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15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA

15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA ✏️ Blogs de Sudáfrica Sudáfrica

VIAJE DE 15 DIAS VISITANDO BLYDE RIVER CANYON, KRUGER, CAPE TOWN Y ALREDEDORES, Y LA GARDEN ROUTE
Autor: Espitoni  Fecha creación:  Puntos: 5 (23 Votos)
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CAPE TOWN

CAPE TOWN


Localización: Sudáfrica Sudáfrica Fecha creación: 01/02/2013 22:33 Puntos: 5 (1 Votos)
Tras cinco días inolvidables en el Kruger, salíamos del parque a eso de las cuatro de la tarde. Nuestro siguiente destino era Cape Town. Ir en coche desde el Kruger hasta Cape Town es una autentica salvajada. Y nosotros que somos gente muy civilizada, lo descartamos automáticamente. Otra opción es volar de Nelspruit a Cape Town, pero no hay vuelos directos, siempre habrá que hacer escala en J’burg. Y además el precio resulta prohibitivo. Eso reduce las opciones a una. Coche hasta J’burg y de ahí avión hasta Cape Town.
El trayecto de vuelta a J’burg se nos hizo muy pesado. Llevábamos cinco días levantándonos muy pronto, y empezábamos a pagarlo. Sobre todo los últimos 150 kilómetros. Mi mujer ya no podía más y se quedó dormida. ¡Qué envidia! A mi se me cerraban los ojos. El último tramo se me hizo muy duro. Estaba tan cansado que me costaba mantener la ojos abiertos. Notaba como se me cerraban. Miraba a un lado y veía a mi mujer dormida. Miraba al otro lado y no veía nada, sólo oscuridad. Miraba enfrente y veía las luces de los coches que venían hacía nosotros. ¡Qué mal lo pasé!
Una curiosidad, el primer día cuando hicimos el trayecto contrario, sólo tuvimos que pagar en dos peajes, ya que al dormir en Graskop salimos de la autovía antes de llegar a la altura del Kruger. Pero en esta ocasión, como salimos del parque por Malelane Gate, nos incorporamos a la autovía a la altura de Nelspruit. Hicimos más kilómetros por autovía y eso se tradujo en un peaje más. El primero no recuerdo como se llamaba. Lo que si recuerdo es el precio, R49. Los otros dos peajes fueron en los mismos lugares que a la ida, en Machado, R64; y en Middelburg, R43.
Una vez en J’burg paramos a poner gasolina. R535. El precio del litro era de R11’87, un poco más barato que en el Kruger. Y se podía pagar con tarjeta. Lo de que las gasolineras no aceptan tarjetas ha pasado a la historia. Ahora en todas aceptan tarjetas. Tienen unos datáfonos portátiles, que te acercan hasta el coche cuando dices que quieres pagar con tarjeta.
A las 21:00 llegábamos al hotel. Ya era de noche y no se veía a nadie por la calle. Parecía una zona tranquila, con viviendas unifamiliares más protegidas que el Pentágono. Vallas altísimas. Alambradas de espinos, que en algunas casas incluso estaban electrificadas. Menuda psicosis.
Las puertas del hotel estaban cerradas. Y por fuera parecía una vivienda más. Tocamos el timbre y antes de abrirnos se asomaron para comprobar que éramos gente de bien. Supongo que si te ven armado y con un pasamontañas no te abren. Así que ya sabéis si reserváis un hotel en J’burg poneros vuestras mejores galas, al menos el primer día, no sea que os vean con mala pinta y os dejen en la calle.
En el hotel nos dieron un upgrade, y nos alojaron en una habitación enorme. El baño, era tan grande que casi te perdías dentro. Y eso por sólo 50 euros. Cuando reservamos el hotel, en las fotos parecía que estaba bastante bien. In situ estaba mucho mejor. Lo reservamos porque estaba muy cerca del aeropuerto y a un precio asequible. Fue todo un acierto.
La única pega era que no tenía restaurante. Se había hecho tarde, eran más de las diez. Con la fama de peligrosa que tiene esa ciudad, y tan solitaria como parecía esa zona, como para arriesgarse a salir. Por si nos quedaba alguna duda, estaba lloviendo con fuerza. La decisión la tomamos rápidamente. Esa noche no saldríamos del hotel. Y tampoco cenaríamos. Comimos cuatro galletas que nos quedaban, y nos quedamos un rato en las zonas comunes conectados al wifi. Llevábamos cinco días sin dar señales de vida, y ya teníamos un poco de morriña. No tardamos mucho en irnos a dormir.
Mientras conducía de camino a J’burg me moría de sueño. No podía con mi alma. Fue llegar al hotel, entrar en la habitación y despejarme. Cansado, seguía cansado, pero el sueño había desaparecido. No podía ni cerrar los ojos. Se me abrían solos, como si tuvieran muelles. ¡Qué rabia!.
Por la mañana nos levantamos a las cinco y media, y a las seis menos cinco salíamos con las maletas de la habitación. Pero en el hotel no había nadie. Ni en la recepción ni en el restaurante. Y ahora qué. Y encima la puerta de la calle estaba cerrada con llave. Aquello empezaba a parecerse a una película de miedo. Solo nos faltaba encontrar un muerto dentro de un armario. Por si acaso no abrí ninguno. No por el muerto, sino por lo que viene después. En todas las películas, es descubrir el muerto, y automáticamente aparecer un asesino con un cuchillo de dos palmos y cara de loco. Siempre he pensado que si en todas las películas y series es igual, debe ser por algo. Si sólo pasara en alguna película aislada, lo achacaría a la imaginación de los guionistas. Pero ocurriendo en todas, debe ser porque un poso de verdad hay en eso. Pero vamos, con mirar dentro del armario todo arreglado. Si no se mira, no hay muerto, y si no hay muerto no hay asesino.
La cosa empezaba a ser preocupante. No podíamos llegar al coche. Y en media hora teníamos que salir hacia el aeropuerto. Dimos una vuelta buscando a alguien, pero no había nadie. Por no aparecer, no aparecieron ni el muerto, ni el asesino. Cuando ya empezábamos a pensar que se habían olvidado de nosotros, apareció la cocinera. Nos dijo que nos sentáramos, que enseguida nos sacaba algo. En ese momento también vimos pasar a la recepcionista. Menudo alivio. Tendríamos que desayunar deprisa y corriendo, pero al menos podríamos salir a la hora prevista.
En realidad el desayuno se sirve a partir de las seis y media. Pero como teníamos que irnos a esa hora, nos dejaron entrar al comedor antes. Todo un detallazo por parte del hotel. Nos sacaron fiambres, frutas, tostadas, mermeladas y zumos. Más que suficiente. Picamos algo rápido, y a las seis y media salimos en dirección al aeropuerto. A esas horas no había tráfico y en 15 minutos recorrimos los 9 kilómetros que nos separaban del aeropuerto.
El trayecto por Sandstron, confirmó la sensación que habíamos tenido por la noche. La obsesión por la seguridad es exagerada. Lo de levantar unos muros de más de dos metros y medio, lo puedo aceptar. Pero lo de poner alambradas de espino, cámaras de vigilancia por todas partes, y sobre todo lo de las vallas electrificadas, me parece excesivo. Espero que sean unos exagerados con estos temas, porque si realmente todo eso es necesario, ¡que miedo!. No querría vivir en un sitio ni por todo el oro del mundo.
Devolvimos el coche sin problemas. Ni lo miraron. Pardillo de mí, me fié y no pedí ningún justificante. Una vez de vuelta a casa, me han cargado unos 5 euros por no se que historias de la gasolina. El depósito estaba lleno, segurísimo. Son unos listillos esos de Tempest. Pero por 5 euros tampoco me voy a poner a discutir. Ya está bien así.
El vuelo a Cape Town lo había cogido con Kulula. Salió puntual, a las 08:10 y llegó a la hora prevista, a las 10:20. Volamos con un avión normal. Nada de avionetas ni turbohélices ni trastos antediluvianos. Un vuelo cómodo y tranquilo.
De nuevo habíamos reservado el coche a través de Aroundaboutcars. Pero está vez volvimos a nuestras tradiciones. El coche más barato, que siempre es el más pequeño. De nuevo nos remitieron a Tempest. En el aeropuerto de Cape Town, las oficinas de los renta a cars están fuera del terminal, junto al aparcamiento. Basta con seguir los letreros y se llega sin dificultad. Recogimos el coche sin problemas y a buscar el hotel.
La dirección del hotel no aparecía como tal en el GPS. Le indicamos nuestro destino por aproximación. Y llegamos al centro de Cape Town. El hotel no debería estar muy lejos. Dimos una vuelta pero no vimos nada. Mal empezamos. Nos paramos a preguntar. Pero nada más bajar del coche, vi el letrero. Estábamos delante y no nos habíamos dado ni cuenta.
El hotel era The Cape Diamond Hotel. Habíamos encontrado una oferta muy buena y por eso lo reservamos. El precio fue de 100 euros por 3 noches con desayuno incluido. Un hotel de 4 estrellas a 33 euros la noche. Mucho no podíamos perder.
En cuanto a la habitación, era algo pequeña. Un poco de mantenimiento no le hubiera venido mal. Además no tenía aire acondicionado ni nevera, y el armario era ridículo. El baño no tenía ventilación y la maquinaria del ascensor se oía continuamente. Y no tenían wifi gratuito. Preguntamos el precio, y no iba por tiempo, sino por megas; R500 megas por R150. Lo mejor del hotel junto con el precio, la ubicación. Muy céntrica y cerca de todos los lugares de interés. Salvo que encontrase una oferta similar no volvería a alojarme en este hotel.

15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA - Blogs de Sudáfrica - CAPE TOWN (1)

Decidimos empezar a lo grande, por la Table Mountain. La principal atracción de Cape Town, elegida como una de las nuevas siete maravillas del mundo. Por cierto, olvidaros de ir andando. Está bastante lejos del centro.
Encontramos bastante tráfico en la subida. Los coches aparcados llegaban a media subida. No sé quien había aparcado tan abajo, pero se pego un buen tute para llegar desde el coche hasta el telésférico. Nosotros tuvimos una suerte tremenda. Justo cuando llegamos arriba, a unos 300 metros del telesférico, un coche se fue. Era el primero de la cola. Aparcamos allí mismo.
Las entradas se adquieren en la base del telesférico. Había bastante gente en la cola. Pero avanzaba rápido y no tardó en llegar nuestro turno. El precio de la entrada es de R205 por persona. Con la Wild Card se obtiene un descuento del 20%, por lo que sólo pagamos R164. Para ser más preciso, ese es el pecio por usar el telesférico. También se puede subir andando, y en ese caso no hay que pagar nada. O al menos eso creo. Pero para subir hasta allá arriba andando hay que ser un campeón. Creo que deben hacer falta unas cuantas horas. Y sobre todo unas buenas piernas. Salvo que dispongáis de bastantes días para estar en Cape Town, no creo que sea una buena idea subir a pie. La subida os hará perder mucho tiempo. Y eso es algo de lo que siempre andamos escasos los viajeros.

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Con las entradas se sube al primer piso por unas escaleras. Una nueva cola, esta vez para acceder al telesférico. Y otra vez a esperar. Esta cola también avanzaba a buen ritmo.
El telesférico cuenta con dos cabinas. Una sube y la otra baja, cruzándose a media subida. En cuanto se abren las puertas de la cabina, la gente se abalanza dentro intentando coger un buen sitio para disfrutar de las vistas. Hay dos aperturas en al zona acristalada. Como os podéis imaginar, la gente casi se pega por pillar sitio junto a la apertura. Y total para nada. En cuanto empieza a subir. La cabina empieza a girar, mientras que la cristalera exterior queda fija. De esta manera todo el mundo pasa frente a las aperturas y disfruta de las vistas, tanto de la montaña por un lado como de la ciudad por el otro. Un gran invento éste de las cabinas giratorias. Deja contento a todo el mundo.
La subida son solo unos minutos. Y la cabina no se balancea nada. Es muy estable. Hasta mi mujer que no es muy aficionada a estos trastos, reconoció que no le dio nada de vértigo. Una de las pocas veces que ha disfrutado de una subida de este tipo.

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La Table Mountain no es más que una gran explanada de roca, cubierta de matorral medio seco. Estéticamente no es gran cosa. Personalmente a mí me pareció hasta fea. Curiosa, sí, pero fea. La gracia está en ir rodeando el borde de la montaña y disfrutar de las vistas. De la ciudad y del Cabo de Buena Esperanza. Se supone que hay tres recorridos de diferente longitud y que están señalizados. En realidad la señalización brilla por su ausencia. Vimos alguna señal que otra aislada. Pero nada que se pudiera seguir. Por eso al final todo el mundo va por donde la da la gana. Nosotros hicimos algo parecido a lo que debería ser el recorrido intermedio. Tardamos poco más de una hora. Fuimos paseando muy poco a poco, parándonos en todos los miradores, haciendo miles de fotos. Los que han prestado atención se habrán dado cuenta de la contradicción. Primero digo que es fea, y luego que hice miles de fotos. Si hubierais acabado de leer antes de quejaros, lo habríais entendido. Pero ya que estamos aquí os lo aclararé. Lo que es feo es la meseta. En cambio las vistas si que son espectaculares. Así que las fotos que sacábamos eran de las vistas, no de la meseta. ¿Aclarado?.

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Hicimos el recorrido en el sentido contrario a las agujas del reloj. Primero disfrutamos de unas bonitas vistas sobre la Península del Cabo. Atravesamos la planicie, la meseta o lo que sea aquello, y recorrimos la otra vertiente disfrutando de unas fantásticas vistas sobre Cape Town y Robben Island.
El día estaba totalmente despejado por lo que la visibilidad era muy buena. Tan sólo un poco de calima distorsionaba la línea del horizonte. Eso nos permitió disfrutar plenamente de las vistas. Merecen mucho la pena, tanto por un lado como por el otro. Es innegable que las vistas desde allí arriba son fantásticas. Pero de ahí a considerarla una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno, hay precisamente eso, un mudo. He visto cosas que se merecen mucho más ese galardón. Sin ir más lejos, el parque Kruger. No se como se eligen esas maravillas, pero creo que tendrían que revisar el sistema. Y que conste que el lugar está muy bien. Es de lo mejorcito de Cape Town, pero tampoco hay que darle más bombo del que merece.
Lo que no se puede negar es que el sitio resulta curioso. Me sorprendió mucho que la cima de una montaña fuese tan plana. Mejor dicho que la cima de una montaña fuese una planicie tan grande. No parece que sesté a más de 1.700 metros de altitud.

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Para bajar hay que volver al telesférico. En este caso el proceso resulta más rápido. Lo que no cambia es la cabina. Giratoria, como a la subida.
Una vez abajo decidimos ir a comer al Waterfront. Intentamos seguir los letreros indicadores, pero nos liamos. y acabamos en medio de una carretera. Una vuelta de unos pocos kilómetros y de nuevo a la carga. No negaré que somos torpes. Vale, muy torpes. Cuando no usamos el GPS nos perdemos antes de llegar a la primera esquina. Pero soy tan torpe como persistente. O como me diría mi madre, más cabezón que una mula. Así que volví a la carga. La segunda vez si llegamos a nuestro destino. Nos metimos en el primer parking que vimos. El precio era de R10 hasta 4 horas. Baratísimo.
Comimos en la Pizzería Marco Polo. Pedimos 2 espaguetis seafood y un agua de litro. Nos cobraron R263. Un poco caro. En proporción, fue la comida más cara de todo el viaje. Por lo menos estaba buena y las raciones eran muy abundantes.
Ya que estábamos allí nos pareció una buena idea quedarnos a pasear por la zona. Pero la cosa no salió demasiado bien. Mi mujer es la aficionada a estos sitios. Pero ese día no estaba inspirada. Pasamos por delante de multitud de tiendas de todo tipo. De ropa, de zapatos, de complementos, y de cualquier cosa que se os pueda ocurrir. No entramos en casi ninguna, y cuando lo hicimos no encontró nada que le gustase. Ya os digo un absoluto fracaso.

