![]() ![]() Menorca en septiembre de 2012 ✏️ Blogs de España
Relato de 6 días en MenorcaAutor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.7 (7 Votos) Índice del Diario: Menorca en septiembre de 2012
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Etapas 4 a 6, total 8
El día amanece fresco en el exterior y con unas décimas de fiebre para L. La primera impresión es que hoy tampoco tocará descubrir playas menorquinas. Bajamos a desayunar en cuanto abre el comedor a las 8, para evitar que la gente se acumule. Hoy el café parece haber mejorado sensiblemente respecto a la mañana anterior. No abusamos del buffet (yo por conveniencia, L porque no se atreve por su malestar) y subimos a la habitación a la espera de que el ibuprofeno obre su magia. Mientras, Doctor Who me hace compañía tumbado en la cama.
Alrededor de las 10 de la mañana L da luz verde y emprendemos la marcha. Solo por si acaso, llevamos encima bañadores y toalla en una mochila, para no tener que volver hasta el hotel si el escenario cambia. Por ahora empezaremos con una excursión cercana, a la Pedrera de s'Hostal. Situadas a escasa distancia al este nada más salir de Ciutadella, la Pedrera de s'Hostal es una mezcla de viejas y nuevas canteras de piedra convertidas en atracción turística. Tras coger la bien indicada salida de una de las inevitables rotondas, dejamos el coche en un parking hasta ese momento vacío y accedemos a la recepción. A cambio de 4 euros por persona conseguimos acceso a las canteras, un mapa con los posibles itinerarios y una breve introducción a lo que podemos encontrar. Nos advierten de que el itinerario principal está señalizado mediante flechas azules y eventualmente pueden aparecer flechas verdes para iniciar rutas alternativas como, por ejemplo, la que lleva hasta un pequeño y oculto jardín medieval. Empezamos la travesía, inicialmente parándonos en todos los miradores marcados mediante el dibujo de un ojo abierto. Ya en las primeras paradas tenemos algunas de las vistas más, por lo menos, curiosas: las que se asoman al interior de dos enormes huecos en la tierra con claras marcas de cada uno de los bloques de piedra que en su día se extrajeron. Más adelante, en el tramo final del itinerario, podremos descender hasta la base de dichas fosas. Según avanza el recorrido, nos adentramos en un laberinto de caminos entre la vegetación al que no le falta encanto. Lo que nos falta a nosotros, y especialmente a mí, es mejor sentido de la orientación para no perder la referencia tras un par de desvíos. Pese a ello terminamos alcanzando nuestro objetivo: el pequeño jardín supuestamente medieval oculto entre la maleza. Y qué bien que lo encontramos: es un pequeño remanso de paz en el que pasamos un largo rato sin más sonido que el del viento y el agua que cae de las fuentes. [img]http://https://lh6.googleusercontent.com/-etzvqxZjz10/UF9JKWQV44I/AAAAAAAAFpE/XXCwK_8WWu0/s800/MEN_099.JPG[/img] Superado el jardín, seguimos el camino -que vuelve a consistir en tortuosas rutas entre los arbustos- hasta alcanzar el último hito: el descenso a las canteras. Es aquí, rodeado de restos de maquinaria, cuando te das cuenta de que han conseguido el sueño de todo jubilado: hacer de una obra un punto de interés cultural e histórico. Ya de vuelta al aparcamiento, el sol lleva largo rato acompañándonos intensamente durante la excursión. Lo cual, junto al hecho de llevar en el maletero del coche toallas y bañadores, significa una cosa: vamos a intentar hacer nuestra primera incursión en las playas. Me cambio antes de ponernos en marcha y salimos hacia la rotonda con el desvío a todas las playas. Pero antes de llegar la esperanza se disipa: en los letreros luminosos previos al desvío los aparcamientos de Cala Turqueta y Son Saura ya están en rojo. Solo el de Cala Macarella continúa en verde. Por ese único motivo no desistimos y seguimos nuestro camino. Pero no iban a tardar en irse al traste todas nuestras opciones. Tras tomar el mentado desvío (el cual, ya desde los primeros metros, se convierte en una de las famosas carreteras menorquinas que desafían el cruce entre dos vehículos), en apenas un par de kilómetros