, la llovizna comenzó a hacerse notar, además de las densas nubes que parecían que no nos acompañarían en nuestra vuelta a
Snaefells. Por última vez dejaríamos atrás los campos de lava, originados por
Snaefellsjoküll, eran sus criaturas de magma, sus creaciones. Antes del paso por Rif, un entero arcoíris nos brindó el último fenómeno atmosférico agradable para nuestras retinas.
-- De camino pudimos reconocer la enorme
antena de comunicaciones instalada por los americanos durante la Guerra Fría, una antena de unos 44 metros de altura, asegurada por 20 cabos con pesados bloques de hormigón.
-- Al paso de
Olasvik, observamos un pueblo bastante atractivo, con su puerto, un pequeño aeropuerto (no tenía pinta de ser de vuelos comerciales), y nos llamó la atención una señal de aviso que nunca habíamos visto, en la que se avisaba del
peligro del cruce de aves con el vuelo bajo por la carretera. Y efectivamente, parecían aves suicidas, venían de un lado y de otro y estaban a punto de estrellarse con el parabrisas del vehículo.
-- Pasado este punto de peligro, y ya recorrida casi la totalidad de la península, el sol salía entre las nubes, pero la llovizna seguía cayendo. Tomado el camino a
Reikjavik, habiendo pasado por la carretera 54 creo recordar, de gravilla y dejado el coche bastante sucio, ya nos fuimos dejando atrás esos paisajes volcánicos para dar paso a nuevamente a unas vistas más europeas, sin actividad volcánica (aunque siempre presente, esta vez en menor medida); con diseminados campos de flores de algodón, muy bonitas, y muchísimos caballos islandeses -junto con las ovejas forman parte de la población-.
-- A la llegada a
Borganes, primera parte del camino, paramos en la
estación de servicio N1, y aprovechamos para ir al baño y tomar un tentempié en el coche, todavía hacia bastante viento y era molesto estar fuera. La
temperatura ya rozaba los 11 grados.
--
Borganes ya se veía una localidad más "civilizada", no tan apartada y salvaje; nos estábamos acercando a la capital. Tenía bonitas vistas, había incluso alguna pequeña cascada en un pequeño río, sobre el que algún lugareño aprovechó el soleado día para pescar.
-- Una vez dejado
Borganes atrás, llegamos a la capital, el día se mantenía despejado y soleado parcialmente y la temperatura ya se situaba en los 14 grados. Era el momento de vistar
Reikjavik. Entregamos el equipamiento de camping en la
calle Klapástigur, 16 de Reikjavik (totalmente recomendable contratar con ellos el material de camping) y dejamos el housemóvil aparcado para comenzar el tour.
-- Primera vista, como no,
la catedral, custodiada por el famoso
vikingo Eric El Rojo. La entrada era gratuita, y si el exterior impresiona por su arquitectura ( no podría caracterizarla técnicamente porque lo desconozco), el interior aún más, con sus paralelas columnas y su gran órgano compuesto por al menos un centenar de tubos metálicos.
-- Decidimos
subir a lo más alto de ella, para lo que había que comprar un ticket que
costaba 700 ISK por persona. Y de ahí tomamos el ascensor que hay en la misma entrada, hasta la
8a planta. Nadie controló si llevábamos ticket o no, se fían de la honestidad de los visitantes (en España supongo que habría un vigilante de seguridad en la puerta del ascensor).
-- Desde arriba se disfrutaba de una vista de pájaro a toda la ciudad, había pequeños cajones para asomarse a los huecos distribuidos en todo el perímetro de la torre.
-- La siguiente vista era la
famosa estructura metálica de un barco vikingo, pero antes caminaríamos de un lado a otro la arteria principal de
Reikjavik, la calle Laugavegur, llena de comercios y oferta gastronómica variada. Al ser domingo no había mucha congregación de gente, aunque se respiraba turismo.
-- Antes de la visita al barco, fuimos a comernos cerca del puerto un hot dog en el puesto con más tirada de la ciudad, había cola cuando fuimos a pedir, seguía habiéndola cuando nos fuimos, y la habría más tarde cuando volviéramos a pasar por allí. Tras el almuerzo nos tropezamos sin querer con un mercado local frente al acceso al puerto, un mercado dentro de un recinto en el que se palpaba la picardía de los vendedores, incluso podía haber cierta sensación de inseguridad por la presencia de algún carterista (acostumbrados a España en cualquier mercado, comercio o calle comercial, te hacía prevenir algo que difícilmente ocurriría en
Islandia).
-- En el mercado había desde productos típicos de su gastronomía, como el bacalao en sus distintas formas, hasta carne de caballo envasada al vacío; además de productos que uno encuentra en mercadillos ambulantes.
