Diario de un viaje de 23 días por la Columbia Británica, Alberta y una pequeña incursión en la Península Olympic en los Estados Unidos, tierra de vampiros y hombres lobo viajando en solitario y por mi cuenta. Autor:MikesFecha creación:⭐ Puntos: 4.9 (21 Votos)
Si el día anterior fue espléndido éste, en el que ponía rumbo al cercano Parque Nacional Yoho en la Columbia Británica, amaneció nublado. Lo cierto es que el día tenía tan mala pinta que al de un rato empezó a lloviznar y ya no paró hasta media tarde. Este parque está muy cerca de Lake Louise, apenas a treinta kilómetros. Sin embargo está muy poco concurrido y tiene unos cuantos rincones muy recomendables, además de algunas buenas excursiones y rutas para caminar.
Esa era mi idea inicial, otra larga caminata por la zona, pero dado que el tiempo empeoraba por momentos y me habían dicho que hasta la tarde no mejoraría (por aquí el tiempo cambia muy rápido), cambié mis planes sobre la marcha porque si me lanzaba a hacer la caminata (unos veinte kilómetros), ni vería nada por la niebla ni conseguiría hacer otra cosa que mojarme o patinar en el barrizal en que se estaban transformando los senderos.
Así que, tras pasarme por el centro de visitantes de Fields, decidí hacer varias excursiones cortas por la zona, lo que en este caso implicaba cubrir buena parte del parque. La primera fue a Emerald Lake, un pequeño lago de aguas verdosas con un sendero que recorre todo su perímetro y algunos desvíos a algún otro minúsculo lago o glaciar. No pude evitar mojarme porque en este momento empezó a llover con algo mas de fuerza, aunque no fui el único. Mis dos colegas de Bélgica, a los que no veía desde hacía un par de días, andaban también por allí y se mojaron tanto como yo. Lo sentí por ellos. Con el tiempo que hacía no era buen día para acampar.
Acabé comiendo en el coche lo que había preparado para la excursión de ese día, en un alarde de optimismo por mi parte, mientras esperaba un rato a que amainase el chaparrón. Con eso y un té caliente que me tomé en el típico bar tienda multiusos que había en Fields (no había mucho mas), me marché rumbo al valle de Yoho a primera hora de la tarde. Esa parte del parque la iban a cerrar apenas cuatro días después así que tuve suerte. Es un valle bastante estrecho y por esa carretera se salva bastante desnivel, así que para el 1 de octubre la cierran todos los años por el peligro que suponen la nieve y las avalanchas. De hecho hay un tramo con unas curvas tan cerradas que ni los autobuses ni las caravanas tienen espacio suficiente para girar, así que no tienen mas remedio que hacer alguno de los tramos marcha atrás. Pero una vez que pasas ese tramo llegas a las Takakkaw Falls, consideradas las segundas cascadas mas altas de todo Canadá. Realmente es un paisaje imponente y el sendero te lleva hasta la mismísima base de la cascada por lo que si no te andas con un poco de ojo puedes acabar empapado.
Apenas a unos cientos de metros de la cascada estaba situado mi albergue para esa noche, el Whisky Jack. No tenía ni idea hasta que llegué, pero a la mañana siguiente cerraba hasta la siguiente temporada, así que me pude alojar en él de milagro. Afortunadamente porque resultó ser un sitio encantador, sin electricidad ya que todo funcionaba con propano, uno de esos albergues situadas en zonas salvajes, desérticas, sin nada alrededor que no sea el propio albergue. Un paraje tan tranquilo que el estruendo de la cascada se escuchaba perfectamente, a pesar de que estaba a varios cientos de metros de distancia.
