![]() ![]() Una semana por el Valle del Rhin ✏️ Blogs de Global
Una semanita por el precioso Valle del Rhin en AlemaniaAutor: Pichelegan Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (6 Votos) Índice del Diario: Una semana por el Valle del Rhin
Después de varios meses imaginando y reuniendo información acerca de la zona por fin en Octubre se hizo realidad viajar al Valle Medio del Rhin (declarado Patrimonio de la UNESCO ya hace unos años), a ver castillos de leyenda, ciudades fortificadas, pueblos con casas de entramado, a beber el magnífico Riesling y disfrutar de unos paisajes inigualables.
A toro pasado de unos pocos meses, puedo decir que LO MEJOR DEL VIAJE fue el pais en si, desde la gente hasta los precios (Alemania no es nada cara si lo comparamos con ciudades como Londres o París, por 12 euros te comes un schweinaxe que da para dos personas; lo peor, la verdad no recuerdo nada malo, bueno si, los horarios, los alemanes se acuestan pronto y madrugan demasiado para nuestras costumbres. DIA 1-JUEVES 22: llegamos con Ryanair a Frankfurt-Hahn (billetes desde Santiago 92€ ida y vuelta con una maleta por persona) hacia las doce y en hora y media con un cochazo, mejor de lo que esperábamos (habíamos alquilado un Peugeot 307 y nos dieron un Fiat Chroma gigantesco y ultra moderno), llegamos a Coblenza, nuestro punto de partida para los próximos siete días. Después de dejar las cosas en el B&B Hotel Koblenz (recién inaugurado hacía quince días, moderno y funcional, ajustado a lo que ofrece, muy limpio y con un baño más que correcto, 54€ la noche, sin desayuno; con desayuno sumar 6,90€ más), la tarde nos dedicamos a recorrerla y a comprobar que en Alemania la gente se recoge muy tempranito. Un largo paseo por Coblenza nos lleva a la Jesuitenplatz, donde está la Rathaus (Ayuntamiento), a la basilica de St. Kastor y al Deustches Eck, entre otras cosas. También al Palacio del Principe Elector, al Altes Burg (sigo sin tener clara la diferencia entre Burg y Schloss, aunque este segundo me parece que se usa más bien para palacios que para castillos), por todo el centro antiguo, la Am Plan, la Löhrstrasse, y muchas calles más que nos enseñan una ciudad que a partir de las seis de la tarde se apaga casi por completo. Solo las grandes cadenas tipo Zara quedan abiertas hasta las ocho. Con deciros que los centros comerciales cierran a las ocho y media está todo aclarado. Menos mal que Coblenza es ciudad universitaria y es jueves por la noche, eso nos salva la cena, en un semi-italiano. Pero para empezar no ha estado mal: nos hemos topado con la puntualidad alemana más de una vez a lo largo del día. Ejemplo: llegamos para comer a las dos y media, y el menú del día en el restaurante en que comimos solo era hasta las dos; a pesar de ello, nuestro desconocimiento del alemán y la falta de inglés de la camarera hacen que nos sirvan el plato del día: pimiento relleno de carne con patata cocida y ensalada. Por cierto, para chuparse los dedos. Ah, se me olvidaba: todo lo que vimos hoy sin pagar un duro. Excepto por el coche, claro. En Alemania raro es el sitio donde no puedas estacionar en el mismo centro o a pocos metros del centro, en la calle, pero eso si, de 9 a 19 horas se paga y no es barato. Me gustaría que viera los aparcamientos al aire libre algún político de mi ciudad que tanto le gusta agrandar las aceras y quitarnos sitios de aparcamiento a los residentes en el centro. DIA 2: VIERNES 23: madrugamos, que remedio en este país donde a las seis empiezan a trabajar en muchos sitios, para ir hasta Colonia: unos cien kilómetros que en el país de Europa con las mejores autopistas (autobahn) se hace en una hora casi justa. Eso sí, el límite es de 130 pero me parece que eso es más bien una velocidad recomendada: durante varios tramos no bajamos de 150 y aún así nos pasaban coches por todos lados. El GPS nos ayudó con las salidas y los radares, muchos, pero no con las obras, también muchas, en unas autopistas que esperan un invierno muy crudo y que se están re asfaltando para ello. Colonia: es grande, y moderna, muy moderna, y eso hace a su vez que se hayan cometido calamidades como la de situar la estación de tren justo detrás de la inmensa Dom y rodearla de calles comerciales. La catedral gótica más grande de Alemania y una de las mayores de Europa da una sensación de gigante dentro de un mar de edificios más modernos. Por dentro es intensa, es exhaustiva, todo en ella está hecho a lo grande. Hasta los mosaicos son gigantes a pesar de las piezas minúsculas. El tesoro también es impresionante, aunque supongo que lo que vimos solo será una parte. La entrada a la Dom es gratuita y el museo con subida a la torre son cinco euros. Y menuda subida: cerca de 500 escalones (unos contamos algo menos de 500, otros un poco más), para unas vistas que, de haber estado el día más despejado, hubieran estado mejor, pero que le vamos hacer. Eso sí, a la izquierda se divisa claramente el famoso puente Hohenzollern, uno de los símbolos de la pujante Köln. Después de cerca de 45 minutos entre subida y bajada (no nos creíamos que sería casi media hora la subida, pero entre la gente y los descansos así fue), damos un paseo por la zona comercial de Köln, muy concurrida a las doce y media, hora del tentempié-comida que toman por estos países. Zigzageando nos topamos con la Rathaus, con la Gross St. Martin, iglesia luterana, y con algunas casas tradicionales, que no de entramado de la zona. Nos sorprende al principio lo poco que se conserva de lo antiguo, pero cuando paramos en la tradicional tienda 4711, la que dicen que tiene la más auténtica agua de Colonia, nos enteramos de la verdad: los aliados no dejaron pie con bola durante los bombardeos anteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. La devastación que dejan ver las fotos es impresionante, y aún se nos hace raro que la catedral permaneciera intacta visto que los edificios de la plaza adyacente quedaron todos en ruinas. Tras un frugal bocadillo regado con agua mineral con gas, como manda la tradición en Alemania (mira que es complicado pedir agua sin gas: ojo, el inglés no lo controlan todos los camareros o encargados de tienda, asi que para pedir agua normal sin gas WASSER MIT KÖLHENSAURE, léase, vaser mit kulensore), nos vamos por la otra orilla del Rhin hasta el Drachenfels, en Königswinter. El pueblo es como un típico pueblo de vacaciones pero para gente bien, y la subida al castillo Drachenburg (10€, ida, vuelta y entrada) se hace en funicular, o en burro. Nosotros optamos por la primera opción por que la segunda es más cara y lenta. El castillo es un burg restaurado en a finales del siglo XIX que está ahora en período de nuevas reparaciones, pero que tiene un exterior muy bien cuidado y unas vistas de escándalo. Por que como ya dije el día no estaba todo lo claro que podía estar, pero se veía perfectamente alguna torre de Bonn. Ciertamente, es como un castillo de cuento romántico. Del interior aún no se puede disfrutar del todo, solo están visibles tres habitaciones que conservan algunos restos de mobiliario del s. XIX, y poco más. Después de bajar de la colina, nos acercamos a Linz Am Rhein, uno de esos pueblos de postal que tanto se ven por Alemania. La verdad es que nos sorprende, primero, la puntualidad alemana para cerrar todo: a las seis casi es imposible ver una tienda normal abierta (las grandes cadenas cierran mas tarde), y lo bien cuidadas y restauradas que están las casas. Un lento paseo por el centro del pueblo (éramos los únicos que paseaban a esas horas), nos enseña que los alemanes madrugan y se recogen pronto. Incluso me atrevo a mirar por una ventana donde los visillos están corridos para ver a dos niños viendo los dibujos acurrucados en un sillón que me saludan como si fuera normal ver a los turistas mirar por la ventana. Cosas de los germanos. DIA 3: SABADO 24: volvemos al norte de Coblenza, a Brülh, una localidad cercana a Colonia, a unos 90 km. de Coblenza, poco menos de una hora por la autobahn. En este sitio tenemos otro patrimonio de la Unesco, el Augustusburg (5€ visita guiada solo en