Para ir a
Fougères desde Rennes hay un práctico
autobús que se coge al lado de la estación de tren. Cada trayecto cuesta 5€.
En aproximadamente 1 hora de carretera, el autobús de la línea 509 nos deja frente al
castillo.
La entrada cuesta 10€, no se puede comprar online, sólo en taquilla.
Incluye audioguía en castellano y además en verano, a ciertas horas hay una pequeña introducción en inglés donde un guía nos cuenta el orígen, historia y usos del castillo.
El
château de Fougères es una gran fortaleza que aún conserva sus muros y prácticamente todas sus torres.
Se construyó en el siglo XI cuando Bretaña era un ducado, y encontrándose muy cerca de la frontera con Normandía, que pertenecía a la corona británica, y con Anjou y Maine, territorios de la corona francesa, fue construido por el señor feudal del lugar para defenderse de invasiones.
El castillo sufrió varios ataques y por tanto, varias obras de reparación y mejora, construyendo las torres circulares, por ejemplo.
De la residencia señorial, reformada en el siglo XIV y que incluía un magnífico salón y una capilla, ya solo quedan ruinas.
Cuando el ducado de Bretaña entró a formar parte de la corona francesa, desapareció la necesidad defensiva y por tanto, el castillo perdió importancia. Las piedras de la residencia se usaron para construir viviendas.
La visita con la audioguía es super amena, permite entrar a prácticamente todas las torres. En su interior a menudo hay murales expositivos o audiovisuales.
También recorremos parte de las murallas, con unas bonitas vistas al pueblo y a las colinas que lo rodean.
Hemos estado un par de horas y se ha hecho la hora de comer.
Enfrente al castillo se encuentran varios restaurantes turísticos.
Elegimos uno al azar.
La Maison du Sarrasin se especializa en galettes y crêpes bretonas.

A grandes rasgos, hemos detectado varias diferencias entre las
galettes y las
crêpes:
Las
galettes son saladas,se hacen con harina de trigo sarraceno (más oscuro que el trigo normal y naturalmente sin gluten) y se doblan de forma cuadrada.
Las
crêpes acostumbran a ser dulces y estar dobladas de forma triangular.
Elegimos el menú tradicional que incluye un primero de galette y un postre de crêpe dulce y sidra bretona (se nos parece más a la asturiana que a la inglesa). Todo delicioso.
Por la tarde, cuando despeja, visitamos el pueblo.
El pueblo de Fougères se divide entre la
parte baja, cercana al castillo, consistente en unos cuantos callejones empedrados, una solitaria iglesia y casas medievales, y la
parte alta, mucho más grande, que es el centro urbano.
Un trenecito turístico conecta las dos partes, pero se puede hacer andando en unos veinte minutos.
En la parte baja destaca la
Place du Marchix con sus casas con las vigas de madera a vista,
y el canal que hay detrás, con un lavadero tradicional de los de antaño.
Vemos una señal de un mirador y nos metemos monte arriba. La verdad es que las vistas son las mismas que hay desde cualquier torre del castillo.
Accedemos a la parte alta por un cuidado jardín. Arriba destaca la iglesia gótica de
Saint Leonard
Por un módico precio se puede subir al campanario. Las vistas son bien bonitas, pero desde el jardín de abajo también se tienen vistas similares. Las personas con aprensión a las alturas como yo, quizás no disfruten mucho del lugar.
Damos alguna vuelta por las tranquilas calles de Fouguères y a las cuatro y media tomamos el autobús de regreso a Rennes.
Una vez en Rennes damos un tranquilo paseo, aquí abundan los restaurantes con terracita para cenar.
Hoy teníamos previsto visitar el castillo de Vitré, pero a último momento nos hemos decidido por acercarnos a
Dinan, que también tiene un interesante castillo, y además, el pueblo es precioso.
Para llegar, desde la misma estación de autobuses de Rennes tomamos el
autobús 507 y en una hora y cuarto y por 5€ por persona estamos en la entrada de Dinan.
Al igual que Fougères también se divide en dos partes, la
zona alta es el centro, y la
zona baja es la orilla del río Rance, con restaurantes turísticos.
En este caso el
castillo está en la zona alta. La entrada cuesta 8€ y no se puede comprar online, sólo en taquilla.
Antes de entrar, pasamos por la oficina de información turística y compramos un mapa por 2€.
La señora que nos atiende nos recomienda las mejores rutas para explorar el pueblo. En concreto, nos dirá un atajo para no tener que deshacer la empinada calle Jerzual.