Un rato después de llegar yo aparecieron por allí dos parejas de alemanes. Los cinco íbamos a ser toda la clientela del lugar para esa última noche. Fue divertido. Había un ambientillo como de última noche de campamento veraniego, así que acabamos contándonos unos a otros cómo habíamos acabado allí y los planes que teníamos para los siguientes días. Uno de los alemanes era mochilero total. Llevaba todo el verano dando vueltas por allí haciendo autostop. Después de recorrerse todo Alaska y buena parte del oeste de Canadá tenía intención de volar a Nueva Zelanda y hacer allí lo mismo. Los hay con suerte. Había terminado ese verano sus estudios y había decidido tomarse un año sabático o, como mínimo, no aparecer por casa hasta Navidad.
A la mañana siguiente los cinco nos pusimos en movimiento temprano. Unos en dirección a Lake Louise, otros a hacer la ruta que me hubiese gustado a mi hacer la víspera, que salía del mismo albergue, y yo hacia el vecino Parque Nacional Kootenay. Visto el clima del día anterior hoy tocaba buen día, como así fue. Tenía previsto hacer noche en Radium Hot Springs, a poco mas de cien kilómetros de allí. Sin embargo opté por volver sobre mis pasos y entrar al parque por el extremo opuesto, ya que con ello me iba a ahorrar al final del día unos cien kilómetros, lo que no es poco.
Comparados con sus vecinos de Alberta, Yoho y Kootenay son como los hermanos pequeños de entre los parques nacionales de las Rocosas canadienses. Sin embargo su extensión no es despreciable pues ambos superan de largo los mil kilómetros cuadrados. La carretera 93 atraviesa Kootenay de punta a punta y, como ya he comentado, mi intención era empezar desde la desviación existente entre Lake Louise y Banff y terminar en Radium a última hora de la tarde. Pensaba tomármelo con calma y aprovechar el buen día que hacía, parando varias veces a lo largo de la ruta y haciendo varias excursiones cortas por el parque.
El parque toma su nombre del río Kootenay que nace en las Rocosas, en los límites del parque, y es unos de los principales afluentes del Columbia, cuyo curso discurre tanto por la Columbia Británica como por los estados de Montana e Idaho en los EEUU. Y el río a su vez lo toma de los indios Kootenay, de la nación Ktunaxa, en la Columbia Británica. Las principales atracciones del parque nacional son bastante accesibles debido a que éste discurre por el interior de un valle bastante estrecho, lo que hace que los principales puntos de interés estén a corta distancia de la carretera que lo atraviesa de un extremo a otro.
Kootenay es un parque bastante peculiar en cierto modo. Se supone que en este parque se pueden ver desde glaciares hasta cactus pero de éstos últimos yo, al menos, no vi ni uno. Sin embargo no es esto en mi opinión lo que hace especialmente interesante a Kootenay, sino el hecho de que probablemente sea uno de los lugares que mejor ilustran la política de conservación de la Autoridad Nacional de Parques de Canadá o donde ésta es mas perceptible. Kootenay ha sido un parque especialmente castigado por los incendios en las últimas dos décadas. Uno de ellos se llevó por delante aproximadamente el 15% de la superficie del parque hace siete años en un incendio que duró cuarenta días. Pues bien, las autoridades consideran que el fuego (debidamente controlado) es un elemento positivo que ayuda a la regeneración de la masa forestal del parque. Y ello porque arrasa los ejemplares mas grandes y los enfermos, que impiden el crecimiento de los árboles jóvenes y, con ello, la regeneración de la masa forestal. Por ello la política de los organismos responsables de los parques canadienses consiste en dejar hacer a la naturaleza, siempre que ello no ponga en peligro las vidas de los habitantes de la zona, e incluso complementar su acción llegando a provocar quemas controladas en zonas vulnerables que necesitan ser regeneradas.