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A mí personalmente no me gustó nada ese sitio. No es más que un gran centro comercial. Con muchísimas tiendas y restaurantes. Todo lleno de gente, casi todo turistas. Pero no es más que eso, un centro comercial como cualquier otro. Como los que hay en cualquier gran ciudad. Son sitios totalmente impersonales. Y todos son iguales. Si cierras los ojos y te despiertas allí, no sabrás si estas en Cape Town, en Madrid o en Pernambuco. Por mucho que diga la gente, para mi es un lugar que no merece la pena en absoluto. Si un caso para ir a comer. Ahora es cuando todo el mundo se me tira encima y me dicen que estoy loco. Que como es posible que no me gustase el Waterfront. Obviaré los improperios por considerarlos de mal gusto. Pues así es, no me gustó nada. Como no me gusta ningún centro comercial. Ni ir de compras, ni nada que se le parezca. Que queréis que le haga, soy así de raro. Si eres hombre entenderás lo que digo. Tranquilo, no hace falta que lo reconozcas ante tu pareja. Si eres mujer, quizás deberías hablar con tu marido / novio. Él te podrá dar más detalles de lo que hablo……… Si reúne el valor suficiente para ello.
Lo recorrimos a conciencia. Entramos en el Victoria & Albert, lleno de tiendas de todo tipo. En una nave más pequeña donde en lugar de tiendas tenían tenderetes dedicados a la venta de productos artesanales. Y en una tercera nave, más pequeña y un poco cutrilla. Paseamos por los exteriores, junto a las terrazas de los restaurantes, por la orilla del muelle. Pero no le vi la gracia por ningún lado.

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Las dos únicas cosas que me llamaron la atención fueron, una estatua hecha con cajas vacías de coca cola, dedicada a los medallistas sudafricanos de las últimas olimpiadas; y lo aficionados que son en ese país al rugby. Esa tarde jugaban un partido las selecciones sudafricana y escocesa. Habían montado una pantalla gigante para ver el partido y estaba lleno de gente mirándolo. Y en las tiendas los dependientes estaban más atentos al partido que de los clientes.
En la zona del Waterfront se supone que hay wifi gratis. Uno de los pocos sitios donde lo vimos. Pero no hubo manera de coger la señal. Está claro que elegimos un mal día para visitar el Waterfront.
La visita del Waterfront había sido una auténtica pérdida de tiempo. Al menos para mí. Por mucho que lo intento no le acaba de ver la gracia a eso de ir de comprar. Pero aún quedaban unas horas de luz. Tenía que exprimirlas sino quería irme a dormir con la sensación de haber tirado el día. Metí a mi mujer en el coche casi a empujones, y nos dirigimos hacia el barrio de Bo-Kaab. El GPS nos condujo a los alrededores de Long Street. Dimos unas vueltas por las calles aledañas buscando las famosas casitas de colores. Pero no aparecían por ningún lado. Lo único que veíamos eran calles corrientes de una ciudad corriente. Aquello no tenía nada de especial. Vaya chasco.
Aún así aparqué el coche decidido a dar un paseo. Pero en ese momento tuve una iluminación. Saqué la guía y releí el tema de Bo-Kaap. Hablaba de Church St y de Whale St. Pero esas calles son muy largas. Habíamos pasado por ellas pero cerca de Long St., cuando tendríamos que haberlas recorrido entre Rose St y Chappini St. Cambio de dirección en el GPS, y esta vez sí. Nos las topamos de frente.

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Aparcamos el coche y salimos a dar una vuelta para ver las casitas de colores. Son casitas adosadas, como las de un pueblo, de una sola altura, pero con la peculiaridad de tener las fachadas pintadas de colores muy vivos. Y no es que haya una casa o dos pintadas. Están todas pintadas. Y no de cualquier manera. Están perfectamente pintadas. Como si las hubieran pintado el pasado fin de semana. Da la sensación de que hay un pique entre los vecinos para ver quien la tiene mejor pintada y de un color más chillón.
De todas formas esa zona no es muy grande. Sólo son unas pocas calles. Así que el paseo no se prolongó mucho. Fuimos caminando por todas las calles en las que vimos fachadas multicolores. Resultó un paseo muy agradable y entretenido. Me sorprendió no ver ningún otro turista. Tan sólo vimos a algunos residentes. ¿Qué como supimos que eran residentes? Porque tenían más pinta de magrebíes que de turistas europeos. Y nada de gente de color. De vuelta al coche, decidimos dar una vuelta en nuestro vehículo. Pasamos casi por las mismas calles, pero también subimos por otra calle con una rampa muy pronunciada en la que también había varias casas de colores. Nunca hubiéramos subido por allí andando. Solo de pensarlo ya me salen agujetas. Pero en coche no da tanta pereza.
Me gustó mucho este barrio. Es diferente. Y el paseo resulta muy agradable. No da nada de mal rollo. Todo lo contrario. Nosotros nos sentimos muy cómodos. Y sobre todo, rompe con la estética de ciudad europea de Cape Town.

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Y es que cuando paseas por Cape Town tienes la sensación de estar en cualquier ciudad europea. Si pasáis por alto la gran cantidad de gente de color que hay en sus calles, no notaréis ninguna diferencia con la ciudad en la que vivís. Seguro que ahora salta uno con lo de que, “yo vivó en un pueblo de 500 personas y no se parece en nada a Cape Town”. Vale de acuerdo, tienes razón, no se parece en nada tu pueblo. Pero un poquito de imaginación por favor. Compáralo con alguna ciudad que haya cerca de tu pueblo. Por qué alguna habrá ¿no?.
La visita había sido más corta de lo previsto. Todavía nos quedaba un rato de luz. Nos daba tiempo a una visita rápida a algún lugar. Lo primero que se me ocurrió fue el Sea Point. No está muy lejos del centro por lo que llegamos rápidamente. Es una playa pequeña, no muy limpia. La playa es de arena pero hay bastantes rocas en la orilla. Pero hubo una cosa peor todavía, uel fuerte olor a pescado que desprendía. Resultaba muy desagradable. Delante de la playa hay zonas de parking. No resultó difícil encontrar donde dejar el coche. Salimos y dimos un corto paseo. Había mucha gente. Corriendo, paseando, sentados en la arena. Se nota que es un lugar muy popular. Pero aquel olor no había quien lo aguantase, por lo que volvimos rápidamente al coche y nos fuimos aguantando la respiración. No entiendo como toda aquella gente podía resistir tanto tiempo en esa playa. Debían tener el sentido del olfato atrofiado.
Pusimos dirección a Signal Hill. De camino pasamos junto a Camps Bay. Hay varios ensanchamientos junto a la carretera en los que es posible detenerse. Elegimos uno cualquiera. No estaba previsto, pero creímos que sería una buena idea parar y sacar unas fotos de los 12 Apóstoles. A esas horas el sol les daba de lleno por lo que brillaban Tenían un aspecto precioso. No pude evitar contar los picos. Y de una manera un poco forzada conseguí que me salieran doce. Tenía nueve más o menos claros. Los otros tres no tanto. “Deben ser éste, éste y aquel. No. Éste no. Debe ser aquel otro”. Independientemente de que sean once, doce o trece, el lugar es muy bonito. Aunque sólo desde la carretera, merece la pena acercarse para ver los picos de los 12 Apóstoles. Seguro que conseguiréis una buena foto.

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Continuamos nuestro camino hacia Signal Hill. Nada más iniciar la subida notamos que el tráfico era muy intenso. Y a medida que avanzábamos, la cosa iba a peor. Al tráfico se añadían los coches aparcados en la cuneta. Eso en el mejor de los casos; porque la mayoría tenían medio coche en la calzada. Los últimos 700 metros fueron una auténtica locura. Un carril estaba ocupado por coches aparcados. Y en el otro se mezclaban coches que subían, otros que intentaban bajar y la gente caminando por en medio. Y por si fuera eso fuera poco apareció una guía turística intentando regular el tráfico. Intentaba conseguir un hueco para que bajaran dos autocares que estaban parados en la cima. Una escena surrealista, digna del mejor Almodóvar. Coches atascados que no iban ni para adelante ni para atrás. La guía turística a punto de tener un ataque de histeria, intentando que se apartasen para dejar pasar a los autocares. Gente andando intentando pasar entre el poco espacio que dejaban los coches. Vaya cacao que se montó.
No me lo pensé mucho. En cuanto vi un hueco aparqué. No sabía cuanto nos faltaba para llegar a la cima. Pero daba igual, en coche iba a resultar imposible llegar. Por fortuna estábamos solo a 500 metros. Los recorrimos caminando entre los coches. Y al llegar arriba lo entendimos. Todo el mundo sube a esa colina para ver la puesta de sol. Sube mucha más gente de la que puede soportar esa carretera, de ahí el atasco. Además era sábado, lo que supongo que también influyó en la afluencia de gente. A esas horas se juntaban los que subían a hacer botellón por la noche y los que bajaban después de ver la puesta de sol.

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Cuando llegamos a la cima todavía había luz, pero el sol ya se ha puesto. Tampoco nos importó demasiado. La idea de ir hasta allí era para ver las vistas, no para ver la puesta de sol. De hecho, si llegamos a saber que subía tanta gente a verla, y el lío que se montaba, no hubiéramos subido.
Las vistas desde allí arriba son muy bonitas. A un lado sobre la bahía, con el estadio de fútbol a nuestros pies y Robben Island un poco más allá. Y al otro lado, Cape Town con la Table Mountain detrás. El lugar es precioso, y las vistas inmejorables. No me extraña que la gente acuda en masa para ver la puesta de sol desde ese lugar. Por lo menos pudimos ver como anochecía. Fue un momento mágico ver como los últimos rayos de luz se escondían tras el horizonte. Cuando la oscuridad ya se había apoderado del lugar, cruzamos al otro lado de la colina, y nos quedamos pasmados. Allí estaba la silueta de la Table Mountain y a sus pies un manto de luces que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Nos quedamos un buen rato disfrutando de aquella maravilla. Es sencillamente espectacular. Subimos porque nos sobraba un poco de tiempo. Y al final resultó una de nuestras mejores experiencias en Cape Town. Mi recomendación es que os reservéis un hueco para subir a Signal Hill una tarde, y disfrutéis de una fantástica puesta de sol, y de una de las mejores panorámicas que se pueden tener de Cape Town.

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Es increíble la cantidad de gente que se junta en ese lugar. Suben con mesas y sillas plegables, y se sientan para disfrutar del atardecer con una copa de vino y un piscolabis. Y lo hacen a lo grande. Nada de vasos de plástico. Se toman el vino en copas de cristal. Y hasta los hay que no se conforman con patatilla y olivas. Algunos llevan hasta canapés. Todo un lujo.
Cuando se calmó el jaleo y se despejó la carretera, volvimos al coche. Ya era de noche. Seguía habiendo mucha gente, pero el plan había cambiado. Ya no eran maduritos disfrutando de la puesta de sol, sino jovencitos haciendo botellón. Pero aun así el ambiente no resultaba desagradable. Todo resultaba muy civilizado. Incluso había dos coches en los que vendían café y refrescos. No me fijé si tenían algo de mayor graduación.

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Volvimos al hotel, y aparcamos el coche en el parking del hotel. En realidad se trataba de un parking privado que está justo enfrente del hotel. Allí tienen varias plazas reservadas para ellos, y son las que después asignan a los clientes que lo solicitan. Pagando evidentemente. Ese día habíamos comido tarde y después habíamos guarreado un poco. La verdad es que no teníamos hambre. Por eso pasamos de ir a cenar y nos fuimos a dormir prontito.
Hay que tener en cuenta que el Kruger y Cape Town se encuentran en la misma franja horaria. Sin embargo en Cape Town anochecía a las siete y media, una hora más tarde que en el Kruger.
Nuestro segundo día en Cape Town lo dedicamos a visitar la Península del Cabo. Pero eso será objeto de otro capítulo. Así que damos un pequeño salto en el tiempo para llegar a nuestro tercer día en la ciudad.
El día amaneció soleado; muy caluroso. Y así se mantuvo durante todo el día. Nos despertamos a las seis y media, pero hicimos un poco el remolón en la cama, y no bajamos a desayunar hasta una hora más tarde. Tenían bacon sudafricano, beans, huevos revueltos, salchichas, mermeladas, yogures a granel, ensalada de frutas y unas magdalenas de chocolate. No había mucha variedad, pero lo que había estaba bueno. Los desayunos estaban mejor que el hotel.
A la ocho y media salíamos del hotel. Decidimos empezar el día visitando las principales atracciones del centro. No merecía la pena coger el coche. Entre el denso tráfico y las dificultades para aparcar, el coche resulta más un problema que una ayuda para moverse por el centro.
Nuestro primer objetivo del día era el Castle of Good Hope, más conocido por nosotros como Castillo de Buena Esperanza. De camino al castillo pasamos por delante del Ayuntamiento. Muy pomposo y recargado; con tintes de edificio decimonónico. Parece estar fuera de lugar.

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Justo enfrente está la Grand Parade. Una enorme plaza vacía, rodeada de algunos rascacielos. Un lugar desangelado y sin el más mínimo encanto. Las plazas y los espacios abiertos no son lo mejor de esta ciudad.
El castillo se encuentra al lado de la Grand Parade. Faltaban diez minutos para las nueve cuando entramos en el castillo. El precio de la entrada es de R28 por persona. También compramos un mapa del castillo por R5 que estaba en castellano.

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El castillo es una mole en forma de estrella rodeada por un foso. El interior se encuentra dividido en dos por un grueso muro. Lo dividían por cuestiones defensivas. Entramos en el primer patio. Empezamos visitando el museo militar que se encuentra a mano izquierda tal y como se accede al patio. Se trata de varias salas distribuidas en dos plantas, con explicaciones de las guerras entre los primeros colonos y los shoxa, así como de las guerras anglo – boers. Hay reproducciones de uniformes de la época, y de un guerrero shoxa. También hay maquetas de las diferentes etapas por las que pasó el castillo, así como armas originales. No está nada mal para ser un museo. Por lo general paso deprisa y sin fijarme mucho en lo que hay expuesto. Pero éste me llamó la atención. Hasta me entretuve intentando leer varios paneles explicativos. Entendí poca cosa porque estaban en inglés. Pero lo importante es que lo intenté.

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De nuevo al patio y a continuar con la visita. Tocaba entrar en la casa del segundo oficial. Se visitan varias habitaciones en el que se puede ver mobiliario de época. La cama resulta chocante. Y al lado se encuentra la casa del Gobernador. La entrada a la misma se realiza a través de un pórtico blanco que contrasta con el color amarillo del resto del edificio. Al igual que la anterior consiste en varias habitaciones que reproducen lo que debía ser una vivienda alto standing de la época. El estilo y el mobiliario son similares en ambas viviendas.
En esa zona del castillo ya no había nada más que visitar. Pasamos al otro patio. Lo más destacado de esa zona es la Fuente del Delfín. Es un pequeño patio con una fuente en su parte central. Como no podía ser de otra manera con ese nombre, en la fuente hay una estatua de un delfín. El color del patio es amarillo, como el resto del castillo. Pero a pesar de eso, desentona con el resto del edificio. Es un rincón más propio de un palacio renacentista que de un fuerte o de un castillo.

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En ese mismo patio se pueden visitar las celdas de tortura. No son más que dos habitaciones vacías. No hay nada dentro. Por no haber no hay ni ventanas ni ninguna apertura por donde pueda entrar la luz.
Creo que en esa zona se puede visitar alguna cosa más, pero nos la saltamos. A las diez realizaban la ceremonia de la entrega de llaves. A que os suena. Creo que en todos los países que he visitado tienen una ceremonia similar. Más o menos trabajada, mejor o peor lograda, pero todas se parecen. En este caso consiste en un grupo de cuatro soldados y un oficial con uniformes de época, que hacen el paripé por el patio. Después el oficial se acerca a la casa del Gobernador, recoge las llaves, abre la puerta principal, y deja a dos soldados de guardia, mientras los otros se van desfilando. Lo importante es que al abrir la puerta a las diez en punto, tocan la campana.
Pero lo mejor estaba por venir. Cuando parecía que todo había acabado, apareció otro soldado con traje de campaña. Ese traje verde que se ponen los cazadores. En las manos traía un cañón en miniatura. Lo cargó, prendió la mecha, y lanzó un zambombazo de órdago. Para lo pequeño que era el cañón, hizo muchísimo ruido. Y si un cañón tan pequeño hace tanto ruido, no quiero ni pensar el que debe hacer un cañón tamaño normal.