nos topamos con una retención. Una retención promovida por el hecho de que en un cruce más adelante están informando a los conductores de algo, probablemente de que no hay plazas en ninguna de las calas y no es recomendable tomar la angosta carretera porque podría provocar todavía más retenciones. Nosotros, que todavía lo vemos desde lejos, decidimos a los pocos minutos de espera que las 12 del mediodía definitivamente es una mala hora para decidir ir a la playa. Aprovechamos un pequeño vado como escapatoria para dar la vuelta y abandonar nuestro intento. Paramos puntualmente en el hotel (que prácticamente nos viene de camino) para ponernos ropa más fresca, tras achicharrarnos en las canteras con ropa para menos de 30 grados. Repetimos la ruta de ayer hasta Maó con una doble intención: la de visitar la capital de Menorca, y quitarnos antes la espina de habernos encontrado el restaurante de Fornells cerrado el día anterior. Llegamos de ese modo alrededor de las 13 horas a Platges de Fornells donde, esta vez sí, el Café del Nord tiene las puertas abiertas. Como primeros comensales del día, inauguramos la terraza en la que nos reciben con toda hospitalidad, tal y como auguraban los comentarios que habíamos encontrado en la red. No necesitamos mirar durante mucho tiempo la carta, sabemos a lo que venimos: menú menorquín que incluye degustación de entrantes, una caldereta para dos, bebida y postre. 35 euros por persona. La degustación consiste en tres pequeños platos para hacer tiempo mientras la caldereta de langosta se prepara. Para empezar, un crujiente de hojaldre con sobrasada y miel. A continuación un buen plato de gambas a la plancha. Y para terminar otra buena ración de mejillones al vapor. Para estas alturas ya hemos dado buena cuenta de los cuencos de agua con limón que nos han traído para lavarse las manos. Y entonces llega la caldereta. Tras instalar junto a nosotros una mesa accesoria, llega el caldero recién salido del fuego y el camarero sirve la justa proporción de caldo y langosta. Nos trae también un buen plato de láminas de pan, aunque recomienda no abusar de él ya que la caldereta es sustanciosa por sí sola. Probamos al fin el famoso plato insignia de Fornells en particular y Menorca en general, echando eventualmente mano de las pinzas para lidiar con los trozos de langosta más rebeldes. Supongo que sí a nosotros que no sabemos valorar especialmente el supuesto sabor exquisito de la langosta nos parece un buen plato, es porque realmente debe ser muy bueno. Cierra la velada un postre de helado de queso de Maó, curioso y más suave de lo esperado. Nos despedimos así de, probablemente, una de las opciones con mejor relación calidad-precio para saborear la comida tradicional menorquina. Además, con unas vistas inmejorables a Cala Tirant. Pero no todo son buenas noticias. Durante la comida, el dolor de cabeza de L que parecía haber remitido ha vuelto a hacer aparición y va ganando en intensidad. Aumentando de tal manera que decidimos abortar los planes de continuar hasta Maó y volver al hotel para intentar que descanse un par de horas. Si para entonces se encuentra mejor, ya improvisaremos algún plan alternativo sin abandonar la costa oeste de la isla. Esperamos que otro día pueda ser el turno de Maó, La Mola y la compra de quesos típicos. En el regreso ya no hace falta siquiera activar el GPS del teléfono. Al final todo se reduce a la misma vía principal (la Me-1) y recordar en qué rotonda hay que girar según cuál sea tu destino. Incluso vamos ya adelantando a coches de alquiler; resulta difícil resistirse cuando alguno apenas supera los 50 km/h en vías con límite de 80... Algo más de dos horas después, el descanso en la cama del hotel parece haber sido buena idea. Rondan las 18 horas cuando volvemos a salir, esta vez para volver a Ciutadella. Volvemos a aparcar en el acertadísimo y gratuito paseo de Sant Nicolau, en esta ocasión frente al portal número 13, todavía más cerca de la plaza del ayuntamiento con aparcamientos de pago. La misión: comprar unas abarcas. Se trata de un calzado muy típico en la isla, una especie de zuecos con una suela que recuerda al perfil de un