El resultado de estas políticas es especialmente perceptible en Marble Canyon, donde los árboles jóvenes que han brotado tras los tremendos incendios de principios de esta década, conviven con los restos carbonizados del bosque que ardió y con los ejemplares adultos que sobrevivieron al fuego, cuyas nuevas y todavía débiles ramas brotan entre los restos de la corteza ennegrecida. Un corto sendero a lo largo del cañón permite admirar e incluso tocar este fenómeno en toda su crudeza. Sobre un bosque completamente arrasado por las llamas, cuyos restos permanecen allí como testimonio de lo que fue, uno nuevo está surgiendo sin mas ayuda que la de la propia naturaleza, que en cuestión de muy pocos años conseguirá que el paisaje de la zona cambie por completo para volver a ser el que una vez fue y se quemó.
Una cosa he de añadir como inciso para dejar claro lo que ve alguien que se interna en uno de estos bosques (los que forman parte de los parques, por supuesto). Aunque están atravesados por multitud de senderos perfectamente trazados y mantenidos para el uso y disfrute de los caminantes, la idea parece ser que la intervención humana en los bosques sea la mínima e imprescindible. O al menos esa sensación da. Porque no se limpia el bosque, toda la superficie está cubierta por troncos de los árboles caídos o, en algunos casos, talados que no se retiran, sino que se dejan para que su descomposición forme el sustrato sobre el que crezcan los nuevos; troncos cubiertos de un musgo de un verde tan vivo y tan tupido que no parece real, y entre los cuales crecen helechos, brezo… por no hablar de setas y hongos, tan abundantes que hay zonas en las que hay que hacer auténticos esfuerzos para no pisarlos. La sensación que da cuando te apartas un mísero metro del sendero es que el suelo deja de parecer firme bajo tus pies, que en cualquier momento se va a hundir arrastrándote hasta vete tú a saber dónde. Es bastante curioso y, en cierto modo, da la sensación de que estás en medio de la naturaleza en su estado mas puro. Desde luego que no tiene nada que ver con los bosques de repoblación que cruzamos por aquí con árboles, del tipo que sean, perfectamente alineados como si para plantarlos se hubiese usado una regla y cinta métrica…
A escasos kilómetros de Marble Canyon están las Paint Pots, lugar de cierta relevancia histórica y cultural en la zona por la existencia de unas charcas y depósitos de color ocre, que los indios utilizaban para obtener tintes para sus tejidos y sus rituales. Ello es debido a la existencia de una elevada concentración de mineral de hierro en la zona que mezclado con el agua de los manantiales, daba como resultado unos depósitos con un líquido de un color ocre muy vivo. El único problema es acordarse de arrimarse a la orilla del río antes de marchar para limpiar las botas, pues se corre el peligro de ir dejando rastros de tu paso por dondequiera que pises, empezando por las alfombrillas del coche.
Dog Lake fue la grata sorpresa del día. Un área de descanso cualquiera en la carretera era el lugar que tenía pensado para comer algo ese día, entre paseo y paseo. Y fui a caer en una desde la que partía un sendero de poco mas de dos kilómetros y medio que iba a parar al Dog Lake. Pequeño y solitario lago que resultó ser todo lo que uno imagina de un lago canadiense. Silencio, tranquilidad y un bonito bosque rodeándolo que llegaba hasta la orilla, con árboles de tonos rojizos y amarillentos propios del otoño que se reflejaban en su superficie. Y huellas de animales por todas partes, de animales que con total seguridad aparecerían por allí a última hora de la tarde a beber.
En fin, precioso. Y además no había absolutamente nadie. Lo cierto es que no estaba nada mal para estar tan cerca de Banff. Es lo bueno de viajar por tu cuenta, te apartas unos kilómetros de la ruta turística y te encuentras en lugares tan bonitos o mas en los que no hay casi nadie, en los que en un par de días de viaje te suenan las caras de todo el mundo porque a los pocos turistas que hay te los vas encontrando parada tras parada.