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Creo que también se puede subir a las murallas, pero lo dejamos para otra ocasión. No nos pareció que desde arriba se disfrutarán de unas vistas interesantes.
El sitio no está mal, pero tampoco es para volverse loco. Es una visita de relleno, de esas de, ya que he venido voy a verlo. Pero nadie volará desde España hasta Sudáfrica con la principal motivación de visitar el Castle of Good Hope.
Fuimos caminando hasta el District Six Museum. El precio de la entrada es de R3 por persona. El museo es una gran habitación con paneles explicativos en las paredes, mapas en los que la gente apunta los nombres de los que vivieron en esa zona, fotos y objetos que se encontraron entre los escombros, y más recuerdos de lo que fue la conversión del barrio District Six en zona blanca. Lo más llamativo son las placas con los nombres de las calles. Son las originales. Así como el plano del distrito dibujado en el suelo. En la planta superior hay más paneles explicativos, y más objetos que recuerdan lo que fue la vida en ese barrio. En esa planta me llamó mucho la atención la reproducción de una peluquería. Además es el mejor lugar para ver el plano del District Six pintado en el suelo.

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Todo está en inglés, por lo que cuesta entender algunas cosas. Pero entendimos lo suficiente para hacernos una idea de lo que ocurrió en ese lugar. Y sobre todo nos removió la conciencia. Sobre todo la de mi mujer, que hasta ese momento no había mostrado mucho interés por lo que había significado el Apartheid. Tras esa visita empezó a leer sobre el tema y a interesarse por esa aberración que por fortuna ya ha desaparecido. A mí me ayudó a entender un poco mejor lo que paso en aquellos años, pero no me llegó a emocionar. Supongo que es el problema del idioma. Así que al final una de cal y otra de arena.
El museo no es muy grande, por lo que no tardamos en estar de nuevo en la calle. De camino a los Company Gardes, pasamos por delante de la St Georges Catedral. La llaman catedral, pero muy grande no es. Es un edificio de piedra marrón, diferente a todas las iglesias que habíamos visto hasta ese momento. Lo que ya es decir, porque Cape Town está llena de iglesias. Todas con un aspecto demasiado moderno. En cambio la catedral tiene un aspecto más clásico, más tradicional.
Enfrente está el edificio del Parlamento. Con la fachada de color granate y columnas de color blanco. Es un mamotreto con un estilo clasicista muy soso. Y que lo hayan pintado de ese color granate tan chillón no le ayuda demasiado. Tal vez quedaría mejor si fuera de un color más discreto.

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Los jardines están rodeados por una verja. Entramos por la puerta que hay junto a la St George Catedral. Los jardines no son muy grandes. Solo son unas pocas manzanas, por lo que no resulta muy cansado recorrerlos. Cuentan con una abundante vegetación, muy bien cuidada. Paseamos por debajo de los numerosos árboles que hay en el jardín, disfrutando de la sombra que proyectaban sobre el paseo. Con el calor que hacía, se agradecía el frescor del lugar. Además hay palomas, patos y ardillas, que se acercan a todo el que se para. Están tan acostumbradas a que les den comida que no tienen miedo de las personas.
Al final del jardín hay una zona llena con rosales. En aquellas fechas se encontraban en flor. Muy bonito. Son lo más destacable del jardín junto con un árbol enorme que hay frente a la entrada.

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Los jardines no son nada del otro mundo. Seguro que habéis visto jardines mucho más bonitos. Pero no están mal para darse una vuelta y tomarse un respiro. Lo calificaría como un paseo agradable.
Dimos una vuelta por Addeley St, Long St, y las calles de los alrededores. Este paseo no hizo más que reforzar la impresión que ya teníamos de la ciudad. Podría ser cualquier ciudad. Moderna, sin homogeneidad. Carece del encanto de las ciudades centroeuropeas, de los monumentos de Roma, ni resulta tan cosmopolita como Londres. Es una ciudad más, sin demasiada gracia.
La parte que me pareció más interesante fue George Mall. Una calle peatonal, llena de tenderetes ambulantes. Resulta un poco más coqueta; pero por los tenderetes más que por la calle. Pero no os emocionéis, tampoco es para tirar cohetes.
No tardamos mucho en llegar a Green Market Square. El mercadillo callejero llena toda la plaza. Había leído muchas críticas positivas de ese mercadillo. Cuando lo vi me quedé choffffff. No es muy grande. Y sólo vi souvenirs y baratijas. Me recordó tremendamente a los mercadillos para turistas que se hacen por muchas zonas de España. Es más, casi me atrevería a decir que venden lo mismo. Cruzamos la plaza casi sin detenernos, y salimos en dirección al Waterfront..

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Nos saltamos la visita al Gold of Africa Museum. Teníamos algo de prisa por llegar al Waterfront ya que queríamos ir a Robben Island esa misma tarde. Pero aprovechando que la puerta estaba abierta, nos asomamos a la Evangelical Lutheran Church. Por fuera resulta muy sobria, sin ningún atractivo. En cambio por dentro es mucho más bonita. En lugar de altar tiene un púlpito para dar los sermones desde una posición elevada. También nos sorprendieron los bancos y los estrados que hay en las paredes. Una iglesia diferente, y por eso con cierto atractivo. Una sorpresa inesperada.
El último tramo hasta llegar al Waterfont se nos hizo un poco pesado. Demasiado calor para pasear, y una zona nada agraciada.
Una vez en el Waterfront nos dirigimos directamente a la Tower Clock. Un torre roja horrorosa. Muy llamativa, pero horrible. Aunque bien pensado, resulta perfecta para un centro comercial. Los tickets para visitar Robben Island se venden justo al lado. Nos pusimos en la cola y a esperar turno. Delante de nosotros dos chicas pidieron tickets para el día siguiente a las 9 y les contestaron que ya está lleno. El corazón me dio vuelco. Si ya no había entradas para el día siguiente a las 9 tampoco quedarían para ese mismo día. Eso nos rompía todos los planes. Pero por intentarlo no perdíamos nada. Preguntamos sin tenían tickets para ese mismo día. Esperábamos una respuesta negativa. Pero para nuestra sorpresa nos contestaron que les quedan para las 15:00. Perfecto. No me podía creer la suerte que habíamos tenido. El precio de las entradas es de R230 por persona.

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Contando que hay que estar en la puerta de embarque media hora antes de la salida, teníamos algo más de una hora para comer. Fuimos a comer al V&A. pero no vimos nada que nos hiciese tilín. Volvimos al Albert Memorial, y casi como último recurso nos metimos en el restaurante Paninaro. Comimos dos pizzas, una ensalada verde y dos aguas. Todo por R205. Las pizzas estaban muy buenísimas. Elegimos ese sitio al azar y resultó todo un acierto. Mientras comíamos, un grupo de música étnica s puso a cantar en la calle junto al restaurante. La distancia y el ruido de la calle no nos permitieron oírlos todo lo bien que nos hubiera gustado. Pero aún así nos amenizaron la comida. La verdad es que no lo hacían nada mal. Cantaban y bailaban siguiendo unas sencillas coreografías muy adecuadas al estilo de música que realizaban. Y todos iban vestidos con el mismo traje. Se notaba que había mucho trabajo detrás de esa actuación. No llevábamos mucho rato sentados cuando un miembro del grupo cogió una gorra y un CD y se paseó por el restaurante intentando vender el CD, o por lo menos recoger una propina. Le dimos R5. Cada vez que alguien se paraba a mirarlos, automáticamente uno salía del grupo y le intentaba colocar el CD. Creo que llegaron a vender dos.
Todavía no habíamos terminado de comer, cuando cedieron su lugar a otro grupo. Eran más mayores. No cantaban. Tocaban versiones de canciones conocidas. Y tampoco lo hacían nada mal. Solo nos dio tiempo a escuchar tres o cuatro canciones. Se acercaba la hora de volver al embarcadero para salir rumbo a Robben Island. Y todavía teníamos que cambiar dinero. Lo hicimos en una oficina de cambio (Western Union) que había junto al restaurante. Por 400 USD nos dieron R3.376. El cambio era de R8’63 por cada dólar, y la comisión del 2% (R69), sin mínimos. Traducido a euros, el cambio fue de R11’25 por cada euro. Fue el lugar donde conseguimos mejor cambio y una comisión más baja. La sensación que nos quedó fue la de que mejor cambiar en las grandes ciudades que en las zonas más apartadas. Y en las grandes ciudades acudir a las zonas turísticas, donde la competencia entre los bancos y las oficinas de cambio es mayor, y por eso ofrecen mejores tipos para captar más clientes. Y si podéis elegir, optar por las oficinas de cambio en detrimento de los bancos. Al menos es fue nuestra experiencia personal. Obtuvimos más dinero en la oficina de cambio que en las dos ocasiones que cambiamos en un banco.
A las dos y media estábamos en las puertas del embarcadero. Ya había una cola enorme. Y la que se montó detrás de nosotros. Lo peor era que no había sitio para sentarse. Nos tuvimos que tragar de pie la media hora de cola. Por mucho que os digan, no es necesario llegar con media hora de antelación a la puerta de embarque. Basta llegar cinco minutos antes.
A las tres en punto abrieron las puertas y empezamos a embarcar. La operación fue rápida y los pocos minutos estábamos navegando rumbo a Robben Island. Tardamos como media hora en llegar a la isla. En el interior del barco hay butacas para ir sentados durante todo el recorrido, viendo un video sobre la isla. Pero lo mejor está en el exterior. Desde la parte trasera del barco, las vistas de la Table Mountain con Cape Town a sus pies son excepcionales. Aunque sólo sea por disfrutar de esas vistas, merece la pena hacer esta excursión. Por desgracia, de pie en el exterior, el barco se mueve lo suficiente como para que resulte toda una aventura intentar sacar unas cuantas fotos.

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En cambio las vistas de la propia isla no resultan tan interesantes. Más bien resulta bastante descafeinada. Y el puerto es más feo todavía.
Una vez en la isla nos repartimos en 4 autocares. No había ningún orden, ni grupos preestablecidos. Simplemente nos montamos en el que nos pareció mejor. Dentro del autobús, una guía va explicando durante el recorrido lo que se va viendo, así como aspectos de la vida en la cárcel, lo que ha significado ese lugar, y un poco de historia. Como todo en este país, el idioma único es el inglés. Empezamos con mucho interés, pero ni por esas. Entendimos cuatro cosas, pero nos perdimos más de la mitad. Lo poco que entendíamos no compensaba el esfuerzo que teníamos que realizar. Así que poco a poco fuimos desconectando. Yo acabé que ni sabía si la guía estaba hablando o si estaba callada.
El recorrido en autobús dura unos 45 minutos. Pasamos junto a un pequeño cementerio de la época en que la isla era una leprosería. También junto a la casa del Gobernador, la antigua escuela (ahora abandonada), una batería de costa, y alguna otra cosa más que no entendimos que era. El punto culminante del recorrido es la cantera en la que trabajaban los presos. Un lugar que daba escalofríos. También realizamos una parada junto a una cafetería desde la que se veía la Table Mountaín al fondo. Las vistas desde el barco son mucho mejores que las que se tienen desde ese punto. Para terminar el recorrido, el autobús recorre la única carretera que atraviesa la isla por en medio dividiéndola en dos. Mientras la guía explicaba no sé que historias de la vegetación típica de la isla, nos encontramos con una avestruz. Todo un hallazgo.

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Me sorprendió mucho este recorrido en autobús. Me había formado la imagen de una isla prisión. De una isla más pequeña cuya única función era la de servir de cárcel. Pero resulta que no es así. La isla esta habitada. Y hasta me pareció entender que también lo estaba cuando la prisión estaba en funcionamiento.
La visita motorizada finaliza junto a la prisión de alta seguridad, y a partir de ahí continua a pie. Junto a la prisión nos esperaban cuatro nuevos guías, diferentes a los que nos habían acompañado en los autobuses. Cada uno coge un grupo, y se reparten por el interior de la prisión. Todos los guías eran de color. (vaya novedad). Y todos son antiguos presos políticos que estuvieron recluidos en esa misma prisión. En concreto el que nos tocó a nosotros estuvo en la cárcel los últimos cinco años y medio de funcionamiento.

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Empezó el recorrido con una pequeña explicación en el exterior. Rápidamente pasamos al interior de la prisión, y nos sentamos en bancos en una celda común. El guía siguió con sus explicaciones. Y siguió, y siguió. No entendíamos ni una palabra. Se suponía que hablaba inglés. Pero vete tu a saber. Me consolé cuando descubrí que no éramos los únicos que no se enteraban de nada. Había más gente con cara de aburrimiento y con una expresión que parecía decir, que este tío acabe de una vez. Pero no acababa nunca. Se me hizo eterno. Y cuando por fin parecía que terminaba, a la gente no se les ocurrió nada mejor que empezar a hacerle preguntas. Aquí fue cuando me di cuenta de que hablaba en inglés. No por nada que dijese el guía, sino porque la gente le preguntaba en ese idioma. Y a esos si que los entendía.
A continuación nos hizo pasar a un patio donde por lo visto los presos trabajaban y cuidaban algunas plantas. Y como no se había quedado a gusto en la celda común, nos soltó otra perorata. A esas alturas ya ni lo escuchábamos. ¡Pa qué! Nos entretuvimos mirando lo que había por el patio. Pero eraºº tan pequeño a los pocos minutos ya no sabíamos como matar el tiempo. Y el guía seguía con su historia.

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Para el final dejan el plato fuerte. La visita de las celdas individuales. Y en especial de la celda en la que estuvo recluido Nelson Mandela. Únicamente había una manta, una silla y un orinal. Las restantes cedas estaban vacías. Todas son pequeñísimas. Casi no cabía una persona tumbada. Los últimos años metieron camas en las celdas. No se como lo hicieron, porque no creo que quepan. Pero inicialmente no había ni camas. Dormían en el suelo, sobre una manta. Aquello debió ser tremendo. Y os puedo garantizar que es impactante. Es imposible pasar por ese lugar y no sentir un escalofrío.
Pasamos por un nuevo patio y junto a otros pabellones y se acabó. Nos enviaron andando al puerto y a toda prisa hacia Cape Town. En esta ocasión preferimos volver cómodamente sentados viendo el video sobre la prisión. En el interior apenas se nota el movimiento del barco, y aún así casi me mareo. Muy marinero no soy, pero me niego a aceptarlo.
Lo realmente interesante es la visita a la prisión. El problema es que es bastante pequeña y más que lo que se ve, lo importante es lo que cuentan los guías. Y en eso radica el problema. No todo el mundo sabe inglés. Y si encima el guía habla con un acento cerradísimo que no hay quien lo entienda, pues te pierdes el 90% de la visita. Es una lástima, pero es lo que hay. Tal vez deberían dar algún tipo de folleto o de audioguía para la gente que no domina el inglés. Eso permitiría que todo el mundo pudiera disfrutar plenamente de la visita.