neumático y asidas al pie mediante dos tiras de cuero que dejan espacio para respirar a la zona intermedia. Traemos anotada de casa la dirección de una supuesta buena opción para comprarlas, pero tras media hora dando vueltas por el casco antiguo empiezo a pensar que o bien la tienda se encuentra atrapada en un bucle temporal, o bien es como el andén del tren a Hogwarts, porque no hay ni rastro de ella. Para colmo, cuando finalmente se aparece frente a nosotros -en una calle por la que habíamos pasado seis veces-... resulta que de abarcas ni rastro. Se trata de una zapatería más bien selecta que solo tiene calzado más tradicional de marcas reconocidas. Así que finalmente L decide comprar sus abarcas en una tienda claramente enfocada a turistas de la plaza del ayuntamiento, con un precio muy similar al que habíamos ido observando por todas partes: 23 euros. Cumplida la misión, toca esta vez desplazarse hacia la punta noroeste de la isla, donde se encuentra el faro de Punta Nati. El camino es bonito, una carretera estrecha –pero no la peor- escoltada por carril bici a ambos ladas y aislada del campo a través mediante muros de empedrado de medio metro de altura. La idílica imagen se estropea cuando apenas nos quedan unos cientos de metros para alcanzar el faro: al parecer, no hay ninguna zona habilitada para aparcar y los coches no tienen otra opción que irse apilando en uno de los laterales de la carretera. Para colmo, algún espabilado ha decidido ser muy especial y aparcado su coche en el lado contrario al resto de vehículos, provocando un caos considerable cuando van llegando nuevos turismos y algunos pretenden marcharse. Nos lo pensamos pero finalmente, gracias a un hombre con aspecto de jubilado que decide tomar las riendas momentáneamente, conseguimos avanzar para dar la vuelta y dejar el coche en el lateral adecuado, ya apuntando hacia la salida para cuando nos decidamos marchar. Lo que apenas iban a ser unos segundos en coche, se convierten en 15 minutos a pie bajo un calor importante para alcanzar el faro. Faro que, para variar, no permite llegar hasta él y obliga a rodear su perímetro delimitado por un muro. Lo superamos y llegamos hasta los acantilados, en los que ya hay bastante gente esperando a la puesta de sol, principal motivo por el que la gente viene a este lugar. Los más previsores y precoces han cogido sitio en lo alto de pequeños talayotes y vienen equipados incluso con neveras portátiles. Sentados de forma precaria en las mejores rocas que hemos encontrados y tras un buen puñado de disparos de la cámara de fotos, el sol se despide elegantemente de un cielo totalmente despejado y empezamos a enfilar casi todos los presentes el camino de vuelta. La sensación es parecida a cuando la masa se deja arrastrar por las calles tras finalizar un partido en el Camp Nou. Se reanuda el pequeño caos de coches que intentan avanzar, pero nosotros tenemos suerte y al alcanzar el nuestro no sufrimos problemas para ponernos en marcha. El GPS nos invita a llegar a nuestro hotel atravesando de nuevo el centro de Ciutadella, pero decidimos por nuestra cuenta que será menos problemático recurrir a la "Ronda" y sus incontables rotondas. Ya en la habitación no tenemos prisa por cenar, ya que L sigue convaleciente por la fiebre y yo empiezo a sentir dolor de estómago. Lo siento hasta el punto de recurrir al retrete justo a tiempo para no dejar a L sola en el buffet y acompañarla durante la cena sin que la visión de comida me dé arcadas. Incluso me atrevo a asentar el estómago con un poco de gazpacho y cuatro macarrones contados, pero sin éxito: no tardarían en seguir el mismo camino. Cuesta, pero finalmente nos dormimos con la esperanza de que mañana ya no persistan los problemas de salud. No tendríamos esa suerte. Etapas 4 a 6, total 8
El día da el pistoletazo de salida con buena temperatura y cielos despejados, y sin embargo nos queda por delante una horrible mañana. L despierta peor que nunca de la fiebre, y yo tengo un dolor agudo de cabeza y sigo con serias dudas sobre mi estómago. Lo último que se nos pasa por la cabeza es salir rápidamente hacia la playa. Y los días siguen pasando.