Me pasé un buen rato descansando en el lago. Merecía la pena hacerlo. A media tarde me puse en camino otra vez con intención de aprovechar el resto de la tarde relajándome en otra de las atracciones de la zona, las piscinas termales de Radium Hot Springs, que dan su nombre al pueblo. La verdad es que no se estaba nada mal. Mejor dicho, me sentó muy bien el baño aunque no deja de resultar un tanto aburrido estar metido en el agua sin hacer nada mas que cambiarte de una piscina a otra. De todas formas es buen plan después de tantos kilómetros conducidos, las caminatas, las mojaduras por la lluvia, el frío de unos días y el calor de otros… Yo me quedé casi como nuevo después de una hora en el agua. Y esa noche dormí estupendamente. Creo que a esto también ayudó el que tuve todo el estupendo albergue, el Radium Hostel (Misty River Lodge), para mí sólo esa noche.
La mañana siguiente amaneció soleada, aunque unas sospechosísimas nubes tormentosas se veían en el horizonte, a lo lejos, en la dirección que tenía que seguir para llegar a mi siguiente destino, Waterton Lakes Village en el Waterton Lakes National Park, de nuevo en la provincia de Alberta y muy cerca de la frontera con los Estados Unidos. De allí me separaban unos trescientos cincuenta kilómetros y una parada entre medias, Fort Steele, fiel restauración de un antiguo pueblo (bastante importante durante unos pocos años) surgido durante la fiebre del oro, que durante un tiempo acogió al primer destacamento de la Policía Montada del Noroeste que hubo al oeste de las Rocosas.
Enviados allí para poner orden en las disputas entre los indios Ktunaxas y los colonos blancos, al parecer su actuación fue tan acertada que el pueblo cambió su nombre de entonces por el actual en honor a Samuel Steele, superintendente de la brigada de la Policía Montada enviada allí. Y, antes de que nadie se ponga susceptible con el tema, he de decir que lo que les llevó allí fueron las protestas del jefe Ktunaxa por la detención de dos jóvenes indios acusados de un asesinato sin aclarar cometido dos años antes. La Policía Montada dio la razón a los indios y los liberó por falta de pruebas, lo que fue bien aceptado por unos y otros por lo justo de la resolución y los acertados razonamientos expuestos en ella. No tenía ni idea hasta ese momento, pero el tal Samuel Steele es un personaje legendario dentro de la Policía Montada. Para la próxima vez que vaya a Canadá me documentaré un poco mas sobre el tema.
Vale la pena una visita al lugar, es entretenida y diferente a todo lo que había hecho hasta el momento en Canadá. Todo está cuidado hasta el ultimo detalle, empezando por los trajes que utiliza todo el personal que trabaja en el lugar. Y puesto que llegó el mediodía paseando por allí opté por quedarme a comer en el hotel. No le faltaba nada. De fondo música de piano, al mas puro estilo de las películas del oeste, chimenea encendida y animales disecados en las paredes. La comida, estilo canadiense. Pero qué otra cosa cabe esperar de un sitio como ese… Un rato después de comer me puse de nuevo en camino. Los nubarrones que había conseguido esquivar durante casi toda la mañana, venían hacia mi y todavía tenía bastante camino por delante que no me apetecía recorrer en plena tormenta. Tenía entendido que el paisaje que hay llegando a Waterton es espectacular y no quería verlo bajo la lluvia.
Tenía pinta de tormenta. Cada vez mas. Y me venía pisando los talones. La ruta hacia Waterton Lakes tenía varios tramos en obras y bastante tráfico, así que se me hizo un tanto pesada hasta que llegó el momento de tomar la desviación hacia el parque, a falta de unos sesenta kilómetros para llegar. Para entonces había vuelto a atravesar las Rocosas de nuevo. Mi ruta me alejaba de la cordillera dirigiéndome hacia el este para volver a incrustarme en ella algo después, tras tomar un desvío hacia el sur que me llevaría prácticamente hasta la frontera con los Estados Unidos. Según avanzaba hacia el este internándome en la Provincia de Alberta el paisaje iba cambiando. Las montañas, bosques, lagos, ríos y cascadas que se sucedían de forma casi interrumpida desde hacía mas de una semana daban paso a un terreno cada vez mas llano, en el que poco a poco iban predominando los campos de cereal junto con algunos pequeños rebaños de futuras hamburguesas e incluso algún que otro parque eólico.