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El lugar tiene mucho significado, y es importante que se mantenga como está. Para ello lo mejor es que las visitas sean guiadas. Pero una ayudita para los que nos sabemos inglés no estaría de más.
Que quede claro que no me arrepiento de haber ido. Pero la visita no fue tan sentida como me esperaba. No me llegó a tocar la fibra tanto como esperaba. Solo hubo dos momentos especiales, la parada ante la cantera y la vista a las celdas individuales. El resto me dejó algo frió. La culpa no fue del lugar, sino mía. Mis penosos conocimientos de inglés son el verdadero culpable.
En resumen, se trata de una visita indispensable. De las que no hay que perderse por nada del mundo. Pero para disfrutarla plenamente, es importante tener un alto nivel de inglés. En caso contrario, os quedaréis a medias. Pro aún así no dejéis de ir. Seguro que removerá algo en vuestro interior.
Como aún era de día, decidimos volver caminado al hotel. Pasamos por Thibault Square, St George’s Mall y Long St. No faltaba mucho para que empezase a anochecer. Y se notaba. Las calles se habían vaciado, y la gente había desaparecido casi por completo. Aquello empezaba a parecer un pueblo fantasma. Resulta sorprendente el cambio que experimenta la ciudad. Las calles rezuman vida durante el día. En cambio cuando empieza a anochecer la vida desaparece de las calles. No queda nadie.
Vimos un ciber en la misma calle del hotel. El precio era de R5 la hora. Por ese precio decidimos coger dos ordenadores. Así no tendríamos que pelearnos. El de mi mujer, funcionó, lento pero seguro. El mío trabajó durante quince minutos. Después se cayó. A partir de ese momento me pasé el tiempo entrando y saliendo del navegador. Apagando y encendiendo el ordenador. Activando la conexión. Hasta que en los cinco últimos minutos el encargado se dignó cederme el ordenador que estaba usando él. Ese aparato volaba. Que hijo de …… nos había colocado dos cacharros prehistóricos, mientras él volaba por la red. Pero bueno, por R5 la hora tampoco perdimos mucho. Sólo un poco de tiempo. Y la verdad es que a esas horas tampoco teníamos nada más que hacer.
Bajamos a cenar al restaurante del hotel. Pedimos una ensalada griega, un sándwich de queso y tomate, un agua y un sprite. Nos cobraron R105. Ni fu ni fa. Pero con lo que habíamos pedido tampoco podíamos esperar más.
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PENINSULA DEL CABO

PENINSULA DEL CABO


Localización: Sudáfrica Sudáfrica Fecha creación: 01/02/2013 22:34 Puntos: 5 (1 Votos)
Nos levantamos temprano, a las seis y media. A esas horas todavía hacía un poco de fresco, pero el sol no tardó en empezar a picar con fuerza. Durante el día hizo mucho calor. Se notaba que era verano. Por la noche, al caer el sol volvió a refrescar, pero sin llegar a hacer frío. Bajamos a desayunar a las siete y cuarto.
A las ocho y cuarto salíamos del hotel. Ese día habíamos decidido dedicarlo a recorrer la Península del Cabo. Salimos con el coche en dirección a Muizenberg. Circulábamos por una autovía de varios carriles, sin demasiado tráfico. Siempre seguimos las instrucciones del GPS al pie de la letra. Es igual lo que digan los letreros que hay en la carretera. Si el GPS dice que hay que girar, nosotros giramos, aunque el letrero diga que hay que seguir recto. Pero que no les haga caso, no quiere decir que no los mire. Más que nada por curiosidad. Me gusta leer los nombres de los pueblos o de los lugares por los que voy pasando. Por la noche no me acuerdo de ninguno, pero en la carretera me entretiene. Todo este rollo viene a cuento de que mirando los letreros, vi uno que indicaba el desvió hacia los Jardines de Kristenbosch. Todavía no se porque, pero pegué un volantazo y tomé el desvió. Fue una reacción instintiva, una mezcla de sensaciones. El jardín botánico era uno de esos lugares que me apetecía visitar, pero que no había incluido en ningún plan previo. La idea era meterlo en el primer hueco que encontrará. Y ese momento había llegado. Estábamos al lado, así que teníamos que aprovechar la ocasión.
Junto a la entrada hay una zona de aparcamiento bastante grande. No creo que la llenen muy a menudo. Cuando llegamos a las nueve menos cuarto no había ni diez coches. Por suerte los jardines ya estaban abiertos. Sacamos las entradas por R42 por persona y para adentro. Por cierto allí la Wild Card no sirve para nada.

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Los jardines se encuentran en la ladera de una colina. Se accede por la parte baja y se va paseando ascendiendo por unos caminos en ligera pendiente, para acabar volviendo al punto de partida. Ya desde el inicio nos sorprendió muy gratamente. Amplias zonas abiertas, cubiertas de césped, con árboles y plantas en flor por todas partes. Y una muestra de escultura de arte africano. Todo muy bucólico. No se veía a nadie, y sólo se oía el piar de los pájaros. Fuimos paseando tranquilamente, disfrutando de la tranquilidad del lugar, y de la combinación de colores. Verdes, marrones, rojos, amarillos, lilas. No nos preocupaba saber que plantas eran aquellas. Lo único importante era disfrutar del momento.
Y así fuimos caminando y caminando. Dejándonos llevar por nuestras sensaciones. En cada cruce tomábamos un nuevo camino al azar. Siempre avanzando hacia los lugares por los que no habíamos pasado todavía. Y así fuimos descubriendo algunas de las maravillas que encierra ese lugar. Varios lagos, un pequeño estanque, un aloe vera gigante de más de diez metros de alto, orquídeas, y los inevitables fymbos.

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Los jardines son muy bonitos y bastante grandes. Más de lo que me había imaginado. Y esto es aplicable a ambos adjetivos. Recorrer todos los caminos que cubren el jardín, lleva su tiempo. Y si encima te detienes a observar plantas raras, te puedes pasar el día allí adentro. Nosotros paseamos sin rumbo, por lo que no creo que visitásemos todos los rincones del jardín. Pero si que cubrimos una zona bastante amplia. Lo suficiente para quedarnos encantados con ese lugar.
Las plantas están organizadas siguiendo diferentes criterios. Algunas se agrupan por temas, como por ejemplo jardines que necesitan poca agua, o plantas en peligro de extinción. Otras por ecosistemas, como el fymbos. Pero lo que es común a todo el jardín es lo impecable que lo tienen todo. Sin nada que desentone ni rompa la armonía de los diferentes conjuntos. Todo está como si lo acabasen de sembrar.
Es una visita que merece mucho la pena. De lo mejorcito de Cape Town. Cuando salimos empezaba a llegar bastante gente. Sobre todo familias con niños pequeños. Antes de salir, incluso vimos un rincón en el que habían colgado globos y celebraban un cumpleaños. Y es que es un lugar perfecto para ir con críos. La gente se sienta en el césped sobre una manta, y sueltan a las fieras para que se revienten corriendo.

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Y ya que lo de improvisar nos había salido bien, lo volvimos a intentar. Nada más salir del parking vimos otro letrero que señalaba el camino para ir a Constantia. Era el momento perfecto para visitar las bodegas de Constantia Groot.
Antes de llegar al llegar al pueblo de Constantia, ya aparecen numerosos carteles anunciando bodegas. Pero nosotros buscábamos una en concreto, Constantia Groot. Es la más famosa de la zona, pero para evitar que algún despistado se pierda y acabe en otra bodega también tienen su letrerito. Resultó bastante sencillo encontrar la bodega. La sorpresa vino al llegar a la entrada. Estaba cerrada con un barrera, y custodiada por un guarda de seguridad dentro de una garita. Pensábamos que nos iba a echar de allí a patadas. Sin embargo nos abrió la garita y nos dio un folleto del lugar. Se ve que tenemos una pinta de guiris que no se puede aguantar. Nos paramos en el primer edificio que vimos. Pero aquello solo era una tienda. Se podía degustar algún vino y sobre todo comprar. Salimos huyendo como quien ve al diablo. Nuestro verdadero objetivo estaba un poco más adelante. Al lado hay un parking no muy grande. Lleno hasta la bandera. Y justo enfrente unos viñedos jóvenes. La seña de identidad de la región.

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Entre ambos un agradable paseo arbolado conduce a la Manor House. El precio de la entrada es de R2 por persona. Primero se visita la casa. No son más que unas pocas habitaciones. Más exactamente, dos salas, dos dormitorios, la cocina y el comedor. Todas están amuebladas con mobiliario de época muy bonito. En los dormitorios nos llamaron la atención las cunas para bebes. También es muy curiosa la plancha. Detrás hay otro edificio que también se puede visitar. Son los establos. Se trata de una nave enorme, con dos barricas, varios coches de caballos muy sencillos, y algunas piezas antiguas (botellas, vasos, etc.). La casa me gustó, a pesar de que la zona visitable es reducida. En cambio los establos no tienen mucho interés.
La bodega propiamente dicha se encuentra en otro edificio. Es un edificio moderno que desentona con el resto del conjunto. Las visitas a las bodegas son guiadas. Bastante lógico por otra parte. Imaginaros lo que podía ser aquello con gente pululando por todas partes sin control. Las botellas de vino desaparecerían misteriosamente. Algunas para siempre, mientras que otras aparecerían misteriosamente vacías. Nadie sabría por qué. Y los pobres visitantes tambaleándose al final de la visita. Eso los que fuesen capaces de encontrar la salida. Alguno iría de botella en botella sin poder encontrar la salida. O tal vez sin querer encontrarla. ¿Quien querría salir de un paraíso así?.

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Decidimos no hacer la visita guiada de las bodegas. Tan sólo las hacen en inglés. En circunstancias normales nuestro inglés no da para tanto. Y en Sudáfrica ya ni te cuento. No íbamos a entender ni el saludo de bienvenida. Hubiera sido una pérdida de tiempo.
A lo que no me puede resistir fue a hacer una cata. Mi mujer me miró con cara de sorpresa. Se lo pensó dos veces y finalmente me soltó “para que quieres hacer una cata si no tienes ni idea de vino”. Lo triste es que tiene razón. Pero de vez en cuando hacer el payaso no viene mal. El precio de la cata es de R3 y se pueden probar cinco vinos diferentes. Me entregaron una lista para que eligiese los cinco vinos. Me la miré de arriba abajo y lo único que saqué en claro es que había vinos blancos, vinos tintos y un vino de postre. Había más de diez vinos diferentes y yo no tenía ni idea de cuales elegir. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue elegir los más caros. Si son más caros es que deben ser mejores. Una lógica aplastante que no puede ser rebatida por nadie. Bueno sí, por un enólogo, o por un aficionado a las catas de vinos. Dejémoslo aquí. Pronto tuve una idea mejor. Llamé al camarero, somelier, o como se llame y le dije que eligiese él. Qué me sirviese los vinos que más le gustasen a él. Me miró un poco sorprendido y me preguntó si estaba seguro. Y tanto, peor que yo es imposible que lo hagas.
Me sacó unas galletitas saladas, dos copas vacías y una jarra de agua. Y sin más dilación empezamos con el primer caldo. ¡Qué fino!. Por desgracia cometí un error imperdonable. Al final de la visita no me acorde de coger la lista de vinos. Así que no me recuerdo que vimos probé. El procedimiento era el siguiente. Primero me enseñaba la botella y me decía que vino era. A continuación intentaba explicar alguna de sus características, o porque lo había elegido. No entendía nada de lo que decía pero ponía cara de entendido y le decía que sí a todo. Total aunque lo hubiera entendido no me hubiera servido para nada. Lo que se de vinos y nada es casi lo mismo. A continuación me servia la copa de vino. Bastante generosa. No llegaba a media copa, pero tampoco era un culín. El vino se podía catar y recatar a conciencia. Cuando le decía que ya había terminado con ese vino, cogía la copa, la vaciaba si quedaba algo dentro, servía un poco del nuevo vino para limpiar la copa, lo hacía girar y lo tiraba. Y de nuevo empezaba la ceremonia.

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Empecé la cata con dos vinos blancos. Algo bastante lógico. No recuerdo que vinos eran. Sólo me acuerdo de que el primero me gustó más que el segundo. Sé que eso no os será de gran ayuda a la hora de hacer vuestra elección. Pero es lo que hay. Por si os sirve de consuelo, los dos estaban muy buenos. Nada de vino peleón de brick. Se notaba que eran vinos de calidad.
Después pasamos a los negros. Do nuevos vinos también excelentes. Hasta para un paladar de piedra como el mío. A esas alturas el vino ya empezaba a producir sus efectos. Notaba una alegría absurda y la sensación de estar flotando. La falta de costumbre hace que el alcohol se me suba rápidamente. Para acabar esperaba que me sirviera el vino de postre. Pero en lugar de eso, sacó otro vino tinto. Realmente me daba igual y lo que había bebido hacía que me diera más igual todavía. Como última copa la saboreé tranquilamente. Cuando estaba a punto de marcharme, veo que el camarero coge otra botella y me sirve otra copa. Esa venía de propina. Y cuando alguien te hace un regalo desinteresadamente no hay que ser groseros y despreciarlo. Así que para adentro. ¡Como me estaba poniendo!. El vino me había soltado la lengua, y casi nos habíamos hecho amigos del camarero. Le habíamos contado que veníamos de España. Habíamos hablado de fútbol, todo un clásico cuando en cualquier parte del mundo dices que eres español. Incluso hablamos de vinos españoles. Poca cosa se llevó en claro, pero lo que cuenta es la intención. Se ve que le caímos en gracia, y cuando se vació la copa sacó otra botella, y me volvió a servir. Pensé, total ya le he pillado, así que una más no se notará. Me lancé a por ella. Podía haber dicho que no, pero es que estaban buenos de verdad. Soy incapaz de distinguir un vino de otro, pero esos vinos entraban fácil y no dejaban regusto de alcohol. No me pude acabar la copa, tuve que dejar un culillo. No hay que abusar. Yo ya daba el asunto por finiquitado, pero nuestro amigo me sorprendió con un “para acabar el vino de postre”. ¿Uno másssss?. Ya no tocaba con los pies con el suelo. Me sentía flotar por la habitación. Mi madre me ha enseñado desde pequeño que hay que acabarse todo lo que te sirven. Ella se refería a la comida, pero a mí me vino al pelo para la ocasión. Lo probé y era dulce, muy dulce. Buenísimo. Y sorbito a sorbito, me acabé la copa. Nos despedimos del camarero y nos dispusimos a volver al coche. Los tres. Mi mujer, yo, y la melopea que había pillado. De escándalo. Y eso a media mañana. Al final había probado siete vinos, y todos me gustaron.
El chico nos contó bastantes cosas de los vinos de Sudáfrica. No entendimos casi nada. De lo que poco que pillamos, es que en Sudáfrica no se aplican los mismos criterios que en Europa. Allí no importa el lugar de origen de la uva. Lo que importa es el tipo de uva. De hecho en la lista de la cata los vinos aparecían identificados por la uva con la que estaban hechos, no por su denominación de origen. También nos dijo que allí la vid se riega, a diferencia de Europa donde por lo visto no se riega más que en caso de necesidad. E insistió mucho en uno de los vinos que me dio a probar, el Pinotage. Por lo visto es un tipo de uva típica de Sudáfrica.
Seguimos hacia a Muizenberg. Se notaba que era domingo. Coches por todas partes. Tantos que resultaba casi imposible encontrar aparcamiento. Dimos varias vueltas buscando una plaza, y de paso intentando localizar las famosas casetas de colores que nos habían llevado hasta allí. Pero no veíamos ni una cosa ni la otra. Estamos a punto de irnos, pero por un hueco vimos las casetas de colores. No las habíamos visto antes porque quedaban ocultas tras un paseo elevado que hay junto a la playa. Y como si se tratará de un milagro, también apareció un sitio para aparcar. Nos acercamos al paseo elevado. Desde allí las casetas se ven perfectamente. Están en medio de la playa. Había dos series de una veintena de casetas cada una. Las casetas eran de dos tamaños. Todas estaban pintadas de rojo, verde, azul y amarillo; una pared de cada color. Seguían una serie regular, rítmica.

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La playa de arena blanca, parecía muy limpia. Y era muy ancha. Sólo faltaban las palmeras. Estaba llena gente. Algunos locos incluso se atrevían a meterse en el agua. Hacía bastante calor, pero esa agua tenía pinta de estar helada. Y las olas eran para tomárselas en serio. Rompían con fuerza contra la arena. Una playa muy bonita, pero creo que lo de bañarse allí hay que pensárselo dos veces.
Dimos un corto paseo. Pero como no había mucho que ver, volvimos pronto al coche. Lo de las casetas es más una curiosidad que una verdadera atracción. No pasan de ser unas casetas de madera en la playa. Una vez que las has visto ya está. No hay nada más que hacer.
Muizenberg se encuentra en medio de la ruta de la Península del Cabo. Parar no os llevará mucho tiempo. Y a cambio os podréis llevar la típica foto de las casetas de colores. Así que apuntarla entre las paradas obligadas.
Vistas las casetas nos metimos de nuevo en el jaleo de coches que circulaban en ambas direcciones, más los que se intentaban incorporar en todos los cruces. Avanzábamos poco a poco, pero al menos nos movíamos. La carretera está pegada al mar. Pero las vías del tren lo están todavía más. Están entre la playa y la carretera. En los pocos kilómetros que nos separaban de St James no vimos ningún tren circulando. La verdad es que las vías afean mucho el paisaje. Sólo se ven cables eléctricos, postes, las piedras sobre las que se tienden las vías. Feo, feo. Pero que muy feo.
La carretera pasa junto a la famosa estación de St James. La que está en la playa. Me llevé un desengaño. Me había imaginado una estación en medio de una playa. Rodeada de arena por tardes. Sin nada más alrededor. Y de eso nada. La estación está junto a la carretera, con edificios enfrente y a ambos lados. Supongo que la playa se ve desde la parte de atrás. Y el edificio de la estación es bastante feo. De verdad, me llevé un chasco monumental. Ni paré el coche. Creo que no merece la pena. Mi único consuelo es que tenía que pasar por allí obligatoriamente, por lo que al menos no me hizo perder tiempo.
Hacer un viajecito en tren, por las vías que discurren junto a la playa, debe tener su encanto. Pero hacer el mismo recorrido en coche no merece la pena. Las vías y todo lo que las rodea afea el paisaje. Y encima la atracción final, la estación de tren, tampoco tiene nada de especial.
A la salida de St James nos encontramos con un atasco enorme. Nos quedamos clavados. El tiempo pasaba y no nos movíamos. Pero tampoco venían coches en dirección contraria. Como si el tráfico estuviera cortado. Me puedo quedar colgado en un atasco y llegar tarde al trabajo, o a casa o a una cena con los amigos. Pero quedarme colgado en un atasco en vacaciones, eso si que no. Durante las vacaciones el tiempo es oro y hay que aprovecharlo al máximo. Improvisé una solución de emergencia. Podía salir bien o acabar en desastre. Pero tenía que intentarlo. Dimos media vuelta y retrocedimos varios kilómetros para coger la Boyer’s Drive. Tuvimos que volver hasta Muizenberg y atravesarlo, ya que la carretera panorámica que pretendíamos tomar esta a la entrada del pueblo viniendo de Cape Town.