alemán), un schloss construido por el arzobispo de Colonia Clemente Augusto, en el siglo XVII, equiparable a cualquiera de los palacetes franceses del mismo siglo o posteriores. Los exteriores son impresionantes: el autor es uno de los diseñadores de los jardines de Versalles y la magnificencia es sublime: fuentes, jardines y lagos se cruzan hasta el palacio de caza, Falkenburg, fundiéndose con el pueblo y con el campo. Pero el castillo es más impresionante por dentro. La escalera principal nos recuerda enormemente a la de Versalles, muy recargada, con referencias al promotor y con un techo casi único en el mundo: se pinto en trece días con una técnica que obligaba a pintar en poco tiempo por la rapidez de secado de los colores. Y en un techo con aristas rectas, a pesar de lo que el autor y sus ayudantes supieron darle una forma tal que las figuras alegóricas que se ven parecen estar en un cielo curvilíneo. El resto del palacio es como revivir alguna otra visita: Versalles, Queluz en Lisboa o Fointanebleau son de un estilo parecido. Ahora bien, reconocer que esta visita no sería lo mismo sin Ana, una mejicana super atenta que se dio cuenta que de alemán no teníamos ni idea y nos fue traduciendo todo. Un millón de gracias por la traducción. La carretera nos lleva después a Eltz (8€ la visita solo en alemán), a unos treinta kilómetros al este de Coblenza, un auténtico castillo medieval. La ubicación es ideal para montar un hotel donde perderse del mundo exterior. En unos kilómetros a la redonda no se distingue nada de nada, no hay civilización excepto la carretera asfaltada y una máquina retroexcavadora que esta abriendo caminos para senderistas (muchos en Alemania, es una de las ocupaciones preferidas de los alemanes en fin de semana). El exterior es apabullante: torres, mas torres, almenas, tejados de pizarra, un andamio para arreglar un lateral del castillo, y más torres aún. Con casas de entramado en el interior que en su día sirvieron para caballerizas y vasallos, el interior del castillo es espectacular. El patio interior tiene tantas ventanas, tantos altillos, tantos tejaditos, que no sabes desde donde te pueden estar mirando, donde habrá un pasadizo secreto, o cuantas justas habría en su interior. La visita en alemán nos hace gracia por que nos resulta un idioma de lo más curioso. Sus frases son a veces inacabables, y parece imposible decir todo de carrerilla sin pararse a respirar. Por lo demás, las habitaciones son medievales totales: prácticamente nada parece retocado y eso que seguro que parte del mobiliario no es auténtico, pero está muy cuidado. El castillo es parte privado, lleva seis generaciones perteneciendo a la misma familia (eso sí que fuimos capaces de entenderlo), y por eso la visita se hace corta para el precio pagado, pero merece la pena verlo. La última parada del día, luego del frugal bocata de frikadelle, es en Cochem. No nos quedó claro si Cochem es un pueblo o una ciudad, por que el ambiente realmente era de ciudad, pero la extensión es de pueblo. Lo cierto es que para ser un sábado por la tarde la gente que se movía por Cochem era de todo menos poca. En Cochem subimos al Reichsburg, un precioso (para mi gusto el más bonito del viaje) castillo medieval excelentemente conservado gracias al pueblo de Cochem, al que pertenece el castillo desde 1978. Eso si, llegamos para la última visita del día, pero inmejorable (4€ la visita con folleto en castellano). Una guía bastante más simpática que otras que nos habíamos encontrado hasta ahora desgranaba en alemán una visita que dura alrededor de una hora pero que se hace muy amena por qué no sabes a dónde mirar. El castillo en sí es magnífico, pero la reconstrucción interior es genial: se conservan casi todas las salas intactas, hasta un pasadizo para que jugaran los niños, las vistas desde los balcones son mágicas (se ve el río Mosela en una extensión aproximada de tres o cuatro kilómetros a un lado y otro). Las fotos que hicimos en el burg merecieron mucho la pena. La lástima fue la fina capa de lluvia que