De todos los parques nacionales que tenía pensado visitar en este viaje Waterton Lakes es el que mas me apetecía de todos. No sé muy bien por qué. Tal vez fuese lo que había leído sobre él en alguna revista que cayó en mis manos meses antes de organizar este viaje; tal vez el par de fotos que vi en ellas. Quizá fuese el hecho de que estaba un tanto apartado de todos los demás, hasta el punto de que había que desviarse bastante de cualquiera de las rutas principales de la zona para llegar hasta él. Los viajeros que desde las Rocosas se dirigiesen hacia Calgary tenían que dar un rodeo considerable para llegar hasta allí y no digamos los que tuviesen intención de ir a Vancouver. En mi caso tenía claro desde el principio que Waterton Lakes formaba parte irrenunciable de mi itinerario y que si, en un momento dado, tenía que suprimir algo por falta de tiempo sería en otro lugar.
A media tarde llegué al cruce que, siguiendo hacia el sur durante unos sesenta kilómetros, me llevaría hasta mi destino. Para entonces los nubarrones ganaban la partida al sol y la tormenta parecía ya inevitable. Una ondulada pradera de tonos predominantemente amarillentos daba paso a un precioso lago en el que las montañas y los nubarrones se reflejaban con brillantez. Tenían razón. La llegada al Parque Nacional Waterton Lakes es simplemente espectacular. Imposible negarlo.
Waterton Town es un pequeño pueblo situado en el interior del parque donde se concentran todos los servicios turísticos que hay en el mismo. Situado a orillas del lago y a ocho kilómetros de la entrada, constituye el punto de partida de buena parte de las rutas e itinerarios que es posible efectuar en él. Es un parque pequeño, no llega a los cuatrocientos kilómetros cuadrados. Sin embargo sus límites alcanzan la frontera estadounidense, en el estado de Montana, donde está situado el Parque Nacional Glacier de tamaño muy superior, país con el que Canadá mantiene un acuerdo de protección conjunta para ambos espacios.
Mis previsiones no fallaron e instantes después de llegar al pueblo empezó a descargar la tormenta. Rayos, truenos y bastante agua cayeron durante aproximadamente una hora que aproveché para instalarme en el hotel que había reservado. No me quedó mas remedio pues el albergue que había habido en el parque ya no existía. La previsión para el día siguiente era de tiempo despejado e incluso calor. Opté por creérmela. A estas alturas del viaje tenía claro que era perfectamente posible que saliese un buen día después de uno de tormentas o, incluso, de nevadas.
La excursión para el día siguiente que, por supuesto, amaneció completamente despejado, consistía en subir hasta Crypt Lake. Para ello tenía que salvar unos setecientos metros de desnivel en nueve kilómetros aproximadamente y atravesar un estrecho túnel excavado en la roca, dando a parar a un pequeño lago cuya orilla sur pertenecía ya a los Estados Unidos. El inicio del sendero se encontraba al otro lado del Waterton, así que para llegar había que tomar un barco y cruzarlo en un trayecto de aproximadamente un cuarto de hora.