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Es una carretera que recorre la ladera de la montaña. Las vistas que se tienen sobre la playa son preciosas. Y detrás está la montaña que cae a plomo sobre la carretera. Es un recorrido muy bonito. En realidad va paralelo a la carretera principal, la que ya habíamos recorrido antes, y no nos había gustado nada. La diferencia está en que en la carretera principal se circula a nivel del mar y las vías ocultan la playa; mientras que en la Boyer’s Drive se circula a altura, y las vistas del conjunto son espectaculares. Incluso con esas vías tan horrendas allí en medio. La carretera es más bien estrecha. Pero también es corta y apenas se pierde tiempo. Merece mucho la pena tomar el desvío y recorrer ese tramo de carretera. Las vistas compensan el tiempo invertido. Incluso nos paramos en un mirador para disfrutarlas mejor. Mi consejo es que vayáis por esta carretera en vez de por la carretera general.
Pero todo se acaba, y la carretera también. Nos pusimos al final de la cola de coches, y a esperar. Parecía que no nos habíamos salvado del atasco. Y eso podía ser un desastre, porque además de esperar a que retiraran lo que obstruía la carretera general, también tendríamos que esperar a se vaciará ésta. Y eso podía hacerse eterno. Pero estábamos de suerte. A los pocos minutos empezamos a movernos, y tras la curva apareció la carretera general. Nos incorporamos y seguimos con nuestro camino. El atasco estaba un poco antes del cruce. Se había creado porque debido a unas obras que estaban haciendo tenían la carretera cortada. Y cuando pasamos nosotros todavía seguía cortada. Aquello tenía pinta de ir para largo. Al final habíamos tenido mucha suerte. Nos habíamos saltado el atasco, y habíamos disfrutado de unas vistas esplendidas.
Pasamos por un par de pueblos. Ninguno nos llamó la atención lo suficiente como para detenernos. Son pueblos costeros sin encanto. Llenos de viviendas unifamiliares con su jardincito. Son iguales en cualquier parte del mundo. Tal vez el hecho de vivir en una isla, donde abundan ese tipo de zonas residenciales, hace que no apreciemos su encanto. Por lo menos, estos pueblos, no recuerdan en nada a las imágenes deprimentes de pueblos africanos, todo pobreza y miseria. Aquí es todo lo contrario. Se nota que el nivel de vida es elevado.
Nuestro objetivo era llegar a Simon’s Town. No es que tuviéramos un especial interés en ese pueblo. Simplemente lo habíamos elegido como punto de avituallamiento. Aparcamos casi al final del pueblo y recorrimos la calle principal. Tampoco había mucho más. El pueblo se limita a la calle principal, que es la carretera y las calles que bajan hacía el mar. Aunque lo vimos de pasada y sólo recorrimos la calle principal, nos pareció el pueblo más bonito de todos los que habíamos cruzado por esa zona. Con fachadas de colores y porches con columnas delgadas tipo película del oeste. Eso es lo que por allí se conoce como estilo Dutch. Si se va bien de tiempo no está de más pararse a dar una vuelta.

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Paseando vimos un restaurante que aparecía recomendado en la guía, el “Pescado Café”. No suelo prestar mucha atención a este tipo de recomendaciones. Pero ya que lo habíamos encontrado,…. Pedimos mejillones, calamares, 24 gambas, y un agua grande. Nos cobraron R207, muy barato para lo que habíamos comido. Y sobre todo, muy bueno. Lo más flojo las gambas, y no es que estuvieran malas, lo que pasa que los mejillones y el calamar estaban exquisitos.
No muy lejos de Simon’s Town se encuentra The Boulders, la colonia de pingüinos. Simplemente hay que doblar a la izquierda al llegar al letrero indicador y bajar hasta el final, donde encontraréis dos solares con varios aparcacoches dirigiendo el tráfico. Al lado del aparcamiento hay un camino que baja a la playa. Pero la playa no era lo que nos interesaba. Tomamos el camino que conducía a The Boulders. Caminos unos diez minutos bajo un sol abrasador. Rodeados de un montón de gente que iba al mismo sitio que nosotros. Se nota que es un sitio muy visitado.

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En la entrada había bastante cola. El precio es de R45 por persona (gratis con la Wild Card). Una vez dentro seguimos una pasarela de madera. No tardamos en ver los primeros pingüinos. Estaban a la sombra, debajo de los arbustos, a resguardo del sol que picaba con fuerza. Estaban quietos. Sin hacer nada. También vimos alguno a la sombra que proyectaba la pasarela por la que caminábamos. Y al fijarnos con detenimiento vimos que algunos se escondían debajo de la pasarela. Ya a la altura de la playa vimos un grupo de cinco o seis pingüinos sobre las rocas, junto al agua. La pasarela termina en una especie de mirador, también de madera, colgado directamente sobre la playa. Está lleno de gente. Todo el mundo se agolpa en ese punto para ver los pingüinos. Desde allí se podía ver un grupo bastante grande. Estaban todos parados sobre la arena, al sol, sin moverse. Sin hacer nada. Parecían tontos. Supongo que de ahí viene el nombre de pájaros bobos. No podía dejar de preguntarme que hacían allí parados como pasmarotes. Pero tenían su gracia. Hasta sin hacer nada resultan simpáticos. Y el lugar es muy bonito. De postal. Con el agua azul turquesa, la arena blanca, las rocas junto a la orilla, y sobre todo los pingüinos, las estrellas del lugar. Estuvimos un rato disfrutando del lugar. Al mirar con más detenimiento vimos más pingüinos en otra zona de la playa.
Enfrente hay otro mirador. Nos dirigimos a él. Por el camino vimos más pingüinos bajo las matas, al fresco. También vimos unos bidones de plástico medio enterrados en la arena. Estaban numerados. Eran los nidos. Pero estaban todos vacíos.

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La segunda plataforma está enfrente de la principal. Solo son unos metros de distancia. A pesar de eso muy poca gente se acerca a ella. Estuvimos muy tranquilos, con muy poca gente alrededor. Y se ve lo mismo, pero desde una posición distinta. Vimos un pequeño grupo que bajaba desde los matorrales hacia la playa. Con ese caminar tan torpe y a la vez tan gracioso. Una pareja apareció por encima de una roca. Y llegó el momento del día. Verlos saltar a la arena fue todo un espectáculo. Sobre todo cuando uno perdió el equilibrio y cayo de morros en la arena. No pudimos contener la risa. Esos animales son tremendos. También nos fijamos en dos pingüinos que estaban dentro del agua. En tierra son torpes. En cambio en el agua son rapidísimos. Que contraste. Y ver como se meten en el agua también es de traca. Entran andando, torpes como ellos solos, y la fuerza de las olas los hace retroceder. Pero de repente se arrancan a correr. Unos pocos pasos y se lanzan de cabeza. Salen disparados por debajo del agua a una velocidad endiablada.
Me divertí mucho viendo a los pingüinos. Y el lugar es muy bonito. Pequeño, pero bonito. El paseo por la pasarela de madera es agradable. Y los miradores son preciosos. En el de la izquierda había demasiada gente, pero en el de la derecha se estaba de vicio. Para nosotros, un lugar imprescindible. No hay que dejar de visitarlo. Además como el recorrido es corto, no ocupa mucho tiempo. Si es que todo son ventajas.

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Por fin llegó el momento esperado. La hora del Parque Nacional de la Península del Cabo. La carretera para llegar hasta el parque discurre junto al mar. En algunos puntos las vistas son muy bonitas. Tanto que nos vimos obligados a parar en un mirador para disfrutarlas con tranquilidad.
La entrada al Parque de la Península del Cabo tiene un precio de R90 por persona. Con la entrada entregan un plano con los puntos más importantes del parque. Aunque al tratarse de un parque gestionado por Sanparks, la entrada es gratis para los titulares de la Wild Card. Al entrar hay unos letreros que indican la hora de cierre de ese día. Fijaros bien para que no os pille el toro. Y no me preguntéis que pasa si os retrasáis y llegáis a la salida después de la hora indicada. No lo sé. Si hay alguien controlando en la puerta os pondrá una multa y punto. Si no hay nadie, no os pasará nada. Sólo hay una barrera automática, por lo que podréis salir sin problemas.
Una vez en el interior, empezamos a avanzar por la carretera principal de la que salen varios caminos que llevan a los diferentes puntos estratégicos. Están bien señalizados. En cada cruce hay un letrero que indica a donde conduce ese desvío.
Como no disponíamos de mucho tiempo fuimos a los puntos más significativos. Empezamos por el Cabo de Buena Esperanza. Tengo por costumbre poner el nombre original de los lugares que visito. Pero en este caso en concreto, son tantos años oyendo decir Cabo de Buena Esperanza, que cambiar ahora y decir Cape of Good Hope, me duele al oído. Por eso, y sin que sirva de precedente usaré el topónimo castellano.

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Tras tomar el desvío, la carretera pronto alcanza la costa y discurre paralela a ésta. Es un tramo precioso. Con unas vistas fantásticas de la costa pedregosa y los acantilados al fondo. La carretera termina en una explanada, donde hay bastante sitio para aparcar. Es el Cabo de Buena Esperanza. O al menos eso dice un letrero marrón. Es ridículo pero hay que hacer cola para hacerse la foto ante el letrero. Todos tenemos nuestro lado friki. Y ese es un buen lugar para sacarlo. Un buen rato esperando para luego hacerse la foto a toda prisa. Hay tanta gente esperando y metiendo presión que uno no puede enredarse mucho.
Bueno, esto no es aplicable a los japoneses. Tener un grupo de japoneses delante es lo peor que os puede pasar cuando queréis sacar una foto. No bajan de las veinte fotos por cabeza, posando en posturas raras con los dedos en V. Ya sabéis, haciendo las monerías que siempre hacen cuando se ponen delante de una cámara. Y como van en grupo. Primero se hace la foto uno él solo, luego con su pareja, luego con sus amigos. Luego se la vuelve a hacer, y cuando parece que han acabado, cambian la cámara y empiezan de nuevo. Y siempre hay más japoneses, no se acaban nunca. Dan ganas de matarlos a todos a golpes con esas mega cámaras que pasean. ¡Qué rabia me dan!. Pero da igual lo que uno tenga que esperar. La foto con el letrero es un clásico y no me voy sin hacérmela.

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Detrás del letrero sale un sendero que sube por una ladera. No es muy alto, pero desde abajo se ve subir a la gente y se nota que es bastante duro. La gente se detiene continuamente durante la subida y se les ve subir con esfuerzo. Ante esa perspectiva mi mujer me dijo que ella no subía. Pero yo no lo puedo evitar, siempre tengo que mirar que hay más allá. Me lancé a la escalada mientras mi mujer esperaba abajo sentada en la playa. Y se confirmó, la subida era durísima. Además con el remordimiento de haber dejado a mi mujer sola en la playa, subí deprisa. Muy deprisa. Casi corriendo, a pesar de la pendiente, de los escalones traicioneros, de las piedras sueltas en el camino. Hice un par de paradas en el camino. La versión oficial es que paré para disfrutar de las maravillosas vistas que se me ofrecían. La realidad es que paré para tomar aliento. Cuando llegué arriba estaba asfixiado. Pero mereció la pena. Las vistas desde arriba quitan el hipo. A la izquierda la costa prolongándose hasta donde alcanza la mirada y a la derecha Cape Point. Y a tus pies un acantilado de vértigo.
El camino sigue hasta Cape Point. A partir de ahí resulta sencillo. Se han acabado las cuestas. Y el paisaje seguro que es igual de espectacular. Pero cuando no es posible, no es posible, y a mi me esperaban abajo. Así que tras recuperar las fuerzas, inicié el descenso. Lo más rápido que pude. Eso sí, con un par de paraditas para disfrutar del lugar y del momento.

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Una vez abajo me senté un momento con mi mujer. No demasiado, ya que teníamos poco tiempo y muchas cosas por ver. Allí sentados perdimos la noción del tiempo. Desapareció la multitud que se agolpaba a nuestras espaldas esperando hacerse la foto ante el letrerito de marras. Incluso los japoneses y sus malditas posturitas se desvanecieron. Solo estaba el mar. Fue un momento mágico. Con el mar golpeando con fuerza en la orilla. Y unas olas muy altas. Y eso que no soplaba nada de viento.
El segundo punto de visita obligada es el Cape Point. Dejamos el coche en el parking y rápidamente hacia el funicular que nos dejó al pie de la escalera de acceso al faro nuevo. El precio es de R39 por persona si sólo se sube. Ida y vuelta son R49. También se puede subir andando. Pero pa qué. Pedimos billetes de ida vuelta, pero nos dijeron que sólo podíamos comprar la subida, porque el último bajaba a las 5 y solo faltan 15 minutos. Los que padezcáis de vértigo no sufráis. El funicular no va colgado, va por el suelo, sobre raíles.

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Una vez arriba lo primero es asomarse a ver las vistas. Faltaría más. Y lo primero con lo que nos encontramos fue con una avestruz. Pero ese no era nuestro objetivo. Si estábamos allí era para ver el faro. Un vistazo hacia arriba, hacia el faro. Otro a las escaleras. Un suspiro, y a por ellas. Al final la subida es más suave de lo que parece. Y sin darnos cuenta estábamos junto al faro nuevo. Un pasillo lo rodea y ofrece unas vistas preciosas sobre la costa y el mar infinito. A un lado el Cabo Buena Esperanza, al otro la costa, y justo delante la punta del Cape Point. ¡Qué sensación tan maravillosa estar allí!. Junto al faro no podían faltar los letreros señalando la dirección en la que se encuentran las principales ciudades del mundo así como la distancia a la que se encuentran. Lastima que el tiempo sea tan escaso. Me hubiera quedado un buen rato, pero no podía ser. Media vuelta y hacia abajo por las escaleras.

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De detrás del funicular sale el camino que lleva a la punta de Cape Point, o lo que es lo mismo al faro antiguo. No pude resistirme, tenía que llegar hasta ese punto. Desde el faro nuevo, se ve el faro viejo. Parece que está muy cerca. Pero cuando empiezas a caminar la cosa cambia. No es que sea una eternidad, pero está más lejos de lo que parece. Eso si, las vistas que se tienen durante todo el camino compensan del paseo. Hay un par de subidas y bajadas. No entiendo esta obsesión que tienen los ingenieros de caminos de subir y bajar continuamente. ¿No podrían hacer los caminos planos? Alguien tendría que explicarles que a la gente le resulta más cómodo caminar por un camino plano que por las cuestas, por mucho que a ellos les encante. No es que el camino se hiciera pesado. Para nada, está al alcance de cualquiera. A medio camino hay un par de miradores, uno hacia cada lado. Preciosos. No sé si porque ya era tarde, o porque por ese camino se aventura poca gente, pero estuvimos solos en los miradores. Me sentí en paz, como si nada importase. Un poquito más y llegamos la final del camino. Realmente no se llega hasta el faro antiguo. Al camino termina un poco antes, en un mirador, que ofrece unas vistas directas sobre el fin del mundo. En realidad no lo es, pero si que tiene la fama de serlo. También me encanto este lugar. Toda la zona de Cape Point tiene un encanto especial. Por desgracia en la punta nos encontramos con dos parejas de inefables japoneses. Foto de pareja,. Ahora yo solo. Ahora los cuatro. Uy no se dispara el automático, espera que lo arreglo. Ahora ponte tú. Te hago otra que ésta no me gusta como ha salido. Y ahora me subo a esta roca y te la hago desde arriba. Y mientras tanto los modelos haciendo monerías para salir en la foto lo más ridículos posible. Solo tenía una idea en la cabeza. Tirarlos por el acantilado. Así se habría acabado todo. Las fotos, las poses ridículas, el objetivo de dos palmos. Y nos hubiéramos quedado solos, tranquilos, en el fin del mundo. Siiiiiiiii, ya sé que no lo es; pero como lo repitas, te tiro con los japoneses.