Desayunamos poco y tarde, pasadas las 10. Al acabar, L vuelve enseguida a la cama y yo paso por la farmacia a pocos metros del hotel, para abastecerme de las drogas que una amiga común con estudios en medicina le ha recomendado. Marchando un cóctel de nolotil y paracetamol en dosis bebibles. Cuando alcanzamos el mediodía, parece que nos hemos recuperado lo suficiente para intentar que el día no se pierda del todo. Por tercer día consecutivo, nos ponemos en marcha hacia el este de Menorca y esta vez sí, cubrimos probablemente la distancia más larga posible en los límites de la isla: 1 hora de carretera entre los alrededores de Ciutadella y la fortaleza de La Mola, más allá de Maó. El último tramo, ya superada la capital y adentrándose en la pequeña península que alberga la fortaleza, es especialmente bonito de ver desde la ventana para el copiloto. Pese a no ser ni mucho menos primera hora, no hay excesiva afluencia de gente cuando alcanzamos la fortaleza. Apenas 6 o 7 coches aparcados, y ni rastro de turistas cuando entramos en la tienda de recuerdos que hace las funciones de recepción. Por 8 euros cada uno (1 más de lo que habíamos leído recientemente) conseguimos nuestras entradas y nos hacen una introducción a lo que vamos a ver con la ayuda de un mapa. Para el que lo desee, por 3 euros más pueden alquilarse audioguías que van dando información sobre lo que estás viendo en momentos puntuales del recorrido. Recorrido que en su versión más básica se estima que dura 1 hora y 15 minutos, aunque puede alargarse otros 35 más si se toma una ruta adicional que lleva, al aire libre, hasta el extremo oriental del complejo. En absoluto nos arrepentimos de haber decidido descubrir La Mola. Se trata de una visita muy recomendada, que alterna grandes espacios dignos de un capítulo de Juego de Tronos (o de Águila Roja, si no queremos irnos tan lejos), recorridos por estancias subterráneas con una escasez de iluminación que le dan una atmósfera genial, y buenas vistas a la pequeña bahía y la ciudad de Maó. Mención especial a la "Galería Aspilleraza" un interminable pasillo de 390 metros en el que tras cada par de pasos se sucede un arco de piedra, y desde cuyo inicio es imposible vislumbrar donde termina. Por ahora los cuerpos nos están dando una tregua y nos sentimos bastante bien. No pensábamos realizar la excursión opcional que añade 35 minutos a la visita, pero accidentalmente la iniciamos y nos damos cuenta cuando ya llevamos varios minutos de travesía. La ida supone un ascenso de 15 minutos alcanzando los bloques de las instalaciones penitenciarias, para finalmente llegar al punto más oriental del territorio español. ¿Y qué nos encontramos en ese punto? La "Batería Vickers", un enorme cañón bien conservado apuntando al agua. Para que al que se le ocurra venir por mar sepa qué bienvenida le espera. Si durante la visita a la fortaleza apenas nos habíamos cruzado con un puñado de familias, en esta parte adicional del recorrido estamos ya completamente solos, lo cual es de agradecer. El regreso hasta el punto de salida es un descenso de 20 minutos por un camino rural, acompañados por una agradable brisa incluso estando a pleno sol. Abandonamos La Mola para, esta vez sí, de una vez por todas y tras recorrer la isla de lado a lado tres veces, alcanzar la capital de Menorca. En 15 minutos hemos abandonado la pequeña península del extremo y alcanzado el aparcamiento público de la Plaça Miranda, a pocos metros del casco histórico de Maó. El parking se cobra la plaza a unos nada desdeñables 2 euros por hora. Sin ganas de buscar mucho y dada la hora que es (casi las 16 ya), paramos en el primer bar que encontramos que no tenga pinta de taberna de mala