deslució en algún momento alguna foto exterior, pero por lo menos fue el único día que nos encontramos lluvia. Eso si, el frío no nos dejó en ningún momento. Después de tan grata visita, bajamos a conocer el pueblo. Es ciertamente un pueblo turístico, muy turístico, con sus bodegas principales hacia la carretera general, su hermosa Markplatz, su campanario descomunal. Tiene lo que tienen que tener todos estos pueblos típicos y tópicos de Centroeuropa. Hasta un reloj con música navideña en la Markplatz nos alegró la estancia al dar las seis de la tarde. Por supuesto no dejamos de probar el riesling, vino de la zona, excelente en su sabor afrutado (para un gallego que está acostumbrado al albariño que tiende a ser más ácido, el sabor a fruta es algo diferente a lo normal). DIA 4: DOMINGO 25: la visita de hoy comienza cogiendo nuevamente la maravillos autobahn, en este caso, la A61, para bajar a Mainz, Maguncia en castellano. Una ciudad con una vida terrible para ser un domingo. Y es que los alemanes se toman el domingo como el día de vivir la ciudad. Se nota que el resto de la semana se acuestan pronto. Pero el domingo, ay, el domingo se van de feria. Llegar al centro de Mainz fue una orgia de ladrillo rojo. Por donde pasábamos después de aparcar todo era rojo. La iglesia de St. Johann, roja, las casas de entramado rojas, la casa de Guttemberg, roja, y como no, la inmensa Dom, que se ve desde casi casi cualquier parte, roja. Su interior decepciona un poco después de ver la grandiosidad del exterior, pero el lateral izquierdo del altar, donde se agolpan tres tumbas de obispos de la ciudad, deja bastante contento al visitante. Y su coro también llama la atención. Fuera de la Dom, la vida se agolpa en torno, como no, a la Markplatz, y es que es día de mercado el domingo, pero de toda clase de mercado. Al llegar a la altura de la Opera nos sorprende que hasta los concesionarios sacan los coches a la calle para vender. Y en otra esquina más, de vuelta ya para el coche, más coches. Mercantilismo puro y duro en domingo. Un último detalle: no visitamos el Museo Guttemberg por ser caro (5€ para ver la primera imprenta me parece excesivo), pero en la Markplatz no se puede uno perder la fenomenal fuente renacentista que preside la entrada por la zona donde está el citado museo. Beber en esa fuente cuando manaba agua debía de ser toda una experiencia. Desde Mainz, en unos treinta minutos, nos plantamos en la que, seguramente, es una de las ciudades más turísticas de Alemania: Rüdesheim. Y eso dicho un domingo por la mañana significa atasco. Luego de conseguir aparcar y, ojo, ¡pagar el parking al aire libre!. Si, si, en domingo. Bueno, mereció la pena. El pueblo en sí es perfecto para ver, oler y sentir. Rüdesheim sería al vino, lo que la Rioja en España: la cuna del Riesling. No hay más que ver el camino desde Wiesbaden hasta aquí y el resto de la ladera del Rhin en esta zona, aún no demasiado escarpada. Solo viñas, y nada más que viñas. De todos los colores, aunque el vino propio de la zona sea blanco. O verde que dirían mis primos portugueses. Y el pueblo vive y gira en torno al vino. Su olor se capta por todas partes, sobre todo, por supuesto, en ese mito que es la Drosselgasse, el callejón de los tordos, donde el beber es un arte imprescindible. En general todo el pueblo merece un largo paseo como el que le dimos, por que las casas de entramado lo recorren de cabo a rabo y la gente pasea todo el pueblo como si vivieran allí toda la vida. Te hacen sentirte acogido. Y tras la comida opípara de bratwusrt y otras especialidades de la zona, cogemos el teleférico para subir al Niederwald. Este mega monumento a Germania es una de las manifestaciones nacionales más conocidas de los alemanes, que la verdad a mi ni me van ni me vienen, pero la situación, en una colina sobre el Rhin, y las increíbles vistas del valle hasta Mainz y del frente hacia Bingen merecieron la pena (6,5€ el viaje ida y vuelta). Como ya caía la tarde y a continuación de otro paseo por la ciudad, decidimos encaminarnos hacia