En los muelles me encontré a dos viejos conocidos, la pareja de Andorra que había conocido en Port Hardy y que habían llegado hasta allí tras un forzado cambio de planes. Un desprendimiento en la carretera por la que volvían a Vancouver vía Revelstoke les obligó a retroceder y dar un rodeo de varios cientos de kilómetros así que, en vista de las circunstancias, optaron por aprovechar el paseo y acercarse hasta aquí. Me alegré de volver a verlos. Por supuesto hicimos la excursión juntos. En total nueve personas desembarcamos para hacer esa ruta. Esos éramos todos los que íbamos a andar por ese monte en todo el día. Vamos, igual que en Lake Louise…
Una vez se desembarca, tras algo mas de un par de horas de subida se llega a un sendero de varios cientos de metros que atraviesa una ladera de roca. No presenta grandes dificultades salvo que, como en mi caso, sufras vértigo, en cuyo caso te puedes llevar un mal rato cruzando ese tramo. En la zona mas complicada hay incluso un cable de acero a modo de barandilla. Por suerte ese día tenía el vértigo bajo control por lo que pude atravesar esa zona sin problemas. En otro caso no me hubiese quedado atrás pero sin duda las hubiese pasado canutas. Poco antes de llegar al lago se atraviesa también un estrecho túnel excavado en la roca. En total, unas tres horas de caminata. El agua del lago, helada. Metimos un rato los pies para probarla. Nos quedamos como nuevos después de la caminata pero las cosas como son, para los de Bilbao el agua estaba fresquita, para el resto... congelada.
Comimos tomando el sol tumbados a la orilla del lago. Unas cabras montesas y silencio absoluto. Daban ganas de quedarse un rato mas pero había que coger el barco de regreso y no podíamos demorarnos mas allí. A media tarde llegamos de nuevo al pueblo. Mis compañeros no se quedaban esa noche. Se acababan sus vacaciones y tenían que volver a Vancouver, por lo que optaron por salir esa misma tarde y hacer noche por el camino para ganar algo de tiempo. Así que nos fuimos a tomar algo antes de despedirnos. Por mi parte yo pasaría otra noche allí antes de continuar hacia Calgary al día siguiente, por lo que una vez se fueron me dirigí hacia el hotel.
No conseguí llegar o, al menos, no en ese momento porque a unos metros de allí estaban aparcando su horroroso coche de alquiler mis viejos conocidos belgas. Creo que nos entró la risa a los tres a la vez. Eran ya casi dos semanas de viaje coincidiendo casi todos los días o, lo que es lo mismo, unos dos mil quinientos kilómetros viéndonos día tras día. Es lo que tienen las guías de viaje. Las personas con gustos similares acaban teniendo las mismas ideas y haciendo lo mismo. Acabamos por ir a cenar los tres juntos y contarnos nuestras respectivas andanzas y futuros planes de viaje. Los suyos pasaban por casarse el año que viene e irse de viaje a Australia. Los míos… ni idea, al menos por ahora. Y como uno es de Bilbao y a mucha honra, los invité. No podía ser de otra forma. Ellos también terminaban allí sus vacaciones. Dos días después cogían el avión de vuelta en Calgary.
Si el día anterior había sido genial, el siguiente amaneció también completamente soleado. Antes de marcharme a Calgary quería hacer un par de paradas mas en el parque. Una para ver una pequeña manada de bisontes que hay a la entrada del parque y la otra en un pequeño cañón a unos kilómetros del pueblo. Los bisontes estaban justo al lado de la pista que recorre la pequeña reserva en la que están así que los tuve a menos de cinco metros de mi. Es un bicho curioso y en apariencia algo desproporcionado. Tiene un cabezón enorme para el cuerpo que tiene. Es muy peludo e igual es por eso que da esa sensación de desproporción aunque, ahora que lo pienso, conozco a varias personas que también se ajustan a esa descripción y no por eso son bichos raros.
Con bastante pena por dejar atrás las Rocosas definitivamente (en este viaje, al menos), me puse en camino a Calgary a mediodía. Algo mas de trescientos kilómetros de distancia y muy pocas ganas de recorrerlos me separaban de allí… Waterton Lakes no me ha defraudado ni lo mas mínimo. Es mas me atrevería a decir que de todos los parques que he visitado en Canadá éste es mi favorito. Y eso es mucho decir...
Empecé a presentir que había cometido un tremendo error de planificación según me acercaba a Calgary. Después de mas de doscientos kilómetros de interminables llanuras sembradas de cereal, atravesadas por kilométricas rectas interrumpidas por algún que otro pueblo de vez en cuando, los carteles de la carretera me anunciaron que entraba en Calgary. Mis cálculos decían que estaba a unos veinticinco kilómetros del centro y no me equivoqué.