muerte. Compartimos un bocata caliente de pollo y queso que nos sienta de maravilla. Solventado el problema del hambre, empezamos a descubrir la capital menorquina... y terminamos enseguida. En apenas 20 minutos cubrimos toda la zona antigua de arriba abajo. Pese a estar en vísperas de fiestas todo está cerrado, solitario y solo algunos operarios que están preparando un escenario dan señales de vida a estas horas. Aún con las calles engalanadas con banderas y adornos de la ciudad, personalmente nos quedamos con Ciutadella. ntes de dar por finalizado el día de excursiones y regresar al hotel tomamos un último desvío al pueblo de Sant Climent. Situado cerca del aeropuerto de Maó, en este pequeñísimo lugar con aspecto de pueblo clásico de Girona tenemos apuntada una de las mejores opciones para comprar queso típico de Maó sin recurrir a una cadena de distribución. Se trata de "Can Bernat", un pequeño y austero local en plena plaza de la iglesia donde juegan los niños (lo dicho, típico pueblo encantador), y donde por apenas 11 euros nos llevamos un queso semicurado (que evidentemente te dejan probar antes) de 1 kilo envasado al vacío en el preciso instante de la compra. Comparado con los precios que tiene el queso de Maó en supermercados de Mallorca, es baratísimo. Nos quedamos solo con el queso, pero aquí mismo venden también otros productos artesanos como cervezas, vinos e incluso sus propias abarcas. Nos despedimos de un día que nos ha acompañado desde que salimos del hotel con una temperatura nunca inferior a 30 grados. Tras pasar entre 40 y 45 minutos adelantando a los clásicos coches de alquiler que parecen esperar pasarse las vacaciones en carretera, aprovechamos que la habitación debe estar impecable para realizar el ya tradicional recorrido en vídeo para quien se esté planteando alojarse en la zona. Etapas 4 a 6, total 8
Yo he dormido del tirón, y L ha pasado peor noche pero cuando el reloj marca las 7:45 dice estar bien. El cielo está despejado y parece que tendremos un día de buenas temperaturas. De hoy no pasa. Toca playa.
Desayunamos a la hora más temprana posible, cuando el comedor abre sus puertas a las 8 de la mañana. No estamos solos ni mucho menos, entre el turismo extranjero suele ser habitual (y con buen criterio) aprovechar las horas de sol cuando visita un destino como nuestro país. Apenas hemos superado las ocho y media cuando nos ponemos en marcha, y al parecer acertamos con la idea de salir cuanto antes. En el tramo de 20 a 25 minutos que separa Ciutadella de la playa de Son Saura, apenas nos cruzamos con 3 o 4 vehículos, probablemente de residentes que emprendían su marcha hacia el puesto de trabajo. Cuando llegamos al aparcamiento no llegamos a los 10 vehículos. El empleado que se encarga de gestionar como se disponen las plazas nos asegura que en un par de horas quedará cubierto el aforo para 210 coches. Un muy breve paseo de apenas 5 minutos nos planta en la primera cala, una extensión de arena muy pequeña cuyo nombre no recordamos. Continuamos la marcha hacia la izquierda, entre varios arbustos pero sin perder nunca de vista la línea de mar, y no tardamos en alcanzar la orilla que buscábamos. Por ahora cumple lo que promete: una playa relativamente larga (para lo que puede encontrarse en Menorca, abarrotada de calas pequeñas), virgen, sin edificaciones junto al mar, agua color turquesa y, por ahora, muy tranquila. La arena está dura, muy compactada, y el agua un tanto fría para encontrarnos en los últimos coletazos del verano. Apenas un par de parejas y 4 o 5 barcos fondeados a 100 metros son nuestra compañía. Quedando a mano derecha el camino por el que hemos venido, a mano izquierda encontramos un camino sobre las rocas