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Resulta curioso. Si se mira hacia la derecha, lo que sería el lado del Cabo de Buena Esperanza, el mar golpea con mucha fuerza al romper contra las rocas. En cambio hacia el otro lado lo hace con mucha menos intensidad. No es una calma chicha, pero casi.
Tendría difícil elegir con que faro me quedo, si con el nuevo o con el viejo. Los dos me encantaron. Bueno, seré más preciso. Lo que me encantó no fueron los faros en sí, sino lo que se veía desde ellos. Mejor no elegir, y verlos los dos. Sin ninguna duda, lo mejor de la visita a la Península del Cabo.
Volvimos por el mismo camino hasta el funicular. Ya hacía un buen rato que estaba cerrado. Bajamos andando al aparcamiento. Mientras bajábamos me alegré de haber subido en el funicular. No es un tramo muy largo, pero la pendiente es considerable. Bajarlo resultaba un poco incomodo, pero al menos no era cansado. Subirlo creo que hubiera sido otra historia,

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De vuelta a la salida teníamos la intención de acercarnos a Olifantboos. Pero habíamos estado demasiado tiempo en el Cabo de Buena Esperanza, y en Cape Point. Y no me arrepiento de ello. Pero ese tiempo nos faltó para poder visitar Olifantboos. Tuvimos que dejarlo para otra ocasión.
Desde Cape Point hasta la salida hay 13 kilómetros. Curiosamente los mismos que hay desde la entrada hasta Cape Point. Es un terreno árido, de matorral bajo semi-seco. Se nota que el viento pega con fuerza castigando las plantas. De camino a la salida vimos un grupo de cebras. En el Kruger habíamos visto tantas que el último día ni nos parábamos cuando las veíamos. Pero aquí nos sorprendió tanto verlas que si que nos paramos. Bien pensado en absurdo. Pero cuando estamos de vacaciones hacemos tantas cosas absurdas.
La visita nos encantó. Sin duda lo mejor de todo lo que vimos en los tres días que estuvimos en Cape Town y alrededores. Mucho mejor que la Table Mountain .Aunque solo sea por venir hasta aquí, merece la pena acercarse a Cape Town. Es una de esas visitas que nadie debe perderse. Indispensable.

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Siempre recordaré el parque de la Península del Cabo como la gran mentira. ¿Por qué? Porque desde siempre nos han hecho creer que el punto más meridional de Äfrica es el Cabo de Buena Esperanza. Esa es la primera gran mentira. Basta ir allí, para ver que no es así. Que más allá del Cabo de Buena Esperanza está Cape Point. Pero la cosa no acaba aquí, basta con informarse un poquito para descubrir la segunda gran mentira. El punto más meriodional de África no se encuentra en la Península del Cabo. Está a bastantes kilómetros de allí, en Cape L’Agulhas. Por eso es una gran mentira. Hay mentiras piadosas, las hay necesarias, muy gordas, políticamente correctas, sin maldad, y hay mentiras maravillosas. El Parque de la Península del Cabo pertenece a este último grupo, al de las mentiras maravillosas. Es un lugar especial, mágico. Uno de esos lugares que no hay que pasar por alto. Da igual que todo sea una gran mentira.
De nuevo el mundo real, pusimos rumbo a la Chapman’s Peak Drive. De camino nos encontramos con un grupo de monos que estaban cruzando la carretera. Por lo visto por esta zona hay bastantes animales sueltos.

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Entramos por el extremo sur. En la entrada de la carretera esperábamos un peaje. Pero no, solo había un letrero que amablemente nos recordaba que estaba prohibido dar la vuelta a medio camino. Que había que llegar a la otra punta y pagar el peaje. También me pareció ver algo así como una cámara. De esas que leen las matriculas. Pero no estoy seguro del todo. Por lo tanto, los que por decirlo de alguna manera seáis muy ahorradores, ya sabéis el truco. Entráis por el sur, y antes de llegar al final dais media vuelta. Os ahorraréis el peaje. Eso sí, a costa de hacer unos cuantos kilómetros más.
La verdad es que la carretera es preciosa. Nos paramos en varios miradores de los muchos que había. Las vistas de la costa son espectaculares. Y con la caída del sol resultaban todavía mejores. La carretera tiene bien merecida su fama. Un tramo está excavado directamente en la roca. Es impresionante pasar por allí.

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Paramos en el Chapman’s Peak. En principio era una parada rutinaria, para disfrutar de las vistas. Hout Bay a la derecha, la costa a la izquierda, y enfrente un mar inmenso. Nos enganchó ese lugar, y nos quedamos a ver la puesta de sol. Sentados en unas pequeñas gradas de piedra, vimos descender el sol entre las nubes que fueron cambiando de color. Azules, lilas, rojos y anaranjados. Para acabar desapareciendo tras la línea del horizonte que formaban el cielo y el mar. Una puesta de sol muy, muy, muy bonita. Y si eso no era suficiente, un poco más abajo estaban tocando unos tambores. Un retumbar rítmico que hipnotizaba. Un momento precioso e inolvidable. Salí de allí con la imagen de la puesta de sol fija en la retina. Creo que siempre la recordaré.
Paramos en un mirador un poco más adelante. La luz ya era demasiado tenue. No se veía gran cosa. Pero incluso así esa carretera es preciosa. Cuando llegamos al peaje ya era noche cerrada. Nosotros no somos del grupo de los ahorradores. Así que pagamos los R33 que marcaba el letrero. El precio es por coche, con independencia de cuantas personas viajen en él. 3 euros bien gastados. Y es que la Chapman’s Peak Drive es un auténtica maravilla que no hay que dejar de recorrer.

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De vuelta a Cape Town, mi mujer se fue directa a la habitación. No tenía hambre. Yo entré en un restaurante que había a cincuenta metros del hotel. Era un local con una barra muy larga dividida en secciones. En cada sección servían un tipo de comida diferente. China, india, thai, italiana, mexicana, y unas cuantas más que no recuerdo. La idea no es mala. Si sois varios cada uno puede comer lo que más le apetezca, y todo el mundo contento. Yo me decanté por un falafel acompañado de una botella de agua. Me cobraron R25. Pedí que me lo sirvieran para llevar y me lo comí en la habitación. A las diez ya estábamos durmiendo

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ZONA DE LOS VIÑEDOS Y HERMANUS

ZONA DE LOS VIÑEDOS Y HERMANUS


Localización: Sudáfrica Sudáfrica Fecha creación: 01/02/2013 22:35 Puntos: 5 (1 Votos)
Como cada día, nos levantamos temprano, a las seis y media. A las siete y cuarto estábamos desayunando. Y a las ocho y cuarto estábamos en recepción haciendo el check out. Nos cobraron R100 diarios por utilizar el parking. Y un extra de R50 por haber perdido la llave de la habitación. No sabemos como, pero había desaparecido misteriosamente.
En la calle estaba lloviendo. Pero no tardó mucho en parar. Todavía no habíamos salido de Cape Town cuando la lluvia se detenía. El cielo seguía totalmente cubierto, pero al menos no llovía. Esa fue la tónica del día, un cielo gris con lluvias intermitentes.
Ese día teníamos que dormir en Hermanus. Pero decidimos no ir directamente. La zona de Constantia nos había gustado bastante, por lo que decidimos conocer la otra zona de viñedos. Salimos en dirección Stellenbosch. Primero por la autovía. Tráfico fluido a pesar del mal tiempo. Los últimos dieciséis kilómetros, tras salir de la autovía, ya muestran la belleza de esta zona. Con viñedos y bodegas por doquier. Es muy agradable circular por esta zona. Lo hicimos lentamente, ya que el paisaje lo merecía. La presencia de viñedos es mucho mayor que en la zona de Constantia. Aquí lo dominan todo. Se elevan por las suaves laderas, llenando el paisaje de hojas de parra.
Al llegar a Stellenbosch, hicimos nuestra primera parada. Aparcamos en la calle principal, en zona azul. Se nos acercó un sujeto y nos dijo que teníamos que comprar un ticket para aparcar. R5 por media hora. No me quedó claro, si él se ocupaba de sacar el ticket, o si es que se le pagaba directamente a él. La cuestión es que el dimos los R5 y nos fuimos a dar una vuelta.

15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA - Blogs de Sudáfrica - ZONA DE LOS VIÑEDOS Y HERMANUS (1)

Recorrimos Dorp Street. Es una encantadora calle arbolada, con casas estilo Duch a ambos lados. Por fortuna en esos momentos no llovía. Subimos, y bajamos por la calle, tranquilamente, sin prisas. Algunas fachadas resultan tremendamente llamativas. Y es que el pueblo ha conservado su esencia. Además es un sitio muy tranquilo. Se nota que el turismo ha llegado a la comarca. Pero no masivamente. Por eso se respira un ambiente diferente. La distancia a Cape Town es de unos 70 kilómetros. Pero parece otro mundo. No tienen nada que ver.
El paseo resultó muy agradable. Nos quedamos encantados con el pueblo. Se merece algo más de tiempo de lo que le dedicamos, pero que se le va hacer.
Antes de salir del pueblo, pasamos junto a la Iglesia. Sólo la vimos por fuera. Más que la iglesia nos llamó la atención su ubicación, en las afueras del pueblo, rodeada de un amplio jardín.

15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA - Blogs de Sudáfrica - ZONA DE LOS VIÑEDOS Y HERMANUS (2)

Nuestro siguiente destino era Franschhoek. La carretera que une ambas poblaciones es preciosa, sobre todo en su primera parte. Atraviesa un valle cubierto de viñedos, con las montañas a ambos lados. La segunda parte no resulta tan agradable, ya que los viñedos aparecen más espaciados, para volver a hacerse dueños del paisaje en las proximidades de Franschhoek. Se trata de un recorrido que sin tener una belleza fuera de lo excepcional, resulta muy entretenido.
Nada más aparcar ya se aprecia que Franschhoek no es tan bonito como Stellenbosch, pero aun así tiene su encanto. Aquí el aparcamiento era gratuito. O el cobrador estaba en su hora de descanso y no nos vio. La verdad es que no lo sé. Lo único que tengo claro es que no pagamos. Nos paseamos por Huguenot Rd. Se trata de una calle con casas a ambos lados que pretenden tener un estilo Dutch. Pero son mucho más modernas, y de ahí su falta de encanto. De todas formas el paseo no está mal, pero si no se hace tampoco pasa nada. La calle está llena de tiendas y de restaurantes. Al final de la calle está el Huguenot Monument. No nos pareció demasiado interesante por lo que no paramos.

15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA - Blogs de Sudáfrica - ZONA DE LOS VIÑEDOS Y HERMANUS (3)

En un principio no teníamos intención de visitar esta zona. Estaba en la recámara. La incluimos sobre la marcha, al salir para Hermanus. El mal tiempo y el miedo al mareo nos hicieron desechar la excursión del gran tiburón. Para llenar ese hueco decidimos dar una vuelta por la zona de los viñedos. Y a la vista del agradable paisaje que recorrimos y de los acontecimientos del día siguiente, creo que fue todo un acierto. A mi personalmente me resultó más interesante que Cape Town.
De lo que prescindimos fue de algo típico, de las catas. Ya la habíamos hecho en Constantia y tras el lamentable estado en que acabé no me pareció oportuno repetir la experiencia. La verdad es que exagero un poco. Pero para un lego en esta materia con una cata es más que suficiente. Eso sí, si no la habéis hecho todavía, aprovechar y disfrutar de una cata en cualquiera de las bodegas de la zona. A mí lo de la cata me pareció muy divertido. O quizás no lo fue tanto, y el vino tuvo algo que ver.
Si hubiéramos dispuesto de más tiempo, hubiéramos visitado alguna población más. Pero nos convenía salir hacía Hermanus, para llegar a una hora decente. Sobre todo con el tiempo que hacía. La carretera hacia Gordons Bay es preciosa. Nada más salir de Franschhoek empieza a ascender ofreciendo unas vistas espectaculares sobre el valle y los viñedos. Un poco antes de llegar a la cima, nos detuvimos en el arcén, en una zona despejada. Desde ese punto la perspectiva era fantástica. Con todo el valle cubierto de viñedos, alejándose hacia nuestra derecha. Si señor, bonito lugar. La bajada también ofrece buenas vistas de la otra parte de la montaña. La carretera se va abriendo pasó a través del valle que forman las montañas,. Una vez abajo, rodeado de montañas, te sientes pequeño. A continuación se recorre una zona con tres o cuatro lagos. Uno de los lagos lo cruzamos por un puente enorme. Durante un rato discutimos si eran lagos o ríos. Al final no nos quedó claro. Yo sigo creyendo que son lagos, y como el que escribe soy yo, pongo que son lagos. Sean lo que sean es una zona preciosa. Lastima que no luciese el sol. El cuadro hubiera sido perfecto. Disfrutamos mucho durante este paseo. Por ponerle un pero, no había sitios para poder parar y observar el paisaje.

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Casi al final se encuentra el Sir Lowry Pass. Por desgracia se encontraba en obras y no pudimos parar en el mirador. Con el jaleo que había montado en ese punto sólo hubiera faltado que nos hubiéramos parado para ver las vistas. Nos despeñan con coche y todo. Fue una lástima, porque las vistas desde la carretera eran preciosas. Y con el jaleo de las obras apenas pudimos ver nada.
Decidimos no parar en Gordons Bay. Por nada en concreto simplemente no nos apeteció. Seguimos avanzando hacia Hermanus por la R44. Inicialmente la carretera corre paralela al mar, a muy poca distancia del agua. Tener el agua tan cerca siempre resulta interesante. La carretera cuenta con muchísimos miradores para observar ballenas. No creo que entre mirador y mirador haya más de 500 metros. Vimos algunos coches parados con gente mirando hacia el mar. No se si buscaban ballenas o simplemente disfrutaban del lugar. Nosotros no vimos ninguna. Tampoco nos paramos. Pero digo yo que un bicho de ese tonelaje se debería ver con cierta facilidad si se acerca a la costa. Muy cerca no debían estar. Con ballenas o sin ballenas el recorrido es muy agradable, y con la tontería de las ballenas se nos pasó volando. Un consejo para todos los que vayáis a Hermanus, si disponéis de un poco de tiempo, saliros de la carretera principal e ir bordeando la costa. La carretera es muy bonita y os resultará más gratificante que ir por la general.