Unos suburbios interminables en los que se sucedían sin interrupción las típicas casitas de madera con jardincillo delante, entremezcladas con naves industriales y talleres de todo tipo y condición sustituyeron los cereales y los rebaños de potenciales hamburguesas durante veinticinco largos kilómetros en los que circulaba tranquilamente de semáforo en semáforo. En el centro, estilizados rascacielos conviven sin ninguna armonía con cochambrosos edificios de apenas un par de alturas y solares vacíos que sirven de improvisado aparcamiento.
Antes de plantearme ir allí había oído hablar de Calgary por dos motivos principalmente. En primer lugar porque fue sede de unas Olimpiadas, aunque de esto hace ya mas de veinte años; y en segundo lugar por la "Estampida de Calgary", que se celebra todos los años a mitad del verano. Es una fiesta, para mi gusto bastante paletorra, que consiste básicamente en un gigantesco rodeo al mas puro estilo del oeste, en el que durante unos días los habitantes de Calgary cambian el traje por la ropa de cowboy y el todoterreno por los caballos y los toros.
Admito que Calgary no me ha gustado en absoluto. Me ha parecido una ciudad vulgar y pretenciosa que, aparentemente, tras décadas creciendo desordenadamente a lo ancho ocupando kilómetros y kilómetros de llanuras ha optado de repente por hacerlo a lo alto, construyendo en el centro un rascacielos detrás de otro y, por supuesto, la inevitable torre con forma de pirulí que parece proliferar como los champiñones en toda ciudad moderna que se precie de serlo. Reconozco que me gustan los rascacielos pero fue un error dedicar día y medio del viaje a ellos. Con la primera tarde había tiempo de sobra.
Orientarse por una ciudad norteamericana es sencillo, pues la inmensa mayoría de las calles y avenidas están numeradas y todas las direcciones se expresan por el número de la calle y el punto cardinal hacia el que está orientada, de tal forma que hasta el mas torpe del mundo podría llegar a cualquier lugar en una ciudad como Calgary, a nada que tenga un poco claros los cuatro puntos cardinales y los números. Prácticamente todo lo que hay que ver en esta ciudad se concentra en las calles de alrededor del centro, así que ni es mucho ni tiene pérdida.
Un bonito parque situado en un islote en mitad del río es un buen sitio para pasear si no tienes mucho interés en callejear o ya te has aburrido de hacerlo. La mejor panorámica de la ciudad se obtiene, como no, desde lo alto de la torre de Calgary donde se accede previo pago de la correspondiente entrada. Un mirador en lo alto y un restaurante giratorio es lo que encuentras al subir allí. Un día despejado se alcanza a ver las Montañas Rocosas, a alrededor de cien kilómetros de allí. Hacia el lado contrario llanuras, interminables llanuras salpicadas con pequeños bosquecillos, ríos y lagos, pero sobretodo llanura.
Decidí tomarme ese día y medio como de relax antes de mi última etapa, ésta en tierras estadounidenses. Lo cierto es que no tenía mas remedio porque mi vuelo era el que era y no había posibilidad de cambio. Por tanto la consigna era no desesperarse y tomárselo con calma. La primera noche me quedé a cenar en el restaurante de la torre. No lo tenía pensado. Entré simplemente a tomar algo y relajarme con las vistas. Sin embargo lo que sacaban de la cocina tenía muy buena pinta y, además, en la carta no había ni una sola hamburguesa lo que sólo podía considerarse como una buena señal, visto el desastre gastronómico que es Canadá. Cené salmón, exquisito, aunque me lo cobraron a precio de besugo. De todas formas lo consideré un dinero bien gastado. Por no mucho menos otros días había comido una hamburguesa.