que bordea el agua y permite llegar a pie a nuevas calas. La señalización nos indica que se trata nuevamente del Camí de Cavalls, la ruta que traza un perímetro por toda la isla. Si continuáramos caminando, en poco más de 1 kilómetro se nos aparecería Cala des Talaier, y en 3 kilómetros y medio alcanzaríamos Cala Turqueta. Pasan las horas y a las 11 de la mañana la cantidad de gente todavía es muy aceptable, con espacio suficiente para que varios metros separen unas toallas de otras. Sin embargo, en ese momento aparece por un saliente un barco bautizado como Jumbo que tiende una pasarela sobre el Camí de Cavalls sobre la que empiezan a descender decenas y decenas de turistas. Turistas que no tienen intención de caminar mucho, por lo que se convierten inmediatamente en nuestros nuevos vecinos rellenando todos los huecos que los ya presentes hemos ido dejando a lo largo de la orilla. A sabiendas de que el barco pertenece a una compañía que fleta barcos a varias playas del sur de Ciutadella, queda claro que en éstas existe un antes y después en cuanto a afluencia de público cuando se acerca el mediodía. Decidimos terminar la jornada playera a las 13 horas, satisfechos con poder quitarnos al fin la espina de visitar arenas menorquinas, pero con el esperado resultado de no mejorar nuestra "playa de referencia". Este verano hemos hecho un esfuerzo por buscar una playa que de verdad pueda competir bajo nuestro baremo con la idílica Es Trenc, y definitivamente no lo hemos conseguido. El aparcamiento hace varias horas vacío ahora está abarrotado, pero muy bien organizado para que cualquier vehículo tenga una vía de salida cómoda. Un diez en ese aspecto a los empleados que se encargan de mantener el orden según llegan los bañistas. Pese a que las señalizaciones de la carretera principal deben indicar desde hace ya mucho rato que el parking de Son Saura está lleno, no dejan de llegar a modo de goteo nuevos coches con la esperanza de encontrar un hueco. Y en su insistencia consiguen que algunos de los caminos en el aparcamiento queden bloqueados. Creo que sería más práctico bloquear el camino en algún punto cuando se tiene la certeza de que no hay plazas. Quizás se molestarían algunos turistas tardíos, pero al fin y al cabo ellos son los que deciden no dar media vuelta pese a los carteles que indican la falta de plazas. En el camino de vuelta nos cruzamos con algún coche en sentido contrario que obliga a aminorar la marcha y arrimarse a los laterales, pero por regla general parece que hemos acertado en el horario de salida. Hacerlo más tarde puede conllevar más tráfico en ambas direcciones y retrasarte mucho debido a los pequeños atascos. A las 14 horas ya estamos de vuelta en la habitación, pasados por la ducha para librarse de la arena y listos para salir a comer. Nuestro plan gastronómico consiste en desplazarnos apenas un par de minutos hacia otra de las áreas turísticas al sur de Ciutadella: la de Cala Blanca. Allí tenemos anotado un supuesto restaurante "bueno, bonito, barato". Sin embargo, en el camino nos topamos en uno de los laterales de la carretera con un local que nos resulta difícil ignorar: el restaurante grill Es Caliu. Nos recuerda demasiado a Can Torrat, uno de nuestros lugares favoritos en Mallorca, así que no tardamos en decidir que, si no le damos una oportunidad, más adelante nos preguntaremos si hicimos bien. Utilizamos la rotonda más próxima para dar la vuelta y nos plantamos en el aparcamiento. Comemos como señores con un entrante de calamares a la andaluza (L es incapaz de ignorarlos cuando los ve en la carta) y sendos entrecot bien hechos acompañados de patata al horno y algo similar al pisto. Incluyendo dos rebanadas de