-- Al salir del mercado, nos dirigimos a
esqueleto metálico del barco, bonita escultura de fino metal, ubicada frente al mar en la que una puesta de sol reflejando en cada una de sus láminas, debe ser una preciosa estampa; aunque de por sí ya es un bonito reclamo, pues
simboliza la era de los vikingos en Islandia.
-- En el paseo por la ciudad vimos como en una de las calles principales estaban haciendo obras, y resulta que estaban instalando el sistema de calefacción en la acera.
-- Aprovechando sus recursos geotérmicos. Con ello en el crudo invierno islandés calientan las aceras para que la nieve se derrita y no se forme hielo, increíble pero cierto, suelo radiante en la vía púbica.
-- Con el estómago ya reclamando alimentos, fuimos en busca de un
restaurante que en la fachada tenía
el rótulo de fish and chips. Y al entrar nos sorprendió la estética interior, elegante, minimalista; teniendo en cuenta que el rótulo exterior ( que estaba un una fachada contigua) hacía pensar que sería un restaurante batallero. No era nada del otro mundo, 2 trozos de pescado rebozado y patatas fritas congeladas, 1980 ISK (unos 12 euros), con su correspondiente Viking beer ( creo que ya lo mencioné, pero es producto nacional, hecha en Akureyri) para no perder la costumbre.
-- Pero al mirar de nuevo la pizarra con la oferta gastronómica, no pudimos resistir a pedir un "oven baked salmon" (salmón horneado al horno, valga la redundancia). Fue un delicioso filete de salmón muy bien aderezado, con el que ya quedamos satisfechos.
-- Pero ahí no terminaba la cosa, el objetivo era terminar en una crepería que teníamos localizada en un desvío de la calle
Laugavegur, para comernos una crepe de chocolate.
-- Antes caminamos un poco para hacer más hueco en el estómago, y nos sentamos en frente a un lago en el que había gran cantidad de patos comiendo las migas de pan que los turistas y locales le echaban. Lo gracioso de todo es que unas agresivas gaviotas se hacían pasar por patos en el lago para poder pillar algo que ingerir. Había persecuciones a los patos, tentativas de agresión y violentos robos de comida. ¡Qué gaviotas más malas!
-- Ahora ya sí que tocaba el postre, y sin dudarlo allí fuimos, pedimos y con
dos simpáticos dibujos de chocolate en la cara exterior del
crepe (dos corazones y el símbolo de la paz), quedamos totalmente satisfechos, eso sí, las
750 ISK por crepe ahí quedaron (5euros por crepe, creo que fue de los precios más españoles).
-- Habiendo visitado la ciudad y recargado las energías, no nos quedaba otra cosa, siendo las 19:30 p.m, que ir pensando en la vuelta a casa, y recogimos el coche, fuimos a repostar antes de tomar rumbo a
Keflavik y
40 minutos de camino nos esperaban. A la llegada a
Keflavik como todavía teníamos tiempo, dimos una vuelta por la zona de entrega del coche de alquiler y vimos que frente a la
estación de servicio N1 que había, se podía
limpiar el coche. ¡¡¡Y gratis!!! Disponen de unas mangueras conectadas a la toma de agua de la vía pública, y hay enganchado un cepillo con un palo; solamente tienes que abrir la llave de paso y a limpiar el coche.
-- En Islandia se ve que las empresas lavacoches no tendrían mucho futuro. El agua abunda.
-- Al lavar el coche, como aún nos sobraba algo de tiempo, fuimos a visitar en las proximidades del
museo naval de Keflavik, dos viviendas que
datan del año 1855, con sus tejados cubiertos de hierba; propiedad de unos pescadores. Estas viviendas fueron ocupadas por 3 parejas y sus familias (, siendo abandonadas durante 30 años, y tras su tercera ocupación también fueron
abandonadas en el 1924, hasta que en el año 1993 fueron abiertas al público tras su restauración y conservación como en la época.
-- Entregado el coche en el rent a car, nos dejaron en el aeropuerto y ya comenzaba nuestro viaje de vuelta a la realidad. Dos vuelos de 3 horas 2 minutos (Keflavik- Tegel Berlín) y 2 horas 45 minutos (Tegel Berlín - Mallorca) nos aguardaban hasta nuestra llegada a las 11:55 horas, desde las 21:30 que estuvimos en el aeropuerto, la noche sería larga a pesar de las 2 horas que adelantáramos el reloj a la llegada a Alemania.
Eso ha sido todo, espero que os sirva de algo esta información, tal y como a mi me siriveron experiencias de otros viajeros.