Os lo cuento más adelante.
El orígen del
Château de Dinan es del siglo XIV, construido por el duque de Bretaña para imponerse a un pueblo que le era hostil.
La torre principal es la residencia ducal, que incluye las cocinas, la sala de recepciones, el dormitorio, una capilla, y otras estancias para la vida diaria.
Los espacios cuentan con elementos decorativos para hacerse mejor la idea del uso de cada sala y con paneles informativos.
Además también se puede visitar la torre defensiva, y el pasillo creado entre la muralla, que las une.
La visita es algo más corta que la del castillo de Fougères porque sus dimensiones son menores.
Posteriormente paseamos por las preciosas calles medievales del centro con sus casas con entramados de madera. Son especialmente chulas la rue de la Cordonnerie y la place des Merciers.
La
basílica de Saint Sauveur es una joya porque es de las pocas iglesias que veremos que aún conserva buena parte de su estructura románica.
En el centro también se encuentra la
Torre del Reloj. Es un campanario secular del siglo XV.
Se puede subir a la cima por 4€, pero mi aprensión a las alturas me previene de hacerlo.
Comemos en un restaurante típico,
La Lycorne.
Hemos notado que en el norte de Francia son típicos los
mejillones al vapor con patatas fritas, así que nos pedimos una ración acompañada de un vino francés.
Para merendar, mientras bajamos la larguísima calle Jerzual (en realidad son varias calles, porque van cambiando el nombre) degustamos otra especialidad regional, un dulce llamado
kouign-amann. Es como un rollo de canela con textura de palmera. ¡Delicioso!
La calle que bajamos nos llevará al puerto, a la orilla del río Rance.
Son 500 metros con una pendiente importante. Las fachadas medievales tienen mucho encanto, con sus flores en los balcones.

Los bajos de las casas son cafeterías o tiendas de artesanos.
Una vez en el puerto, destaca por un lado el
vieux pont, de piedra y robusto, y por otro lado, el esbelto y altísimo viaducto.
Todo el paseo fluvial son restaurantes, bares y terracitas. Se puede dar una vuelta por el río con excursiones en barco.

¡Ahora el truco de la amable señora de la oficina de turismo!
En vez de deshacer la infame cuesta de la rue du Jerzual, desde debajo del viaducto seguimos un senderito por entre la vegetación que nos lleva a los pies de la
Tour du Sainte Catherine, una de las torres de la muralla medieval.
Desde aquí las vistas son geniales.
Son casi las seis de la tarde y nos da la impresión que ya hemos visto prácticamente todo. Retrocedemos, cruzando nuevamente el casco antiguo, hasta la plaza Clos, donde se encuentra la parada del autobús.
Por suerte el autobús lleva retraso (por lo visto, algo típico en los autobuses Breizhgo

) y cogemos uno que pasa justo en ese momento.
En menos de una hora y media volvemos a estar en Rennes. Como estamos cansados para buscar algún sitio para cenar, compramos algo en un supermercado ¡y al hotel!
Hay que hacer las mochilas que mañana seguimos con nuestro itinerario… próxima parada ¡Mont Saint-Michel!
Hoy nos despedimos de Bretaña para descubrir Normandía.
Entre los sitios más famosos de la región está el mítico Mont Saint-Michel, la fotogénica abadía construida en una peculiar isla en la costa atlántica.
Desde Rennes se puede llegar al
Mont Saint-Michel en
autobús. Cuesta 15€ el trayecto y dura 1h y cuarto.
El autobús nos dejará en
La Caserne, una especie de área de servicio donde está la oficina de información turística, con hoteles, restaurantes y alguna tienda.

Aquí es donde están todos los parkings. Aquí es lo más cerca que un coche particular puede acercarse al monte.
Desde aquí salen las lanzaderas gratuitas, llamadas
Le Passeur. Tienen mucha frecuencia y tardan menos de 15 minutos en dejarte a las puertas del pueblo.

También se puede ir caminando desde La Caserne hasta el monte, se tarda algo más de 45 minutos.
Como vamos cargados con la mochila, tomamos una lanzadera.
Probablemente todos hemos visto imágenes en redes de que el monte se pone hasta arriba de turistas, y lo que debería ser una visita encantadora se convierte en algo más parecido a una experiencia infernal.