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Unos 10 kilómetros antes de llegar a Bettys Bay, la carretera se desvía hacia el interior. A partir de este punto pierde espectacularidad. Además empezó a llover con fuerza. Las nubes bajaron al nivel del suelo y una densa niebla lo cubrió todo. Sólo veíamos unos cuantos metros a nuestro alrededor. Así que a partir de aquí ya no puedo opinar sobre la carretera.
Se nos había echado encima la hora de comer. Al llegar a Bettys Bay paramos para buscar un sitio donde comer. Había un restaurante junto a la carretera. Estaba cerrado. Nos metimos en el pueblo, pero todo eran calles sin asfaltar y no veimos ningún restaurante ni nada parecido. Y con la que estaba cayendo no se veía a nadie por la calle. Parecía un pueblo fantasma. Menudo desastre. ¿Y si nos acercamos a la colonia de pingüinos?. Bueno, seguro que allí habrá algún sitio para comer. Y de paso los vemos. Tararí que te vi. Fuimos incapaces de encontrar la colonia. Esperábamos encontrar algún letrero que indicase el camino. Algo que dijese pingüinos, o un dibujo de un pingüino, o yo que sé, algo que nos permitiese imaginar que aquel el camino. Pero no vimos nada. Tampoco sabíamos como se llamaba ese sitio, y esa fue nuestra perdición. Vimos un letrero con el nombre pero como no sabíamos como se llamaba, nos lo saltamos. El fallo fue nuestro, pero tampoco es que ellos se hayan esforzado mucho. Creo que a más de uno le habrá pasado lo mismo que a nosotros. Y con la que estaba cayendo, y la poca visibilidad que teníamos, casi me parece normal que nos lo pasáramos por alto.
No es que perdiésemos demasiado tiempo en Bettys Bay. Pero cuando uno habla de comer y no encuentra ningún lugar abierto, parece que el hambre se crece. Empezó a atacar con fuerza. Me entró un hambre tremenda. Así de repente. Estoy convencido, es algo psicológico.
Seguimos hasta Kleinmont. Nos metimos en el pueblo y bajamos hasta la orilla del mar. Al menos se veía algo de vida. Había una tienda, un bar, un restaurante cerrado, y una oficina de turismo. Y en patio interior junto a la oficina de turismo encontramos nuestra salvación. Un restaurante abierto, el Potrees Garden Restaurant. Comimos unos calamares, un plato de pescado y dos aguas. Nos cobraron R162. El lugar era muy coqueto, con mantelería y flores en las mesas. Y la comida muy buena. No eran unas raciones para reventar, pero si correctas para quedarse a gusto. Y sobre todo muy buenas.
A la salida llovía con menos fuerza y al poco rato dejó de llover. El sol amagó con salir, pero se quedó en eso, enseguida se volvió a cubrir, pero al menos no volvió a llover en todo el camino hasta Hemanus.
Una vez que llegamos a Hermanus, lo primero era buscar el hotel. No aparecía por ningún lado. Dimos varias vueltas sin éxito. La cosa empezaba a ser preocupante. Tras mirar y remirar más de mil veces la dirección que llevábamos anotada, nos fijamos en un detalle insignificante. El hotel no estaba en Hermanus, estaba en Sandbaai, que está a unos 5 kilómetros. Más que un pueblo parecía una zona residencial. Muy tranquila. Y allí estaba nuestro hotel. En realidad no era un hotel, era un B&B, el el Amakhosi Guesthouse. La habitación es preciosa, enorme, igual que el baño, y con wifi gratis, algo que escasea por este país. El precio fue de R600 con desayuno incluido. Un alojamiento de lujo a un precio asequible. Desde la terraza, a lo lejos, se ve el mar. Aunque demasiado lejos para poder ver ballenas. Ya nos advirtieron de eso al hacer la reserva.
Los dueños nos ofrecieron la excursión en barco para ir a ver las ballenas. Era para el día siguiente, y el precio R600 por persona. Nos decidimos rápido, y se la compramos. Total a nosotros que más nos daba. Y si así se sacan una comisión, pues mejor para ellos. Les preguntamos, si era posible ver ballenas desde la costa. Y respondieron con evasivas, “bueno si, pero es difícil; a lo mejor si probáis en el puerto viejo, pero es complicado”. No sabían como decirnos que no. Debíamos parecer muy ilusionados y les debía saber mal romper nuestra ilusión. Pero estaba claro que nos estaban diciendo que no. Lo que no sé si verlas desde la costa resulta siempre complicado, o si se debía únicamente a que ya estábamos en noviembre, y la temporada estaba ya demasiado avanzada.
A pesar de las dudas de nuestros anfitriones, nos acercamos al puerto viejo. Quién sabe, igual tenemos suerte y vemos alguna. ¡¡¡Inocentes!!!

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Dejamos el coche en un parking junto al puerto viejo. Se nos acercó un aparcacoches e iniciamos una conversación sin sentido sobre si teníamos que pagar o no. La conclusión a la que llegamos es que hasta las cuatro era gratis, pero que a partir de esa hora había que pagar. Y que se pagaba al retirar el coche. La cuestión es que nos dejó marchar sin pagar. A la vuelta ya veremos. Volvía a llover. Nos acercamos al mirador del puerto viejo. Había gente con prismáticos y cámaras con objetivos larguísimos. Las ballenas brillaban con su ausencia. El día era gris y en ese momento se acompañaba de lluvia, por lo que la visibilidad no era muy buena.
Lluvia, viento y un frío del carajo. Y las ballenas ni se veían ni parecían que fueran a aparecer. Ninguno de los presentes parecía haber visto ninguna. Para pasarlo mal siempre estamos a tiempo, mejor nos metemos en lugar calentito. Nos metimos en una cafetería y pedimos dos trozos de tarta de chocolate, un agua y un cortado. Nos cobraron R79. Por cierto, los trozos de tarta eran enormes y estaban buenísimos.
Cuando dejó de llover volvimos a salir. Más exactamente cogí a mi mujer por la oreja y la saqué a rastras. Llover no llovía, pero frío seguía haciendo con ganas. Yo todavía conservaba un hilo de esperanza. Quien sabe, y si al final vemos una. Y mi pobre mujer que ya está acostumbrada a mis quimeras me siguió resignada. Volvimos de nuevo al mirador. Había más gente. Como los caracoles habían salido tras la lluvia. Pero las ballenas seguían desaparecidas. Y nadie miraba un punto concreto como si las hubiese visto. No había ballenas a la vista.

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Hacía demasiado frío para quedarnos allí plantados. Y era demasiado pronto para volver al hotel. Le propuse a mi mujer caminar un rato por el Cliff Paith. Un bonito paseo junto al mar, que une el puerto viejo con el nuevo. No tiene pérdida, está perfectamente indicado. Y resulta muy sencillo, no tiene ninguna dificultad. Llegamos hasta el final, junto al puerto nuevo, pero no vimos ninguna ballena. Tampoco las buscamos demasiado. A esas alturas ya estaba convencido de que no íbamos a ver ninguna desde tierra. Por no ver, no vimos ni gente. Nos cruzamos con muy poca gente. Cada vez estoy más convencido de que noviembre no es un buen mes para ver ballenas. Al menos desde tierra. Lo que no se puede negar es que el paseo es muy agradable. A pocos metros de la orilla, con vistas espectaculares de la costa en algunos tramos. Y rodeados de flores de lilas y naranjas casi todo el camino. Nos gustó tanto el paseo, que la ballenas pasaron a un segundo plano. Esta claro que el sentido de visitar Hermanus es ver ballenas. si no estuvieran las ballenas no valdría la pena ir hasta este lugar. Pero una vez allí hay que aprovechar todo lo que ofrece. Y el Cliff Paith es una de las cosas que no hay que dejar de hacer. Es un paseo muy agradable que hay que hacer aunque no se vea ninguna ballena, ya que las vistas de la costa son preciosas. Al final una tarde que parecía pérdida, resultó de lo más interesante.
Volvimos por el mismo camino, y llegamos de nuevo al mirador del puerto viejo. Y seguíamos sin ver ninguna ballena. En el mirador quedaba menos gente. No me extraña, aguantar aquel frió para no ver nada es cosa de tontos. Ya faltaba poco para anochecer. Era hora de retirarse. En el parking había cambiado el aparcacoches. El nuevo se acercó y cuando le preguntamos cuanto había que pagar nos dijo que aparcar era gratis, que sólo pedían la voluntad. Un tipo honrado. Por eso le dimos R10.

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Volviendo al hotel, paramos en una gasolinera. Llenamos el depósito por R363, a R11’91 el litro. Justo al lado había un Spar. Las tartas de la tarde todavía no habían bajado. No teníamos nada de hambre. Así que entramos en el supermercado, compramos un poco de fruta. Y un poco de chocolate, por supuesto. Nos gastamos R106 y nos ahorramos una cena. Ese día el cielo estaba tan cubierto, que no había noticias del sol. Nos quedamos sin puesta de sol.
Al día siguiente nos despertamos muy pronto, a las seis y media. Un poco por la costumbre, pero sobre todo porque tocaba ir a ver las ballenas. Un vistazo por la ventana me hizo empezar el día con alegría. Soplaba un poco de viento, pero lucía un sol precioso.
A las ocho en punto bajábamos a desayunar. La propietaria del establecimiento nos esperaba con malas noticias. El barco había suspendido la salida por el mal tiempo. No estaba previsto que saliera en todo el día. Nos consolamos con el mejor desayuno que tomamos en todo el viaje. Yogur, ensalada de frutas, pan, magdalenas, mermelada, queso y algo de fiambre. Además la propietaria nos preparó unos huevos fritos, bacon y una salchicha. Todo excelente.
Fue un desayuno triste. Nos quedábamos sin ver ballenas. Un golpe bastante duro. Pero a cabezón no me gana nadie. No podía darme por vencido tan fácilmente. Cuando acabamos de desayunar le dije a mi mujer que quizás en el puerto hubiera alguna compañía que se decidiera a salir. Me contestó que ella pasaba. Que con mal tiempo no quería arriesgarse a salir y coger un mareo de campeonato. Se quedó en el hotel y yo salí disparado hacia el puerto nuevo. No esperaba tener suerte, pero no quería irme sin intentarlo.
En la entrada del puerto un hombre se acercó al coche y me confirmó que las excursiones se habían suspendido por el mal tiempo. Ni por esas me dí por vencido. Yo para adentro. Frente al parking vi la oficina de la compañía que nos había ofrecido la propietaria del B&B. Me acerqué a preguntar. Me dijeron lo mismo, que había olas muy altas y que en esas condiciones no se podía salir. También me confirmaron que se habían cancelado todas las salidas de ese día. Lo sabía, y aun así me quede hecho polvo. ¡Vaya desilusión!. Nunca antes había visto ballenas y me hacía mucha ilusión poder verlas por fin. Estaba claro que tendría que esperar a otra ocasión. Me llegué hasta el extremo del muelle. Tenía que comprobar que aquello era verdad y que no era una confabulación judeomasónica en contra de mi persona. Era verdad, se veían unas olas enormes, de varios metros. Y eso que estábamos detrás del espigón. Fuera las olas debían ser de órdago Por lo visto no soy tan importante en Sudáfrica como para que se monté una conspiración en torno mía impidiéndome ver las ballenas.
Ya no podía hacer nada más. Me di por vencido. Subí al coche dispuesto a volver al hotel. Y al salir del parking me encuentro de frente con una caseta abierta con un montón de gente a su alrededor. Ahí pasa algo. Es que no se me escapa una. Volví a aparcar y me acerque a meter las narices. Se notaba que los que estaban en la puerta eran turistas como yo. Buena señal. Conseguí entrar y preguntar. Y se hizo la luz. Estos si que salían. El precio era el mismo que nos habían dicho en el hotel, R600. Antes de pagar me quise asegurar de que aquello merecía la pena. ¿Seguro qué veremos ballenas?. Dos segundos de duda y a continuación un si rotundo. Las veremos. ¿Y las olas?. En el exterior hay olas de cinco metros. Pero se puede salir. Lo hemos comprobado. No hizo falta más para convencerme. Pagué, y salí a esperar en el exterior junto a la caseta.
Nos juntamos 26 personas. Mejor dicho 26 locos. Nos dieron un chaleco salvavidas, y una breve explicación sobre las ballenas y lo que íbamos a hacer. Como de costumbre no me enteré de nada. Nos montaron en un catamarán no muy grande. De esos que hay en todas las zonas turísticas de costa para llevar a los guiris a dar una vuelta. Igualito. Nos acomodaron a todos en la parte de abajo. No estaba llena pero casi. En la terraza superior cabrían unas 20 personas más. El catamarán estaba totalmente descubierto, nada de cabinas interiores o protegidas. Que va, a la intemperie. A las nueve el catamarán empezaba a moverse y salíamos del puerto.
Muy inteligente yo, me subí de los primeros al barco y me senté en una silla lateral, lo más cerca posible de la borda. Así veré mejor las ballenas pensé. En cuanto el barco salió del puerto y empezamos a subir y bajar olas, me di cuenta de mi error. El agua salpicaba continuamente por encima de la borda. Y me caía toda a mí. Ente el chaleco y un chubasquero que llevaba, me protegí el cuerpo. Pero los pantalones acabaron bastante mojados. Me consolé pensando que eso era un mal menor si lo comparábamos con la recompensa que me esperaba, las ballenas.
Lo de la mala mar no iba de coña. Al salir del puerto las olas eran enormes, más altas que el barco. No sé si medían cinco metros, pero si no llegaban les faltaba poco. En mi vida había visto algo así. Navegábamos paralelos a la costa, de manera que las olas nos entraban de costado. De repente estábamos en la cresta de una ola, viendo toda la costa, y al cabo de unos segundos estábamos en el fondo, entre dos olas más altas que el barco, que parecían que nos iban a engullir. El barco subía y bajaba continuamente. A cada balanceo del barco el agua me salpicaba. Lo que al principio resultaba molesto, se acabó convirtiendo en una bendición. La sensación de frió que me producía el agua me ayudaba a no marearme.
Aunque vivo en una isla, los barcos y yo no somos muy amigos. Montarme en un barco equivale por lo general a mareo. Y ahora os preguntaréis como sabiendo que soy de mareo fácil, me había embarcado en una bañera con olas de cinco metros. Podría decir que me obligaron, pero a estas alturas del relato ya no colaría. Tras darle muchas vueltas he llegado a la conclusión, de que hay dos motivos fundamentales. El primero ya lo he anunciado antes, las ganas que tenía de ver ballenas por primera vez en mi vida. Era una de las cosas que más ilusión me hacia del viaje,. El segundo motivo es que soy un inconsciente. Soy de los que primero habla y luego piensa lo que tiene que decir.
Aunque no os lo creáis, en esta ocasión no me estaba mareando. El barco avanzaba, pasaban los minutos y yo seguía de una pieza. No me lo creía ni yo mismo. Me pasé todo el trayecto sentado, con la mirada fija en el infinito y la espalda tiesa como un palo. Una posición incómoda pero efectiva. En ningún momento intenté localizar las ballenas. Si algo tenía claro es que si alguien podía localizarlas ese no era yo.
Tras unos 40 minutos navegando, detuvieron el barco. Habíamos pasado de largo Hermanus. Casi habíamos atravesado la bahía. No me extraña que no pudiésemos verlas desde el pueblo el día anterior. Una persona de la tripulación nos avisó de que habíamos encontrado las ballenas. Todos nos abalanzamos hacia la parte delantera del barco. Y allí estaban las ballenas, a unos 100 metros de nosotros. El barco se había parado, pero no detuvieron el motor que seguía al ralentí. El barco seguía dando bandazos al vaivén de las olas. Resultaba complicado mantenerse de pie. Incluso agarrado a la barandilla. Pude ver el lomo de dos ballenas un par de veces. Al intentar hacerles una foto casi me como la barandilla. Era imposible soltarse. Y sin soltarse era imposible hacer fotos. Sólo conseguí instantáneas de las olas y de la costa.
Ponerme de pié fue mi perdición. Empecé a sentirme mal. Sentí náuseas y la cabeza empezó a darme vueltas. Mareo al canto. Mucho había tardado. Vi una escalera de plástico en un lateral del barco. El último escalón estaba al nivel de la borda. Me senté allí, en un vano intento por recuperarme. Mientras había permanecido sentado no me había mareado. Tal vez si me volvía a sentar,……. Cuando el barco subía a lo alto de una ola, miraba de soslayo hacia donde estaban las ballenas. Así conseguí verlas varias veces más. Unos cuantos lomos, una cabeza y hasta una cola. Pero no podía fijar la mirada, si lo hacía me subía el mareo de inmediato. Además en cuanto bajábamos de la ola, las ballenas quedaban ocultas.
Poco a poco me fui sintiendo mejor. No es que se me pasara el mareo, pero al menos no me sentía como un trapo sucio. Me confié, volví a mirar hacia donde estaban las ballenas. De repente me atacó una necesidad imperiosa de vomitar. No lo pude reprimir. Solté todo el desayuno. Me olvidé de las ballenas. Lo único que quería era que aquello se acabará. Volver a tierra. Nunca antes me había sentido tan mareado. Fue horrible. Todos hemos oído eso de mal de muchos consuelo de tontos. Pero ver que no era el único indispuesto me sirvió de ayuda. No me bajo el mareo, pero al menos no me sentí el único tonto del barco.
Antes de irnos vi los lomos de las ballenas, creo que unas tres veces más. Y por fin se pusieron en marcha. Ocupé la misma silla que a la ida. Pero en esta ocasión no tuve tanta suerte. El movimiento del barco agravó todavía más el mareo. Cerré los ojos, recosté la cabeza hacia atrás, e intenté pensar en algo agradable. Así conseguí mitigar las náuseas. Incluso en algunos momentos conseguí quedarme adormilado. Resultaba un alivio. Gracias a eso el trayecto de vuelta se hizo más llevadero. Al entrar en el puerto, me sentí a salvo. Abrí los ojos. Y de nuevo, sin tiempo a reaccionar, otra arcada. Otra vez doblado sobre la borda dando de comer a los pececitos. Lo único positivo era que faltaba tan poco para atracar que la pesadilla duró poco. En cuanto tocamos tierra me lance al exterior como un poseso. Necesita sentirme en tierra firme.
Dichosas ballenas. Las vi, pero no me compensó. El precio es algo caro, pero aún así, lo hubiera dado por bien empleado si la cosa hubiera salido bien. Pero pagar ese precio y acabar con un mareo espantoso y no disfrutar de los animales, es una soberana tontería. Cuando pienso en esta etapa del viaje lo único que me viene a la cabeza es el mareo que pille. Hermanus, caca. De las ballenas ni me acuerdo. Lo tengo claro, si repitiera el viaje esta parte me la saltaría. Y que conste que soy consciente que la culpa no es de Hermanus, ni del barco que nos llevo a ver los bichos, ni de las ballenas. La culpa es solo mía. Me advirtieron de que hacía mal tiempo, de que había olas de cinco metros y aun así insistí en montarme en el barco. Sabía que me iba a marear, y que lo iba a pasar mal. ¡Me lo merezco por cabezón!
Por todo esto mi experiencia no es significativa. La gente que no tenga problemas de mareos con los barcos, que no lo dude, y que se acerque a Hermanus. Seguro que veréis ballenas. Siempre y cuando vayáis en temporada, que creo que es de junio a diciembre. El resto, los que al leer mi aventura os hayáis visto reflejados, tomaros las cosas con calma. Y si os dicen que hay mala mar, no os lo toméis a broma. Subiros al barco sólo si el mar está en calma. Eso, o ración doble de biodraminas. Yo por desgracia no tenía
Volví al hotel como pude. Esos cinco kilómetros al volante fueron una tortura. El mareo no se me pasaba. No me servía de alivio ni el llevar las dos ventanillas bajadas. Acabé como los perros, sacando la cabeza por la ventanilla. Para haberme matado. Además la carretera estaba en obras, lo que me obligó a circular a empujones, frenando, acelerando, frenando, acelerando. Si es que a perro flaco todo son pulgas.
Todavía quedaba lo peor. Si, mucho peor que el mareo. Mi mujer. Lo que se rió de mí cuando se lo conté. La de coñas que tuve y que todavía tengo que soportar de vez en cuando. Al fin y al cabo, el mareo se cura con el tiempo, pero la humillación pública es para siempre.
Cuando conseguí recuperarme, recogimos nuestras cosas y a seguir haciendo camino. La idea original cuando preparábamos el viaje, era acercarnos hasta Gaansbaai e ir a ver los tiburones blancos. La idea ya había quedado descartada desde el día anterior. Menos mal. Lo último que necesitaba era volver a montarme en otro barquito. Éste fue precisamente el principal motivo por el que finalmente descartamos la excursión del gran tiburón blanco. Habíamos leído que la mayoría de la gente que la hacía acababa mareada. Eso aplicado a nosotros, significaba mareo seguro. Y de los gordos. Mejor no tentar a la suerte. Mejor saltarnos esa excursión. Además a mi mujer eso de meterse en una jaula con el agua helada y rodeada de tiburones no le hacía mucha gracia. A mí creo que sí que me hubiera gustado. Pero lo de pasar varias horas mareado me tiró para atrás.
Así que cambio de planes y directos a Cape L’Agulhas. Sobre el mapa todo parece cercano. Pero luego resulta que son 172 kilómetros. Al principio la carretera discurre paralela a la costa. Había salido el sol y yo volvía a ser persona. No se sí eso influyó, pero aquellos primeros kilómetros me parecieron maravillosos. Tanto que una vez pasado Hermanus nos detuvimos en un mirador. Las vistas sobre la bahía eran muy bonitas. Ahora, de ballenas, nada de nada.