Coblenza por la carretera que bordea el Rhin y que cogeríamos al día siguiente para ver las vistas desde la Loreley. Pero cerca ya de Coblenza me acorde que había leído en algún lado que en Limberg y Diez había dos castillos mirando el uno para el otro, o algo por el estilo. Así que el GPS nos dijo que había sobre treinta minutos y allá tiramos millas. El pueblecito de Diez nos recibió de noche, a eso de las seis y media, noche cerrada en Alemania y eso significa… nadie en la calle claro. Pero nos adentramos en sus casas de entramado y en su fortaleza más que castillo, que para nuestra suerte estaba abierta, por que en ella está situada una suerte de Bistró y un centro socio cultural. Así que allá subimos. La fortaleza esta muy bien conservada, toda pintada de blanco por el exterior, con una torre principal con reloj que denotan el carácter de símbolo del pueblo. El patio interior del castillo también está muy bien conservado, con casas de entramado que seguramente fueron en su día de los vasallos, y lo que es el interior del castillo está mejor aún, pero totalmente modernizado para su función de centro socio cultural, con una reunión de niños que nos permitió ver parte del interior, reconstruido eso sí, con madera y cierto gusto clásico. Pero dado que nos habíamos metido en demasiado tarde, el castillo de Limburg solo lo vimos desde la distancia de la carretera (entre ambas poblaciones hay cinco kilómetros), así que vuelta al hogar. DIA 5: LUNES 26: por la misma carretera que subimos ayer, la B42, bajamos hoy primero hasta la colina Loreley. Esta colina sobre el Rhin es uno de las referencias mitológicas principales de las óperas Wagnerianas y de las leyendas germánicas. Pero a nosotros lo que nos interesaba son las vistas. Es mágica la vista de una de las curvas más difíciles que describe el Rhin (está muy bien señalizada para la continua navegación fluvial del río). El pueblo de St. Goarhausen, donde unos minutos antes nos tomábamos un desayuno tardío para los alemanes pero tempranero para nosotros, se distinguía de maravilla con el castillo Katz a su lomo (castillo privado, o sea, no visitable). En la colina hay un hotel con unas vistas también espectaculares y a unos cinco minutos andando un castro celta bastante bien conservado. Unos veinticinco minutos más tarde estábamos otra vez en Braubach, donde estuviéramos el primer día degustando una Pils, para ver el Marksburg, el único castillo que nunca ha sido destruido desde su construcción. En él está la sede la Asociación Alemana de Castillos, y es un ejemplo extraordinario de castillo medieval (la visita 5€, guía alemana pero folleto en castellano). Los diversos patios interiores estaban muy bien conservados, y la primera parte del recorrido la hicimos por lo que llaman el “jardín”, donde se cultivan diversos tipos de plantas desde la edad media. Pero es un jardín curioso por que bordea todo el castillo como si fuera un sendero que a la izquierda tiene el muro del castillo y a la derecha un murete que acaba en un precipicio hacia el pueblo de Braubach. Los interiores del castillo están muy bien conservados, como corresponde al castillo insignia de la asociación de castillos, y muy bien trabajada la distribución de la visita. La cocina es imponente, grande, se alquila incluso para celebraciones medievales, y tiene uno de los lagares más grande que he visto nunca (cedido por el pueblo de Braubach). La visita también incluye una sala con muñecos disfrazados de guerreros desde la época romana hasta el siglo XV, aproximadamente. Incluso nos probamos un casco de la edad media, que por cierto pesan lo suyo. En el siguiente pueblo Lahnstein, nuestra visita se centró primero en buscar donde comer, porque la hora, la una y media, hacía la cosa un poco complicada para tener el menú del día. El pueblo en si es bastante agradable sin tener exceso de casas de entramado y rodeado de muralla cortada por varios sitios con unas cuantas torres aún en pié en un estado de conservación óptimo. Pero la visita principal era al castillo Lahneck. Es