pan tostado y la bebida, pagamos 52€ los dos, lo cual dada la calidad del asunto nos parece un precio muy aceptable. Con el estómago lleno, aprovechamos haber recorrido ya medio camino para asomarnos a la mencionada Cala Blanca. Es un emplazamiento coqueto, con una gran variedad de locales de servicios y un hotel con muy buen aspecto asomándose a una pequeña cala que queda varios metros en altura por debajo. Prácticamente todos los restaurantes son del estilo "piscina incluida", cosa que L asegura ser lo más normal del mundo pero yo no recuerdo haber visto jamás con anterioridad. Por el ambiente entre festivo y tranquilo, la playa y el aspecto de los locales, es un lugar que recomendaría a los que buscan el clásico destino turístico en el que no tener que moverse demasiado. Volvemos a nuestro hotel y hace calor, mucho calor. Tanto como para pensarnos tantear la helada piscina que rodean las villas del Prinsotel Sa Caleta. Bajamos con las toallas que nos han incluido en la reserva y nos acomodamos en sendas tumbonas. Para la hora que es y tratarse de un hotel muy familiar, se está mucho más tranquilo de lo esperado. Pero lo del agua no tiene remedio: no aguanto más que entrar y salir para refrescarme. Debe rondar los 20 grados. Tras una hora de relajación y un poco de lectura, abandonamos la piscina justo a tiempo para esquivar la animación del turno de tarde, que sigue siendo penosa. Cuatro empleados haciendo bailar a la gente en el agua con pasos de baile dignos de una función de colegio. Mucho mejor nuestro plan de volver a asomarnos a Cala Santandria, donde de vez en cuando el grito de algún pato irrumpe en el sonido de la brisa y el mar. A la vuelta aprovechamos que todos los niños están por el área de la piscina para jugar a ser jóvenes haciendo el indio en los columpios del hotel. Todavía con un tiempo de sol hasta que caiga la noche, nos animamos a revisitar lo que fue uno de los mejores momentos de nuestro primer día completo en Menorca: el Cap d'Artrutx al suroeste de la isla. Esta vez, sin embargo, la climatología ha engullido el perfil de la isla de Mallorca, que no se divisa más allá de la línea del horizonte. En su lugar tenemos una puesta de sol para la que preparo el equipo fotográfico, pero queda deslucida por unas densas nubes que nos despiden del astro rey antes de lo previsto. Unas horas más tarde, tras seguir amortizando la habitación, nos dirigimos a nuestra última cena en el hotel. Por haber salido tarde, prácticamente a las 22 horas, en la piscina ya se está preparando la animación de la noche que, oh sorpresa, hoy es aceptable. Un chico de mediana edad ataviado de taburete, guitarra y amplificador, por ahora interpretando Wonderwall de Oasis. Seguimos nuestro camino apenados por perdernos el único show de animación que no da vergüenza ajena a lo largo de nuestra estancia. Terminamos a tiempo para que al regresar hacia la habitación el show no haya terminado, así que nos acomodamos en el primer sitio que vemos libre y con unas hierbas dulces en la mano disfrutamos del repertorio. A nuestro regreso nos recibe el Nothing Else Matters de Metallica, pero justo entonces cambia a unos minutos más nacionales y latinos, cosa que no nos va tanto. Al final remonta el vuelo empezando con el Summer of '69 de Bryan Adams, para rematar con un pequeño popurrí de los Beatles (incluida mezcla entre Twist and Show y La Bamba) e interpretar un bis con una versión a guitarra del I've Gotta Feeling de los Black Eyed Peas. Dos cuerdas se ha cargado durante la función el chaval, que físicamente es una combinación de Chayanne y Juanes. Debemos agradecerle el buen rato. Etapas 4 a 6, total 8
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