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La carretera no tardó en desviarse, y se fue alejando de la costa. A partir de ese momento, pierde todo su interés. Se recorre un paisaje abierto, muy desangelado. Y sin el más mínimo atractivo. Pasamos por un par de pueblos. Todos parecidos. Pero que queréis que os diga, carecen de gracia. El único con cierto encanto es Pienar, con casas pintorescas de diferentes colores. No paramos en ninguno. Teníamos un largo camino por delante, y no era cuestión de ir perdiendo el tiempo.
De una tirada nos plantamos en Struinsbaai. Cuando llegamos ya era mediodía. En teoría es el último pueblo antes de Cape L’Agulhas, por lo que decidimos parar a comer. Por la tarde descubrimos que estábamos equivocados. Hay otro pueblo un poco más adelante antes de llegar al cabo. Se llama precisamente L’Agulhas. Aunque eso tampoco es muy importante. La cuestión es que nos paramos en Struinsbaai. En la entrada del pueblo vimos lo que parecía ser un restaurante junto a la playa. Parecía un bonito lugar para comer. Y lo hubiera sido, de haber estado abierto. Tenía un buen motivo par estar cerrado. La pared que daba a la playa se había venido abajo. Allí no pudimos comer, pero al menos nos permitió dar un corto paseo por una playa increíble. Kilómetros de arena blanca, hasta más de allá de donde alcanzaba la vista. De una anchura más que considerable. Un agua azul turquesa que brillaba bajo el sol. Y muy limpia, tanto el agua como la arena. No se veía ni un papel, ni una colilla. Lástima que la violencia con la que las olas rompían en la orilla no invitabase al baño. Nos limitamos a mojarnos los pies.

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Volvimos a montar en el coche y dimos una vuelta por el pueblo. No es un pueblo bonito, pero si que resulta agradable. Todo son viviendas unifamiliares con jardín, separadas las unas de otras. Además las casas no tienen vallas, el jardín llega hasta la calle sin ningún tipo de separación. Para que os hagáis una idea, como las de las películas americanas. Ni que decir tiene que aquí no se ven alambradas de espino ni vallas electrificadas. Que diferente resultan las zonas rurales de las grandes capitales como J’burg o Cape Town.
Paramos en el primer restaurante que vimos abierto, el Bella Luna. Pedimos una pizza, un plato de rebozados (gambas, mejillones, calamares y surimi), un agua y un sprite. El precio, R134. Barato y bastante bueno.
Cape L’Agulhas está a muy pocos kilómetros del Struinsbaai. Dejamos el coche en la zona de aparcamiento. Justo al lado hay una caseta, que hace las veces de tienda, recepción, y todo lo que haga falta. No entramos. Lo único que podía pasar es que nos dijeran que teníamos que pagar.

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Primero nos dirigimos al faro. Bastante común. El típico faro rojo y blanco. Pero en este caso a muy pocos metros sobre el nivel del mar. Por eso no resulta un lugar espectacular. No hay acantilados, ni vistas de ningún tipo. Además la playa es de rocas. La parte inferior del faro estaba en obras. Pero dejaban subir a la torre, previo pago de R20 por persona. Enseñamos la Wild Card. Pero como nos dijeron que no, pasamos de subir. No creo que las vistas sean gran cosa, ni que se vea mucho más de lo que se ve desde abajo. Y eso es todo. No había nada más. Ah si, se me olvidaba, están construyendo una pasarela de madera que va desde el faro hasta el punto considerado como el más meridional del continente africano. Hasta que este terminada, hay que ir por un camino de tierra que rodea el faro. Está indicado no hay pérdida. Pero por si hay alguno muy torpe, os puedo decir que está a mano derecha así como se sale del aparcamiento. Se puede ir andando, pero son ganas de perder el tiempo. No hay nada que ver. Por eso mejor ir en coche. Esta a un tiro de piedra. Pero que queréis que os diga, teniendo un coche a nuestra disposición.

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La punta, pues ni es punta ni na. Es una playa de piedras y rocas. No se aprecia ningún saliente, ni un pequeño cabo, ni nada parecido. Si no fuera por el letrero que señala el punto en el que se juntan los dos océanos sería imposible saber exactamente donde está. Ah, y tampoco se ve una línea en el agua que separe los dos océanos. Están juntitos como si fueran uno solo. Sé que decir esto pude parecer ridículo. Pero a mí me preguntaron si se notaba la separación entre los dos mares. Me quede perplejo ante la pregunta. Estaría bien que hubiese una zanja en medio, pero no, no había nada,
La gracia de ese sitio se reduce a hacerse una foto junto al mojón que señala el punto de unión de los dos océanos. En el mojón hay dibujada una línea, con el océano Atlántico a un lado, y el Pacífico al otro. Inevitable hacerse una foto con un pie a cada lado de la línea, como si se pisaran los dos océanos. Nosotros que somos muy clásicos, cumplimos con el ritual. Hasta nos hicimos una juntos. Que no se diga que no damos la talla como guiris modélicos.

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No había mucha gente. Tampoco es que haya mucho que ver. Y la verdad es que está bastante lejos de todo. Si no fuera por lo que significa ese lugar, no merecería la pena llegar hasta allí. Incluso así, sólo recomiendo acercarse a él, si se tiene que hacer en coche el recorrido desde Hermanus o desde Cape Town hasta la Garden Route. En cualquier otro caso, mejor olvidarse de él.
Desde ese punto hasta Wilderness, donde dormíamos esa noche, nos quedaban 333 kilómetros. Tardamos más de 4 horas en recorrerlos. Tan sólo paramos en dos ocasiones. Lo justo para estirar las piernas y cambiar de conductor. Este tramo se nos hizo muy pesado. Resulta anodino y carece de todo interés. Es una carretera con enormes rectas, y sin apenas tráfico. El paisaje es totalmente llano, con enormes extensiones de cultivo. Me recordó mucho al interior de la Península. A medida que nos acercábamos a Mossel Bay aparecieron algunos árboles. Pero el paisaje continuó siendo monótono. Sin ninguna duda, la zona menos interesante por la que pasamos en todo el viaje.
Paramos en Mossel Bay. Es una ciudad bastante grande, pero sin nada que justifique su visita. Según la guía hay varios muesos, pero cuando llegamos ya era tarde y estaban cerrados. Nos acercamos hasta la zona de The Point. Una costa rocosa con mucho oleaje. Dimos una vuelta por el paseo que hay junto a la orilla y volvimos al coche para finalizar la etapa. Lo de parar en Mossel Bay fue simplemente para aprovechar os últimos instantes de luz del día. Seguimos bordeando la bahía. Vimos un par de playas de arena, pero nada que ver con la maravilla que habíamos visto por la mañana en Struinsbaai. Ese día ya no teníamos tiempo de hacer nada más, así que nos paramos allí porque vino así. Fue Mossel Bay como pudo haber sido cualquier otro sitio. En serio, es un sitio sin el más mínimo interés. En la Garden Route hay demasiadas cosas interesantes como para perder el tiempo en un ciudad como ésta.

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Un último esfuerzo y llegamos a Wilderness. Teníamos reservada una cabaña en el interior del parque nacional. Cuando llegamos ya era de noche. El campamento está a unos 3 kilómetros una vez pasado el pueblo de Wilderness. Hay que coger un desvío a mano izquierda que está perfectamente señalizado. En la puerta de acceso al campamento hay un guardia que controla quien entra y quien sale. Como a esas horas la recepción ya estaba cerrada, el guardia de la entrada nos hizo el check in y nos dio las llaves de la cabaña. Lo malo de este campamento es que no tiene restaurante. Por no tener no tiene ni una simple tienda. Y como nos dio vergüenza volver a salir del campamento, ya que cada vez que entras y sales te tienen que abrir la verja de la entrada; y allí no podíamos comprar nada, acabamos cenando un poco de fruta y unas galletas que llevábamos en el coche. Y a dormir temprano que al día siguiente nos esperaban un par de caminatas.
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comment_icon  Últimos comentarios al diario 15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA
Total comentarios: 21  Visualizar todos los comentarios
Imagen: Globaltrote  globaltrote  17/09/2015 09:08   📚 Diarios de globaltrote
Gracias por recoger tanta información en tu diario.
Me ha servido de gran ayuda para planificar mi viaje por la zona.

Saludos.
Imagen: Abdelkrim  Abdelkrim  12/10/2015 20:23   📚 Diarios de Abdelkrim
Comentario sobre la etapa: KRUGER - ANIMALES
Ese gran lagarto que viste era un varano; existen variedades de ellos en muchas regiones tropicales y son unos bichos muy interesantes, el famoso dragón de Komodo es el más grande de toda la familia.
Felicidades por el reportaje, tus fotos son magníficas.
Imagen: Amazona79  Amazona79  29/01/2019 19:41
Que bueno tu diario! Lo que me he reído! Gracias! Tomo nota!
Imagen: Anades  Anades  20/10/2019 09:19
Comentario sobre la etapa: GARDEN ROUTE
Me ha encantado tu diario. Muchas gracias por compartir tu experiencia de una manera tan divertida. Estoy preparando mi próximo viaje, en enero, a Sudáfrica y me está siendo de gran ayuda.
Lo dicho, muchas gracias.
Imagen: Lanchone  lanchone  05/01/2020 16:51
Comentario sobre la etapa: JOHANNESBURG Y PRETORIA
Me veo totalmente identificado con tu diario. Hay que ser objetivo y sincero para decir que algo que has visto es feo y que no vale la pena el esfuerzo; cuesta reconocer que te has equivocado.

Saludos
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26-04-2009
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Fecha: Vie Jun 06, 2025 05:17 pm    Título: Re: Viajar a Sudáfrica

Gracias al comentario de @Ymyr, me he acordado del viaje de @Tere28, del que nos dejó diario.

Re: Viajar a Sudáfrica (1) Sudáfrica y Seychelles 2018 - Una Honeymoon llena de vida
Re: Viajar a Sudáfrica (2) Seychelles-2ª parte de nuestra luna de miel. Se puede pedir más?
Abdelkrim
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Willy Fog
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03-04-2008
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Fecha: Sab Jun 07, 2025 08:31 am    Título: Re: Viajar a Sudáfrica

Era lo que pensé ayer; las playas de Seychelles son magníficas y están en la ruta del África Austral. Pero no son ni mucho menos “playas desiertas” si es eso lo que uno busca, más bien tienen una “ocupación media”, ni vacías ni demasiado llenas. Las playas realmente paradisíacas y vacías, que cada vez supongo habrá menos, están en otros países, en zonas despobladas por falta de recursos y por tanto también falta de servicios médicos, todo suele ir unido.
Ymyr
Imagen: Ymyr
Super Expert
Super Expert
03-11-2012
Mensajes: 486

Fecha: Dom Jun 08, 2025 09:16 am    Título: Re: Viajar a Sudáfrica

Y ahora que lo pienso, otras buenas playas con vuelo directo desde JNB son las Mauricio
Pin82
Imagen: Pin82
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07-03-2020
Mensajes: 69

Fecha: Dom Jun 08, 2025 09:47 am    Título: Re: Viajar a Sudáfrica

Buenos días a todos!! Este año aún sin viaje por varias circunstancias... Acabamos de ver unos vuelos con entrada por Johannesburgo y salida x Sudáfrica para el día 1 de agosto...los q sois expertos lo veis una locura? Por lo que he leído y verificado los campamentos kruger están ya a tope y sería suerte en anulaciones...sino se consigue campamento entiendo hay que dormir en las afueras y cada día entrar, me da miedo empañe la experiencia... Sería limpio allí del 2 de agosto aterrizar al 16 volver a coger vuelo vuelta, según os leo podríamos hacer ruta panorama, kruger, alrededores cape...  Leer más ...
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26-04-2009
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Fecha: Lun Jun 09, 2025 06:23 pm    Título: Re: Viajar a Sudáfrica

Para Kruger es cuestión de echar un vistazo de forma continua para ver lo que se va quedando disponible. Ayer mismo consulté para unos amigos de mi marido que se plantean ir a finales de agosto, y había disponibilidad dentro del parque para todos los días que estarían allí. Me sorprendió porque había hasta un día en Lower Sabie que suele ser de los más complicados. Es también tener un poco de suerte, pero siendo un poco flexible en los lugares en los que quedarte, pienso que podrías hacerlo. Para ver si puedes hacer el viaje a estas alturas yo consultaría disponibilidad y precios de...  Leer más ...
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