otro castillo medieval pero reconstruido en el siglo XIX por una familia adinerada al estilo neogótico romántico. Incluso tiene fantasma (una chica inglesa, llamada Idilia Dubb, que murió abandonada en ese siglo antes de la restauración de la que se hallaron sus restos a finales de dicho siglo). Un pequeño problema de entendimiento con el guía (con un inglés pésimo) hizo que siendo solo nosotros cuatro y un chico alemán los visitantes, acabáramos adelantándonos al resto del “grupo” y subiendo nosotros solo la torre donde Idilia Dubb acabó sus días. Tras unas cien escaleras casi imposibles por lo empinadas de las mismas, llegamos a la torre desde donde se observa una vista del Rhin y el Lahn desembocando sobre él preciosa. Y sobre todo del otro gran castillo neo gótico de la zona, el Stolzenfels, cerrado hasta el 2011 por reformas. De vuelta al principio de la torre, y tras la bronca del guía, seguimos a este por una visita bastante curiosa, donde nos sorprende un cofre con once cerraduras y tres salas de parqué que somos obligados a “limpiar” pues nos tenemos que poner unas zapatillas de gamuza para entrar en ellas. Eso sí, la visita de estas estancias nos permite ver cómo vivían en el siglo XIX las familias bien de Alemania, y vivían pero que muy bien. Hasta tenían una casita de muñecas para los niños de tamaño natural con unos acabados que ya los quisieran saber hacer carpinteros de hoy día. La visita termina con mas fotos del patio de entrada del castillo, muy bonito por cierto. Y con la consiguiente bajada a Lahnstein, y con el GPS poniéndose en marcha para ir a Sayn. Allí teníamos la intención de ver un palacio recientemente reconstruído, pero la hora se nos echó encima y llegamos a las seis y cuarto, con el palacio cerrado y la noche casi cerrada también. En sí, el palacio es enorme, tiene un Bistró, como la mayoría de estos palacetes, y una torre en la entrada muy bien restaurada. Un paseo por el pueblo nos muestra otra vez que los alemanes son muy detallistas a la hora de decorar sus casas y las calles donde viven. Los enanos de jardín pululan por todos los jardines y un vistazo a través de ventanas sin visillo en casas de entramado nos deja ver unos interiores para mi gusto muy recargados (para el de mis partenaires de viaje ideal; para gustos…). Con la noche encima como siempre volvemos a Coblenza. DIA 6: MARTES 27: hoy bajamos el Rhin de nuevo, pero por la orilla contraria, primero hasta el hermosísimo pueblo de Bacharach. Es uno de esos pueblos que te congratulan con la tranquilidad, con la paz interior. Un pueblo extremadamente tranquilo, pero con una belleza especial. Llegamos por la A61 desde el interior de la región y las primeras vistas fueron de grandes pendientes y viñas a todos lados. Unas viñas, como todas las de la región, muy bien cuidadas, donde se estaban realizando trabajos de mantenimiento. Y la entrada a través de una de las torres que rodea el pueblo fue todo un espectáculo. Tras dejar el coche la suerte nos llevó delante de la tienda de un pintor y grafista local, Arno Staasen, que nos cautivó con las pinturas que exponía en el escaparte de su tienda. Tanto nos gustó, que a la vuelta de un paseo por el pueblo, de subir a la capilla Werner, en ruinas pero en reconstrucción, y bajar y otra vueltecilla más, acabamos comprado un par de cosillas, incluido un cuadro sobre madera grabado con pirográfo que nos firmó personalmente. ¡Quién sabe si algún día será famoso!. El camino nos llevó luego hasta un ferry (fähre), para cruzar el Rhin hasta Kaub y embarcar en un pequeño barco, con un capitán muy peculiar que hasta nos dejó conducirlo, al Pfalzgrafenstein, un castillo sin duda también peculiar. Está en el centro mismo del Rhin, y la apariencia es estupenda. Fue en su día una aduana, de lo que deja idea las “estaciones” de arena situadas delante del castillo, hasta seis contamos, donde se paraban los barcos a pagar el precio de su paso por el río. Y como aduana que fue, el castillo en sí es bastante frío, pero muy laberíntico, aunque carece del romanticismo