Para evitar esto hemos decidido hacer una noche dentro del pueblo, así podremos disfrutarlo con más tranquilidad a última hora de hoy y primera hora de mañana, cuando los visitantes de día no estén. Y definitivamente ha sido buena idea.
Nos alojaremos en uno de los pocos hoteles del pueblo,
Les Terraces Poulard.
La relación calidad precio es desproporcionada. Por 225€ la noche tenemos una habitación pequeña y sencillita. Pero muy céntrica y con un generoso desayuno buffet incluído.
Una vez dejada la mochila en el hotel, ¡nos vamos del monte!
Tomamos otra lanzadera de regreso a La Caserne.
No, no nos hemos vuelto locos.
Pero nos hace ilusión acercarnos a algo que en
googlemaps se llama “los meandros” y es un campo de hierba donde el terreno hace unas curvas y se obtiene una peculiar vista del Monte.
Y si tienes suerte, te puedes encontrar unas ovejas pastando para una experiencia aún más rústica. Hoy hace un calor intenso y las pobres ovejitas están todas escondidas a la sombra de los escasos árboles.
Para llegar a los meandros hay que caminar una media hora desde La Caserne.
A la ida caminamos por la carretera que lleva a la localidad de La Rive, y a la vuelta, campo a través, acabamos regresando a la Caserne a la altura de
la pasarela sobre el río.

No hay sombra en ninguno de los dos itinerarios, así que si hace calor, recomiendo llevar agua, gorra y crema solar.
El campo está vallado, pero parece ser que el propietario del terreno ha puesto una banqueta para que los humanos puedan saltar la valla y no se escapen las ovejas.
En los Meandros apenas hay nadie, ¡con la cantidad de gente que hay dentro del pueblo! Pero parece ser que muy pocos visitantes llegan aquí.
La vista es muy chula.
Una vez de vuelta a La Caserne, decidimos quedarnos a comer aquí, que apenas hay gente y estaremos más tranquilos.
En el
Brioche Dorée compramos unas ensaladas y un postre, y en la
tienda de al lado, unas botellitas individuales de vino francés.
Esta tienda es muy grande pero la mayoría de cosas son souvenirs. Hay algo de comida pero es principalmente delicatessens regionales.
Antes de volver al Monte, nos acercamos a la pasarela peatonal sobre el río. Las vistas ahora no son particularmente destacables. En pleno agosto el nivel del río está muy bajo y parece principalmente barro.
Y ahora sí que caminamos los 50 minutos que hay entre la Caserne y el monte.
Hoy, aún en las horas de marea alta, el agua no llega a cubrir nunca la carretera. Pero en otras épocas del año, es posible que sí.

En
esta web ponen los horarios de las mareas de cada día y su coeficiente. Cuanto más alto es el coeficiente, más diferencia hay entre la marea baja y la marea alta.
Hemos llegado al Monte ¡pero todavía no entraremos!
La marea está baja y se puede rodear toda la isla a pie. Dicen que hay arenas movedizas en los alrededores

, pero debe ser si uno se aleja mucho de las murallas.
Nosotros rodeamos por el borde del montículo y descubrimos que en la parte trasera hay una diminuta capilla de piedra.
Dentro del Monte, se puede caminar por un tramo de la muralla y por varias de sus torres, se pueden explorar las callejuelas empinadas con infinitas escaleras, hay mucha gente pero no es agobiante.
También se puede curiosear en la pequeñita iglesia de Saint Pierre y su cementerio.
Una de las visitas más interesantes es el interior de la abadía.
En las tardes de verano dentro de la abadía montan unas instalaciones lumínicas, se llama
Rêve de Lune.
Hemos comprado la entrada online anticipadamente, cuesta 19€.

La web recomienda entrar cuando ya haya oscurecido, pero nosotros entramos justo cuando abren, a las 19:30 y le vemos ciertas ventajas:
Hay poca gente
Hay suficiente luz como para poder observar los detalles de la arquitectura
Podemos ver la puesta de sol desde el patio de la abadía.
El recorrido nos lleva por varias salas del edificio, que están construidas a varios niveles, adaptándose a la agreste orografía del lugar.
La iglesia que se alza a 80 metros del nivel del mar se sostiene por cuatro criptas construidas alrededor de la roca. Con tanto desnivel, hay que subir y bajar un montón de escaleras.
La abadía se empezó a construir en el siglo X por unos monjes benedictinos. Originalmente de estilo románico, hoy en día es principalmente gótica.
En varias de las salas nos encontramos instalaciones lumínicas y sonoras. Pero echamos en falta más información sobre la historia y uso de cada sala. En la visita normal de durante el día, sí que hay a disposición audioguías, pero ahora no.
Nos encanta el claustro, con unas vistas del mar al atardecer.
También salimos a la terraza oeste, desde donde disfrutamos de una bonita puesta de sol.
Una vez ha oscurecido, salimos del recinto y volvemos al hotel.
Por las calles todavía quedan visitantes, son las ocho de la tarde y algunas tiendas ya han cerrado. Lentamente el monte se irá quedando tranquilo y solitario.