A la mañana siguiente fui a darme otro paseo. Y parece que como fotógrafo debo dar el pego porque se me acercó un chaval, que resultó ser de Calgary, con una cámara parecida a la mía para preguntarme cómo funcionaba. Se la había comprado hacía poco y no tenía ni idea de cómo manejarla. Mejor dicho, no tenía ni idea de fotografía. A su lado yo parecía un catedrático y eso que tampoco soy ningún figura. Conclusión, pasé un cuarto de hora dando una rápida clase de fotografía en un macarrónico inglés a un chaval canadiense. Entenderme, lo que se dice entenderme… me entendió. Si aprendió algo o no… ni idea, pero hice todo lo que pude. Era lo menos que podía hacer después de haberle dicho que no me había gustado la ciudad, aunque en mi defensa he de decir que se lo dije antes de saber que era de allí. Si lo hubiese sabido antes habría sido un poco mas diplomático. De todas formas el chaval se lo tomó muy bien o, al menos, eso me pareció.
Comí en la terraza del restaurante que había en el parque que he mencionado antes. De nuevo fenomenal y de nuevo a buen precio pero tampoco me importó. Había decidido darme un pequeño homenaje durante ese día y medio para quitarme el mal sabor de boca por el fiasco de Calgary y el disgusto por haber dejado atrás las Rocosas, sus paisajes, sus parques y sus animales. Pasé la tarde deambulando por el centro, haciendo algunas compras y descubriendo el llamado “15 feet walkway”, un curioso sistema de pasillos cubiertos que comunica entre sí prácticamente todos los edificios y rascacielos del centro de Calgary. Llamado así porque están a cinco metros de altura sobre la calle, estos pasillos unen todos los centros y galerías comerciales que hay en las plantas inferiores de dichos edificios, de tal manera que puedes recorrerte todo el centro de la ciudad sin salir a la calle, pasando de edificio a edificio. No es mal sistema para un invierno que imagino será duro.
Esa noche cené en el albergue, el HI Calgary City Centre, muy céntrico y con buenas instalaciones. Mi vuelo salía temprano y no quería acostarme muy tarde. A las seis y media de la mañana siguiente estaba en la terminal. En el control de pasaportes para ir a Estados Unidos de nuevo los dos belgas. A estas alturas ni ellos ni yo nos sorprendimos lo mas mínimo. De hecho parecía poco menos que inevitable que nos encontrásemos allí. Nos habíamos conocido en un ferry y nos íbamos a despedir definitivamente en la puerta de un avión, el suyo con destino a Chicago y el mío a Seattle. Digo definitivamente porque es lo que parecía en ese momento, aunque los tres estuvimos de acuerdo en que no se podía descartar que nuestros caminos volviesen a juntarnos. Si algo se había demostrado durante esas dos semanas es que nuestros gustos, al menos en cuanto al tipo de viaje que preferimos, son poco menos que idénticos.
Precioso viaje y excepto por tu visita a Seatle, has estado en los mismos sitios que nosotros, nosotros hicimos el viaje desde Bella Coola a Port Hardy en el Ferry diurno, bastante menos paliza que lo tuyo. Y por cierto, también somos de Bilbao, y por tanto el agua estaba fresquita
Enhorabuena por el diario, las fotos, el viaje... espectaculares!!! Tengo muchas ganas de hacer algo parecido, así que me guardo tu relato para más adelante.
Por cierto, qué cámara usaste?
Te dejo mis estrellas
Gracias por compartir la útil info en forma de diario ameno y completo. El momento osos guauu!! espectacular!! Nosotros somos muuuy de bichos, así que tomo nota
Un saludo! y gracias de nuevo por compartir tu bonito paseo.
Alaska por tierra, mar y aireAlgo más de tres semanas recorriendo Alaska por libre en caravana y crucero de vuelta a Vancouver en junio de 2018.⭐ Puntos 4.91 (33 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 173
Roadtrip de Costa Este a Costa Oeste USAExplicación de nuestra experiencia en todo el recorrido con sugerencias, precios...⭐ Puntos 5.00 (6 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 51