de los castillos que vimos hasta ahora. Pero por otra lado, es un edificio tremendamente funcional, con un “rompeolas” en su base principal para los hielos que bajaban por el Rhin en invierno, con unas terrazas especialmente adaptadas para el combate, y con muy pocos lujos (sus habitantes siempre fueron militares, hasta 20, con un capitán). Y ojo, hasta mediados del siglo XIX se seguía cobrando en este castillo el paso por el río. Ciertamente, no es un castillo al uso romántico pero si un castillo “administrativo” con una función que con el paso del tiempo desapareció, pero con una importancia mayúscula en su época. Y no era el único del Rhin, pero si ahora mismo el mejor conservado. Oberwesel solo supuso una pequeña parada, no porque el pueblo no tuviera nada que ofrecer, pues el centro era bastante bonito, si no porque el hambre hizo que nos apuráramos para poder llegar a St. Goar y comer tranquilamente antes de subir al majestuoso Rheinfels. Un buen codillo y un par de salchichas más tarde llegaríamos al castillo más grande de esta parte del Valle Medio del Rhin. El Rheinfels es parte hotel y parte castillo. El hotel está fuera del alcance de la visita del público, y lo que hoy es un aparcamiento para los coches del hotel, seguramente fue en su día un patio de caballerizas majestuoso sobre el Rhin. Y es que el Rheinfels no deja indiferente. Es un castillo en ruinas, pero solo ver la entrada se nota que en su día si no fue el más importante, fue uno de las más grandes e importantes. El primer edificio que se nada más entrar conserva tres plantas en pié, la última casi casi a punto de venirse abajo, pero en su día llegó a tener seis plantas. Imaginaros lo que supone ya ver el Rhin, un valle enorme, desde una atalaya privilegiada como puede ser una colina y a eso sumadle seis plantas más. Y plantas de las de antes, de varios metros. Y no solo eso. El castillo está edificado sobre una mina y las cuevas, grutas, pasadizos y recovecos que se forma en el castillo son de fábula. El primer recorrido que ofrecen se limita a ver los más habitual de un castillo en ruinas: lo que un día fue el recibidor, la farmacia, la torre de vigilancia, etc… pero el recorrido siguiente nos llevó por túneles con aspilleras a dar una vuelta a todo el castillo en sí que remató en un gruta usada como bodega donde un día llegó a haber un barril de 200.000 litros de vino para los 60.000 soldados que allí llegaron a acampar. Vamos, que los alemanes tienen experiencia en grandes fiestas, no solo en la Oktoberfest. El final del día nos llevó a parar en Boppard, donde ya habíamos cenado el sábado por la noche, y recorrer la calle comercial antes de que cerraran las tiendas. Y por supuesto disfrutar las casas de entramado. DIA 7: MIERCOLES 28: en principio, el día de hoy era para retirarnos del hotel y acercarnos al del aeropuerto y ver los alrededores de Hahn algún pueblo típico del Mosela, pero dado que el cochazo que nos dieron cabía de todo, incluidas todas las maletas que traíamos, decidimos darnos un garbeo por … Luxemburgo. Si, así como quién no quiere la cosa en una hora cuarenta minutos nos encontrábamos en el pequeño Ducado de Luxemburgo, el país como mayor nivel de vida de la Unión Europea. Casí nada, después de gastar un poco de dinero en Alemania durante toda la semana. La primera impresión que da Luxemburgo es de un “petit” París, porque la arquitectura tiene un aire similar, el idioma es el mismo, aunque usa en alemán y el francés indistintamente, y por el aire de suficiencia de sus ciudadanos (bueno, eso fue una primera impresión, nada más). La zona histórica es también patrimonio de la Unesco, y la verdad está muy bien cuidada, y el nivel de la gente se ve solo en los coches y en los acabados de la ciudad. Muy cuidada, con unos precios abusivos (café 1,90€, manojo de zanahorias 3€, 100 g. de salmón ahumado 8€), y un frío espantoso. La ciudad antigua en sí está sobre una colina, unida por puentes a otras partes de la ciudad. En la ciudad vieja se puede ver el Palacio Ducal, la Cámara de los Diputados, las calles y callejuelas de la parte antiguamente fortificada, el Hotel de Ville (Ayuntamiento) y la hermosa y muy animada Plaza de Guillaume II, supongo que algún gran duque del Ducado. Y eso fue lo que hicimos básicamente, pasear para ver la ciudad. Entrar en la catedral de Notre Dame, que como el resto de la ciudad, estaba excelentemente cuidada. Unas fotos frente al Banco de Luxemburgo, que no está en la ciudad antigua, si no ocupando un edificio con torre en la zona opuesta al pasar el acantilado que rodea la ciudad, unas fotos en la plaza y un largo paseo de dos horas por la ciudad, nos llevaron a coger el coche otra vez para acercarnos a lo que si teníamos pensando ver hoy: Trier. La ciudad de Marx, Trier, o Treveris en castellano, otra ciudad patrimonio de la Unesco, es la ciudad alemana con más restos romanos, algo así como la Tarragona, la Mérida o el Lugo de España. Su símbolo universal es la Porta Nigra, que por desgracia para lo que habíamos visto hasta ahora, está justo al lado de una de las avenidas principales de Trier y deduzco que su aspecto negruzco no es solo de la piedra con que se hizo si no que algo habrá tenido que ver la polución en todo ello. Pero no vamos a fastidiar la visita antes de empezarla. Y comenzamos por la Petersdom, la catedral de Trier, y la Liebenfrauenkirche, que por desgracia estaba en obras y cerrada al público. La Dom resulta por la parte exterior espectacular por que ocupa el lateral completo de una plaza con la Liebenfrauenkirche, y por dentro conserva una de las reliquias de más veneración en el mundo católico: la túnica sagrada. El interior es majestuoso, pero nada del otro mundo, excepto en el altar contrario al altar principal, donde en el cielo hay una formación de ángeles esculpidos en mármol gigante e impresionante por la sensación de movimiento que tienen. A la salida nos dirigimos dada la hora a comer, para luego dar un paseo por el centro de Trier: la Porta Nigra, con una vista mucho mejor desde el interior de la zona vieja de Trier, que desde la avenida principal, la Hauptmarkplatz, con la torre de San Gangolfo y su fuente renacentista, muy parecida a la de Mainz, y sus calles empedradas. Pero lo mejor del paseo es sin duda llegar a la Basilika de Konstantin, un edificio gigantesco reconvertido a iglesia luterana pero cuyos muros están en pié desde el siglo III (si no recuerdo mal), y a cuyo lateral se halla pegado el Palacio del Príncipe Elector de Trier, un palacio de estilo francés, como el de Augustusburg, con unos jardines que forman parte de un parque público que remata en las termas romanas, donde se conservan parte de dichas termas y una bien cuidada parte de la villa romana que rodeaba las termas. Y lo más increíble de todo: si la Porta Nigra era la entrada de la ciudad romana y las termas estaban a aproximadamente un kilómetro, estamos ante un ciudad en la que seguramente se levante una piedra y rebose el aire romano. Dado que el día se nos echaba encima y era el último, decidimos que ya estaba bien de Trier y tras rellenar el depósito del Chroma (gasoil a 1,13€, pero lo había a 1,09€), decidimos acabar el día cerca de Hahn, en Bernkastel Kues, una de esas localidades de postal navideña que tanto se ven en Alemania. Y la ciudad merece la pena. El lado izquierdo del río Mosela contiene la parte de Kues, y Bernkastl está en el margen derecho, pero ambas ciudades bien unidas por un puente, son complementarias. En Kues se nota que están la mayor parte de los servicios, pero en Bernkastel están las maravillosas casas de entramado de la Markplatz, con la antigua Rathaus reconvertida en restaurante, con una casa imposible con un base inferior al resto de la casa (creo recordar que se llamaba Spitzhause, algo así como casa puntiaguda), y unas plazas de película. Un paseo ideal para acabar el viaje, que remató con unas cervezas en la Kolschner Eck, con una kölsch en las manos fresquita y por supuesto en una casa de entramado. 📊 Estadísticas de Diario ⭐ 4.8 (6 Votos)
Diarios relacionados ![]() ![]()
![]() |